jueves, 14 de noviembre de 2019

Párate un momento: El Evangelio del dia 16 de NOVIEMBRE – SÁBADO – 32ª – SEMANA DEL T. O. – C – Santa Margarita de Escocia






16 de NOVIEMBRE – SÁBADO –
32ª – SEMANA DEL T. O. – C –

Lectura del libro de la Sabiduría (18,14-16;19,6-9):

Un silencio sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su carrera, tu palabra todopoderosa se abalanzó, como paladín inexorable, desde el trono real de los cielos al país condenado; llevaba la espada afilada de tu orden terminante; se detuvo y lo llenó todo de muerte; pisaba la tierra y tocaba el cielo. Porque la creación entera, cumpliendo tus órdenes, cambió radicalmente de naturaleza, para guardar incólumes a tus hijos.
Se vio la nube dando sombra al campamento, la tierra firme emergiendo donde había antes agua, el mar Rojo convertido en camino practicable y el violento oleaje hecho una vega verde; por allí pasaron, en formación compacta, los que iban protegidos por tu mano, presenciando prodigios asombrosos. Retozaban como potros y triscaban como corderos, alabándote a ti, Señor, su libertador.

Palabra de Dios

Salmo: 104,2-3.36-37.42-43

R/. Recordad las maravillas que hizo el Señor

Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas;
gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor. R/.

Hirió de muerte a los primogénitos del país,
primicias de su virilidad.
Sacó a su pueblo cargado de oro y plata,
y entre sus tribus nadie tropezaba. R/.

Porque se acordaba de la palabra sagrada
que había dado a su siervo Abrahán,
sacó a su pueblo con alegría,
a sus escogidos con gritos de triunfo. R/.

Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,1-8):

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario." Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara."»
Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»

Palabra del Señor

1.   Llama la atención el hecho de que Jesús, cuando habló sobre la oración, la
forma de orar que más recomendó y en la que más insistió, fue la oración de petición.   Recalcando la importancia de la petición insistente, sin desfallecer, ni cansarse, por muy difícil de resolver que sea el asunto por el que se pide. Y por mucho que tarde en resolverse.
Es evidente que Jesús vio, en esta forma concreta de oración, la plegaria o la súplica, la práctica que más necesitamos
en cuanto se refiere a la práctica de la oración al Padre del cielo.

2.   El caso o ejemplo concreto, que aquí presenta Jesús, es tan extraño, que
roza lo extravagante. No es imaginable que un individuo tan degenerado, que ni temía a Dios ni le importaban los hombres, un tipo así, fuera designado
como juez.
Más extraño resulta que un individuo así llegara a temer que una pobre viuda le pudiera pegar en la cara.
¿Es imaginable un hombre, que ocupa
un cargo relevante, tan degenerado y tan cobarde? 
Así las cosas, el argumento de Jesús es decir a sus discípulos: "si semejante individuo escucha y responde a lo que se le pide, ¿no va a escuchar y responder vuestro Padre, el Padre que más os quiere?"

3.   Es evidente que, para Jesús, la oración es importante en la vida cristiana.
Téngase en cuenta que incluso el "Padre nuestro" es también una   secuencia de peticiones. No es extraño encontrar cristianos que ponen serias objeciones al significado mismo de la oración de súplica.  Porque pedirle a Dios cosas que necesitamos, ¿para qué se hace? ¿Para informar a Dios de lo que necesitamos? - ¿Para hacerle querer lo que, en principio Dios no querría?
No se trata ni de lo uno ni de lo otro. A Dios acudimos a pedirle cosas que necesitamos porque es humano pedir ayuda cuando nos vemos en apuros, cuando nos sentimos apremiados por la carencia, la urgencia, le necesidad de algo que nos preocupa, nos angustia, o simplemente es algo que anhelamos. Pero lo más profundo e importante, que se expresa en esta enseñanza de Jesús, es    convencernos de que todos necesitamos   de la oración. Es determinante, para el creyente, el diálogo con el Padre, el recurso al Padre, la relación con Él.
Si Jesús mismo lo necesitó y lo frecuentó, ¿no lo vamos a necesitar nosotros?

