28 de Septiembre
- LUNES –
XXVIª -
Semana del Tiempo Ordinario
Evangelio: Lc
9,46-50
En aquel tiempo, los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante. Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió la
mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: “El que acoge a este niño en mi
nombre, me acoge a mí y el que me acoge a mi, acoge al que me ha enviado.
El más pequeño de vosotros es el más
importante”. Juan tomó la palabra y dijo: “Maestro, hemos
visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se
lo hemos querido impedir”. Jesús le respondió: “No se lo impidáis: el que
no está contra vosotros, está a favor vuestro”.
1. Una vez más, el Evangelio le recuerda a la
Iglesia el interés y hasta la preocupación casi obsesiva, que tenían los
discípulos, por saber quien es el más importante.
Lo más razonable
es pensar que el problema no estaba en que aquellos hombres fueran
especialmente orgullos o
ambiciosos. No. Aquellos hombres eran como somos todos los humanos.
La apetencia por
ser importantes es más fuerte que la apetencia por ser ricos.
Está demostrado
que a uno, que le suben el sueldo, suele ser más feliz solo en el caso de que
no se lo suban igualmente a sus compañeros
o vecinos. Si gana más que los demás,
se sentirá más feliz. Si a todos se lo
suben igual, no por eso es más feliz (Richard Layard). Y no olvidemos que se
trata de una apetencia que nos dura mientras vivamos, aunque seamos creyentes,
religiosos, sacerdotes...
Por otra si
Jesús se opuso siempre de forma tajante a esta apetencia, es que en ella vio el
mayor peligro para los humanos y para su comunidad de seguidores.
¿Por qué?
2. No es, ante todo, cuestión de humildad. El
problema está en que, como es lógico, el que quiere ser el primero, por eso
mismo quiere estar por encima de los demás, quiere ser más que los demás. Y
para lograr eso, lo más seguro es que se va a enfrentar a otros, los va a
humillar o los
querrá dominar. Todo el que sube, divide. Como todo el que baja, une. Y no hay argumento
o motivo que justifique o haga santas estas apetencias.
3. Pero hay algo más grave. Lo peor que hace, el que quiere ser el más importante,
es que pretende ponerse por encima de Cristo y hasta por encima de Dios. Es lo que afirma Jesús cuando presenta al
niño y dice que en el niño está él y está Dios. Como lo está en el que acoge o
escucha a
cualquiera de
los discípulos (Mt 10,40; Mc 9,37; Mt 18,5; Lc 10, 16; 9,48; Jn 13,20). Dios se
ha fundido con Jesús. Y Dios en Jesús se ha fundido con el ser humano.
Por tanto,
querer ser el más importante, en última instancia, es pretender (sin darse
cuenta de ello) estar por encima de Dios.
Ni Dios puede humanizarse más. Ni el hombre puede endiosarse más.
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