26
de Septiembre - SÁBADO -
XXVª
- Semana del Tiempo Ordinario
Evangelio:
Lc. 9, 43b – 45
En aquel tiempo, entre la
admiración general, por lo que hacia, Jesús dijo a sus discípulos:
“Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del Hombre lo van a
entregar en manos de los hombres”. Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido.
Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto”.
1. El
evangelio de Lucas recoge, en el texto que acabamos de leer, el
segundo anuncio de la pasión que Jesús hizo a sus discípulos. Es
un evangelio duro y exigente. Porque está construido en forma de
contraste.
El
contraste entre la "admiración” de la gente que elogiaba a
Jesús por lo que hacía; y el “rechazo” de los que, precisamente
por lo que hacia querían matarlo. La conducta de Jesús no pasó
desapercibida, ni resulto indiferente.
Todo
lo contrario Jesús provocó, al mismo tiempo, la máxíma admiración
y el máximo rechazo. En la vida no se puede pretender contentar a
todos, ni estar bien con todo el mundo. Es decir, la pretendida
"neutralidad”, que algunos quieren, es sencillamente imposible.
El silencio y la pasividad de los “neutrales” (ingenuos o
cobardes) es tomar postura a favor del que tiene más poder.
Tenía razón Martín Luther King cuando dijo: “No me preocupa el
grito de los violentos, de los corruptos, los deshonestos, de los sin
ética.
Lo
que más me preocupa es el silencio de los buenos”.
2. Lo
que más destaca este evangelio es la incomprensión y el miedo de
los discípulos. Ellos
se habían hecho ilusiones falsas con el Mesías que los había
llamado y escogido. Y
también se habían montado fantasías de éxitos e importancias con
el asunto del Reino. La petición de los Zebedeos y el
enfrentamiento que aquello provocó (Mt 20, 20-28 Mc 10,35-46; cf. Lc
22, 25-26) son indicadores elocuentes. Ciertamente, las
aspiraciones de los discípulos no coincidían con el proyecto de
Jesús. Es alg que nos ocurre a todos. El lenguaje de Jesús
nos resulta oscuro, no captamos su sentido y, sobre todo, nos da
miedo. Nunca lo decimos, pero nos da miedo. Nos da miedo
pensar que de nosotros se diga lo que se dijo de Jesús. Nos da
más miedo que la religión nos rechace como rechazó a Jesús.
Nos produce aún más miedo perder el cargo, vernos metidos en líos,
que se nos tenga por sospechosos o indeseables. Nos cuesta
reconocerlo, pero los miedos de aquellos hombres son nuestros miedos,
los miedos de todos.
3.
Los deseos que ocultamos; y el miedo que nos sella la boca para
ciertos asuntos y en determinados temas, esos deseos y ese miedo, son
tan feos y tan impresentables, que los disfrazamos como sea y de lo
que sea. El disfraz más frecuente es el que nos proporcionan las
motivaciones religiosas. Y así, por “fidelidad a mi vocación”
o a “lo que dijo el Papa", ocultamos cosas que jamás se
deberían ocultar. Es el “disfraz de los prudentes”. Los que
hacen posible que la sociedad canalla se perpetúe.
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