martes, 18 de mayo de 2021

Párate un momento: El Evangelio del dia 20 DE MAYO – JUEVES – 7ª - SEMANA DE PASCUA – B – San Bernardino de Siena

 

 


 

20 DE MAYO – JUEVES –

7ª - SEMANA DE PASCUA – B –

San Bernardino de Siena

 

    Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (22,30;23,6-11):

 

En aquellos días, queriendo el tribuno poner en claro de qué acusaban a Pablo los judíos, mandó desatarlo, ordenó que se reunieran los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno, bajó a Pablo y lo presentó ante ellos.

Pablo sabía que una parte del Sanedrín eran fariseos y otra saduceos y gritó: «Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo, y me juzgan porque espero la resurrección de los muertos.»

Apenas dijo esto, se produjo un altercado entre fariseos y saduceos, y la asamblea quedó dividida. (Los saduceos sostienen que no hay resurrección, ni ángeles, ni espíritus, mientras que los fariseos admiten todo esto.) Se armó un griterío, y algunos escribas del partido fariseo se pusieron en pie, porfiando: «No encontramos ningún delito en este hombre; ¿y si le ha hablado un espíritu o un ángel?»

El altercado arreciaba, y el tribuno, temiendo que hicieran pedazos a Pablo, mandó bajar a la guarnición para sacarlo de allí y llevárselo al cuartel.

La noche siguiente, el Señor se le presentó y le dijo: «¡Ánimo! Lo mismo que has dado testimonio a favor mío en Jerusalén tienes que darlo en Roma.»

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 15

 

R/. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;

yo digo al Señor: «Tú eres mi bien.»

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa;

mi suerte está en tu mano. R/.

Bendeciré al Señor, que me aconseja,

hasta de noche me instruye internamente.

Tengo siempre presente al Señor,

con él a mi derecha no vacilaré. R/.

Por eso se me alegra el corazón,

se gozan mis entrañas,

y mi carne descansa serena.

Porque no me entregarás a la muerte,

ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. R/.

 

Me enseñarás el sendero de la vida,

me saciarás de gozo en tu presencia,

de alegría perpetua a tu derecha. R/.

 

    Lectura del santo evangelio según san Juan (17,20-26):

 

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo:

«Padre santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y los has amado como me has amado a mí. Padre, éste es mi deseo: que los que me confiaste estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo.

Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté con ellos, como también yo estoy con ellos.»

 

Palabra del Señor

 

1.  Si este evangelio se piensa despacio y a fondo, lo que queda patente es algo que nos desconcierta. Jesús expresa aquí, en su oración última con los suyos, su deseo supremo: el deseo por la unidad.  Unidad de Dios, unidad de Dios con Jesús, unidad de Dios y de Jesús con toda la humanidad. Y digo que esto nos   desconcierta, porque la experiencia nos dice que las religiones no nos unen, sino que nos separan y nos dividen. 

Estamos, pues, ante un tema capital. Porque ya estamos demasiado rotos, agotados, defraudados, por causa de tantas divisiones, separaciones, enfrentamientos. 

Los monoteísmos se han representado a Dios de tal manera, que, al ser Uno, y muchos Unos, han terminado siendo los "dioses excluyentes", que han generado violencia y muerte, relaciones destrozadas y gentes divididas y enfrentadas hasta la muerte.

 

2.  En el mundo antiguo, se impuso la aspiración por la unidad (H. D. Betz). No la unidad de los sofistas, que se reducía a la identidad consigo mismo.  Sino la unidad que, desde Sócrates, implica las exigencias de lo único que permanece y que se traduce en "lo Uno como el Bien" (Platón). Hasta el punto de que es, en la armonía de "lo Uno", donde se manifiesta lo divino (la Stoa) (K. H. Bartels).

No se trata, en todo esto, de mera erudición.  Se trata de la constatación de los enormes problemas y peligros que brotan de los "absolutos", como únicos y además como excluyentes e intolerantes. De ahí al encanallamiento (con buena conciencia), el paso es inevitable.

