lunes, 10 de mayo de 2021

Párate un momento: El Evangelio del dia 12 DE MAYO – MIERCOLES – 6ª - SEMANA DE PASCUA – B – SAN PANCRACIO

 

 


12 DE MAYO – MIERCOLES –

6ª - SEMANA DE PASCUA – B –

SAN PANCRACIO

 

    Lectura del libro de los Hechos de los apóstoles (17,15.22–18,1):

EN aquellos días, los que conducían a Pablo lo llevaron hasta Atenas, y se volvieron con el encargo de que Silas y Timoteo se reuniesen con él cuánto antes.

Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo:

«Atenienses, veo que sois en todo extremadamente religiosos. Porque, paseando y contemplando vuestros monumentos sagrados, encontré incluso un altar con esta inscripción:

“Al Dios desconocido”.

Pues eso que veneráis sin conocerlo os lo anuncio yo. “El Dios que hizo el mundo y todo lo que contiene”, siendo como es Señor de cielo y tierra, no habita en templos construidos por manos humanas, ni lo sirven manos humanas, como si necesitara de alguien, él que a todos da la vida y el aliento, y todo.

De uno solo creó el género humano para que habitara la tierra entera, determinando fijamente los tiempos y las fronteras de los lugares que habían de habitar, con el fin de que lo buscasen a él, a ver si, al menos a tientas, lo encontraban; aunque no está lejos de ninguno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos; así lo han dicho incluso algunos de vuestros poetas: “Somos estirpe suya”.

Por tanto, si somos estirpe de Dios, no debemos pensar que la divinidad se parezca a imágenes de oro o de plata o de piedra, esculpidas por la destreza y la fantasía de un hombre. Así pues, pasando por alto aquellos tiempos de ignorancia, Dios anuncia ahora en todas partes a todos los humanos que se conviertan. Porque tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia, por medio del hombre a quien él ha designado; y ha dado a todos la garantía de esto, resucitándolo de entre los muertos».

Al oír «resurrección de entre los muertos», unos lo tomaban a broma, otros dijeron:

«De esto te oiremos hablar en otra ocasión».

Así salió Pablo de en medio de ellos. Algunos se le juntaron y creyeron, entre ellos Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos más con ellos.

Después de esto, dejó Atenas y se fue a Corinto.

 

 

Palabra de Dios

 

Salmo: 148,1-2.11-12.13.14

 

R/. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria

 

Alabad al Señor en el cielo,

alabad al Señor en lo alto.

Alabadlo todos sus ángeles;

alabadlo todos sus ejércitos. R/.

Reyes del orbe y todos los pueblos,

príncipes y jueces del mundo,

los jóvenes y también las doncellas,

los ancianos junto con los niños. R/.

 

Alaben el nombre del Señor,

el único nombre sublime.

Su majestad sobre el cielo y la tierra. R/.

 

Él acrece el vigor de su pueblo.

Alabanza de todos sus fieles,

de Israel, su pueblo escogido. R/.

 

 

    Lectura del santo evangelio según san Juan (16,12-15):

 

EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.

Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará.

Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará».

 

Palabra del Señor

 

1.  Según estas palabras de Jesús, la presencia y la actividad del Espíritu se prolonga y se extiende sin límites. El Espíritu de la Verdad nos conduce a todos

hasta la verdad plena. Por tanto, no se puede demostrar, en modo alguno, lo que antiguamente enseñaban los teólogos que explicaban el tratado sobre la revelación. 

Según aquellos teólogos, la revelación divina quedó clausurada con la muerte   del último apóstol. Semejante afirmación no es demostrable ante lo que dice aquí Jesús sobre la incesante actividad reveladora del Espíritu.

 

2.  Como bien ha escrito Andrés Torres Queiruga, entendiendo la revelación en su más hondo realismo, es decir, reconociendo que la presencia viva de Dios es también acogida, aunque sea sin   nombre, allí donde la cultura prolonga los auténticos dinamismos de la creación, sobre todo en el amor y el servicio a la justicia -"porque tuve hambre y me disteis de comer"- también con ella se puede y se debe establecer un diálogo fraterno de ofrecimiento y recepción: de anuncio del valor humano del Evangelio y de acogida de los valores evangélicos de la "profecía externa".

