19 de NOVIEMBRE – MARTES –
33ª – SEMANA DEL T. O. – C –
Lectura
del segundo libro de los Macabeos (6,18-31):
En aquellos días, a Eleazar, uno de los principales escribas,
hombre de edad avanzada y semblante muy digno, le abrían la boca a la fuerza
para que comiera carne de cerdo. Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una
vida de infamia, escupió la carne y avanzó voluntariamente al suplicio, como
deben hacer los que son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa
de la vida.
Los
que presidían aquel sacrificio ilegal, viejos amigos de Eleazar, lo llevaron
aparte y le propusieron que hiciera traer carne permitida, preparada por él
mismo, y que la comiera, haciendo como que comía la carne del sacrificio
ordenado por el rey, para que así se librara de la muerte y, dada su antigua
amistad, lo tratasen con consideración.
Pero
él, adoptando una actitud cortés, digna de sus años, de su noble ancianidad, de
sus canas honradas e ilustres, de su conducta intachable desde niño y, sobre
todo, digna de la Ley santa dada por Dios, respondió todo seguido: «iEnviadme
al sepulcro!
Que
no es digno de mi edad ese engaño. Van a creer muchos jóvenes que Eleazar, a
los noventa años, ha apostatado, y, si miento por un poco de vida que me queda,
se van a extraviar con mi mal ejemplo. Eso sería manchar e infamar mi vejez. Y,
aunque de momento me librase del castigo de los hombres, no escaparía de la
mano del Omnipotente, ni vivo ni muerto. Si muero ahora como un valiente, me
mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo, para que
aprendan a arrostrar voluntariamente una muerte noble por amor a nuestra santa
y venerable Ley.»
Dicho
esto, se dirigió en seguida al suplicio. Los que lo llevaban, poco antes
deferentes con él, se endurecieron, considerando insensatas las palabras que
acababa de pronunciar.
Él,
a punto de morir a fuerza de golpes, dijo entre suspiros: «Bien sabe el Señor,
que posee la santa sabiduría, que, pudiendo librarme de la muerte, aguanto en
mi cuerpo los crueles dolores de la flagelación, y los sufro con gusto en mi
alma por respeto a él.»
Así terminó su vida,
dejando, no sólo a los jóvenes, sino a toda la nación, un ejemplo memorable de
heroísmo y de virtud.
Palabra de Dios
Salmo:3,2-3.4-5.6-7
R/. El
Señor me sostiene
Señor, cuántos son mis enemigos,
cuántos se levantan
contra mí;
cuántos dicen de mí: «Ya
no lo protege Dios.» R/.
Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria,
tú mantienes alta mi
cabeza.
Si grito invocando al
Señor,
él me escucha desde su
monte santo. R/.
Puedo acostarme y dormir y despertar:
el Señor me sostiene.
No temeré al pueblo
innumerable
que acampa a mi
alrededor. R/.
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (19,1-10):
En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un
hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién
era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más
adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.
Jesús,
al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
«Zaqueo,
baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.»
Él
bajó en seguida y lo recibió muy contento.
Al
ver esto, todos murmuraban, diciendo:
«Ha
entrado a hospedarse en casa de un pecador.»
Pero
Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor:
«Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la
doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces
más.»
Jesús
le contestó:
«Hoy
ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el
Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.»
Palabra
del Señor
1.
En este episodio no se habla simplemente de un "publicano",
sino de un "jefe de publicanos". Eso era Zaqueo.
Pues bien, los jefes de publicanos
eran personas importantes (J. A. Pagola), que tenían a su servicio a los
simples publicanos como auténticos esclavos de sus patronos (los
"jefes"), hombres odiados
por el pueblo, ya que con frecuencia extorsionaban a los más débiles, imponían
impuestos más gravosos, lo que era robar, en el sentido
más propio de la palabra. Y así es como se
hacían ricos.
A esta clase de individuos pertenecía
Zaqueo.
2.
Sin duda, lo más significativo de este relato está en que la iniciativa
de irse a estar en casa de Zaqueo no surgió de un deseo del propio Zaqueo, sino
que
brotó de Jesús. Y brotó de forma que fue Jesús
quien dijo: "tengo que alojarme en tu casa". Literalmente: "debo
de permanecer en tu casa" (dei me meinai)
(Lc 19, 5 b).
