2- DE JUNIO –MIERCOLES –
9ª – SEMANA DEL T. O. – B –
San Marcelino y San Pedro,
mártires
Lectura del libro de Tobías (3,1-1a.16-17a):
En aquellos días, profundamente afligido, sollocé, me
eché a llorar y empecé a rezar entre sollozos:
«Señor, tú eres justo, todas tus obras son
justas; tú actúas con misericordia y lealtad, tú eres el juez del mundo.
Tú, Señor, acuérdate de mí y mírame; no me
castigues por mis pecados, mis errores y los de mis padres, cometidos en tu
presencia, desobedeciendo tus mandatos.
Nos has entregado al saqueo, al destierro y
a la muerte, nos has hecho refrán, comentario y burla de todas las naciones
donde nos has dispersado. Sí, todas tus sentencias son justas cuando me tratas
así por mis pecados, porque no hemos cumplido tus mandatos ni hemos procedido
lealmente en tu presencia. Haz ahora de mí lo que te guste. Manda que me quiten
la vida, y desapareceré de la faz de la tierra y en tierra me convertiré.
Porque más vale morir que vivir, después de oír ultrajes que no merezco y verme
invadido de tristeza. Manda, Señor, que yo me libre de esta prueba; déjame
marchar a la eterna morada y no me apartes tu rostro, Señor, porque más me vale
morir que vivir pasando esta prueba y escuchando tales ultrajes.»
Aquel mismo día, Sara, la hija de Ragüel, el
de Ecbatana de Media, tuvo que soportar también los insultos de una criada de
su padre; porque Sara se había casado siete veces, pero el maldito demonio
Asmodeo fue matando a todos los maridos, cuando iban a unirse a ella según
costumbre.
La criada le dijo:
«Eres tú la que matas a tus maridos. Te han
casado ya con siete, y no llevas el apellido ni siquiera de uno. Porque ellos
hayan muerto, ¿a qué nos castigas por su culpa? ¡Vete con ellos! ¡Que no veamos
nunca ni un hijo ni una hija tuya!»
Entonces Sara, profundamente afligida, se
echó a llorar y subió al piso de arriba de la casa, con intención de ahorcarse.
Pero lo pensó otra vez, y se dijo:
«¡Van a echárselo en cara a mi padre! Le
dirán que la única hija que tenía, tan querida, se ahorcó al verse hecha una
desgraciada. Y mandaré a la tumba a mi anciano padre, de puro dolor. Será mejor
no ahorcarme, sino pedir al Señor la muerte, y así ya no tendré que oír más
insultos.»
Extendió las manos hacia la ventana y rezó.
En el mismo momento, el Dios de la gloria escuchó la oración de los dos, y
envió a Rafael para curarlos.
Palabra de Dios
Salmo: 24,2-3.4-5ab.6-7bc.8-9
R/. A ti, Señor, levanto mi alma
Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado,
que no triunfen de mí
mis enemigos;
pues los que esperan
en ti no quedan defraudados,
mientras que el
fracaso malogra a los traidores. R/.
Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus
sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú
eres mi Dios y Salvador. R/.
Recuerda, Señor,
que tu ternura y tu
misericordia son eternas;
acuérdate de mí con
misericordia,
por tu bondad, Señor. R/.
El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a
los pecadores;
hace caminar a los
humildes con rectitud,
enseña su camino a los
humildes. R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (12,18-27):
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús
unos saduceos, de los que dicen que no hay resurrección, y le preguntaron:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: "Si
a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la viuda
y dé descendencia a su hermano." Pues
bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se
casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de
los siete dejó hijos. Por último murió la mujer.
Cuando llegue la resurrección y vuelvan a la
vida, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con
ella.»
Jesús les respondió:
«Estáis equivocados, porque no entendéis la
Escritura ni el poder de Dios. Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres
se casarán; serán como ángeles del cielo. Y a propósito de que los muertos
resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza,
lo que le dijo Dios: "Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios
de Jacob"?
No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis
muy equivocados.»
Palabra del Señor
1. Este extraño episodio nos
resulta difícil de entender. Entre otras razones, por el caso que los saduceos
le plantean a Jesús. Este caso se
explica por la antiquísima "ley del levirato" (del latín levir,
"cuñado"). Una ley, propia de culturas muy antiguas, que pretendía
perpetuar el nombre del marido y, sobre todo, asegurar la propiedad familiar,
como derecho del varón y sus descendientes. En la historia bíblica se encuentra
el caso de Tamar (Gen 38) y de Rut (rt 2, 20; 3, 12). Era, por tanto, una
"ley machista", que ponía en evidencia la desigualdad de derechos del
hombre y de la mujer.
