19 de Marzo,
DOMINGO
3ª – Semana de
Cuaresma
Lectura del libro del Éxodo
(17,3-7):
En aquellos días,
el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés:
«¿Nos has hecho salir de Egipto para
hacernos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?»
Clamó Moisés al Señor y dijo:
«¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco
falta para que me apedreen.»
Respondió el Señor a Moisés.
«Preséntate al pueblo llevando contigo
algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el cayado con que
golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb;
golpearás la peña, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo.»
Moisés lo hizo así a la vista de los
ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la
reyerta de los hijos Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo:
«¿Está o no está el Señor en medio de
nosotros?»
Salmo 94,1-2.6-7.8-9
R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón.»
R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:
«No endurezcáis vuestro corazón.»
Venid, aclamemos
al Señor,
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R/.
demos vítores a la Roca que nos salva;
entremos a su presencia dándole gracias,
aclamándolo con cantos. R/.
Entrad,
postrémonos por tierra,
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R/.
bendiciendo al Señor, creador nuestro.
Porque él es nuestro Dios,
y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. R/.
Ojalá escuchéis
hoy su voz:
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R/.
«No endurezcáis el corazón como en Meribá,
como el día de Masá en el desierto;
cuando vuestros padres me pusieron a prueba
y me tentaron, aunque habían visto mis obras.» R/.
Lectura de la carta del apóstol
san Pablo a los Romanos (5,1-2.5-8):
Ya que hemos recibido la justificación
por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por
él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos
gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Y la
esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado.
En efecto, cuando nosotros todavía
estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en
verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se
atrevería uno a morir; más la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo
nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.
Evangelio según san Juan (4,5-42):
En aquel tiempo,
llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob
a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino,
estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.
Llega una mujer de Samaria a sacar agua,
y Jesús le dice:
«Dame de beber.»
Sus discípulos se habían ido al pueblo a
comprar comida.
La samaritana le dice:
«¿Cómo tú, siendo judío, me pides de
beber a mí, que soy samaritana?»
Porque los judíos no se tratan con los
samaritanos.
Jesús le contestó:
«Si conocieras el don de Dios y quién es
el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.»
La mujer le dice:
«Señor, si no tienes cubo, y el pozo es
hondo, ¿de dónde sacas agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos
dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
Jesús le contestó:
«El que bebe de esta agua vuelve a tener
sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que
yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la
vida eterna.»
La mujer le dice:
«Señor, dame de esa agua así no tendré
más sed ni tendré que venir aquí a sacarla.»
Él le dice:
«Anda, llama a tu marido y vuelve.»
La mujer le contesta:
«No tengo marido».
Jesús le dice:
«Tienes razón que no tienes marido; has
tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.»
La mujer le dijo:
«Señor, veo que tú eres un profeta.
Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde
se debe dar culto está en Jerusalén.»
Jesús le dice:
«Créeme, mujer: se acerca la hora en que
ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a
uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación
viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que
quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el
Padre desea que le den culto así Dios es espíritu, y los que le dan culto deben
hacerlo en espíritu y verdad.»
La mujer le dice:
«Sé que va a venir el Mesías, el Cristo;
cuando venga, él nos lo dirá todo.»
Jesús le dice:
«Soy yo, el que habla contigo.»
En aquel pueblo muchos creyeron en él.
Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos.
Y se quedó allí dos días.
Todavía creyeron muchos más por su
predicación, y decían a la mujer:
«Ya no creemos por lo que tú dices;
nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del
mundo.»
Jesús en Samaria.
Una historia en cuatro actos.
Acto I: Jesús y la mujer
Al alzarse el telón, se ve un valle, no muy
grande, entre dos montes; a la derecha el Ebal, a la izquierda el Garizim. En
el centro un pozo. Los discípulos han ido al pueblo a comprar provisiones. Solo
se ve a Jesús, sentado en el brocal, con aspecto cansado. Entra por el fondo
una mujer con un cántaro. Lo mira un momento, deja el cántaro en tierra y se
dispone a sacar agua del pozo. Jesús, sin ningún preámbulo, sin saludar
siquiera, le dice.