Santa Margarita de Escocia

                

Santa Margarita, nacida en Hungría y casada con Malcolm III, rey de Escocia, que dio a luz ocho hijos, fue sumamente solícita por el bien del reino y de la Iglesia, y a la oración y a los ayunos añadía la generosidad para con los pobres, dando así un óptimo ejemplo como esposa, madre y reina.

Vida de Santa Margarita de Escocia

De estirpe regia y de santos. Por parte de padre emparenta con la realeza inglesa y por parte de madre con la de Hungría. Los santos son, por parte de padre, san Eduardo Confesor que era su bisabuelo y, por parte de madre, san Esteban, rey de Hungría.
Nació del matrimonio habido entre Eduardo y Agata, en Hungría, con fecha difícil de determinar. Su padre nunca llegó a reinar, porque al ser llamado por la nobleza inglesa para ello, resulta que el normando Guillermo el Conquistador invade sus tierras, se corona rey e impone el juramento de fidelidad; al poco tiempo murió Eduardo de muerte natural.
Pero esta situación fue la que hizo que Margarita llegara a ser reina de Escocia por casarse con el rey. Su madre había previsto y dispuesto que la familia regresara al continente al quedarse viuda tras la muerte de su esposo y, bien sea por necesidad de puerto a causa de tempestades, bien por la confianza en la buena acogida de la casa real escocesa, el caso es que atracaron en Escocia y allí se enamoró el rey Malcon III de Margarita y se casó con ella.
Es una mujer ejemplar en la corte y con la gente paño de lágrimas. Se la conoce delicada en el cumplimiento de sus obligaciones de esposa; esmerada en la educación de los hijos, les dedica todo el tiempo que cada uno necesita; sabe estar en el sitio que como a reina le corresponde en el trato con la nobleza y asume responsabilidades cristianas que le llenan el día. Señalan sus hagiógrafos las continuas preocupaciones por los más necesitados: visita y consuela enfermos llegando a limpiar sus heridas y a besar sus llagas; ayuda habitualmente a familias pobres y numerosas; socorre a los indigentes con bienes propios y de palacio hasta vender sus joyas. Lee a diario los Libros Santos, los medita y lo que es mejor ¡se esfuerza por cumplir las enseñanzas de Jesús! De ellos saca las luces y las fuerzas. De hecho, su libro de rezos, un precioso códice decorado con primor —milagrosamente recuperado sin sufrir daño del lecho del río en que cayó— se conserva en la biblioteca bodleiana de Oxford (Inglaterra).
También se ocupó de restaurar iglesias y levantar templos, destacando la edificación de la abadía de Dunferline.
Puso también empeño en eliminar del reino los abusos que se cometían en materia religiosa y se esforzó en poner fin a las abundantes supersticiones; para ello, convocó concilios con la intención de que los obispos determinaran el modo práctico de exponer todo y sólo lo que manda la Iglesia y las enseñanzas de los Padres.
"Gracias, Dios mío, porque me das paciencia para soportar tantas desgracias juntas". Esta fue su frase cuando le comunicaron la muerte de su esposo y de su hijo Eduardo en una acción bélica. Fue cuando marcharon a recuperar el castillo de Aluwick, en Northumberland, del que se había apoderado el usurpador Guillermo. Ella soportaba en aquellos momentos la larga y penosísima enfermedad que le llevó a la muerte el año 1093, en Edimburgo.
Es la reina Margarita la patrona de Escocia, canonizada por el papa Inociencio IV en el año 1250. Pero no pueden venerarse sus reliquias por desconocerse el lugar donde reposan. Por la manía que tenían los antiguos de desarmar los esqueletos de los santos, su cráneo —que perteneció a María Estuardo— se perdió con la Revolución francesa, porque lo tenían los jesuitas en Douai y, desde luego, no salieron muy bien parados sus bienes. El cuerpo tampoco se pudo encontrar cuando lo pidió Gelliers, arzobispo de Edimburgo, a Pío XI, aunque se sabe que se trasladó a España por empeño de Felipe II quien mandó tallar un sepulcro en El Escorial para los restos de Margarita y de su esposo.

Fuente: http://es.catholic.net/santoral/

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