viernes, 31 de marzo de 2017

Párate un momento: El Evangelio del dia 1 DE ABRIL - SÁBADO – 4ª - SEMANA DE CUARESMA SAN HUGO





1 DE ABRIL - SÁBADO –
4ª - SEMANA DE CUARESMA

Evangelio según san Juan 7,40-53
    En aquel tiempo, de la gente que había oído estos discursos de Jesús, unos decían:
"Este es de verdad el profeta”.
Otros decían:
"Este es el Mesías".
Pero otros decían:
"¿Es que de Galilea va a venir el Mesías?
¿No dice la Escritura que vendrá del linaje de David, y de Belén, el pueblo de David?"
Y así surgió entre la gente una discordia por su causa. Algunos querían prenderlo, pero nadie le puso la mano encima.
Los guardias del templo acudieron a los sumos sacerdotes y fariseos, y estos les dijeron:
"¿Por qué no lo habéis traído?"
Los guardias respondieron:
"Jamás ha hablado nadie así".
Los fariseos les replicaron:
"¿También vosotros os habéis dejado embaucar? ¿Hay algún jefe o fariseo que haya creído en él?
Esa gente que no entienden de la ley son unos malditos".
    Nicodemo, el que había ido en otro tiempo a visitarlo y que era fariseo, les dijo:
    "¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?"
Ellos les replicaron:
"¿También tú eres galileo?
Estudia y verás que de Galilea no salen profetas".
Y se volvieron cada uno a su casa.

1. Lo primero que salta a la vista, en cuanto se lee este evangelio, es que Jesús fue un hombre discutido. Tan discutido que, mientras unos lo tenían por el Mesías, había gente que quería meterlo en la cárcel o que, en cualquier caso, decían de él que no merecía crédito alguno.
Por supuesto, sabemos que los fariseos y los dirigentes religiosos lo despreciaban y hasta querían acabar con él. Por esto, la primera lección de este relato es que, cuando una persona pública y conocida busca la aprobación general y ser apreciada por todo el mundo, eso es el signo más preocupante y negativo que tal persona puede
ofrecer de sí misma.
El que busca la aprobación general, merece el desprecio general. El que se pone de parte de la verdad, sin más remedio, tendrá enfrente a los enemigos de la verdad.

2.  Es duro saber que hay gente que a uno lo desprecia, no se fía de él, habla mal e incluso querría borrarlo del mapa. Pero aún es más duro sentirse amenazado y en peligro de terminar ante un tribunal, ser juzgado, ser condenado y ejecutado.
Esta experiencia tiene que ser muy dolorosa, humillante y, en cualquier caso, extremadamente difícil de soportar. Jesús pasó por todo esto.
Entre otras cosas, porque la gente que estaba de parte de él era la plebe de los pobres e ignorantes, el "óchlos", como decían los griegos, que es la palabra que pone aquí el evangelio de Juan (7, 49).
Jesús no perteneció nunca a la clase de los privilegiados de la sociedad. Ni gozó de privilegio alguno. Todo lo contrario: dijeron de él las peores cosas. Y precisamente los notables y privilegiados sociales fueron los que lo rechazaron, lo despreciaron y lo persiguieron hasta la muerte.

3.  No es bueno que todo el mundo hable bien de una persona. Ni es bueno pretender eso. En una sociedad tan enfrentada y tan dividida, como la sociedad en que vivimos, la pretensión de ser y verse aceptado y querido por todos, es una estupidez, una ingenuidad y seguramente una cobardía, que solo demuestra la incapacidad para afrontar la contradicción.
Hay psicologías débiles que, por su debilidad, no son capaces ni de pensar que hay gente
enfrentada a las ideas de uno o a las decisiones de uno. La vocación en defensa de los pobres y de los que sufren es muy dura. Sobre todo, cuando uno se ve privado de seguridades, de privilegios.
Una vida que no tiene a su favor más defensa que su propia coherencia es, a la larga, una vida difícil y muy dura de llevar adelante.

