29 DE MARZO –
MIÉRCOLES –
4ª - SEMANA DE CUARESMA
- A
SAN EUSTASIO.
Evangelio según san Juan 5, 17-30
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
"Mi Padre sigue actuando y yo también
actúo".
Por eso los judíos tenían más ganas de
matarlo: porque no solo violaba el sábado, sino también llamaba a Dios Padre
suyo, haciéndose igual a Dios.
Jesús tomó la palabra y les dijo:
"Os lo aseguro: el Hijo no puede
hacer por su cuenta nada que no vea hacer al Padre. Lo que hace este, eso mismo
hace también el Hijo, pues el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que Él hace,
y le mostrará obras mayores que esta para vuestro asombro.
Lo mismo que el Padre resucita a los
muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere. Porque el
Padre no juzga a nadie, sino que ha confiado al Hijo el juicio de todos, para
que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no
honra al Padre que le envió.
Os lo aseguro: quien escucha mi palabra
y cree al que me envió, posee la vida eterna y no será condenado, porque ha
pasado ya de la muerte a la vida.
Os aseguro que llega la hora, y ya está
aquí, en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que hayan oído
vivirán. Porque igual que el Padre dispone de la vida, así ha dado también al
Hijo el disponer de la vida. Y le ha dado potestad de juzgar, porque es el Hijo
del Hombre. No os sorprenda que venga la hora en la que los que están en el
sepulcro oirán su voz: los que hayan hecho el bien saldrán a una resurrección
de vida; los que hayan hecho el mal, a una resurrección de condena.
Yo no puedo hacer nada por mí mismo;
según lo oigo, juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino
la voluntad del que me envió".
1. En este
discurso, que el evangelio de Juan pone en boca de Jesús, queda patente que, a
juicio de los judíos que oían a Jesús, este afirma con claridad que era igual a
Dios (Jn 5, 18 b). Y esto precisamente era lo que irritaba a los dirigentes
judíos hasta el extremo de que, por eso, querían matarlo (Jn 5, 18 a).
Pero este texto precisa algo que resulta decisivo.
Este discurso está puesto inmediatamente
después de la curación del paralítico de la piscina (Jn 5, 1-9 a). Pero
Jesús curó a aquel hombre un día que era sábado (Jn 5, 9 b). Y eso es lo que
sacó de quicio a los judíos observantes.
El evangelio lo dice: "Precisamente por eso empezaron
los dirigentes judíos a perseguir a Jesús" (Jn 5, 16).
2. Esto quiere
decir lo siguiente: a los observantes religiosos, lo que directamente les preocupaba
no era el tema dogmático de Dios, sino el tema legal del sábado. Así las cosas,
lo que no soportaban aquellos hombres es que un individuo, que no se les
sometía a ellos en las normas rigurosas relativas al sábado, ese individuo, además,
dijera que hacía aquello porque Dios estaba con él y estaba de acuerdo con lo
que él hacía. Lo cual, lógicamente, equivalía a afirmar que era Dios mismo el
que no estaba de acuerdo con aquellas extrañas y rigurosas normas religiosas que ellos le imponían a la gente.
3. Con
frecuencia ocurre que a la gente religiosa le preocupan más las observancias,
las normas, los ritos y las ceremonias que aquel a quien todo eso se dirige y a
quién se supone que debe rendirse el debido culto. O sea, interesan más
las
normas y las ceremonias que el Dios que supuestamente es el que quiere las
normas y las ceremonias. Los medios se
anteponen al fin.
A muchas personas religiosas se les nota demasiado que
les interesan más las observancias religiosas que tener claro y firme el
concepto de Dios y su fe-confianza en Dios.
SAN EUSTASIO.
Vida de San Eustasio de Luxeüil
Nació Eustasio pasada la segunda mitad del
siglo VI, en Borgoña.
Fue discípulo de san Columbano, monje
irlandés que pasó a las Galias buscando esconderse en la soledad y que recorrió
el Vosga, el Franco-Condado y llegó hasta Italia. Fundó el monasterio de
Luxeüil a cuya sombra nacieron los célebres conventos de Remiremont, Jumieges,
Saint-Omer, Foteines etc.
Eustasio tiene unos deseos grandes de
encontrar el lugar adecuado para la oración y la penitencia. Entra en Luxeüil y
es uno de sus primeros monjes. Allí lleva una vida a semejanza de los monjes
del desierto de oriente.
Columbano se ve forzado a condenar los graves
errores de la reina Bruneguilda y de su nieto rey de Borgoña. Con esta actitud,
por otra parte, inevitable en quien se preocupa por los intereses de la
Iglesia, desaparece la calma que hasta el momento disfrutaban los monjes.
Eustasio considera oportuno en esa situación autodesterrarse a Austrasia, reino
fundado el 511, en el periodo merovingio, a la muerte de Clodoveo y cuyo primer
rey fue Tierry, donde reina Teodoberto, el hermano de Tierry. Allí se le reúne
el abad Columbano. Predican por el Rhin, río arriba, bordeando el lago
Constanza, hasta llegar a tierras suizas.
Columbano envía a Eustasio al monasterio de
Luxeüil después de nombrarle abad. Es en este momento -con nuevas
responsabilidades- cuando la vida de Eustasio cobra dimensiones de madurez
humana y sobrenatural insospechadas. Arrecia en la oración y en la penitencia;
trata con caridad exquisita a los monjes, es afable y recto; su ejemplo de
hombre de Dios cunde hasta el extremo de reunir en torno a él dentro del
monasterio a más de seiscientos varones de cuyos nombres hay constancia en los
fastos de la iglesia. Y el influjo espiritual del monasterio salta los muros
del recinto monacal; ahora son las tierras de Alemania las que se benefician de
él prometiéndose una época altamente evangelizadora.
Pero han pasado cosas en el monasterio de
Luxeüil mientras duraba la predicción por Alemania. Un monje llamado Agreste o
Agrestino que fue secretario del rey Tierry ha provocado la relajación y la
ruina de la disciplina. Orgulloso y lleno de envidia, piensa y dice que él
mismo es capaz de realizar idéntica labor apostólica que la que está realizando
su abad; por eso abandona el retiro del que estaba aburrido hacía tiempo y
donde ya se encontraba tedioso; ha salido dispuesto a evangelizar paganos, pero
no consigue los esperados triunfos de conversión. Y es que no depende de las
cualidades personales ni del saber humano la conversión de la gente; ha de ser
la gracia del Espíritu Santo quien mueva las inteligencias y voluntades de los
hombres y esto ordinariamente ha querido ligarlo el Señor a la santidad de
quien predica. En este caso, el fruto de su misionar tarda en llegar y con
despecho se precipita Agreste en el cisma.
Eustasio quiere recuperarlo, pero se topa con
el espíritu terco, inquieto y sedicioso de Agreste que ha empeorado por los
fracasos recientes y está dispuesto a aniquilar el monasterio. Aquí interviene
Eustasio con un feliz desenlace porque llega a convencer a los obispos reunidos
haciéndoles ver que estaban equivocados por la sola y unilateral información
que les había llegado de parte de Agreste.
Restablecida la paz monacal, la unidad de
dirección y la disciplina, cobra nuevamente el monasterio su perdida
prestancia.
Sus grandes méritos se acrecentaron en la
última enfermedad, con un mes entero de increíbles sufrimientos, que consumen
su cuerpo sexagenario el 29 de marzo del año 625.
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