― Dame de beber.
(La mujer lo mira sorprendida y le responde con
tono irónico.)
― ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber
a mí, que soy samaritana? Los judíos no se tratan con los samaritanos.
(Jesús sonríe ligeramente y le habla con igual
ironía)
― Si conocieras el don de Dios y quién es el
que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.
(La mujer lo mira con recelo, pensando que se
trata de un loco inofensivo. Ata la soga al cubo y se dispone a tirarlo al
pozo)
― Señor, si no tienes cubo, y el pozo es
hondo, ¿de dónde sacas el agua viva? ¿Eres tú más que nuestro padre Jacob, que
nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?
― El que bebe de esta agua vuelve a tener
sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que
yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la
vida eterna.
(Se oye el golpe seco del cubo contra el agua.
Al cabo de un momento, la mujer comienza a tirar mientras le dice sonriendo).
― Señor, dame esa agua: así no tendré más
sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.
(Jesús también sonríe. Cuando la mujer apoya el
cubo en el brocal, antes de que empiece a llenar el cántaro, le dice)
― Anda, llama a tu marido y vuelve.
― No tengo marido.
― Tienes razón, que no tienes marido: has
tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.
(La mujer lo mira sorprendida)
― Señor, veo que tú eres un profeta.
(Su actitud cambia por completo, ya no lo mira
como a un bicho raro ni le habla en broma. Se siente desconcertada y curiosa.
Cuando termina de llenar el cántaro mira a la montaña que tiene enfrente, el
Garizim, y le comenta).
― Nuestros padres dieron culto en este
monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.
― Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni
en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno
que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación
viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que
quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el
Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto
deben hacerlo en espíritu y verdad.
(La mujer no se ha enterado de mucho, pero no
pide aclaraciones).
― Sé que va a venir el Mesías, el Cristo;
cuando venga, él nos lo dirá todo.
― Soy yo, el que habla contigo.
(La
mujer lo mira con una mezcla de asombro y miedo. Está a punto de decir algo,
pero en ese momento comienzan a entrar los discípulos. Coge el cántaro, pero
cuando se lo lleva a la cintura, se detiene un momento y lo deja en tierra,
junto al pozo. Sale apresurada sin llevárselo.)
Acto II: La mujer y sus paisanos
(La escena se desarrolla en Sicar, pueblecito
cercano al pozo. Pocas casas, niños pequeños jugando. La mujer entra corriendo
y llama a las vecinas.)
― Venid a ver un hombre que me ha dicho todo
lo que he hecho.
(Una vecina, irónica)
― ¿Todo?
― Sí, todo. Que he tenido cinco maridos.
― ¿Y te ha dicho algo del que tienes ahora?
― Sí. También lo sabe. ¿Será éste el Mesías?
(Comienzan a entrar hombres que vuelven del
campo. La mujer les repite lo ocurrido)
― Está en el pozo. Si queréis, vamos a verlo.
(Todos se ponen en marcha)
Acto III: Jesús y los discípulos
El
mismo escenario del primer acto. Jesús sigue sentado en el brocal del pozo. Los
discípulos le ofrecen pan y queso, pero no los toca. Ellos se sientan en el
suelo y empiezan a comer. Al cabo de un rato, Pedro y Juan se acercan a Jesús.
― Maestro, come.
(Jesús no se dirige a ellos, habla a todo el
grupo)
― Yo tengo por comida un alimento que
vosotros no conocéis.
(Andrés le comenta a Santiago)
― ¿Le habrá traído alguien de comer?
― Como no haya sido la mujer que estaba aquí cuando llegamos… Pero ésa sólo llevaba un cántaro
cuando nos la cruzamos por el camino.