2. Pero el fondo del problema, que plantea este relato, se
refiere a la resurrección. Los saduceos no creían en
eso. Pensaban que con la muerte se acababa la vida
definitivamente. Hay que tener en cuenta que los saduceos eran el partido
político de los más ricos. Y también de los que dominaban el culto y los cargos
de mando en el Templo (J. Jeremías).
Las personas y los grupos que tienen un alto nivel de vida y gozan de
riquezas, normalmente, no creen nada más que en esta vida y sus disfrutes. Con
eso se consideran
satisfechos.
3. Jesús les desmonta su argumentación. Y les dice, en su cara,
que "están muy equivocados". Jesús afirma con fuerza la fe
y la esperanza en la resurrección. Con la muerte no se acaba la vida. O sea, lo
que debe regir nuestras vidas es la esperanza en la promesa de Jesús, no la
seguridad que nos da el dinero, las cuentas corrientes bien dotadas, los bienes
que posee la familia, la diócesis o la orden religiosa. Todo eso nos lleva
derechos a vivir en el engaño. Y a perder la verdadera esperanza.
San Marcelino y San Pedro,
mártires
Nos ha dejado noticias de su muerte
el papa san Dámaso, que las oyó de boca del mismo verdugo. El martirio tuvo
lugar durante la persecución de Diocleciano (284-305).
Fueron decapitados en un bosque,
pero sus cuerpos fueron trasladados y sepultados en el cementerio llamado Ad
duas lauros, en la vía Labicana, donde después de la paz de Constantino se
erigió una basílica.
Marcelino y Pedro se encuentran entre los santos romanos que se conmemoran
en el canon I de la misa. Marcelino era un prominente sacerdote en Roma durante
el reinado de Diocleciano, mientras que Pedro, según se afirma, era un
exorcista. Debido a un error de lectura del Hieronymianum, se había llegado a
la conclusión de que otros mártires perecieron con ellos, en número de cuarenta
y cuatro, y así lo consignaba el anterior Martirologio Romano, lo que fue
enmendado en el actual. Un relato muy poco digno de confianza sobre su pasión,
declara que ambos cristianos fueron aprehendidos y arrojados en la prisión,
donde tanto Marcelino como Pedro mostraron un celo extraordinario en alentar a
los fieles cautivos y catequizar a los paganos, para obtener nuevas conversiones,
como la del carcelero Artemio, con su mujer y su hija.
De acuerdo con la misma fuente de información, todos fueron condenados a
muerte por el magistrado Sereno o Severo, como también se le llama. Marcelino y
Pedro fueron conducidos en secreto a un bosquecillo que llevaba el nombre de
Selva Negra, para que nadie supiera el lugar de su sepultura y se les cortó la
cabeza. Sin embargo, el secreto se divulgó, tal vez por medio del mismo verdugo
que posteriormente se convirtió al cristianismo.
Dos piadosas mujeres, Lucila y Fermina, exhumaron los cadáveres y les dieron
conveniente sepultura en la catacumba de San Tiburcio, sobre la Vía Labicana,
no sin recoger antes algunas reliquias. El papa Dámaso, autor del epitafio para
la tumba de los dos mártires, declaró que siendo niño, se enteró de los
pormenores de su ejecución por boca del propio verdugo. El emperador
Constantino mandó edificar una iglesia sobre la tumba de los mártires y quiso
que ahí fuera sepultada su madre, Santa Elena. En el año de 827, el Papa
Gregorio IV hizo donación de los restos de estos santos a Eginhard, antiguo
hombre de confianza de Carlomagno, para que las reliquias fueran veneradas en
los monasterios que había construido o restaurado; por fin, los cuerpos de los
mártires descansaron en el monasterio de Seligenstadt, a unos veintidós
kilómetros y medio de Francfort.
Todavía se conservan los relatos donde se registraron minuciosamente todos
los detalles de los milagros que tuvieron lugar durante aquella famosa
traslación. La prueba de que en la Roma antigua se rendía mucho culto a estos
dos santos, está en que abundan inscripciones para conmemorarlos, como ésta:
«Sáncte Petr (e) Marcelline, suscipite vestrum alumnum» (Sanos Pedro y
Marcelino, recibid a vuestro alumno).