29 DE MAYO – SÁBADO –
8ª – SEMANA DEL T. O. – B –
SAN PABLO VI, papa
Lectura del libro del Eclesiástico (51,12-20):
Doy gracias y alabo y bendigo el nombre del Señor,
Siendo aún joven, antes de torcerme, deseé la sabiduría con toda el alma, la
busqué desde mi juventud y hasta la muerte la perseguiré; crecía como racimo
que madura, y mi corazón gozaba con ella, mis pasos caminaban fielmente
siguiendo sus huellas desde joven, presté oído un poco para recibirla, y
alcancé doctrina copiosa; su yugo me resultó glorioso, daré gracias al que me
enseñó; decidí seguirla fielmente, cuando la alcance no me avergonzaré; mi alma
se apegó a ella, y no apartaré de ella el rostro; mi alma saboreó sus frutos, y
jamás me apartaré de ella; mi mano abrió sus puertas, la mimaré y la
contemplaré; mi alma la siguió desde el principio y la poseyó con pureza.
Palabra de Dios
Salmo: 18,8.9.10.11
R/. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón
La ley del Señor es perfecta
y es descanso del
alma;
el precepto del Señor
es fiel
e instruye al
ignorante. R/.
Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es
límpida
y da luz a los ojos. R/.
La voluntad del Señor es pura
y eternamente estable;
los mandamientos del
Señor
son verdaderos y
enteramente justos. R/.
Más preciosos que el oro,
más que el oro fino;
más dulces que la miel
de un panal que
destila. R/.
Lectura del santo evangelio según san Marcos (11,27-33):
En aquel tiempo, Jesús y los discípulos volvieron a
Jerusalén y, mientras paseaba por el templo, se le acercaron los sumos
sacerdotes, los escribas y los ancianos y le preguntaron:
«¿Con qué autoridad haces esto?
¿Quién te ha dado semejante autoridad?»
Jesús les respondió:
«Os voy a hacer una pregunta y, si me
contestáis, os diré con qué autoridad hago esto:
El
bautismo de Juan ¿era cosa de Dios o de los hombres? Contestadme.»
Se pusieron a deliberar:
«Si decimos que es de Dios, dirá: "¿Y
por qué no le habéis creído?"
Pero como digamos que es de los hombres...»
(Temían a la gente, porque todo el mundo estaba convencido de que Juan era un
profeta.)
Y respondieron a Jesús:
«No sabemos.»
Jesús les replicó:
«Pues tampoco yo os digo con qué autoridad
hago esto.»
Palabra del Señor
1. Lo primero, que llama la atención en este evangelio, es que,
después de la acción violenta de Jesús al desautorizar el Templo y a quienes en
él vendían animales para los sacrificios rituales, lo que les preocupaba a los
sumos sacerdotes no era si Jesús tenía o no tenía razón, en la tremenda
denuncia que hizo de ellos al llamarlos "bandidos". No. Lo
que a aquellos clérigos sagrados les preocupaba era el problema del poder. Es
decir, si Jesús tenía o no tenía autoridad (exousía) para desautorizar de forma
insultante a los sumos sacerdotes del Templo.
Es típico de los "hombres de la religión" buscar el poder, exigir
poder, interesarse por el poder.
El tema de la honradez o la coherencia, por lo visto, a aquellos clérigos les interesaba menos. O no les interesaba en absoluto.
2. En la deliberación, para responder a Jesús, no les preocupa
tampoco la sinceridad de por qué no aceptaron el mensaje de conversión de Juan
Bautista. Lo que, a toda costa, buscan y quieren es quedar bien ante los que
les oyen.
Si a la gente de Iglesia le interesa el poder, no le importa menos la
"imagen" pública. De ahí la notable hipocresía y la falta
de sinceridad que se nota y hasta se palpa en gentes, por otra parte, muy
religiosas.
3. Los sacerdotes del Templo le "tenían miedo" al
pueblo. Los evangelios lo dicen así repetidas veces
(Mc 11, 18. 32; 12, 12; Mt 14, 5; 21, 26. 46; Lc 20, 19; 22, 2). Utilizando siempre el verbo griego phobéomai, que se deriva del término
phóbos, angustia, miedo (W. Mundle).
