22
de Septiembre - MARTES -
XXVª
- Semana del Tiempo Ordinario
Evangelio:
Lc 8, 19-21
En
aquel tiempo, vinieron a ver a Jesús su madre y sus hermanos, pero
con el gentío no lograban llegar hasta él. Entonces le avisaron: "
Tu madre y tus hermanos están fuera y quieren verte".
Él
les contesto: "Mi madre y mis hermanos son estos: los que
escuchan la Palabra de Dios y la ponen por obra”.
1. Es
evidente que Jesús, cuando dejó su pueblo y se fue a ser bautizado
por Juan y luego a predicar la venida del Reino de Dios, abandono su
familia, su casa, su trabajo y todo lo que podía darle cierta
seguridad y estabilidad en la vida.
Esto
tuvo, entre otras, una consecuencia
fuerte:
para Jesús fue (desde entonces) más determinante la relación
humanitaria que la relación de parentesco.
Porque
la relación comunitaria es elegida libremente, mientras que la
relación de familia nos es dada sin pedirnos permiso.
2. Como
es lógico, desde el momento en que Jesús se alejó de su casa y su
familia, y después reunió en torno a sí un grupo de discípulos
que le acompañaron y compartieron su forma de vivir, sus criterios
sobre la familia tuvieron que evolucionar. El grupo familiar tuvo
que pasar a un segundo plano y el grupo comunitario pasó a ocupar el
centro de su proyecto y de sus preocupaciones. Pero nadie puede
demostrar que Jesús fundó o estableció un modelo de familia para
siempre. Se sabe, con seguridad, que, durante el primer milenio,
los cristianos se adaptaron a las leyes, usos y costumbres de la
mayoría de la sociedad del Imperio.
3. La
familia es necesaria para la socialización de los individuos que
vienen a este mundo. El ser humano, cuando nace, no está acabado.
La configuración de su cuerpo y de su psique crece y se configura
en el aprendizaje e integración de la vida afectiva, emocional,
cultural, valorativa que le contagian sus padres y educadores.
Así
el individuo se integra en la sociedad y en la cultura. Pero
ocurre que, a través de la estructura familiar, se perpetúa el
modelo de sociedad, con sus valores y sus contravalores. Así las
cosas, lo que las creencias cristianas pueden y deben aportar no es
perpetuar el modelo de sociedad (y de familia) establecido, sino
humanizar
la convivencia social, de forma que no se impongan los valores
basados en el poder, el dinero y la desigualdad, sino en el respeto,
la tolerancia, la solidaridad y, sobretodo, el amor.
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