18 de NOVIEMBRE – LUNES –
33ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Lectura
del primer libro de los Macabeos (1,10-15.41-43.54-57.62-64):
En aquellos días, brotó un vástago perverso: Antíoco Epifanes,
hijo del rey Antíoco. Había estado en Roma como rehén, y subió al trono el año
ciento treinta y siete de la era seléucida.
Por
entonces hubo unos israelitas apóstatas que convencieron a muchos:
«¡Vamos
a hacer un pacto con las naciones vecinas, pues, desde que nos hemos aislado,
nos han venido muchas desgracias!»
Gustó
la propuesta, y algunos del pueblo se decidieron a ir al rey. El rey los
autorizó a adoptar las costumbres paganas, y entonces, acomodándose a los usos
paganos, construyeron un gimnasio en Jerusalén; disimularon la circuncisión,
apostataron de la alianza santa, emparentaron con los paganos y se vendieron
para hacer el mal. El rey Antíoco decretó la unidad nacional para todos los
súbditos de su imperio, obligando a cada uno a abandonar su legislación
particular. Todas las naciones acataron la orden del rey, e incluso muchos
israelitas adoptaron la religión oficial: ofrecieron sacrificios a los ídolos y
profanaron el Sábado.
El
día quince del mes de Casleu del año ciento cuarenta y cinco, el rey mandó
poner sobre el altar un ara sacrílega, y fueron poniendo aras por todas las
poblaciones judías del contorno; quemaban incienso ante las puertas de las
casas y en las plazas; los libros de la Ley que encontraban, los rasgaban y
echaban al fuego, al que le encontraban en casa un libro de la alianza y al que
vivía de acuerdo con la Ley, lo ajusticiaban, según el decreto real. Pero hubo
muchos israelitas que resistieron, haciendo el firme propósito de no comer
alimentos impuros; prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos
alimentos y profanar la alianza santa. Y murieron. Una cólera terrible se
abatió sobre Israel.
Palabra
de Dios
Salmo:
118,53.61.134.150.
155.158
R/.
Dame vida, Señor, para que observe tus decretos
Sentí indignación ante los malvados,
que abandonan tu
voluntad. R/.
Los lazos de los malvados me envuelven,
pero no olvido tu
voluntad. R/.
Líbrame de la opresión de los hombres,
y guardaré tus decretos.
R/.
Ya se acercan mis inicuos perseguidores,
están lejos de tu
voluntad. R/.
La justicia está lejos de los malvados
que no buscan tus leyes.
R/.
Viendo a los renegados, sentía asco,
porque no guardan tus
mandatos. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (18, 35-43):
En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un
ciego sentado al borde del camino, pidiendo limosna.
Al oír que pasaba gente,
preguntaba qué era aquello; y le explicaron:
«Pasa Jesús Nazareno.»
Entonces
gritó:
«¡Jesús,
hijo de David, ten compasión de mí!»
Los
que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte:
«¡Hijo
de David, ten compasión de mí!»
Jesús
se paró y mandó que se lo trajeran.
Cuando
estuvo cerca, le preguntó:
«¿Qué
quieres que haga por ti?»
Él
dijo:
«Señor,
que vea otra vez.»
Jesús
le contestó:
«Recobra
la vista, tu fe te ha curado.»
En
seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al
ver esto, alababa a Dios.
Palabra
del Señor
1.
La curación de este ciego queda recogida también por los otros dos sinópticos
(Mc 10, 46-52; Mt 20, 29-36). Lo que indica que las comunidades
primitivas vieron en esta curación un hecho especialmente significativo.
En el relato hay que destacar que el
ciego llama a Jesús, por dos veces, con el título de "Hijo de David".
Al atribuirle a Jesús este título, el ciego invoca al Mesías en cuanto rey
nacionalista, el rey esperado por los grupos más fundamentalistas del judaísmo
de entonces (Mt 9, 27; 12, 23;15, 22; 20, 30 s = Mc 10, 47 s = Lc 18, 38 ss; Mt
21, 9. 15; Mc 11, 10; Rom 1,
3; Ap 3, 7) (X. Leon-Dufour).
2.
El problema que presenta este relato está en que, a juicio de los
evangelios, este "mesianismo" se presenta personificado en un ciego. Es decir, los
primeros cristianos vieron, en quienes
esperaban al "Mesías-Rey-Nacionalista, una postura de auténtica ceguera. Y
una ceguera inmovilista, representa en el
hombre sentado, indigente y, por tanto,
incapacitado para ver la realidad, ver su futuro, darse cuenta de lo que le
conviene o le puede interesar.
