6 de Septiembre - Domingo -
XXIIIª
– Semana del Tiempo Ordinario - B
Primera lectura: Isaías 35, 4-7a
Decid
a los cobardes de corazón: “Sed fuertes, no temáis. Mirad a
vuestro Dios, que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os
salvará”. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del
sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del
mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes
en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco un manantial.
Salmo
11~5, 7. 8-9a. 9bc-1O
R//
Alaba,
alma mía, al Señor.
.
Que mantiene su fidelidad perpetuamente,
que
hace justicia a los oprimidos,
que
da pan a los hambrientos.
El
Señor liberta a los cautivos.
.
El Señor
abre los ojos al ciego,
el
Señor endereza a los que ya se doblan,
el
Señor ama a los justos,
el
Señor guarda a los peregrinos.
•
Sustenta
al huérfano y a la viuda
y
trastorna el camino de los malvados.
El
Señor reina eternamente,
tu
Dios, Sión, de edad en edad.
Segunda
lectura: Santiago 2, 1-5
Hermanos
mios,
no juntéis la fe en nuestro
Señor Jesucristo con el
favoritismo. Por ejemplo:
llegan dos hombres a la reunión
litúrgica. Uno
va bien vestido y
hasta con anillos en los dedos;
el otro es un pobre
andrajoso.
Veis al bien vestido y le decís: Por favor, siéntate aquí,
en el puesto reservado”. Al pobre, en cambio: “Estate ahí
de pie o siéntate en el suelo”. Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con criterios
malos?
Queridos hermanos, escuchad: ¿acaso no ha elegido Dios a los
pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino,
que prometió a los que lo aman?
Evangelio:
Marcos 7, 31-37
En
aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón,
camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le
presentaron a un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le
piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un
lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la
lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: “Effetá”, esto
es: “Ábrete”. Y al momento se le abrieron los oídos, se le
soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les
mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba,
con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del
asombro decían: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y
hablar a los mudos”.
¿Es Jesús un mago o el Mesías?
La
dificultad de curar a un sordo
Cuando
llegamos al final del capítulo 7 del evangelio de Marcos, Jesús ha
curado ya a muchos enfermos: un leproso, un paralítico, uno con la
mano atrofiada, una mujer con flujo de sangre; incluso ha resucitado
a la hija de Jairo, aparte de las numerosas curaciones de todo tipo
de dolencias físicas y psíquicas. Ninguno de esos milagros le
ha supuesto el menor esfuerzo. Bastó una palabra o el simple
contacto con su persona o con su manto para que se produjese la
curación.
Ahora,
al final del capítulo 7, la curación de un sordo le va a suponer
un notable esfuerzo. El sordo, que además habla con dificultad
(algunos dicen que los sordos no pueden hablar nada, pero prescindo
de este problema), no viene por propia iniciativa, como el leproso o
la hemorroísa.
Lo traen algunos amigos o familiares, como al paralítico, y le
piden a Jesús que le aplique la mano. Así ha curado a otros
muchos enfermos. Jesús, en cambio, realiza un ritual tan
complicado, tan cercano a la magia, que Mateo y Lucas prefirieron
suprimir este relato.
«Se
marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de
Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que,
además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre
él. El, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos
en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando
los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere
decir: «¡Ábrete!». Se abrieron sus oídos y, al instante, se
soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús
les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo
prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban
sobremanera y decían: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los
sordos y hablar a los mudos”.»
Conviene
advertir cada una de las acciones que realiza Jesús: 1) toma al
sordo de la mano; 2) lo aparta de la gente y se quedan a solas;
3) le mete los dedos en los oídos; 4) se escupe en sus dedos;
5) toca con la saliva la lengua del enfermo; 6) levanta la vista
al cielo; 7) gime; 8) pronuncia una palabra, effatá
(se
discute si hebrea o aramea), misteriosa para el lector griego del
evangelio.
Desde
el punto de vista de la medicina de la época, lo único justificado
sería el uso de la saliva, a la que se concede un poder curativo.
Las otras acciones, el gemido, la palabra en lengua extraña, nos
recuerdan al mundo de la magia.
Sin
embargo, los espectadores no piensan que Jesús sea un mago. Se
quedan estupefactos, pero no relacionan el milagro con la magia sino
con la promesa hecha por Dios en el libro de Isaías, que leemos en
la primera lectura: «Entonces se despegarán los ojos de los
ciegos, y las orejas de los sordos
se
abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del
mudo
lanzará
gritos de júbilo.» La curación demuestra que con Jesús ha
comenzado la era mesiánica, la época de la salvación.
La
dificultad de curar a un ciego
Si
la selección de los textos litúrgicos hubiera estado bien hecha
(¡ojalá la Comisión de liturgia realice algún día su
revisión!), dentro de dos o tres domingos habríamos leído un
milagro parecido, de igual o mayor dificultad, y fundamental para
entender el evangelio de hoy: la curación de un ciego. Como no
se lee, recuerdo lo que cuenta Marcos en 8,22-26. Le presentan a
Jesús un ciego y le piden que lo toque. Exactamente igual que
ocurrió con el sordo.
Jesús:
1) lo toma de la mano; 2) lo saca de la aldea; 3) le unta con
saliva los ojos; 4) le aplica las manos; 5) le pregunta si ve
algo; el ciego responde que ve a los hombres como árboles; 6)
Jesús aplica de nuevo las manos a los ojos y se produce la curación
total. Los relatos no coinciden al pie de la letra (aquí falta
el gemido y la palabra en lengua extraña) pero se parecen mucho. No
extraña que Mateo y Lucas supriman también este episodio.
La
sordera y ceguera de los discípulos
¿Por
qué detalla Marcos la dificultad de curar a estos dos enfermos?
La clave parece encontrarse en el relato inmediatamente anterior a
la curación del ciego, cuando Jesús reprocha a los discípulos:
«¿Tenéis la mente embotada? Tenéis ojos, ¿y no
veis?
Tenéis oídos, ¿y no
oís?»
(Mc
8,17-18).
Ojos
que no ven y oídos que no oyen. Ceguera y sordera de los
discípulos, enmarcadas por las difíciles curaciones de un sordo y
un ciego. Ambos relatos sugieren lo difícil que fue para Jesús
conseguir que Pedro y los demás terminaran viendo y oyendo lo que
él quería mostrarles y decirles. Pero lo consiguió, como
veremos el domingo 30, cuando Jesús cure al ciego Bartimeo.
Reflexión
final
Tomado
por sí solo, en el evangelio de hoy destaca la reacción final del
público: «Todo lo ha hecho bien». Recuerda las palabras que
pronunciará Pedro el día de Pentecostés, cuando dice de Jesús
que «pasó haciendo el bien». El público se fija en la promesa
mesiánica; Pedro, en la bondad de Jesús. Ambos aspectos se
complementan.
Pero
quien desea conocer el mensaje de Marcos no puede olvidar la
relación de este milagro con la curación del ciego. Debe verse
reflejado en esos discípulos con tantas dificultades para
comprender a Jesús, pero que siguen caminando con él.
Jose Luis Sicre Días
Jesuita. Doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma.
Jesuita. Doctor en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico de Roma.
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