28 DE MAYO – VIERNES –
8ª – SEMANA DEL T. O. – B –
San Germán de París
Lectura del libro del Eclesiástico (44,1.9-13):
Hagamos el elogio de los hombres de bien, de la serie
de nuestros antepasados. Hay quienes no dejaron recuerdo, y acabaron al acabar
su vida: fueron como si no hubieran sido, y lo mismo sus hijos tras ellos. No
así los hombres de bien, su esperanza no se acabó; sus bienes perduran en su
descendencia, su heredad pasa de hijos a nietos. Sus hijos siguen fieles a la
alianza, y también sus nietos, gracias a ellos. Su recuerdo dura por siempre,
su caridad no se olvidará.
Palabra de Dios
Salmo: 149,1-2.3-4.5-6a.9b
R/. El Señor ama a su pueblo
Cantad al Señor un cántico nuevo,
resuene su alabanza en
la asamblea de los fieles;
que se alegre Israel
por su Creador,
los hijos de Sión por
su Rey. R/.
Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores
y cítaras;
porque el Señor ama a
su pueblo
y adorna con la
victoria a los humildes. R/.
Que los fieles festejen su gloria
y canten jubilosos en
filas:
con vítores a Dios en
la boca;
es un honor para todos
sus fieles. R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (11,11-26):
Al día siguiente, cuando salió de Betania, sintió
hambre. Vio de lejos una higuera con hojas y se acercó para ver si encontraba
algo; al llegar no encontró más que hojas, porque no era tiempo de higos.
Entonces le dijo:
«Nunca jamás coma nadie de ti.»
Los discípulos lo oyeron.
Llegaron a Jerusalén, entró en el templo y
se puso a echar a los que traficaban allí, volcando las mesas de los cambistas
y los puestos de los que vendían palomas. Y no consentía a nadie transportar
objetos por el templo.
Y los instruía, diciendo:
«¿No está escrito: "Mi casa se llamará
casa de oración para todos los pueblos" Vosotros, en cambio, la habéis
convertido en cueva de bandidos.»
Se enteraron los sumos sacerdotes y los
escribas y, como le tenían miedo, porque todo el mundo estaba asombrado de su
doctrina, buscaban una manera de acabar con él. Cuando atardeció, salieron de
la ciudad. A la mañana siguiente, al pasar, vieron la higuera seca de raíz.
Pedro cayó en la cuenta y dijo a Jesús:
«Maestro, mira, la higuera que maldijiste se
ha secado.»
Jesús contestó:
«Tened fe en Dios. Os aseguro que si uno
dice a este monte: "Quítate de ahí y tirate al mar", no con dudas,
sino con fe en que sucederá lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo:
Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que os la han concedido, y la obtendréis.
Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que
también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas.»
Palabra del Señor
1. Después de su entrada en Jerusalén, montado en un
borrico, lo primero que relata el evangelio de Marcos es el famoso incidente
del templo. El relato es sobrio y rápido. Pero es un relato con una fuerza y
una actualidad que mucha gente no imagina. No se trata de la
"purificación" del templo, sino de la "supresión" del
templo. En realidad, desde entonces, los cristianos no volvieron a
tener templos hasta el siglo IV.
O sea, pasaron 300 años sin "lugares sagrados". Los cristianos de
tiempos del Imperio se reunían en casas. Y sabemos que Jesús le dijo a una
mujer samaritana que había llegado la hora de adorar a Dios, no en sitios
determinados, sino "en espíritu y verdad" (Jn 4, 21-23).
Y es que, cuando la religión se sirve de "lo sagrado" para ganar
dinero, un templo es una cueva de bandidos. Los privilegios
económicos, que obtiene la Iglesia, a costa de "lo sagrado", son un
robo.
2. El segundo incidente, que se nos recuerda en esta narración,
es la maldición de la higuera, que se secó de inmediato. - ¿Por
qué? Porque en ella había "apariencia" de hojas con
su color verde pero allí no había "frutos" que pudieran alimentar a
un ser humano. Por eso el tema de los frutos, que cada cual produce,
es capital en la mentalidad de Jesús.
Al cristiano se le conoce por los frutos que produce (Mt 7, 16 par,
Lc 6, 44, par). Y los frutos son lo que se hace en bien de los demás, lo que
nos hace más felices o simplemente lo que nos quita el hambre, como le ocurrió
al propio Jesús.
3. El tercer dato importante de este episodio es lo de "la
fe que traslada montañas".
Esta afirmación, así, no la dijo nunca Jesús. Cuando Jesús les habló a los
discípulos de la eficacia de la oración, no se refería a cualquier montaña, si
"a este monte" (to órei toúto). - ¿De qué monte hablaba
Jesús? Se ha discutido si se podía referir al Monte de los Olivos o
al Monte del Templo.