SAN HUGO

San Hugo, Obispo (año 1132)

Hugo significa "el inteligente".
Hay 16 santos o beatos que llevan el nombre de Hugo. Los dos más famosos son San Hugo, Abad de Cluny (1109), y San Hugo, obispo de quien vamos a hablar hoy.
San Hugo nació en Francia en el año 1052. Su padre Odilón, que se había casado dos veces, al quedar viudo por segunda vez se hizo monje cartujo y murió en el convento a la edad de cien años, teniendo el consuelo de que su hijo que ya era obispo, le aplicara los últimos sacramentos y le ayudara a bien morir.
A los 28 años nuestro santo ya era instruido en ciencias eclesiásticas y tan agradable en su trato y de tan excelente conducta que su obispo lo llevó como secretario a una reunión de obispos que se celebraba en Avignon en el año 1080 para tratar de poner remedio a los desórdenes que había en la diócesis de Grenoble. Allá en esa reunión o Sínodo, los obispos opinaron que el más adaptado para poner orden en Grenoble era el joven Hugo y le propusieron que se hiciera ordenar de sacerdote porque era un laico. El se oponía porque era muy tímido y porque se creía indigno, pero el Delegado del Sumo Pontífice logró convencerlo y le confirió la ordenación sacerdotal. Luego se lo llevó a Roma para que el Papa Gregorio VII lo ordenara de obispo.
En Roma el Pontífice lo recibió muy amablemente. Hugo le consultó acerca de las dos cosas que más le preocupaban: su timidez y convicción de que no era digno de ser obispo, y las tentaciones terribles de malos pensamientos que lo asaltaban muchas veces. El Pontífice lo animó diciéndole que "cuando Dios da un cargo o una responsabilidad, se compromete a darle a la persona las gracias o ayudas que necesita para lograr cumplir bien con esa obligación", y que los pensamientos, aunque lleguen por montones a la cabeza, con tal de que no se consientan ni se dejen estar con gusto en nuestro cerebro, no son pecado ni quitan la amistad con Dios.
Gregorio VII ordenó de obispo al joven Hugo que sólo tenía 28 años, y lo envió a dirigir la diócesis de Grenoble, en Francia. Allá estará de obispo por 50 años, aunque renunciará el cargo ante 5 Pontífices, pero ninguno le aceptará la renuncia.
Al llegar a Grenoble encontró que la situación de su diócesis era desastrosa y quedó aterrado ante los desórdenes que allí se cometían. Los cargos eclesiásticos se concedían a quien pagaba más dinero (Simonía se llama este pecado). Los sacerdotes no se preocupaban por cumplir buen su celibato. Los laicos se habían apoderado de los bienes de la Iglesia. En el obispado no había ni siquiera con qué pagar a los empleados. Al pueblo no se le instruía casi en religión y la ignorancia era total.
Por varios años se dedicó a combatir valientemente todos estos abusos. Y aunque se echó en contra la enemistad de muchos que deseaban seguir por el camino de la maldad, sin embargo la mayoría acepto sus recomendaciones y el cambio fue total y admirable. El dedicaba largas horas a la oración y a la meditación y recorría su diócesis de parroquia en parroquia corrigiendo abusos y enseñando cómo obrar el bien.
Todos veían con admiración los cambios tan importantes en la ciudad, en los pueblos y en los campos desde que Hugo era obispo. El único que parecía no darse cuenta de todos estos éxitos era él mismo. Por eso, creyéndose un inepto y un inútil para este cargo, se fue a un convento a rezar y a hacer penitencia. Pero el Sumo Pontífice Gregorio VII, que lo necesitaba muchísimo para que le ayudara a volver más fervorosa a la gente, lo llamó paternalmente y lo hizo retornar otra vez a su diócesis a seguir siendo obispo. Al volver del convento parecía como Moisés cuando volvió del Monte Sinaí que llegaba lleno de resplandores. Las gentes notaron que ahora llegaba más santo, más elocuente predicador y más fervoroso en todo.
Un día llegó San Bruno con 6 amigos a pedirle a San Hugo que les concediera un sitio donde fundar un convento de gran rigidez, para los que quisieran hacerse santos a base de oración, silencio, ayunos, estudio y meditación. El santo obispo les dio un sitio llamado Cartuja, y allí en esas tierras desiertas y apartadas fue fundada la Orden de los Cartujos, donde el silencio es perpetuo (hablan el domingo de Pascua) y donde el ayuno, la mortificación y la oración llevan a sus religiosos a una gran santidad.
Se dice que al construir la casa para los Cartujos no se encontraba agua por ninguna parte. Y que San Hugo con una gran fe, recordando que cuando Moisés golpeó la roca, de ella brotó agua en abundancia, se dedicó a cavar el suelo con mucha fe y oración y obtuvo que brotara una fuente de agua que abasteció a todo el gran convento.
