martes, 29 de septiembre de 2015

Párate un momento: Evangelio del día 30 de Septiembre - MIÉRCOLES – XXVIª - Semana del Tiempo Ordinario



30 de Septiembre  - MIÉRCOLES –
XXVIª  - Semana del Tiempo Ordinario

Evangelio: Lc 9,57-62

    En aquel tiempo, mientras iban de camino Jesús y sus discípulos, le dijo uno: “Te seguiré a donde vayas”.    Jesús le respondió: “Las zorras tienen madriguera y los pájaros, nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”.    A otro le dijo: “Sígueme”.    Él respondió: “Déjame primero ira enterrar a mi padre”.
 Le contestó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú vete a anunciar el Reino de Dios”.     Otro le dijo: “Te seguiré, Señor, pero déjame primero despedirme de mi familia”.     Jesús le contestó: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”.

1.   Una vez que Jesús ha tomado la decisión de ir a Jerusalén, lo primero que hace Lucas es dejar bien claro que ser discípulo de Jesús es una cosa extremadamente seria.
Porque pone al descubierto que, si se asume el seguimiento de Jesús, pueden entrar en conflicto diversas lealtades (J. A.
Fitzmyer), quizá las más serias lealtades de la vida.

2.   Se trata concretamente de tres lealtades fundamentales:
     1) Renuncio al estatus:  estar dispuesto a perder seguridades, instalaciones y dignidades, para verse, si es preciso, peor que las alimañas del campo.

     2) Renuncia a las convicciones religiosas tradicionales: eso es lo que significa la renuncia a enterrar al propio padre, ya que, para los piadosos judíos de entonces, el último servicio a los muertos era considerado como la cima de todas las buenas obras de la Ley (M. Hengel).
     3) Renuncia a ataduras que impiden el servicio incondicional al Reino: es la libertad ante los vínculos de sangre que más condicionaban a la gente en el modelo de familia patriarcal.

3.   ¿Qué hay detrás de estas exigencias tan radicales?     La radical humanidad de Jesús hecha pasión dominante y determinante en la vida de una persona.    
No por motivaciones emocionales o afectivas, sino por la comunión en un mismo proyecto: el proyecto del Reino, que es el proyecto por la vida, por la seguridad y dignidad de la vida, por la felicidad de la vida para todos por igual.      Y, sobre todo, el proyecto de vivir de tal manera que nada ni nadie me impida contagiar la bondad que nos hace felices y hace felices a los que conviven con nosotros.      Cuando eso pasa, de ser una “ideología” a ser una “convicción” que genera unos hábitos de vida, he ahí lo que es el seguimiento, que, con Jesús, hace el camino hacia Jerusalén.





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