Los "hombres de la religión", los hombres "sagrados",
cuidan sobre todo su imagen pública. Y por eso anteponen esa imagen a cualquier
otra cosa. De ahí, la hipocresía, la falta de verdad o de
sinceridad, que se advierte en tales personajes. Jesús nunca
soportó esta manera de proceder en la vida.
SAN PABLO VI, papa
(1897-1978)
Juan Bautista Montini nació el 26
de septiembre de 1897 en Concesio, pueblo cerca de Brescia. Fue ordenado
sacerdote el 29 de mayo de 1920 prestando su ministerio en la Santa Sede hasta
que fue nombrado Arzobispo de Milán.
Fue elegido para la Cátedra de
Pedro el 21 de junio de 1963. Continuó felizmente el Concilio Vaticano II,
promovió la vida eclesial, especialmente la liturgia, el diálogo ecuménico y el
anuncio del evangelio al mundo de nuestro tiempo. Murió el 6 de agosto de 1978.
Segundogénito de Giorgio y de Giuditta Alghisi, Giovanni Battista Montini
nació en Concesio, Brescia (Italia), el 26 de septiembre de 1897. De familia
católica muy comprometida en el ámbito político y social, frecuentó la escuela
primaria y secundaria en el colegio Cesare Arici de Brescia dirigido por los
jesuitas, y la concluyó en el instituto estatal de la ciudad en 1916.
En otoño de ese año ingresó en el seminario de Brescia y cuatro años más
tarde, el 29 de mayo de 1920, recibió la ordenación sacerdotal. Después del
verano se trasladó a Roma, donde estudió filosofía en la Pontificia Universidad
Gregoriana y letras en la universidad estatal, obteniendo luego el doctorado en
derecho canónico y en derecho civil. Mientras tanto, tras un encuentro con el
sustituto de la Secretaría de Estado Giuseppe Pizzardo en octubre de 1921, fue
destinado al servicio diplomático y por algunos meses de 1923 trabajó en la
nunciatura apostólica de Varsovia.
Comenzó a prestar servicio en la secretaría de Estado el 24 de octubre de
1924. En ese período acompañó a los estudiantes universitarios católicos
reunidos en la fuci, de la que fue consiliario eclesiástico nacional de 1925 a
1933. Mientras tanto, a comienzos de 1930, fue nombrado secretario de Estado el
cardenal Eugenio Pacelli, del que llegó a ser progresivamente uno de sus más
estrechos colaboradores, hasta que en 1937 fue promovido a sustituto de la
Secretaría de Estado. Función que mantuvo también cuando a Pacelli —que fue
elegido Papa en 1939 tomando el nombre de Pío XII— le sucedió el cardenal Luigi
Maglione. Ocho años más tarde, en 1952, fue nombrado prosecretario de Estado
para los asuntos ordinarios.
Fue él quien preparó el borrador del extremo aunque inútil llamamiento de
paz que el Papa Pacelli lanzó por radio el 24 de agosto de 1939, en vísperas
del conflicto mundial: «Nada se pierde con la paz. Todo puede perderse con la
guerra».
El 1 de noviembre de 1954 recibió inesperadamente el nombramiento como arzobispo
de Milán, donde inició su ministerio el 6 de enero de 1955. Como guía de la
Iglesia ambrosiana se comprometió plenamente a nivel pastoral, dedicando una
especial atención a los problemas del mundo del trabajo, de la inmigración y de
las periferias, donde promovió la construcción de más de cien nuevas iglesias.
Fue el primer cardenal que recibió la púrpura cardenalicia de manos de Juan
XXIII, el 15 de diciembre de 1958. Participó en el Concilio Vaticano II, donde
sostuvo abiertamente la línea reformadora. Tras fallecer Roncalli, el 21 de
junio de 1963, fue elegido Papa y tomó el nombre de Pablo, con una referencia
clara al apóstol evangelizador.
