4 DE MAYO -MARTES–
5ª - SEMANA DE PASCUA – B –
San José María Rubio
Peralta
Lectura del libro de los Hechos de
los apóstoles (14,19-28):
EN aquellos días, llegaron unos judíos de Antioquía y de Iconio y se ganaron
a la gente; apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad, dejándolo
ya por muerto. Entonces lo rodearon los discípulos; él se levantó y volvió a la
ciudad.
Al día siguiente, salió con Bernabé para Derbe. Después de predicar el
Evangelio en aquella ciudad y de ganar bastantes discípulos, volvieron a
Listra, a Iconio y a Antioquia, animando a los discípulos y exhortándolos a
perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar muchas tribulaciones para
entrar en el reino de Dios.
En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban
al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Y
después de predicar la Palabra en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron
para Antioquia, de donde los habían encomendado a la gracia de Dios para la
misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron
lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles
la puerta de la fe. Se quedaron allí bastante tiempo con los discípulos.
Palabra de Dios
Salmo: 144,10-11.12-13ab.21
R/. Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles.
Que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R/.
Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad. R/.
Pronuncie mi boca la alabanza del Señor,
todo viviente bendiga su santo nombre
por siempre jamás. R/.
Lectura del santo evangelio según
san Juan (14,27-31a):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no
turbe vuestro corazón ni se acobarde.
Me habéis oído decir:
“Me voy y vuelvo a vuestro lado”.
Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más
que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda
creáis.
Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el príncipe del mundo; no
es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo
amo al Padre, y que, como el Padre me ha ordenado, así actúo yo».
Palabra del Señor
1. El miedo es quizá la peor de las amenazas
que tenemos que soportar los cristianos. Por eso, Jesús les
pide a sus discípulos que no se dejen dominar por el miedo, que no tiemblen ni se acobarden.
- ¿Por qué esta petición?
Porque Jesús les estaba pidiendo algo que le produce miedo a una persona
religiosa.
Se trataba de desmontar la idea de Dios y la experiencia de Dios, que
habían heredado de sus mayores y que
habían vivido en su cultura. Y, en lugar del "Dios de siempre", tenían que acostumbrarse a ver a Dios, no en
lo divino "sino en lo humano"; no en "lo sagrado", sino
"en lo profano"; no en "lo religioso", sino "en lo
laico".
- ¿No es esto como para suscitar verdadero miedo?
2. Por más que Jesús sea
"imagen" de Dios, el mismo Jesús dice que él no es igual a Dios: "El Padre es más que yo". Jesús
sabe y afirma su condición de creatura (protótocos), el
"primogénito" de la creación (Col 1, 15). Lo cual pone al descubierto la gravedad de lo que Jesús les está pidiendo a los
discípulos y a todos sus seguidores: tienen que ver a Dios en un ser
humano. Esto, para aquellos hombres y para
nosotros, es fuerte, demasiado fuerte.
3. Por más que lo pensemos y lo digamos, el hecho es que a
Dios no lo vemos en lo humano, en un ser humano. Por la sencilla
razón de que lo humano nos resulta insignificante, rutinario,
feo, incluso despreciable o repugnante.
- ¿Ver en eso a Dios?
Esta es la cuestión, la gran cuestión, para nuestra fe en Dios.
San José María Rubio
Peralta
José María Rubio y Peralta nació en Dalías (Almería) el
día 22 de julio de 1864, el mayor de doce hermanos del matrimonio compuesto por
don Francisco y doña Mercedes, campesinos. De él dijo su abuelo materno, don
Eugenio: “Yo me moriré, pero el que viva verá que este niño será un hombre
importante y que valdrá mucho para Dios”. En su pueblo natal acudió a la
escuela y después de las clases le gustaba leer las vidas de santos. Con diez
años un canónigo, José María, tío suyo, le hizo estudiar en un Instituto de
Bachillerato en la capital, pero, viendo que tenía vocación sacerdotal, lo
envió al seminario diocesano de Almería. En 1879 se trasladó al seminario de
San Cecilio en Granada, donde terminó los estudios filosóficos, los cuatro de
teología y dos de derecho canónico, siendo alumno aventajado de otro canónigo,
don Joaquín Torres, quien al pasar a Madrid, se llevó consigo a José María. En
1887 lo inscribió en el Seminario diocesano de la Inmaculada y de San Dámaso,
de Madrid, que entonces estaba en la calle de La Pasa, y el 24 de septiembre de
este mismo año fue ordenado sacerdote incardinado en esta diócesis. Celebró su
primera Misa el 8 de octubre siguiente en la entonces catedral de San Isidro,
en la capilla de la Virgen del Buen Consejo.