En adelante San Bruno fue el director espiritual del obispo Hugo, hasta el final de su vida. Y se cumplió lo que dice el Libro de los Proverbios: "Triunfa quien pide consejo a los sabios y acepta sus correcciones". A veces se retiraba de su diócesis para dedicarse en el convento a orar, a meditar y a hacer penitencia en medio de aquel gran silencio, donde según sus propias palabras "Nadie habla si no es para cosas extremadamente graves, y lo demás se lo comunican por señas, con una seriedad y un respeto tan grandes, que mueven a admiración". Para San Hugo sus días en la Cartuja eran como un oasis en medio del desierto de este mundo corrompido y corruptor, pero cuando ya llevaba varios días allí, su director San Bruno le avisaba que Dios lo quería al frente de su diócesis, y tenía que volverse otra vez a su ciudad.
Los sacerdotes más fervorosos y el pueblo humilde aceptaban con muy buena voluntad las órdenes y consejos del Santo obispo. Pero los relajados, y sobre todo muchos altos empleados del gobierno que sentían que con este Monseñor no tenían toda la libertad para pecar, se le opusieron fuertemente y se esforzaron por hacerlo sufrir todo lo que pudieron. El callaba y soportaba todo con paciencia por amor a Dios. Y a los sufrimientos que le proporcionaban los enemigos de la santidad se le unían las enfermedades. Trastornos gástricos que le producían dolores y le impedían digerir los alimentos. Un dolor de cabeza continuo por más de 40 años (que no lo sabían sino su médico y su director espiritual y que nadie podía sospechar porque su semblante era siempre alegre y de buen humor). Y el martirio de los malos pensamientos que como moscas inoportunas lo rodearon toda su vida haciéndolo sufrir muchísimo, pero sin lograr que los consintiera o los admitiera con gusto en su cerebro.
Varias veces fue a Roma a visitar al Papa y a rogarle que le quitara aquel oficio de obispo porque no se creía digno. Pero ni Gregorio VII, ni Urbano II, ni Pascual II, ni Inocencio II, quisieron aceptarle su renuncia porque sabían que era un gran apóstol y que si se creía indigno, ello se debía más a su humildad, que a que en realidad no estuviera cumpliendo bien sus oficios de obispo. Cuando ya muy anciano le pidió al Papa Honorio II que lo librara de aquel cargo porque estaba muy viejo, débil y enfermo, el Sumo Pontífice le respondió: "Prefiero de obispo a Hugo, viejo, débil y enfermo, antes que a otro que esté lleno de juventud y de salud"
Era un gran orador, y como rezaba mucho antes de predicar, sus sermones conmovían profundamente a sus oyentes. Era muy frecuente que, en medio de sus sermones, grandes pecadores empezaran a llorar a grito entero y a suplicar a grandes voces que el Señor Dios les perdonara sus pecados. Sus sermones obtenían numerosas conversiones.
Tenía gran horror a la calumnia y a la murmuración. Cuando escuchaba hablar contra otros exclamaba asustado: "Yo creo que eso no es así". Y no aceptaba quejas contra nadie si no estaban muy bien comprobadas.
Una vez, cuando por un larguísimo verano hubo una enorme carestía y gran escasez de alimentos, vendió el cáliz de oro que tenía y todos los objetos de especial valor que había en su casa y con ese dinero compró alimentos para los pobres. Y muchos ricos siguieron su ejemplo y vendieron sus joyas y así lograron conseguir comida para la gente que se moría de hambre.
Al final de su vida la artritis le producía dolores inmensos y continuos pero nadie se daba cuenta de que estaba sufriendo, porque sabía colocar una muralla de sonrisas para que nadie supiera los dolores que estaba padeciendo por amor a Dios y salvación de las almas.
Un día al verlo llorar por sus pecados le dijo un hombre: "- Padre, ¿por qué llora, si jamás ha cometido un pecado deliberado y plenamente aceptado? - ". Y él le respondió: "El Señor Dios encuentra manchas hasta en sus propios ángeles. Y yo quiero decirle con el salmista: "Señor, perdóname aun de aquellos pecados de los cuales yo no me he dado cuenta y no recuerdo".
Poco antes de su muerte perdió la memoria y lo único que recordaba eran los Salmos y el Padrenuestro. Y pasaba sus días repitiendo salmos y rezando padres nuestros…
Murió cuando estaba para cumplir los 80 años, el 1 de abril de 1132. El Papa Inocencio II lo declaró santo, dos años después de su muerte.