(Jesús oye el comentario y se dirige de nuevo a
todos)
― Mi alimento es hacer la voluntad del que
me envió y llevar a término su obra. ¿No decís vosotros que faltan todavía
cuatro meses para la cosecha? Yo os digo esto: Levantad los ojos y contemplad
los campos, que están ya dorados para la siega; el segador ya está recibiendo
salario y almacenando fruto para la vida eterna: y así, se alegran lo mismo
sembrador y segador. Con todo, tiene razón el proverbio: «Uno siembra y
otro siega». Yo os envié a segar lo que no habéis sudado. Otros sudaron, y
vosotros recogéis el fruto de sus sudores.
(Felipe mira a Tomás)
― ¿Te has enterado de algo?
― De nada. Bueno, de lo primero que dijo: que
cumplir la voluntad de Dios le alimenta tanto como el pan y el queso.
― Pues tiene mérito. Ya lo quisiera yo para mí.
Acto IV: Jesús y los samaritanos
Van
entrando los habitantes de Sicar con la mujer al frente y rodean a Jesús
mientras lo miran con curiosidad. La mujer le habla esta vez con enorme
respeto.
― Señor, nos gustaría que te quedaras unos días en nuestro pueblo.
(Jesús los mira con
una sonrisa irónica)
― ¿Cómo vosotros, que sois samaritanos, le pedís a un judío que se quede en el
pueblo?
― La mujer dice que tú lo sabes todo. Y que la
salvación viene de los judíos.
(Jesús guarda silencio mientras los del pueblo
lo miran expectantes)
― Está bien. Me quedaré con vosotros dos días.
― ¿No pueden ser más? ¿Tanta prisa tienes?
― Yo no tengo que enseñarlo todo. Como dice el
proverbio: «Uno siembra y otro siega». Más adelante vendrán algunos de éstos a recoger el fruto de
lo que yo he sudado.
Final
Han pasado los dos días. En el centro de la
escena un grupo numeroso de samaritanos rodea a la mujer mientras contemplan
cómo Jesús y sus discípulos desaparecen camino de Galilea.
― ¿Llevaba yo razón cuando os dije que podía ser el Mesías?
― Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo
hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador
del mundo.
Primera lectura (Éxodo 17, 3-7)
En aquellos días, el pueblo, torturado
por la sed, murmuró contra Moisés:
― ¿Nos has hecho salir de Egipto para hacernos morir de sed a nosotros,
a nuestros hijos y a nuestros ganados?
Clamó Moisés al Señor y dijo:
― ¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen.
Respondió el Señor a Moisés:
― Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de
Israel; lleva también en tu mano el cayado con que golpeaste el río, y vete,
que allí estaré yo ante ti, sobre la peña, en Horeb; golpearás la peña, y
saldrá de ella agua para que beba el pueblo.
Moisés lo hizo así a la vista de los
ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masa y Meribá, por la
reyerta de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo:
― ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?
COMENTARIO
Los
evangelios de los domingos 3º, 4º y 5º de Cuaresma del ciclo A, tomados de san
Juan, presentan a Jesús como fuente de agua viva (Samaritana), luz del mundo
(ciego de nacimiento) y vida (resurrección de Lázaro). Son tres símbolos de
nuestras necesidades más fuertes (agua, luz, vida), y de cómo Jesús puede
llenarlas.
Tres aguadores y tres tipos de agua
Las
lecturas del domingo 3º hablan de tres personajes famosos (Jacob, Moisés,
Jesús) relacionándolos con el don del agua. En gran parte del mundo, beber un
vaso de agua no plantea problemas: basta abrir el grifo o servirse de una
jarra. Pero quedan todavía muchos millones de personas que viven la tragedia de
la sed y saben el don maravilloso que supone una fuente de agua.
En
el evangelio, la samaritana recuerda que el patriarca Jacob les regaló un pozo
espléndido, del que se puede seguir sacando agua después de tantos siglos. En
la primera lectura, Moisés sacia la sed del pueblo golpeando la roca. De vuelta
al evangelio, Jesús promete un manantial que dura eternamente.