En los primeros actos del pontificado quiso destacar la continuidad con el
predecesor, en particular con la decisión de retomar el Vaticano II, que volvió
a abrirse el 29 de septiembre de 1963. Condujo los trabajos conciliares con
atenta mediación, favoreciendo y moderando la mayoría reformadora, hasta su
conclusión que tuvo lugar el 8 de diciembre de 1965 y precedida por la mutua
anulación de las excomuniones surgidas en 1054 entre Roma y Constantinopla.
Se remonta también al período del Concilio los primeros tres de los nueve
viajes que durante su pontificado le llevaron a los cinco continentes (diez fueron,
en cambio, sus visitas en Italia): en 1964 visitó Tierra Santa y luego India, y
en 1965 Nueva York, donde pronunció un histórico discurso ante la asamblea
general de las Naciones Unidas. Ese mismo año inició una profunda modificación
de las estructuras del gobierno central de la Iglesia, creando nuevos
organismos para el diálogo con los no cristianos y los no creyentes,
instituyendo el Sínodo de los obispos —que durante su pontificado tuvo cuatro
asambleas ordinarias y una extraordinaria entre 1967 y 1977— y reformando el
Santo Oficio.
Su voluntad de diálogo en el seno de la Iglesia, con las diversas
confesiones y religiones y con el mundo estuvo en el centro de la primera
encíclica Ecclesiam suam de 1964, seguida por otras seis: entre estas hay que
recordar la Populorum progressio de 1967 sobre el desarrollo de los pueblos y
la Humanae vitae de 1968, dedicada a la cuestión de los métodos para el control
de la natalidad, que suscitó numerosas polémicas incluso en ambientes
católicos. Otros documentos significativos del pontificado son la carta
apostólica Octogesima adveniens de 1971 para el pluralismo del compromiso
político y social de los católicos, y la exhortación apostólica Evangelii
nuntiandi de 1975 sobre la evangelización del mundo contemporáneo.
Comprometido en la no fácil tarea de aplicar las indicaciones del Concilio,
aceleró el diálogo ecuménico a través de encuentros e iniciativas importantes.
El impulso renovador en el ámbito del gobierno de la Iglesia se tradujo luego
en la reforma de la Curia en 1967, de la corte pontificia en 1968 y del
Cónclave en 1970 y en 1975. También en la liturgia realizó un paciente trabajo
de mediación para favorecer la renovación pedida por el Vaticano II, sin lograr
evitar las críticas de los sectores eclesiales más avanzados y la oposición de
los conservadores.
Con la creación de 144 purpurados, la mayor parte no italianos, en seis
consistorios remodeló notablemente el Colegio cardenalicio y acentuó su
carácter de representación universal. Durante el pontificado desarrolló,
además, la acción diplomática y la política internacional de la Santa Sede,
comprometiéndose en favor de la paz —gracias a la institución también de una
especial jornada mundial celebrada desde 1968 el 1 de enero de cada año— y
prosiguiendo el diálogo con los países comunistas de Europa central y oriental
comenzado por Juan XXIII.
En 1970, con una decisión sin precedentes, declaró doctoras de la Iglesia a
dos mujeres, santa Teresa de Ávila y santa Catalina de Siena. Y en 1975 —tras
el jubileo extraordinario que tuvo lugar en 1966 para la conclusión del
Vaticano II y el Año de la fe celebrado entre 1967 y 1968 con ocasión del XIX
centenario del martirio de los santos Pedro y Pablo— convocó y celebró un Año
santo.
Murió el 6 agosto de 1978, por la tarde, en la residencia de Castelgandolfo,
casi improvisamente. Tras el funeral que se celebró el 12 en la plaza de San
Pedro, fue sepultado en la basílica vaticana.
El 11 de mayo de 1993 se inició en la diócesis de Roma la causa de
canonización. El 9 de mayo pasado el Papa Francisco autorizó a la Congregación
para las causas de los santos la promulgación del decreto relativo al milagro
atribuido a su intercesión.
Pablo VI fue beatificado el 19 de octubre de 2014 por el Papa Francisco.
Fue canonizado por el Papa francisco en la Plaza de San Pedro el 14 de
octubre de 2018.
L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española,
n. 43, 24 de octubre de 2014.
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