Jesús veía como un deber irse
precisamente a la casa del hombre peor visto en la ciudad. Y estar allí. De
ahí, el escándalo masivo: "todos murmuraban" contra Jesús. Pero es
evidente que Jesús vio que era más importante estar junto al perdido, en casa
del extraviado, que salvaguardar su buen nombre, su prestigio público, su fama
de hombre de Dios, de hombre ejemplar.
En la ciudad de Jericó, Jesús
quedó como un guiñapo o un desquiciado. Pero
salvó algo que para él era más importante:
salvar a aquel "pecador" que, para nosotros hoy, sería un
"delincuente" que había saqueado a medio pueblo.
3.
La bondad es la fuerza que cambia a las personas. Además, la bondad
genera honradez, bondad, generosidad, desprendimiento, sensibilidad hacia los
maltratados por la vida.
La bondad es la única fuerza que pone las cosas en su sitio. La bondad de
Jesús con Zaqueo hizo de Zaqueo un hombre desprendido, justo, buena persona.
Santa Eva
Madre de todos los hombres, a pesar de
traer el pecado al mundo junto con Adán, esta misma fue la "feliz culpa
que nos mereció tan grande y buen redentor".
Vida de Santa Eva
Como dice el Génesis, en que aparece el
nombre de Eva con su interpretación, Eva significa "Madre de todos los
mortales". Es una gran distinción que la mujer, desde el principio,
aparezca en la Biblia con un nombre que la ennoblece. No es pareja en este
aspecto la fortuna de Adán, puesto que mantiene como nombre propio su nombre
común, cuya forma es Adam y significa hijo de la tierra de labor, o incluso la
misma tierra labrantía, la tierra roja. El nombre común de mujer, como dice la
misma Biblia es Adama, pero Dios quiso honrarla con el nombre de Eva. Con ser
tan significativo este nombre, no se ha extendido de forma considerable su uso
hasta nuestros días, en que goza de popularidad.
Eva es la madre del género humano, por lo que
ocupa un lugar muy importante en los libros sagrados en que se asientan los
cimientos de nuestra cultura. En el inicio de la humanidad tenía que quedar
explicado nuestro presente. Por eso la Biblia nos presenta a una primera mujer,
Eva, que es el punto de partida de la mujer de hoy. Punto de partida de una
humanidad que va con fuerza hacia delante, y en el que la mujer está
recuperando el terreno perdido. Explica, pues, la Biblia en el Génesis, que
"Adán dio nombres a todos los animales y a todas las aves del cielo, y a
cada una de las bestias del campo; pero que no encontraba una compañera para
él. Por lo que sumió el Señor Dios a Adán en un profundo sueño, y quedó
dormido. Y tomó una de sus costillas y la rellenó de carne. Y de la costilla
que el Señor Dios había tomado del hombre, hizo una mujer y se la presentó a
Adán, quien exclamó: Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mis carnes.
Ella se llamará Varona porque ha sido formada del varón." (Génesis, 2
20-23). Hay que decir que entre todas las mitologías que narran el origen del
hombre y de la mujer, la historia bíblica de Eva es de las más bellas, de las que
encierran un concepto más alto de la mujer. La Eva bíblica es, en efecto,
incluido el relato de la manzana (interpretación simplificada de un mensaje más
complejo), una mujer en plano de igualdad con el hombre, un modelo de mujer
extraordinariamente atractivo en una época en que apenas se estaba iniciando su
salida de la esclavización a que había sido sometida (no olvidemos que aún hoy
en algunas culturas la condición de la mujer se acerca excesivamente a la
esclavitud). De ahí que la figura de Eva haya sido altamente mitificada y se
haya convertido en una de las imágenes más representadas en toda la historia de
la pintura, y en un tema que no falta en ningún códice miniado.
Celebran su onomástica las que llevan el
nombre de Eva el 19 de diciembre, en que la Iglesia conmemora a la idealizada
madre de toda la humanidad, que bien se ganó la gloria del Paraíso.
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