16 de NOVIEMBRE – SÁBADO –
32ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Lectura
del libro de la Sabiduría (18,14-16;19,6-9):
Un silencio sereno lo envolvía todo, y, al mediar la noche su
carrera, tu palabra todopoderosa se abalanzó, como paladín inexorable, desde el
trono real de los cielos al país condenado; llevaba la espada afilada de tu
orden terminante; se detuvo y lo llenó todo de muerte; pisaba la tierra y
tocaba el cielo. Porque la creación entera, cumpliendo tus órdenes, cambió
radicalmente de naturaleza, para guardar incólumes a tus hijos.
Se
vio la nube dando sombra al campamento, la tierra firme emergiendo donde había
antes agua, el mar Rojo convertido en camino practicable y el violento oleaje
hecho una vega verde; por allí pasaron, en formación compacta, los que iban
protegidos por tu mano, presenciando prodigios asombrosos. Retozaban como
potros y triscaban como corderos, alabándote a ti, Señor, su libertador.
Palabra de Dios
Salmo: 104,2-3.36-37.42-43
R/.
Recordad las maravillas que hizo el Señor
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus
maravillas;
gloriaos de su nombre
santo,
que se alegren los que
buscan al Señor. R/.
Hirió de muerte a los primogénitos del país,
primicias de su
virilidad.
Sacó a su pueblo cargado
de oro y plata,
y entre sus tribus nadie
tropezaba. R/.
Porque se acordaba de la palabra sagrada
que había dado a su
siervo Abrahán,
sacó a su pueblo con
alegría,
a sus escogidos con
gritos de triunfo. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (18,1-8):
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo
tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
«Había
un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la
misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia
frente a mi adversario." Por algún tiempo se negó, pero después se dijo:
"Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está
fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara."»
Y
el Señor añadió:
«Fijaos
en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que
le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin
tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la
tierra?»
Palabra
del Señor
1.
Llama la atención el hecho de que Jesús, cuando habló sobre la oración,
la
forma de orar que más recomendó y en la que
más insistió, fue la oración de petición.
Recalcando la importancia de la petición insistente, sin desfallecer, ni
cansarse, por muy difícil de resolver que sea el asunto por el que se pide. Y
por mucho que tarde en resolverse.
Es evidente que Jesús vio, en esta
forma concreta de oración, la plegaria o la súplica, la práctica que más
necesitamos
en cuanto se refiere a la práctica de la
oración al Padre del cielo.
2.
El caso o ejemplo concreto, que aquí presenta Jesús, es tan extraño, que
roza lo extravagante. No es imaginable que un
individuo tan degenerado, que ni temía a Dios ni le importaban los hombres, un
tipo así, fuera designado
como juez.
Más extraño resulta que un individuo
así llegara a temer que una pobre viuda le pudiera pegar en la cara.
¿Es imaginable un hombre, que ocupa
un cargo relevante, tan degenerado y tan
cobarde?
Así las cosas, el argumento de Jesús
es decir a sus discípulos: "si semejante individuo escucha y responde a lo
que se le pide, ¿no va a escuchar y responder vuestro Padre, el Padre que más
os quiere?"
3.
Es evidente que, para Jesús, la oración es importante en la vida cristiana.
Téngase en cuenta que incluso el
"Padre nuestro" es también una
secuencia de peticiones. No es extraño encontrar cristianos que ponen
serias objeciones al significado mismo de la oración de súplica. Porque pedirle a Dios cosas que necesitamos,
¿para qué se hace? ¿Para informar a Dios de lo que necesitamos? - ¿Para hacerle
querer lo que, en principio Dios no querría?
No se trata ni de lo uno ni de lo
otro. A Dios acudimos a pedirle cosas que necesitamos porque es humano pedir ayuda
cuando nos vemos en apuros, cuando nos sentimos apremiados por la carencia, la
urgencia, le necesidad de algo que nos preocupa, nos angustia, o simplemente es
algo que anhelamos. Pero lo más profundo e importante, que se expresa en esta
enseñanza de Jesús, es convencernos de
que todos necesitamos de la oración. Es
determinante, para el creyente, el diálogo con el Padre, el recurso al Padre,
la relación con Él.
Si Jesús mismo lo necesitó y lo frecuentó,
¿no lo vamos a necesitar nosotros?