Es decir, de la profecía que no viene, ni de la Biblia, ni de la Iglesia, ni de la fe, sino de todo ser humano que habla con buena voluntad, con rectitud y como expresión de lo mejor que llevamos dentro de nosotros mismos.

 

3.  El problema está en comprender que Dios es inabarcable. Y de Dios siempre tenemos que aprender. Y estar a la escucha de lo que nos quiere decir en los acontecimientos de la vida y de la historia.

Esta actitud de acogida es, en el fondo, la actitud del que siempre está a la escucha de lo que le revela el Espíritu de Dios. Solo así, al hacer este mundo "más humano", por eso mismo lo hacemos "más divino". Es una pena, un dolor que no se calma, ver que la teología cristiana no acaba de enterarse de esto. Y de sacarle todas sus consecuencias.

 

SAN PANCRACIO


San Pancracio fue martirizado en Roma, probablemente durante la persecución de Diocleciano (284-305). Su sepulcro se conserva en la vía Aurelia y sobre él se levanta una iglesia edificada por el papa Símaco.

 

San Pancracio. Año 304.

El doce de mayo se celebra la fiesta de San Pancracio, un jovencito romano de sólo 14 años, que fue martirizado por declarase creyente y partidario de Nuestro Señor Jesucristo.

Dicen que su padre murió martirizado y que la mamá recogió en unos algodones un poco de la sangre del mártir y la guardó en un relicario de oro, y le dijo al niño: "Este relicario lo llevarás colgado al cuello, cuando demuestres que eres tan valiente como lo fue tu padre".

Un día Pancracio volvió de la escuela muy golpeado pero muy contento. La mamá le preguntó la causa de aquellas heridas y de la alegría que mostraba, y el jovencito le respondió: "Es que en la escuela me declaré seguidor de Jesucristo y todos esos paganos me golpearon para que abandonara mi religión. Pero yo deseo que de mí se pueda decir lo que el Libro Santo afirma de los apóstoles: "En su corazón había una gran alegría, por haber podido sufrir humillaciones por amor a Jesucristo". (Hechos 6,41).

Al oír esto la buena mamá tomó en sus manos el relicario con la sangre del padre martirizado, y colgándolo al cuello de su hijo exclamó emocionada: "Muy bien: ya eres digno seguidor de tu valiente padre".

Como Pancracio continuaba afirmando que él creía en la divinidad de Cristo y que deseaba ser siempre su seguidor y amigo, las autoridades paganas lo llevaron a la cárcel y lo condenaron y decretaron pena de muerte contra él. Cuando lo llevaban hacia el sitio de su martirio (en la vía Aurelia, a dos kilómetros de Roma) varios enviados del gobierno llegaron a ofrecerle grandes premios y muchas ayudas para el futuro si dejaba de decir que Cristo es Dios. El valiente joven proclamó con toda la valentía que él quería ser creyente en Cristo hasta el último momento de su vida. Entonces para obligarlo a desistir de sus creencias empezaron a azotarlo ferozmente mientras lo llevaban hacia el lugar donde lo iban a martirizar, pero mientras más lo azotaban, más fuertemente proclamaba él que Jesús es el Redentor del mundo. Varias personas al contemplar este maravilloso ejemplo de valentía se convirtieron al cristianismo.

Al llegar al sitio determinado, Pancracio dio las gracias a los verdugos por que le permitían ir tan pronto a encontrarse con Nuestro Señor Jesucristo, en el cielo, e invitó a todos los allí presentes a creer siempre en Jesucristo a pesar de todas las contrariedades y de todos los peligros. De muy buena voluntad se arrodilló y colocó su cabeza en el sitio donde iba a recibir el hachazo del verdugo y más parecía sentirse contento que temeroso al ofrecer su sangre y su vida por proclamar su fidelidad a la verdadera religión.

Allí en Roma se levantó un templo en honor de San Pancracio y por muchos siglos las muchedumbres han ido a venerar y admirar en ese templo el glorioso ejemplo de un valeroso muchacho de 14 años, que supo ofrecer su sangre y su vida por demostrar su fe en Dios y su amor por Jesucristo.

San Pancracio: ruégale a Dios por nuestra juventud que tiene tantos peligros de perder su fe y sus buenas costumbres.

 


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