12
de Septiembre – SÁBADO -
XXIIIª
- Semana del Tiempo Ordinario
Lc
6,43-49
En
aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: “No hay árbol sano
que de fruto dañado, ni árbol dañado
que dé fruto sano. Cada árbol se conoce
por su fruto porque no se cosechan higos
de las zarzas, ni se vendimia
racimos de los espinos. El que es
bueno, de la bondad que atesora en su
corazón saca el bien y el que es malo,
de la maldad saca el mal, porque
lo que
rebosa del corazón, lo habla la boca. ¿Por qué me llamáis
"Señor , Señor"?
y no hacéis lo que digo? El que se acerca a mi, escucha mis
palabras y
las pone por obra, os voy a decir a quién se parece: se parece
a uno que edificaba su casa: cavó,
ahondó y puso los cimientos sobre roca;
vino una crecida, arremetió el río
contra aquella casa, y no pudo tambalearla,
porque estaba sólidamente construida. El
que escucha y no
pone por obra se parece a uno que
edificó una casa sobre tierra, sin cimientos;
arremetió contra ella el río, y
enseguida se derrumbó desplomándose".
1. Cuando
Jesús dice que el árbol se conoce por los frutos que produce, lo
que en realidad plantea es una forma de entender la fe que se parece
mucho al “pragmatismo”. Es decir, la corriente de pensamiento
(nacida en Norteamérica) que entiende la fe como “aquello en
virtud de lo cual un hombre está dispuesto a obrar” (Carlo Smi).
Una persona tiene fe y tiene creencias en la medida en que esa
persona tiene unos hábitos de conducta que son coherentes con
aquello en lo que dice que cree. Si dice que cree en Jesús, pero
sus hábitos de vida no tienen nada que ver con los valores que más
defendió Jesús, es evidente que esa persona no cree en Jesús, sino
en aquellas cosas que más le interesan en la vida, ya sea el dinero,
el poder, su honor y dignidad, lo que sea.
2. Es
evidente que, al plantear la fe de esta manera, Jesús nos ponen en
un aprieto o quizá en una situación enormemente incómoda. Por
que aquí no caben engaños. Ni vale escaparse por la tangente
amparándonse en teorías que nos vienen bien para justificar nuestra
forma de pensar o de vivir. Para medir la autenticidad de la fe,
Jesús no apela ni a doctrinas, ni a dogmas, ni a prácticas
religiosas o piadosas devociones. Todo eso sin duda, importante.
Pero no es lo determinante. Lo único que de verdad
da
la medida real de nuestra fe en Jesús es si nuestra escala de
valores y nuestros hábitos de vida se parecen a los de Jesús.
3. De
acuerdo con este criterio, para ver en qué y en quién creemos,
basta aplicar las cuatro bienaventuranzas y las cuatro
malaventuranzas de Jesús, según el evangelio de Lucas (6, 20-26) a
nuestra forma de pensar y nuestras costumbres. ¿Dónde están
nuestras preferencias concretas y prácticas? ¿En los pobres o en
los ricos? ¿En los que lloran o en los que
ríen?
¿En los que triunfan o en los que fracasan? ¿Dónde estamos
construyendo nuestra casa? ¿Sobre roca firme o sobre arena
movediza?
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