30 - DE MAYO – DOMINGO –
9ª – SEMANA DEL T. O. – B –
LA SANTISIMA TRINIDAD
SAN FERNANDO
Lectura del libro del Deuteronomio 4,32-34.39-40
Moisés habló al pueblo, diciendo:
«Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos, que te han precedido, desde el
día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: - ¿hubo jamás, desde un extremo
al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; - ¿se oyó cosa semejante?; -
¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo,
hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; - ¿algún Dios intentó jamás venir
a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y
guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo
que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos?
Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios,
allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los
preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus
hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios,
te da para siempre.
Palabra de Dios
Salmo: 32
Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la
tierra. //R
La palabra del Señor hizo el cielo;
el aliento de su boca, sus ejércitos,
porque él lo dijo, y existió,
él lo mandó, y surgió. //R
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de
hambre. //R
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
que tu misericordia, Señor, venga
sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. //R
Lectura de la carta a los Romanos 8,14-17
Hermanos:
Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios.
Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor,
sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre).
Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos
de Dios; y, si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos
con Cristo, ya que sufrimos con él para ser también con él glorificados.
Palabra de Dios
Lectura del santo Evangelio según san Mateo 28,16-20
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús
les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced
discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»
Palabra del Señor
FIESTA DE LA SANTÍSIMA
TRINIDAD.
El año litúrgico comienza con el Adviento y la Navidad, celebrando cómo
Dios Padre envía a su Hijo al mundo. En los domingos siguientes recordamos la
actividad y el mensaje de Jesús. Cuando sube al cielo nos envía su Espíritu,
que es lo que celebramos el domingo pasado. Ya tenemos al Padre, al Hijo y al
Espíritu Santo. Estamos preparados para celebrar a los tres en una sola fiesta,
la de la Trinidad. Esta fiesta surge bastante tarde, en 1334, y fue el Papa
Juan XII quien la instituyó. Quizá se pretendía (como ocurrió con la del
Corpus) contrarrestar a grupos heréticos que negaban la divinidad de Jesús o la
del Espíritu Santo. Cambiando el orden de las lecturas subrayo la relación
especial de cada una de ellas con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Dios Padre (Deuteronomio 4, 32-34. 39-40)
Como es lógico, un texto del Deuteronomio, escrito varios siglos antes de
Jesús, no puede hablar de la Trinidad, se limita a hablar de Dios. Su autor
pretende inculcar en los israelitas tres actitudes:
1) Admiración ante lo que el Señor ha hecho por ellos, revelándose en el
Sinaí y liberándolos previamente de la esclavitud egipcia.
2) Reconocimiento de que Yahvé es el único Dios, no hay otro; cosa que
parece normal en un mundo como el nuestro, con tres grandes religiones
monoteístas, pero que suponía una gran novedad en aquel tiempo. Este mensaje
sigue siendo de enorme actualidad, ya que todos corremos el peligro de crearnos
falsos dioses (poder, dinero, etc.).
3) Fidelidad a sus preceptos, que no son una carga insoportable, sino el
único modo de conseguir la felicidad.
Dios Hijo (Mateo 28, 16-20)
El texto del evangelio, el más claro de todo el Nuevo Testamento en la
formulación de la Trinidad, pero al mismo tiempo pone de especial relieve la
importancia de Jesús.
A lo largo de su evangelio, Mateo ha presentado a Jesús como el nuevo
Moisés, muy superior a él. El contraste más fuerte se advierte comparando el
final de Moisés y el de Jesús. Moisés muere solo, en lo alto del monte, y el
autor del Deuteronomio entona su elogio fúnebre: no ha habido otro profeta como
Moisés, «con quien el Señor trataba cara a cara, ni semejante a él en los
signos y prodigios…» Pero ha muerto, y lo único que pueden hacer los
israelitas es llorarlo durante treinta días.
Jesús, en cambio, precisamente después de su muerte es cuando adquiere
pleno poder en cielo y tierra, y puede garantizar a los discípulos que estará
con ellos hasta el fin del mundo. A diferencia de los israelitas, los
discípulos no tienen que llorar a Jesús sino lanzarse a la misión para hacer
nuevos discípulos de todo el mundo. ¿Cómo se lleva a cabo esta tarea?
Bautizando y enseñando. Bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo equivale a consagrar a esa persona a la Trinidad. Igual que al
poner nuestro nombre en un libro indicamos que es nuestro, al bautizar en el
nombre de la Trinidad indicamos que esa persona le pertenece por completo.
En la primera lectura, Dios exigía a los israelitas: «guarda los
preceptos y mandamientos que yo te prescribo»; en el evangelio, Jesús
subraya la importancia de «guardar todo lo que os he mandado».