 

3.  Se comprende la aspiración suprema de Jesús. Dios, Jesús, los humanos, "que todos sean uno... que sean completamente uno... para que el mundo crea". Es la unidad de Jesús con el Padre (Jn 10, 30; 17, 11. 21 ss). Y de ahí, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo rebaño, un solo pastor (Ef 4, 5; Jn 10, 14-16).

Por supuesto, esta unidad se tiene que traducir en hechos palpables. Pero - ¿es eso posible, dada la pluralidad de religiones, culturas, nacionalismos, lenguajes...?

Hasta este momento, por lo menos, esto no se ha conseguido, ni por la fuerza de la política y los ejércitos, ni por la insistencia de las ideas. Entonces - ¿cómo?  

Vamos al fondo del problema. Vamos, pues, al fondo de aquello en lo que todos los seres humanos coincidimos, en lo que todos somos iguales.

Todos coincidimos en lo mínimamente    humano: todos somos de carne y hueso (corporalidad) y todos nos necesitamos unos a otros (alteridad). Sea cual sea la religión, la cultura, la nacionalidad que cada cual tenga, todos necesitamos y deseamos que las exigencias de nuestra corporalidad (salud y alimentación) y de nuestra alteridad (amor) estén satisfechas. 

Pues ahí, en eso, está Jesús, está Dios.  Quien traduce eso en Ética, ese es el que encuentra, en lo humano, a Dios.

 

San Bernardino de Siena


 

San Bernardino de Siena, presbítero de la Orden de los Hermanos Menores, quien, con la palabra y el ejemplo, fue evangelizando por pueblos y ciudades a las gentes de Italia y difundió la devoción al santísimo Nombre de Jesús, perseverando infatigablemente en el oficio de la predicación, con gran fruto para las almas, hasta el día de su muerte, que ocurrió en L’Aquila, del Abruzo, en Italia.

 

Vida de San Bernardino de Siena

 

Nacido en Massa Marittima, territorio de Siena, (hoy en región Toscana, Italia), el año 1380.

Queda huérfano y es criado por una tía. Ya desde chico le gustaban las cosas de Dios. Componía altares e imitaba a los predicadores. De adolescente era se cuidaba de hablar y actuar con pureza.

Cuando tenía 20 años hubo una gran peste en Italia que arrasó a Siena. Él y otros jóvenes amigos suyos fueron al hospital y sirvieron por 3 meses hasta que acabó la epidemia.

A los 22 años lo dejó todo para entrar en la comunidad franciscana. Tanto movía los corazones con su prédica que se cerraban las tiendas y hasta las clases en la universidad para escucharle. Se convirtieron innumerables pecadores que venían a él arrepentidos.

Entró en la Orden de los Frailes Menores, se ordenó sacerdote y desplegó por toda Italia una gran actividad como predicador, con notables frutos.

Propagó la devoción al santísimo nombre de Jesús. Tuvo un papel importante en la promoción intelectual y espiritual de su Orden; escribió, además, algunos tratados de teología.

Propaga la devoción a la Eucaristía. Acostumbraba a llevar consigo una tablilla, mostrando la Eucaristía con rayos saliendo de ella y en el medio, el monograma IHS que el ayudó a popularizar como símbolo de la Eucaristía. Fue gran reformador de la Orden Franciscana.

No faltan las pruebas: El Papa Martín V lo suspende como predicador pero San Juan Capistrano, le ayuda a arreglar su situación.

Rechazó 3 episcopados, fundó más de 200 monasterios e intervino para traer la paz entre dos bandos, los güelfos y los gibelinos.

A los 63 años se le apareció San Pedro Celestino que le avisa de su muerte ya cercana, la que acontece en la vigilia de la Ascensión. Muere en 1444 y seis años después es canonizado por el para Nicolás V.

Está sepultado en Aquila. Estuvo incorrupto y su ataúd sangró sin cesar hasta que vino la paz entre los bandos que peleaban en la ciudad.

 

(Fuente: corazones.org)

 

Oración a San Bernardino de Siena

San Bernardino, que propagaste la devoción al santísimo nombre de Jesús, danos un tierno amor al Redentor y obtén para nosotros la protección contra los males respiratorios, con los cuales tú mismo fuiste probado. Te lo pedimos por los méritos de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

 

 

                               

 

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