jueves, 30 de marzo de 2017

Párate un momento: El Evangelio del dia 31 DE MARZO - VIERNES – 4ª – SEMANA DE CUARESMA – A SAN BENJAMIN





31 DE MARZO - VIERNES –
4ª – SEMANA DE CUARESMA – A

Evangelio según san Juan 7, 1-2. 10. 25-30
    En aquel tiempo, recorría Jesús la Galilea, pues no quería andar por Judea porque los judíos trataban de matarlo. Se acercaba la fiesta judía de las tiendas.
Cuando sus parientes habían subido ya a la fiesta subió también él; no abiertamente, sino a escondidas.
Entonces algunos que eran de Jerusalén, dijeron:
"¿No es este el que intentan matar?
Pues mirad cómo habla abiertamente y no le dicen nada.
¿Será que los jefes se han convencido de que este es el Mesías?
Pero este sabemos de dónde viene, mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene".
Entonces Jesús, mientras enseñaba en el templo, gritó:
"A mí me conocéis y conocéis de dónde vengo, sin embargo, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz: a ese vosotros no le conocéis; yo le conozco porque procedo de él y él me ha enviado".
Entonces intentaban agarrarlo; pero nadie le pudo echar mano, porque todavía no había llegado su hora.

1.  La situación que presenta este relato es sombría y amenazante: Jesús no quería ira Judea, sin duda porque allí, al ser la provincia central y del poder, su vida corría más peligro. Ya estaba claro que las autoridades centrales querían matarlo. Por eso subió a Jerusalén "a escondidas", o sea, clandestinamente.
No obstante, Jesús se fue directamente al templo. Y además allí se puso a hablar, incluso llegó a "gritar" (Jn 7, 28).
La conducta de Jesús es atrevida y hasta provocativa, en una situación extremadamente peligrosa.

2.  En tales condiciones, lo más significativo que contiene este pasaje es el comentario, que hicieron algunos vecinos de Jerusalén, al ver y oír a Jesús en el templo:  "mirad cómo habla abiertamente" (Jn 7, 26).
Literalmente, lo que dice el texto es que Jesús hablaba con "parresía". Este término viene del
griego "pán" = "todo", y "réma" = "palabra" (pronunciada). Es decir, hablar con "parresía" era decir todo lo que hay que decir; y decirlo con libertad.
Según Demóstenes, la "parresía" era la libertad que gozaban los ciudadanos libres.
Libertad que llegaba a ser "osadía" peligrosa (Platón).
La libertad con que Jesús habló ante el sacerdote Anás, cuando iba a ser condenado a muerte y que le costó una bofetada (Jn 18, 19-22).
La libertad que caracterizó a los primeros creyentes cuando el Espíritu vino sobre ellos (Hech 4, 13. 31; 28, 31).

