24
de Septiembre - JUEVES -
XXVª
- Semana del Tiempo Ordinario
Evangelio:
Lc 9,7-9
En
aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de loque
pasaba y no sabia a
qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado,
otros que había aparecido Elías, y
otros que había vuelto a la vida uno de
los antiguos profetas. Herodes se decía:
“A Juan lo mandé decapitar yo.
¿Quién es este de quien oigo
semejantes cosas?". Y tenía ganas de
verlo.
1. Estamos
acostumbrados a pensar y hablar mal de Herodes el Grande y de su
hijo, Herodes Antipas. Y es verdad que ambos, sobre todo el
padre, tuvieron asuntos muy negros y repugnantes en su historia.
Pero no es frecuente que caigamos en la cuenta de que el Herodes, que
mandaba en Galilea cuando Jesús predicaba y curaba enfermos, fue un
hombre del que también tenemos que aprender. Herodes se
preguntaba, y preguntaba. Ahora bien, el que pregunta es que no
sabe y lo reconoce. El que pregunta, además, espera que otro le
enseñe, y quiere que se le enseñe lo que él no alcanza a saber.
Todo esto es importante en este momento. ¿Alguien ha visto una
tertulia de políticos que, ante las cámaras de televisión, den
muestras de no saber y, sobretodo, digan que quieren aprender?
¿Por qué los hombres del poder son tan autosuficientes? ¿No se
dan cuenta del ridículo que hacen al presentarse así?
2. El
comportamiento, tan profundamente humano de Jesús curando males y
aliviando penas, suscita la curiosidad de todos, incluso de hombre
como Herodes.
Es
verdad que, poco después, este político andaba buscando a Jesús
para matarlo (Lc 13, 31). Cuando Jesús se enteró de eso, se
limitó a decir: “Id a decirle a ese zorro: yo, hoy y maña seguire
curando y echando demonios’ (Lc 13, 32). Los “hombres del
poder" suelen ser “hombres de la mentira”.
3. La
amenaza del poder no desvió a Jesús ni un ápice de su lucha contra
el sufrimiento. Y cuando llegó la hora de la verdad, y Jesús se
vió atado de pies y manos ante el tribunal de Herodes, que le hizo
muchas preguntas, Jesús “no le contestó palabra’ (Lc 23, 9).
Lo que le importaba a Jesús era el dolor de enfermos y pobres.
Para eso nunca necesitó privilegios del poder. Por eso, ni le
asustaron sus amenazas, ni le sedujeron sus promesas. De esto,
tendrían que aprender mucho nuestros obispos. Y todos los que
buscamos o nos recreamos en el favor de los que tienen poder y mando.
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