Viniendo desde Betania, el monte que se veía delante era sin duda alguna,
el del Templo (Joel Marcus, S. E. Dowd, W. R. Telford).
Lo
que desemboca en una conclusión tremenda: la fe firme en Jesús acaba con el
templo, con "lo sagrado", con el monte sobre el que se levanta.
A Dios lo encontramos, no ya en "lo sagrado", sino en "lo
humano", lo verdaderamente humano.
San Germán de París
En París, en la Galia, san Germán, obispo, que habiendo
sido antes abad de San Sinforiano de Autún, fue llamado a la sede de París y,
conservando el estilo de vida monástico, ejerció una fructuosa cura de almas.
Vida de San Germán de París
Gran parte de su vida la conocemos por el testimonio de
su colega el obispo Fortunato que asegura estuvo adornado del don de milagros.
Nació Germán en la Borgoña, en Autun, del matrimonio
que formaban Eleuterio y Eusebia en el último tercio del siglo V. No tuvo buena
suerte en los primeros años de su vida carente del cariño de los suyos y hasta
estuvo con el peligro de morir primero por el intento de aborto por parte de su
madre y luego por las manipulaciones de su tía, la madre del primo Estratidio
con quien estudiaba en Avalon, que intentó envenenarle por celos.
Su pariente de Lazy -con quien vive durante 15 años- es
el que compensa los mimos que no tuvo Germán en la niñez. Allí sí que encuentra
amor y un ambiente de trabajo lleno de buen humor y de piedad propicio para el
desarrollo integral del muchacho que ya despunta en cualidades por encima de lo
común para su edad.
Con los obispos tuvo suerte. Agripin, el de Autun, lo
ordena sacerdote solucionándole las dificultades y venciendo la resistencia de
Germán para recibir tan alto ministerio en la Iglesia; luego, Nectario, su
sucesor, lo nombra abad del monasterio de san Sinforiano, en los arrabales de
la ciudad. Modelo de abad que marca el tono sobrenatural de la casa caminando
por delante con el ejemplo en la vida de oración, la observancia de la
disciplina, el espíritu penitente y la caridad.
Es allí donde comienza a manifestarse en Germán el don
de milagros, según el relato de Fortunato. Por lo que cuenta su biógrafo, se
había propuesto el santo abad que ningún pobre que se acercara al convento a
pedir se fuera sin comida; un día reparte el pan reservado para los monjes
porque ya no había más; cuando brota la murmuración y la queja entre los
frailes que veían peligrar su pitanza, llegan al convento dos cargas de pan y,
al día siguiente, dos carros llenos de comida para las necesidades del
monasterio. También se narra el milagro de haber apagado con un roción de agua
bendita el fuego del pajar lleno de heno que amenazaba con arruinar el
monasterio. Otro más -y curioso- es cuando el obispo, celoso -que de todo hay-
por las cosas buenas que se hablan de Germán, lo manda poner en la cárcel por
no se sabe qué motivo (quizá hoy se le llamaría «incompatibilidad»); las
puertas se le abrieron al estilo de lo que pasó al principio de la cristiandad
con el apóstol, pero Germán no se marchó antes de que el mismo obispo fuera a
darle la libertad; con este episodio cambió el obispo sus celos por admiración.
El rey Childeberto usa su autoridad en el 554 para que
sea nombrado obispo de París a la muerte de Eusebio y, además, lo nombra limosnero
mayor. También curó al rey cuando estaba enfermo en el castillo de Celles,
cerca de Melun, donde se juntan el Yona y el Sena, con la sola imposición de
las manos.
Como su vida fue larga, hubo ocasión de intervenir
varias veces en los acontecimientos de la familia real. Alguno fue doloroso
porque un hombre de bien no puede transigir con la verdad; a Cariberto, rey de
París -el hijo de Clotario y, por tanto, nieto de Childeberto-, tuvo que
excomulgarlo por sus devaneos con mujeres a las que va uniendo su vida, después
de repudiar a la legítima Ingoberta.
El buen obispo parisino murió octogenario, el 28 de
mayo del 576. Se enterró en la tumba que se había mandado preparar en san
Sinfroniano. El abad Lanfrido traslada más tarde sus restos, estando presentes
el rey Pipino y su hijo Carlos, a san Vicente que después de la invasión de los
normandos se llamó ya san Germán. Hoy reposan allí mismo -y se veneran- en una
urna de plata que mandó hacer a los orfebres el abad Guillermo, en el año 1408.
(Fuente:
archimadrid.es)
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