3.  Es cosa triste de notar que, con demasiada frecuencia, la gente habla mal de la religión, de la Iglesia, de los eclesiásticos... Pero todo eso se habla en tertulias privadas. Jesús no hacía eso. Lo que tenía que decir de los sacerdotes y funcionarios del Templo, lo decía en el Templo. Y lo decía a gritos. Para que lo supiera todo el mundo.
La fuerza de esta libertad de Jesús estaba en su profunda espiritualidad, en su relación con el Padre. Más aún, en su comunión de actuar según la voluntad del Padre. En eso radica la explicación de todo lo que vivió, habló y sufrió Jesús.

SAN BENJAMIN

San Benjamín fue un diácono que vivió en la antigua región de Persia (hoy Irán) y formó parte de un grupo de cristianos mártires durante la larga persecución iniciada por el rey del Imperio sasánida Iezdegerd I, y que terminó con su hijo y sucesor Vararane V.
El santo fue un joven de gran celo apostólico, elocuente para predicar y caritativo con los necesitados. Además, logró muchas conversiones, incluso de los sacerdotes seguidores de Zaratustra, profeta fundador del mazdeísmo.
Si bien el rey Iezdigerd I detuvo la persecución de cristianos llevada a cabo por su padre Sapor II, este mandó a destruir todas sus iglesias cuando un sacerdote cristiano de nombre Hasu, junto a sus allegados, incendiaron el “templo del fuego”, principal objeto del culto de los persas.
Por ello fueron arrestados el Obispo Abdas, los presbíteros Hasu y Isaac, un subdiácono y dos laicos. Después fueron condenados a muerte por negarse a reconstruir el templo y se inició una persecución general que duró cuarenta años.
A estos mártires se suma el diácono Benjamín, quien fue golpeado y después encarcelado por 1 año pese a no haber participado del incendio. Salió en libertad gracias al embajador de Constantinopla, quien prometió que el santo se abstendría de hablar acerca de su religión.
Sin embargo, Benjamín continuó predicando el Evangelio por lo que fue nuevamente detenido y llevado ante el rey, quien lo sometió a crueles torturas, siendo luego decapitado.
El diácono fue martirizado cerca del 420 en Ergol (Persia) por predicar insistentemente la palabra de Dios. Dos años más tarde con la victoria del emperador del Imperio romano de Oriente, Teodosio II, sobre Vararane V, se estableció la libertad de culto para los cristianos de Persia.
La Iglesia conmemora a este santo diácono el 31 de marzo.





miércoles, 29 de marzo de 2017

Párate un momento: El Evangelio del dia 30 DE MARZO - JUEVES – 4ª - SEMANA DE CUARESMA – A SAN JUAN CLIMACO




30 DE MARZO - JUEVES –
4ª - SEMANA DE CUARESMA – A
SAN JUAN CLIMACO

Evangelio según san Juan 5,31-47
    En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
"Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es válido. Hay otro que da testimonio de mí y sé que es válido el testimonio que da de mí.
Vosotros enviasteis mensajeros a Juan y él ha dado testimonio a la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis.
Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz. Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar, esas obras que hago dan testimonio de mí.
Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su semblante, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no lo creéis.
Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna: pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros.
Yo he venido en nombre de mi Padre y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio a ese sí lo recibiréis.
¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios?
No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza.
Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero si no dais fe a sus escritos, ¿cómo daréis fe a mis palabras?".

1.  La idea fuerte y dura, que plantea Jesús en este evangelio, es que la fe se hace imposible para aquellos que buscan gloria unos de otros y no buscan la gloria que viene de Dios.
La palabra "gloria" es la traducción del término "doxa", que en el Nuevo Testamento tiene dos sentidos:
1) El de "reputación", "honor".
2) El de "esplendor de poder", "gloria" divina.
Por tanto, a juicio de Jesús, lo que imposibilita la fe en Jesucristo es el deseo de honor o la apetencia de poder, es decir, la búsqueda de importancia, dignidad y poderío.