Aparentemente,
el mismo problema y la misma solución. Pero son tres aguas muy distintas: la de
Jacob dura siglos, pero no calma la sed; la de Moisés sacia la sed por poco
tiempo, en un momento concreto; la de Jesús sacia una sed muy distinta, brota
de él y se transforma en fuente dentro de la samaritana. Este milagro es
infinitamente superior al de Moisés: por eso la samaritana, cuando termina de
hablar con Jesús, deja el cántaro en el pozo y marcha al pueblo. Ya no necesita
esa agua que es preciso recoger cada día, Jesús le ha regalado un manantial
interior.
Interpretación
histórica y comunitaria
Quizá
la intención primaria del relato era explicar cómo se formó la primera
comunidad cristiana en Samaria. Aquella región era despreciada por los judíos,
que la consideraban corrompida por multitud de cultos paganos. De hecho, en el
siglo VIII a.C., los asirios deportaron a numerosos samaritanos y los
sustituyeron por cinco pueblos que introdujeron allí a sus dioses (2 Reyes
17,30-31); serían los cinco maridos que tuvo anteriormente la samaritana, y el
sexto (“el que tienes ahora no es tu marido”) sería Zeus, introducido más tarde
por los griegos. Sin embargo, mientras los judíos odian y desprecian a los
samaritanos, Jesús se presenta en su región y él mismo funda allí la primera
comunidad. Los samaritanos terminan aceptándolo y le dan un título típico de
ellos, que sólo se usa aquí en el Nuevo Testamento: «el Salvador del mundo». En
esa primera comunidad samaritana se cumple lo que dice Jesús a los discípulos:
«uno es el que siembra, otro el que siega». Él mismo fue el sembrador, y los
misioneros posteriores recogieron el fruto de su actividad. Y en esa labor
misionera tendría especial valor la actividad de aquella mujer que puso en
contacto a sus paisanos con la persona de Jesús.
Interpretación individual
Pero
el mensaje de este evangelio no se limita a esta interpretación. Hay dos
detalles que obligan a completar la lectura comunitaria con una lectura más
personal.
-El
primero es la curiosa referencia al cántaro de la samaritana. Lo ha traído para
buscar agua, pero al final, después de hablar con Jesús, lo deja en el pozo.
Jesús le ha dado un agua distinta, que se ha convertido dentro de ella en un
manantial.
-
El segundo detalle es la relación estrecha entre la promesa de Jesús de dar
agua, su invitación posterior, durante la fiesta en Jerusalén: «el que tenga
sed, que venga a mí y beba» (Juan 7,37-38), y lo que ocurre en el calvario,
cuando lo atraviesan con la lanza y de su costado brota sangre y agua (Juan
19,34).
El tema central no es ahora la fundación de
una comunidad, sino la relación estrecha de cualquier creyente con él. La
persona que tiene su sed material cubierta, aunque sea con el esfuerzo diario
de buscarse el agua, pero que siente una distinta, una insatisfacción que sólo
se llena mediante el contacto directo con Jesús y la fe en él.
Otra agua y otro pan
Un
último detalle sobre la enorme riqueza simbólica de este episodio. La
samaritana se olvida de beber. Jesús se olvida de comer. Aunque los discípulos
le animen a hacerlo, él tiene otro alimento, igual que la mujer tiene otra
agua.
¿Cuál
es esa agua que Jesús ha dado a la samaritana?
Releyendo
el relato, se advierte que la mujer va cambiando su imagen de Jesús. Al
principio lo considera un simple judío, que no le merece gran respeto. Luego lo
descubre como profeta, conocedor de cosas ocultas. Más tarde se pregunta si no
será el Mesías, alguien que merece toda su consideración, aunque destruya sus
convicciones religiosas precedentes; alguien que le revela la recta relación
con Dios.
En
el Antiguo Testamento se usa a veces la metáfora de la sed y del agua para
expresar el deseo de Dios: «Como suspira la cierva por las corrientes de agua,
así suspira mi alma por ti, Dios mío» (Sal 42). Ese nuevo conocimiento de Dios
y de Jesús es el agua que se ha llevado la samaritana, la que no necesita el
viejo cántaro, que puede quedar olvidado junto al pozo de Jacob.
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