jueves, 17 de septiembre de 2015

Párate un momento: Evangelio del día 18 de Septiembre – VIERNES - XXIVª – Semana del Tiempo Ordinario




18 de Septiembre – VIERNES -
XXIVª – Semana del Tiempo Ordinario

Evangelio: Lc 8, 1-3

En aquel tiempo, Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando la Buena Noticia del Reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes, Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes”.

1. En la Palestina del tiempo de Jesús, las mujeres no participaban en la vida pública. Si una mujer salía a la calle sin llevar la cara cubierta, el marido podía, y debía, divorciarse de ella. Las normas de buena educación prohibían encontrarse a solas con una mujer, mirar a una mujer casada e incluso saludarla (Billerbeck 1).  
Una mujer que se entretenía con todo el mundo en la calle, o que hablaba en la calle, podía ser repudiada sin recibir el pago estipulado en el contrato matrimonial.   Además, la mujer estaba obligada a obedecer a su marido como a su dueño (J. Jeremias).   Todo esto son solo algunos ejemplos para hacerse una idea de la situación de auténticas esclavas, en que vivían las mujeres con las que convivió Jesús.

2. Este evangelio dice que con Jesús iban los apóstoles y “muchas mujeres. 
Si Lucas dice esto y además indica los nombres de algunas de ellas, añadiendo el dato sorprendente de que aquellas mujeres habían estado endemoniadas, especialmente María Magdalena, “de la que habían salido siete demonios", eso está señalando la importancia que las mujeres tuvieron en la vida y en los viajes apostólicos de Jesús.    Un grupo  así  de  numeroso, de hombres y mujeres todos juntos, por aquellos caminos de Galilea, tenía que dar mucho que hablar, llamaría sin duda la atención y suscitaría más de una sospecha.

3. Jesús estuvo muy por encima de todo lo que la gente pudiera pensar o comentar. Con esta actitud, Jesús defendió la igualdad, en dignidad y derechos, de hombres y mujeres.  Siempre defendió a las mujeres, siempre se puso de parte de ellas cuando las vio agredidas por los hombres, siempre las trató con exquisita delicadeza y respeto, siempre fue afectuoso con todas. La profunda y equilibrada humanidad de un hombre se pone de manifiesto, sobre todo, en la profundidad y equilibrio con que sabe situarse en la vida ante los demás, con el mismo respeto para todos, sin establecer desigualdades entre hombres y mujeres.   Y, a juicio de Jesús, si se han de tener preferencias con alguien, tales preferencias deben anteponer a los más despreciados.     Justamente al revés de lo que, tantas veces, se hace en la Iglesia y en los ambientes religiosos.



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