1 de
Octubre - JUEVES –
XXVIª - Semana del Tiempo Ordinario
Lc 10,1-12
En
aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó por delante, de
dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir él. Y
les decía: “La mies es abundante y los obreros pocos: rogad, pues, al dueño de
la mies que mande obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad que os
mando como corderos en medio de lobos.
No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa. Y si
allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; sino, volverá a vosotros. Quedaos en la misma
casa, comed y bebed de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis
en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos
que haya, y decid: “Está cerca de vosotros el Reino de Dios”.
Cuando
entréis en un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: “Hasta el polvo
de vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre
vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el Reino
de Dios”. Os digo que aquel día será más llevadero para
Sodoma
que
para ese pueblo”.
1. Jesús,
estando en Galilea, ya había elegido y enviado a los Doce en misión para
anunciar el Reino (Lc 9, 1-6).
Ahora, una vez emprendido el camino a Jerusalén,
Lucas menciona un segundo envío (esta vez más numeroso) de discípulos que han
de ir de pueblo en pueblo anunciando el mensaje del Reino.
El número de setenta y dos corresponde —ya fueran
setenta o setenta y dos— al número de
las naciones fijado por el pensamiento judío (F. Bovon).
Pero lo importante de este relato está en
que, de acuerdo con lo que aquí se dice, es evidente
que Jesús consideró que con los apóstoles nada más no había bastante.
Ni los Doce eran suficientes para extender el
mensaje del Reino a todas las naciones de la tierra. La
visión de Jesús era más amplia que la visión de la Iglesia, que, con el paso de
los siglos, ha ido concentrando más y más la autoridad y el poder misional,
hasta centrarlo en un solo hombre, el obispo de Roma, el Papa.
2. Por estos
materiales, que aparecen en los sinópticos, está claro que el cristianismo
nació, sociológicamente, como un movimiento de “carismáticos itinerantes”. Lo que es tanto como decir que nació como
un movimiento de “automarginados” (G. Theissen).
De hecho, Jesús fue un carismático.
Teniendo en
cuenta que el carisma se entiende como el don de ejercer autoridad, sin basarse
en instituciones y funciones previas.
Jesús, al igual que los discípulos que escogió, no tuvieron ni estudios,
ni títulos, ni formación previa, ni pertenecieron a ninguna institución que les
diera autoridad o credibilidad ante la sociedad en que vivieron.
3. ¿Cómo se
explica que aquel movimiento de personas incultas y sin titulación alguna
llegaran a ejercer una influencia tan fuerte? Jesús y sus
seguidores adoptaron conscientemente una forma de “conducta desviada”.
Y lo hicieron dentro de la integridad y la coherencia
que exigía el mensaje que anunciaban. Eso precisamente fue una fuerza de cambio de valores.
La comunidad de personas resultó ser el sustitutivo
del templo. El templo (naos) de los
cristianos, en el N. T., es la comunidad de personas (1 Cor 3, 16. 17; 6, 19; 2
Cor 6, 16; Ef 2,21).
La comunidad es la casa de Dios (1 Tim 3, 15). Con ello la religión cambió radicalmente:
las relaciones humanas, en las que el centro era el amor mutuo, sustituyeron a
los rituales sagrados, en los que el centro era la observancia.
El centro del cristianismo no es la Religión, es la
Bondad.
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