18
de Septiembre – VIERNES -
XXIVª
– Semana del Tiempo Ordinario
Evangelio:
Lc 8, 1-3
En aquel tiempo, Jesús iba
caminando de ciudad en ciudad y de pueblo
en pueblo, predicando la Buena Noticia
del Reino de Dios; lo acompañaban
los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la
Magdalena, de la que habían salido
siete demonios; Juana, mujer de Cusa,
intendente de Herodes, Susana y otras
muchas que le ayudaban con sus bienes”.
1. En
la Palestina del tiempo de Jesús, las mujeres no participaban en la
vida pública. Si una mujer salía a la calle sin llevar la cara
cubierta, el marido podía, y debía, divorciarse de ella. Las
normas de buena educación prohibían encontrarse a solas con una
mujer, mirar a una mujer casada e incluso saludarla (Billerbeck 1).
Una mujer que se entretenía con todo el mundo en la calle, o que
hablaba en la calle, podía ser repudiada sin recibir el pago
estipulado en el contrato matrimonial. Además, la mujer estaba
obligada a obedecer a su marido como a su dueño (J. Jeremias). Todo esto son solo algunos ejemplos para hacerse una idea de la
situación de auténticas esclavas, en que vivían las mujeres con
las que convivió Jesús.
2. Este
evangelio dice que con Jesús iban los apóstoles y “muchas
mujeres.
Si Lucas dice esto y además indica los nombres de
algunas de ellas, añadiendo el dato sorprendente de que aquellas
mujeres habían estado endemoniadas, especialmente María Magdalena,
“de la que habían salido siete demonios", eso está
señalando la importancia que las mujeres tuvieron en la vida y en
los viajes apostólicos de Jesús. Un grupo así de numeroso, de
hombres y mujeres todos juntos, por aquellos caminos de Galilea,
tenía que dar mucho que hablar, llamaría sin duda la atención y
suscitaría más de una sospecha.
3. Jesús
estuvo muy por encima de todo lo que la gente pudiera pensar o
comentar. Con esta actitud, Jesús defendió la igualdad, en dignidad
y derechos, de hombres y mujeres. Siempre defendió a las mujeres,
siempre se puso de parte de ellas cuando las vio agredidas por los
hombres, siempre las trató con exquisita delicadeza y respeto,
siempre fue afectuoso con todas. La profunda y equilibrada
humanidad de un hombre se pone de manifiesto, sobre todo, en la
profundidad y equilibrio con que sabe situarse en la vida ante los
demás, con el mismo respeto para todos, sin establecer desigualdades
entre hombres y mujeres. Y, a juicio de Jesús, si se han de tener
preferencias con alguien, tales preferencias deben anteponer a los
más despreciados. Justamente al revés de lo que, tantas veces,
se hace en la Iglesia y en los ambientes religiosos.
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