Dios Espíritu Santo (Romanos 8, 14-17)
La
formulación no es tan clara como en el evangelio, pero Pablo menciona
expresamente al Espíritu de Dios, al Padre, y a Cristo. No lo hace de forma
abstracta, como la teología posterior, sino poniendo de relieve la relación de
cada una de las tres personas con nosotros.
Lo que se subraya del Padre no es que sea Padre de Jesús, sino Padre de
cada uno de nosotros, porque nos adopta como hijos.
Lo que se dice del Espíritu Santo no es que «procede del Padre y del
Hijo por generación intelectual», sino que nos libra del miedo a Dios, de
sentirnos ante él como esclavos, y nos hace gritarle con
entusiasmo: «Abba» (papá).
Y del Hijo no se exalta su relación con el Padre y el Espíritu, sino su
relación con nosotros: «coherederos con Cristo, ya que sufrimos con él
para ser también con él glorificados».
Reflexión final
La fiesta de la Trinidad provoca en muchos cristianos la sensación de
enfrentarse a un misterio insoluble, no es la que más atrae del calendario
litúrgico. Sin embargo, cuando se escuchan estas tres lecturas la perspectiva
cambia.
El Deuteronomio nos invita a recordar los beneficios de Dios, empezando por
el más grande de todos: su revelación como único Dios. (Esto no debemos
interpretarlo como una condena o infravaloración de otras religiones).
El evangelio nos recuerda el bautismo, por el que pasamos a
pertenecer a Dios.
La carta a los Romanos nos ofrece una visión mucho más personal y humana de
la Trinidad.
Finalmente, las tres lecturas insisten en el compromiso personal con estas
verdades. La Trinidad no es solo un misterio que se estudia en el catecismo o
la Facultad de Teología. Implica observar lo que Jesús nos ha enseñado, y
unirnos a él en el sufrimiento y la gloria.
SAN FERNANDO
Rey de Castilla y de León
Santo seglar, que "no conoció el vicio ni el ocio", Fernando III
-el más grande de los reyes de Castilla, dice Menéndez y Pelayo- nació en 1198;
fue hijo de don Alfonso IX, rey de León, y primo de san Luis IX, rey de
Francia. Guerreó con los moros, que ocupaban gran parte de España, unió las
coronas de Castilla y de León, y conquistó los reinos de Úbeda, Córdoba,
Murcia, Jaén, Cádiz y Sevilla.
En sus dilatadas campañas, triunfó siempre en todas las batallas. No buscó
su propia gloria ni el acrecentamiento de sus dominios. Para él el reino
verdadero era el reino de Dios. Pedía a diario el aumento de la fe católica y
elevaba sus plegarias a la Virgen, de quien se llamaba siervo. Caballero de
Cristo, Jesús le había otorgado la gracia de los éxtasis y las apariciones
divinas. Amaba a sus vasallos y procuraba no agravar los tributos, a pesar de
las exigencias de la guerra. A este respecto era conocido su dicho: "Más
temo las maldiciones de una viejecita pobre de mí reino que a todos los moros
del África". Llevaba siempre consigo una imagen de nuestra Señora, a la
que entronizó en Sevilla y en múltiples lugares de Andalucía, a fin de que ésta
fuera llamada tierra de María Santísima.
La muerte del rey san Fernando constituye un ejemplo de fe y humildad.
Abandonó el lecho y, postrándose en tierra, sobre un montón de cenizas, recibió
los últimos sacramentos. Llamó a la reina y a sus hijos, y se despidió de ellos
después de haberles dado sabios consejos.
Volviéndose a los que se hallaban presentes, les pidió que lo perdonasen por
alguna involuntaria ofensa. Y, alzando hacia el cielo la vela encendida que
sostenía en las manos, la reverenció como símbolo del Espíritu Santo. Pidió
luego a los clérigos que cantasen el Te Deum, y así murió, el 30 de mayo de
1252. Había reinado treinta y cinco años en Castilla y veinte en León, siendo
afortunado en la guerra, moderado en la paz, piadoso con Dios y liberal con los
hombres, como afirman las crónicas de él. Su nombre significa "bravo en la
paz".
Guerrero, poeta y músico, compuso cantigas, una de ellas dedicada a nuestra
Señor. Se destacó por su honestidad y la pureza de sus costumbres.
Fernando III fue canonizado por el papa Clemente X en el año 1671. Lo
sucedió en el trono su hijo mayor, Alfonso X, que la historia conoce con el
nombre de Alfonso el Sabio.
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