2.  Es humano y es lógico que un individuo normal sienta el lógico deseo de llegar a ser una persona honorable, con la debida reputación y dignidad; y que quiera alcanzar cotas de poder, influencia y reconocimiento. Todo esto es perfectamente comprensible. Porque así somos los humanos.  El problema está en que, con demasiada   frecuencia, esos deseos y esos sentimientos son los que se imponen en la vida. Y se imponen por encima de otras cosas, situaciones y necesidades que son apremiantes y, no raras veces, de enorme gravedad.
Bien sabemos que hay hombres que, por lograr un título o un puesto de altura, van por la vida dando codazos a derecha e izquierda, se van dejando tirados a los que les estorban en su pasión por trepar, etc.

3.  Resulta evidente que, cuando la pasión por el poder y la gloria es más determinante que la dignidad, los derechos o el sufrimiento de las personas, en tales condiciones no es posible creer en Jesús. Porque el Evangelio ahí está.
Y es claro, muy claro. Jesús antepuso el bien de los otros, sobre todo el bien de los más desamparados y desdichados, a su propia fama, su propia credibilidad, su propia respetabilidad. Jesús no temió incluso escandalizar. Lo primero es lo primero en la vida. Y Jesús dejó muy claro que, antes que los propios éxitos, está la dignidad y la felicidad de los demás. Si esto no se tiene resuelto, la fe en Jesús no es posible. Por más fuerte, segura y sólida que sea nuestra aceptación de los dogmas que leemos en los libros de teología o en los catecismos.