Santa Margarita de Escocia
Santa
Margarita, nacida en Hungría y casada con Malcolm III, rey de Escocia, que dio
a luz ocho hijos, fue sumamente solícita por el bien del reino y de la Iglesia,
y a la oración y a los ayunos añadía la generosidad para con los pobres, dando
así un óptimo ejemplo como esposa, madre y reina.
Vida
de Santa Margarita de Escocia
De
estirpe regia y de santos. Por parte de padre emparenta con la realeza inglesa
y por parte de madre con la de Hungría. Los santos son, por parte de padre, san
Eduardo Confesor que era su bisabuelo y, por parte de madre, san Esteban, rey
de Hungría.
Nació
del matrimonio habido entre Eduardo y Agata, en Hungría, con fecha difícil de
determinar. Su padre nunca llegó a reinar, porque al ser llamado por la nobleza
inglesa para ello, resulta que el normando Guillermo el Conquistador invade sus
tierras, se corona rey e impone el juramento de fidelidad; al poco tiempo murió
Eduardo de muerte natural.
Pero
esta situación fue la que hizo que Margarita llegara a ser reina de Escocia por
casarse con el rey. Su madre había previsto y dispuesto que la familia
regresara al continente al quedarse viuda tras la muerte de su esposo y, bien
sea por necesidad de puerto a causa de tempestades, bien por la confianza en la
buena acogida de la casa real escocesa, el caso es que atracaron en Escocia y
allí se enamoró el rey Malcon III de Margarita y se casó con ella.
Es una
mujer ejemplar en la corte y con la gente paño de lágrimas. Se la conoce
delicada en el cumplimiento de sus obligaciones de esposa; esmerada en la
educación de los hijos, les dedica todo el tiempo que cada uno necesita; sabe
estar en el sitio que como a reina le corresponde en el trato con la nobleza y
asume responsabilidades cristianas que le llenan el día. Señalan sus
hagiógrafos las continuas preocupaciones por los más necesitados: visita y
consuela enfermos llegando a limpiar sus heridas y a besar sus llagas; ayuda
habitualmente a familias pobres y numerosas; socorre a los indigentes con
bienes propios y de palacio hasta vender sus joyas. Lee a diario los Libros
Santos, los medita y lo que es mejor ¡se esfuerza por cumplir las enseñanzas de
Jesús! De ellos saca las luces y las fuerzas. De hecho, su libro de rezos, un
precioso códice decorado con primor —milagrosamente recuperado sin sufrir daño
del lecho del río en que cayó— se conserva en la biblioteca bodleiana de Oxford
(Inglaterra).
También
se ocupó de restaurar iglesias y levantar templos, destacando la edificación de
la abadía de Dunferline.
Puso
también empeño en eliminar del reino los abusos que se cometían en materia
religiosa y se esforzó en poner fin a las abundantes supersticiones; para ello,
convocó concilios con la intención de que los obispos determinaran el modo
práctico de exponer todo y sólo lo que manda la Iglesia y las enseñanzas de los
Padres.
"Gracias,
Dios mío, porque me das paciencia para soportar tantas desgracias juntas".
Esta fue su frase cuando le comunicaron la muerte de su esposo y de su hijo
Eduardo en una acción bélica. Fue cuando marcharon a recuperar el castillo de
Aluwick, en Northumberland, del que se había apoderado el usurpador Guillermo.
Ella soportaba en aquellos momentos la larga y penosísima enfermedad que le
llevó a la muerte el año 1093, en Edimburgo.
Es la
reina Margarita la patrona de Escocia, canonizada por el papa Inociencio IV en
el año 1250. Pero no pueden venerarse sus reliquias por desconocerse el lugar
donde reposan. Por la manía que tenían los antiguos de desarmar los esqueletos
de los santos, su cráneo —que perteneció a María Estuardo— se perdió con la
Revolución francesa, porque lo tenían los jesuitas en Douai y, desde luego, no
salieron muy bien parados sus bienes. El cuerpo tampoco se pudo encontrar
cuando lo pidió Gelliers, arzobispo de Edimburgo, a Pío XI, aunque se sabe que
se trasladó a España por empeño de Felipe II quien mandó tallar un sepulcro en
El Escorial para los restos de Margarita y de su esposo.
Fuente: http://es.catholic.net/santoral/
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