El 1 de noviembre de 1887 fue nombrado coadjutor de la
parroquia de Chinchón (Madrid), donde en tan solo nueve meses ya empezó a tener
fama de santo, mientras continuaba con dos cursos facultativos de Teología en
el Seminario para obtener en 1888 la Licenciatura en Teología en Toledo.
También allí obtuvo la Licenciatura en Derecho Canónico en 1897. Antes del
amanecer ya estaba en la Iglesia orando y dedicaba largas horas a la catequesis
de niños. Impresionaba a todos por su austeridad y pobreza y por su caridad con
los más pobres.
El 24 de septiembre de 1889 fue trasladado de
administrador parroquial a Estremera (Madrid) caracterizándose en su apostolado
parroquial por compaginar su vida de oración con la atención a los pobres y
enfermos, dando cuanto tenía a los demás. Se dejó convencer para presentarse a
unas oposiciones de canónigo en Madrid, que perdió, y a consecuencia de eso fue
nombrado profesor de Latín, Filosofía y Teología pastoral en el Seminario
madrileño y por ello tuvo que trasladarse a la capital de España.
Fue nombrado notario del obispado y más tarde encargado
del registro. Se le designó también capellán de las religiosas Bernardas y como
tal permaneció durante trece años; este cargo le facilitaba entregarse a un
intenso apostolado que sería la característica principal de toda su vida:
atendía a muchísimas personas en el sacramento de la penitencia como excelente
confesor, daba catequesis a niñas pobres, en las “escuelas dominicales”, se
dedicaba a los “traperos”, “parados” y a los llamados “golfos” y a la vez
dirigía continuamente tandas de ejercicios espirituales. Pasaba muchas noches
en oración. Quienes le veían celebrar la Misa decían: “Parece que habla con
alguien”. En 1904 peregrinó a Roma y Tierra Santa. Le impresionaron para
siempre las dos visitas. De Roma, el Papa Pío X, las catacumbas y las tumbas de
Pedro y Pablo y de Jerusalén, el Santo Sepulcro y el Calvario.
Siendo sacerdote diocesano secular, tenía una gran
admiración por la Compañía de Jesús. Se llamaba a sí mismo “jesuita de
afición”. Toda su vida se centraba en “cumplir la voluntad de Dios”. Y el 11 de
octubre de 1906 entró en el noviciado de la Compañía de Jesús de Granada. Hizo
sus primeros votos el 12 de octubre de 1908 y permaneció otro año en Granada
para profundizar en sus estudios teológicos mientras a la vez predicaba
misiones populares y daba tandas de ejercicios espirituales. Seguidamente
trabajó en obras apostólicas en la residencia jesuítica de Sevilla, dirigiendo
la Congregación mariana de jóvenes, la Comunión reparadora de los militares, el
Apostolado de la Oración, las Conferencias de San Vicente de Paúl y una escuela
vespertina para obreros. Atendía también el confesionario de la iglesia y la
predicación a los miembros de la Adoración nocturna. Era exigente pero siempre con
dulzura. “Se cazan más moscas con una gota de miel que con un barril de
vinagre”, decía con gracia. En septiembre de ese año se trasladó a Manresa
(Barcelona) para su “tercer año de probación” desde donde fue destinado a
Madrid y aquí, el 2 de febrero de 1917 emitió sus votos perpetuos.