SAN JUAN CLIMACO
Abad, año 649
Clímaco significa: escala para subir al cielo.
El apellido de este santo proviene de un libro famoso que él escribió y que llegó a ser inmensamente popular y sumamente leído en la Edad Media. El nombre de tal libro era "Escalera para subir al cielo". Y eso mismo en griego se dice "Clímaco".
San Juan Clímaco nació en Palestina y se formó leyendo los libros de San Gregorio Nazanceno y de San Basilio. A los 16 años se fue de monje al Monte Sinaí. Después de cuatro años de preparación fue admitido como religioso. El mismo narraba después que en sus primeros años hubo dos factores que le ayudaron mucho a progresar en el camino de la perfección. El primero: no dedicar tiempo a conversaciones inútiles, y el segundo: haber encontrado un director espiritual santo y sabio que le ayudó a reconocer los obstáculos y peligros que se oponían a su santidad. De su director aprendió a no discutir jamás con nadie, y a no llevarle jamás la contraria a ninguno, si lo que el otro decía no iba contra la Ley de Dios o la moral cristiana.
Pasó 40 años dedicado a la meditación de la Biblia, a la oración, y a algunos trabajos manuales. Y llegó a ser uno de los más grandes sabios sobre la Biblia de Oriente, pero ocultaba su sabiduría y en todo aparecía como un sencillo monje más, igual a todos los otros. En lo que sí aparecía distinto era en su desprendimiento total de todo afecto por el comer y el beber. Sus ayunos eran continuos y los demás decían que pareciera como si el comer y el beber más bien le produjera disgusto que alegría. Era su penitencia, ayunar, ayunar siempre.
Su oración más frecuente era el pedir perdón a Dios por los propios pecados y por los pecados de la demás gente. Los que lo veían rezar afirmaban que sus ojos parecían dos aljibes de lágrimas. Lloraba frecuentemente al pensar en lo mucho que todos ofendemos cada día a Nuestro Señor. Y de vez en cuando se entraba a una cueva a rezar y allí se le oía gritar: ¡Perdón, Señor piedad. No nos castigues como merecen nuestros pecados. Jesús misericordioso tened compasión de nosotros los pobres pecadores! Las piedras retumbaban con sus gritos al pedir perdón por todos.
El principal don que Dios le concedió fue el ser un gran director espiritual. Al principio de su vida de monje, varios compañeros lo criticaban diciéndole que perdía demasiado tiempo dando consejos a los demás. Que eso era hablar más de la cuenta. Juan creyó que aquello era un caritativo consejo y se impuso la penitencia de estarse un año sin hablar nada ni dar ningún consejo. Pero al final de aquel año se reunieron todos los monjes de la comunidad y le pidieron que por amor a Dios y al prójimo siguiera dando dirección espiritual, porque el gran regalo que Dios le había concedido era el de saber dirigir muy bien las almas. Y empezó de nuevo a aconsejar. Las gentes que lo visitaban en el Monte Sinaí decían de él: "Así como Moisés cuando subió al Monte a orar bajó luego hacia sus compañeros con el rostro totalmente iluminado, así este santo monje después de que va a orar a Dios viene a nosotros lleno de iluminaciones del cielo para dirigirnos hacia la santidad".
El superior del convento le pidió que pusiera por escrito los remedios que él daba a la gente para obtener la santidad. Y fue entonces cuando escribió el famoso libro del cual le vino luego su apellido: "Clímaco", o Escalera para subir al cielo. Se compone de 30 capítulos, que enseñan los treinta grados para ir subiendo en santidad hasta llegar a la perfección. El primer peldaño o la primera escalera es cumplir aquello que dijo Jesús: "Quien desea ser mi discípulo tiene que negarse a sí mismo". El primer escalón es llevarse la contraria a sí mismo, mortificarse en algo cada día. El segundo es tratar de recobrar la blancura del alma pidiendo muchas veces perdón a Dios por pecados cometidos, el tercero es el plan o propósito de enmendarse y cambiar de vida. Los últimos tres, los peldaños superiores, son practicar la Fe, la Esperanza y la Caridad. Todo el libro está ilustrado con muchas frases hermosas y con agradables ejemplos que lo hacen muy agradable.
A San Juan Clímaco le concedió Dios otro gran regalo y fue el de lograr llevar la paz a muchísimas almas angustiadas y llenas de preocupaciones. Llegaban personas desesperadas a causa de terribles tentaciones y él les decía: "Oremos porque los malos espíritus se alejan con la oración". Y después de dedicarse a rezar por varios minutos en su compañía aquella persona sentía una paz y una tranquilidad que antes no había experimentado nunca. El santo decía a la gente: "Así como los israelitas quizás no habrían logrado atravesar el desierto si no hubieran sido guiados por Moisés, así muchas almas no logran llegar a la santidad si no tienen un director espiritual que los guíe". Y él fue ese guía providencial para millares de personas por 40 años.
Un joven que era dirigido espiritualmente por San Juan Clímaco, estaba durmiendo junto a una gran roca, a muchos kilómetros del santo, cuando oyó que este lo llamaba y le decía: "Aléjese de ahí". El otro despertó y salió corriendo, y en ese momento se desplomó la roca, de tal manera que lo habría aplastado si se hubiera quedado allí.
En un año en el que por muchos meses no caía una gota de agua y las cosechas se perdían y los animales se morían de sed, las gentes fueron a donde nuestro santo a rogarle que le pidiera a Dios para que enviara las lluvias. El subió al Monte Sinaí a orar y Dios respondió enviando abundantes lluvias.
Era tal la fama que tenían las oraciones de San Juan Clímaco, que el mismo Papa San Gregorio le escribió pidiéndole que lo encomendara en sus oraciones y le envió colchones y camas para que pudiera hospedar a los peregrinos que iban a pedirle dirección espiritual.
Cuando ya tenía más de 70 años, los monjes lo eligieron Abad o Superior del monasterio del Monte Sinaí y ejerció su cargo con satisfacción y provecho espiritual de todos. Cuando sintió que la muerte se acercaba renunció al cargo de superior y se dedicó por completo a preparar su viaje a la eternidad. Y al cumplir los 80 años murió santamente en su monasterio del Monte Sinaí. Jorge, su discípulo predilecto, le pidió llorando: "Padre, lléveme en su compañía al cielo". El oró y le dijo: "Tu petición ha sido aceptada". Y poco después murió Jorge también.

San Juan Clímaco, pídele a Dios que nos envíe muchos escritores católicos que escriban libros que lleven a la santidad, y que nos envíe muchos santos y sabios directores espirituales como tú, que nos lleven hacia la perfección cristiana. Amen.