19
de Septiembre - SÁBADO -
XXIVª
– Semana del Tiempo Ordinario
Evangelio:
Lc 8, 4-15
En aquel tiempo, se le
juntaba a Jesús mucha gente y, al pasar por
los pueblos, otros se iban añadiendo.
Entonces les dijo esta parábola: " Salió
el
sembrador a sembrar su semilla. Al
sembrarla, algo cayó al borde del
camino, lo pisaron y los pájaros se lo
comieron. Otro poco cayó en terreno
pedregoso y, al crecer, se secó por falta de humedad. Otro poco
cayó entre
las zarzas,
y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron.
El resto cayó en tierra buena y, al
crecer, dio fruto al ciento
por uno". Dicho esto,
exclamó: “El que tenga oídos para oír, que oiga".
Entonces le preguntaron los discípulos:
"¿
Qué significa esa parábola?”. Él les respondió:
“A vosotros se os ha concedido conocer
los secretos del Reino de Dios; a
los demás, solo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo
no entiendan. El sentido de la
parábola es este: la semilla es la Palabra
de Dios. Los del borde del camino son
los que escuchan, pero luego viene el
diablo y se lleva la Palabra de sus corazones para que no crean
y se salven. Los
del terreno pedregoso son los que, al escucharla, recibe la
Palabra con alegría, pero no tienen
raíz; son los que por algún tiempo
creen, pero en el momento de la prueba
fallan. Lo que cayó entre zarzas son
los que escuchan, pero con los afanes y riquezas y placeres de
la vida, se van ahogando y no maduran.
Los de la tierra buena son quienes con
un corazón noble y generoso escuchan la Palabra, la guardan y
dan fruto perseverando".
1. Para
entender esta parábola, lo primero es tener muy presente que la
“palabra” es “inseparable del que la pronuncia”. Una
palabra es creible cuando el que la pronuncia merece credibilidad.
¿Cómo va a tener aceptación y acogida una palabra, un discurso,
que proviene de una persona cuya forma de vivir está en
contradicción con lo que dice?. Una “palabra" solo puede
dar fruto cuando la vida del que la pronuncia es concorde con lo que
dice. Por eso Jesús insistió tanto en que su autoridad no se
basa en sus títulos o su saber, sino en sus “obras”: “Si
realizo las obras de mi Padre, aun que no me creáis a mí, creed en
mis obras’ (Jn 10, 38).¿Qué predicador puede decir “si no
creéis en lo que digo, por qué no creéis en mi forma de vivir?".
Esto vale para predicadores, para catequistas, para todo el que se
ponga a hablar del Evangelio.
2. No
vendría mal que quien explica la parábola (el hablante) se pare a
pensar si el problema no estará en que “el sembrador no siembra lo
que tiene que sembrar”. Porque se trata de sembrar la Palabra.
Ahora bien, no se siembra la Palabra en cuanto uno se pone a hablar,
sino que se siembra la Palabra únicamente cuando, al hablar, se dan
las condiciones de lo que se ha llamado la “acción comunicativa”
(J. Habermas). Condiciones básicas:
1)
Que lo que dice el hablante resulte comprensible;
2)
Que el hablante sea fiable; es decir, que tenga credibilidad.
3)
Que la comunicación tenga relación con un contexto normativo
vigente, o sea que se hable de cosas que se aceptan como normas de
conducta ahora, no hace mil años.
4)
Que la intención del hablante sea la que él expresa, por ejemplo,
no utilizar la religión para hablar de otros intereses.
Si
no se dan estas condiciones, el problema no está en la tierra, sino
en el sembrador, que no siembra palabra alguna.
3. Pero
igualmente “el oyente de la palabra” (K. Rahner) tiene que
repensar su vida a partir de lo que dice la parábola
¿tienes
un corazón duro? ¿Un corazón con piedras? ¿Con espinas?
¿Cómo acogemos la palabra del Evangelio?
¿Qué
atención y qué interés prestamos a la palabra que nos viene de los
demás?
Aquí
está el problema.
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