domingo, 20 de septiembre de 2015

Párate un momento: Lecturas del día 21 de Septiembre - LUNES - SAN MATEO APÓSTOL Y EVANGELISTA



21 de Septiembre - LUNES -
SAN MATEO APÓSTOL Y EVANGELISTA

Primera lectura Efesios 4, 1-7. 11-13

Hermanos: Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados.
Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados.
Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo y lo penetra todo, y lo invade todo. A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Y él ha constituido a unos, apóstoles, a otros, profetas, a otros, evangelizadores, a otros, pastores y maestros, para el perfeccionamiento de los santos, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud.

Salmo 18, 2-3.4-5

R// A toda la tierra alcanza su pregón.

El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus
manos:
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra. R//

Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra alcanza su pregón
y hasta los límites del orbe su lenguaje.
R//

Evangelio: Mateo 9, 9-13

En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió.
Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: “¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?”.
Jesús lo oyó y dijo: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos.
Andad, aprended lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios»: que
no he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores”.

1. Los evangelios no ocultan, ni disimulan, ni maquillan los defectos y las limitaciones que tuvieron los apóstoles que Jesús escogió. En este caso, se nos presenta al propio Jesús llamando a un despreciable publicano. Y además se nos dice que Jesús era amigo de esta clase de individuos, comía con ellos (Lc 15, 1-2) y convivía con personas de tan baja reputación ante la opinión pública.
Este hecho —sobradamente atestiguado en la tradición primitiva de la Iglesia— nos dice que aquella Iglesia no temió dar a conocer sus defectos, sus orígenes poco edificantes, sus pecados y los pecadores que la configuraron. La actual obsesión por la buena imagen no estaba allí presente.
Ni aquella mala imagen fue obstáculo para la difusión del Evangelio y la credibilidad de la Iglesia.

2. Como es bien sabido, Jesús instituyó la eucaristía en una cena. Los teólogos dicen que la última cena fue la culminación de las comidas de Jesús que se cuentan en los evangelios. No se puede entender la ultima comida si se desliga de las demás. Ahora bien, en las comidas de Jesús hay una cosa sorprendente: Jesús jamás excluyó a nadie de su mesa. Es más, admitió a toda clase de gentes, de forma que, si algo se decía de Él, es que acogía a los pecadores y comía con ellos. Cosa que, como es lógico, no entendían los hombres más religiosos de entonces, y además era algo que resultaba escandaloso.

3. La respuesta de Jesús lo explica y lo cambia todo. El médico es Jesús.
Una comparación llamativa, ya que, como se sabe, en aquel tiempo los médicos eran vistos como gente sospechosa o de mala fama (K. Seybold U. Müller; cf. U. Luz). Los enfermos son los pecadores.
Los sanos son los justos, los religiosos, los observantes. La medicina que aplica el médico es la mesa compartida. Por eso en la mesa de Jesús no se sientan los que se ven y son vistos como justos, sino los que se ven y son vistos como pecadores.
La eucaristía no es el premio de los sanos y justos, sino la medicina de los enfermos y pecadores. Jesús explica por qué este cambio asombroso: porque lo que él quiere es misericordia (bondad para los pecadores), no sacrificios (rituales para los justos) (Os 6,6).
Se discute si Jesús “prefería” la bondad a los rituales. O más bien lo que quería decir Jesús es que “rechazaba” los ritos porque lo importante para él era la bondad. En todo caso, es seguro que Jesús entendía la religión como ética de la bondad, no como observancia de rituales y ceremonias. Y da la impresión de que, en la mente de Jesús, estaba firme la idea de que la bondad hasta el fondo es incompatible con la mentalidad ritualista. En este punto, tenemos que examinar nuestras ideas y nuestras preferencias.




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