30 de
Septiembre - MIÉRCOLES –
XXVIª - Semana del Tiempo Ordinario
Evangelio: Lc 9,57-62
En aquel
tiempo, mientras iban de camino Jesús y sus discípulos, le dijo uno: “Te
seguiré a donde vayas”. Jesús le
respondió: “Las zorras tienen madriguera y los pájaros, nido, pero el Hijo del
Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”.
A otro le dijo: “Sígueme”. Él
respondió: “Déjame primero ira enterrar a mi padre”.
Le contestó:
“Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú vete a anunciar el Reino de
Dios”. Otro le dijo: “Te seguiré, Señor, pero déjame
primero despedirme de mi familia”. Jesús le contestó: “El que echa mano al arado
y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”.
1. Una vez que
Jesús ha tomado la decisión de ir a Jerusalén, lo primero que hace Lucas es
dejar bien claro que ser discípulo de Jesús es una cosa extremadamente seria.
Porque pone al descubierto que, si se asume el
seguimiento de Jesús, pueden entrar en conflicto diversas lealtades (J. A.
Fitzmyer), quizá las más serias lealtades de la vida.
2. Se trata
concretamente de tres lealtades fundamentales:
1) Renuncio
al estatus: estar dispuesto a perder
seguridades, instalaciones y dignidades, para verse, si es preciso, peor que
las alimañas del campo.
2) Renuncia
a las convicciones religiosas tradicionales: eso es lo que significa la
renuncia a enterrar al propio padre, ya que, para los piadosos judíos de entonces,
el último servicio a los muertos era considerado como la cima de todas las
buenas obras de la Ley (M. Hengel).
3) Renuncia
a ataduras que impiden el servicio incondicional al Reino: es la libertad ante
los vínculos de sangre que más condicionaban a la gente en el modelo de familia
patriarcal.
3. ¿Qué hay
detrás de estas exigencias tan radicales? La radical humanidad de Jesús hecha pasión
dominante y determinante en la vida de una persona.
No por motivaciones emocionales o afectivas, sino por
la comunión en un mismo proyecto: el proyecto del Reino, que es el proyecto por
la vida, por la seguridad y dignidad de la vida, por la felicidad de la vida para
todos por igual. Y, sobre todo, el
proyecto de vivir de tal manera que nada ni nadie me impida contagiar la bondad
que nos hace felices y hace felices a los que conviven con nosotros. Cuando
eso pasa, de ser una “ideología” a ser una “convicción” que genera unos hábitos
de vida, he ahí lo que es el seguimiento, que, con Jesús, hace el camino hacia
Jerusalén.
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