3.
Pero, si todo lo dicho es cierto, no es
menos verdad que el ciego pidió con insistencia -y venciendo la
resistencia de la gente- la curación que podía venir de Jesús.
Por otra parte, Jesús tenía
experiencia de lo peligroso que era aquel
nacionalismo fanático e intolerante (Lc 4, 14-30). Era el nacionalismo
que anteponía sus intereses a la curación de los que sufrían y a la liberación
de los sometidos y esclavizados.
En el fondo, es el problema que representa el hecho de mezclar religión y
política. Cuando dos sentimientos, que entrañan "totalidad" en la
vida de una persona, se funden en un
mismo y solo
sentimiento, el fundamentalismo ciega al hombre religioso hasta llevarle a
comportamientos que pueden resultar
peligrosos, para él mismo y para los
demás.
Esto es lo que cura Jesús. La fe en
Jesús es lo que puede curar este mal, en sí, incurable.
DEDICACIÓN DE
LA BASÍLICA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
Ya en el siglo XII se celebraba en la basílica vaticana de San
Pedro y en la basílica de San Pablo, en la vía Ostiense, el aniversario de las
respectivas dedicaciones, hechas por los santos papas Silvestre y Siricio en el
siglo IV.
Esta conmemoración
se extendió posteriormente a todo el rito romano. Del mismo modo que en el
aniversario de la basílica de Santa María la Mayor (el día 5 de agosto) se
celebra la maternidad de la Santísima Virgen, así hoy son honorados los dos
principales apóstoles de Cristo.
La
actual Basílica de San Pedro en Roma fue consagrada por el Papa Urbano Octavo
el 18 de noviembre de 1626, aniversario de la consagración de la Basílica
antigua.
La
construcción de este grandioso templo duró 170 años, bajo la dirección de 20
Sumos Pontífices. Está construida en la colina llamada Vaticano, sobre la tumba
de San Pedro.
Allí
en el Vaticano fue martirizado San Pedro (crucificándolo cabeza abajo) y ahí
mismo fue sepultado. Sobre su sepulcro hizo construir el emperador Constantino
una Basílica, en el año 323, y esa magnífica iglesia permaneció sin cambios
durante dos siglos. Junto a ella en la colina llamada Vaticano fueron
construyéndose varios edificios que pertenecían a los Sumos Pontífices. Durante
siglos fueron hermoseando cada vez más la Basílica.
Cuando
los Sumos Pontífices volvieron del destierro de Avignon el Papa empezó a vivir
en el Vaticano, junto a la Basílica de San Pedro (hasta entonces los Pontífices
habían vivido en el Palacio, junto a la Basílica de Letrán) y desde entonces la
Basílica de San Pedro ha sido siempre el templo más famoso del mundo.
La
Basílica de San Pedro mide 212 metros de largo, 140 de ancho, y 133 metros de
altura en su cúpula. Ocupa 15,000 metros cuadrados. No hay otro templo en el
mundo que le iguale en extensión.
Su
construcción la empezó el Papa Nicolás V en 1454, y la terminó y consagró el
Papa Urbano VIII en 1626 (170 años construyéndola). Trabajaron en ella los más
famosos artistas como Bramante, Rafael, Miguel Ángel y Bernini. Su hermosura es
impresionante.
Hoy
recordamos también la consagración de la Basílica de San Pablo, que está al
otro lado de Roma, a 11 kilómetros de San Pedro, en un sitio llamado "Las
tres fontanas", porque la tradición cuenta que allí le fue cortada la
cabeza a San Pablo y que al cortársela cayó al suelo y dio tres golpes y en
cada golpe salió una fuente de agua (y allí están las tales tres fontantas).
La
antigua Basílica de San Pablo la habían construido el Papa San León Magno y el
emperador Teodosio, pero en 1823 fue destruida por un incendio, y entonces, con
limosnas que los católicos enviaron desde todos los países del mundo se
construyó la nueva, sobre el modelo de la antigua, pero más grande y más
hermosa, la cual fue consagrada por el Papa Pío Nono en 1854. En los trabajos
de reconstrucción se encontró un sepulcro sumamente antiguo (de antes del siglo
IV) con esta inscripción: "A San Pablo, Apóstol y Mártir".
Estas
Basílicas nos recuerdan lo generosos que han sido los católicos de todos los
tiempos para que nuestros templos sean lo más hermoso posible, y cómo nosotros
debemos contribuir generosamente para mantener bello y elegante el templo de
nuestro barrio o de nuestra parroquia.
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