Desde entonces Madrid fue el campo de su intenso
apostolado. Vivía en la residencia jesuítica de la calle de La Flor y era
buscado y requerido por todo el mundo. Con sotana y roquete, la cabeza
ligeramente inclinada, destellaba tal bondad que atraída sobrenaturalmente.
Aunque no hablaba retóricamente como otros oradores, sin embargo, sus sermones
atraían a la gente y convencía porque vivía lo que predicaba. Repetía como
lema: “Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace”. Organizó, predicó y
atendió personalmente a distintas misiones populares en pueblos pequeños de
Madrid. Vivió una temporada de escrúpulos, pero eso no le impidió dedicarse a
promover obras de apostolado que hicieran bien a cuanta más gente pudiera, por
eso su fama de santidad era extraordinaria en todo el Madrid de su tiempo.
Intentó fundar “los discípulos de San Juan” e incluso fue sometido a un
registro policial acusado de crear un nuevo instituto religioso. Cuando los
superiores le prohibieron esta actividad, lo aceptó de tan buena forma
diciendo: “No busco más que cumplir la santísima voluntad de Dios”. Cuando le
removieron de su cargo de director de las Marías de los Sagrarios y de un
Boletín del Sagrado Corazón, manifestó: “Debo ser tonto. No me cuesta
obedecer”.
Mientras tanto, había que permanecer más de tres horas
en la fila para confesarse con él. Atendía a todos por igual y por orden, lo
mismo a marquesas que a pobres. Gozaba de dones místicos e incluso de gracias
especiales sobrenaturales, como el don de profecía y de videncia. Comprobaron
estar a la vez y a la misma hora en el confesionario y visitando a un enfermo.
Escuchaba íntimamente llamadas de socorro a distancia y
hasta el aviso de una madre fallecida para ir a atender a su hijo incrédulo. Un
día de carnaval, un grupo de comparsa le había preparado una trampa, llamándolo
a una casa de citas para administrar los últimos sacramentos a un enfermo. Uno
de ellos, en la cama se hacía pasar por moribundo para que se rieran los demás
y dar ocasión de fotografiar al Padre Rubio en esta ocasión “ridícula”. Al
entrar él en el prostíbulo con intención de atender al enfermo, descubrió que
estaba realmente muerto. Fue tal la impresión que dos de aquel grupo se
hicieron religiosos poco después.
La Ventilla. Ejerció su ministerio pastoral con una
dimensión social en los suburbios más pobres de Madrid, singularmente en el de
La Ventilla, donde los movimientos revolucionarios encendían a la clase obrera.
Fundó escuelas, predicó la Palabra de Dios y fue formador de muchos cristianos
que morirían mártires durante la persecución religiosa en España.
Su testamento, en una charla a las “Marías de los
Sagrarios”, fue el de exhortar a realizar una “liga secreta” de personas que
vivieran la perfección en medio del mundo, promoviendo así una forma de
consagración que más tarde se concretaría en los institutos seculares.
Presintió su propia muerte y hasta llegó a despedirse de sus amigos. A finales
de abril de 1929, viéndolo debilitado por su intenso trabajo y por su dolorosa
enfermedad, los superiores lo transfirieron al noviciado de Aranjuez para que
reposara. Allí, después de haber roto por humildad sus apuntes espirituales,
decía:
“Señor, si quieres
llevarme ahora, estoy preparado”. “Abandono, abandono”.
A los tres días
después de su llegada, el 2 de mayo de 1929, en una butaca dijo:
“Ahora me voy” y
expiró por una angina de pecho. En todo Madrid no se hablaba de otra cosa: “¡Ha
muerto un santo!”. Miles de personas asistieron a su funeral y entierro. Sus
restos fueron inhumados en el cementerio del mismo noviciado, pero en 1953
fueron trasladados a la nueva Casa Profesa de Madrid.
Fue beatificado en Roma por el Papa Juan Pablo II el 6
de octubre de 1985, sus reliquias están en una Casa de la Compañía, en el
claustro junto a la iglesia parroquial del Sagrado Corazón y San Francisco de
Borja, Maldonado, nº 1, y su memoria litúrgica se viene celebrando el 4 de
mayo.
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