9 DE MARZO -
JUEVES –
1ª - SEMANA
DE CUARESMA
Santa Francisca Romana, mártir
Evangelio según
san Mateo 7, 7-12
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
"Pedid
y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide
recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre.
Si
a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a dar una piedra?; y si le
pide pescado, ¿le dará una serpiente?
Pues si vosotros, que sois malos, sabéis
dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre del cielo dará
cosas buenas a los que le piden?
Tratad a los demás como queréis que ellos
os traten: en esto consiste la ley y los profetas".
1. La oración de petición y súplica es una de
las manifestaciones más claras y frecuentes que se producen en la experiencia
religiosa.
Los estudiosos de la historia
y la fenomenología de las religiones, aunque discuten sobre el origen último del
fenómeno religioso, todos coinciden en que la oración (de una forma o de otra)
no falta en ninguna de las tradiciones religiosas de la humanidad, siempre que
hablemos de las religiones que nos son conocidas por la historia, no de las
religiones prehistóricas.
Como se ha dicho de
la religión más antigua que se conoce
como religión organizada, la de Mesopotamia, desde el momento en que el hombre
cree tener por encima de él unos Señores o Patronos a los que atribuye la
omnipotencia y la facultad de intervenir en el mundo, ha sido inevitable que
los humanos, en caso de necesidad, se vuelven hacia sus Señores del cielo, para
tenerlos como protectores o interlocutores (J.
Bottéro).
2. Por otra parte, la indigencia y la debilidad
humanas son una experiencia que a los mortales nos acompaña siempre y de la que
no podemos desprendernos. En estas
condiciones, es lógico y es humano, recurrir con deseos, anhelos y súplicas a
quien, de forma más o menos confusa, creemos que puede socorrernos o resolver
una situación apurada. Por eso se ha dicho tantas veces, y con razón, que en
las trincheras no hay ateos. El que se ve amenazado por un
peligro serio, no duda en gritar, pedir
auxilio, ayuda... Y con frecuencia, eso se hace acudiendo a Dios.
3. El fruto, el éxito
y la eficacia de la oración está en la oración misma. Jesús pasaba las noches en
oración. Y rezó intensamente antes de la
pasión y en el momento mismo de morir.
El fruto de la
oración es la fuerza y la paz del Espíritu. Ese es el pan que el Padre siempre
nos da. Porque es el que más necesitamos.
Santa Francisca Romana, mártir
Francisca nació en Roma en el año 1384.
Y en cada año, el 9 de marzo, llegan cantidades de peregrinos a visitar su
tumba en el Templo que a ella se le ha consagrado en Roma y a visitar el
convento que ella fundó allí mismo y que se llama "Torre de los Espejos".
Sus padres eran sumamente ricos y muy
creyentes (quedarán después en la miseria en una guerra por defender al Sumo
Pontífice) y la niña creció en medio de todas las comodidades, pero muy bien
instruida en la religión. Desde muy pequeñita su mayor deseo fue ser religiosa,
pero los papás no aceptaron esa vocación, sino que le consiguieron un novio de
una familia muy rica y con él la hicieron casar.
Francisca, aunque amaba inmensamente a
su esposo, sentía la nostalgia de no poder dedicar su vida a la oración y a la
contemplación, en la vida religiosa. Un día su cuñada, llamada Vannossa, la vio
llorando y le preguntó la razón de su tristeza. Francisca le contó que ella
sentía una inmensa inclinación hacia la vida religiosa pero que sus padres la
habían obligado a formar un hogar. Entonces la cuñada le dijo que a ella le
sucedía lo mismo, y le propuso que se dedicaran a las dos vocaciones: ser unas
excelentes madres de familia, y a la vez, dedicar todos los ratos libres a
ayudar a los pobre y enfermos, como si fueran dos religiosas. Y así lo
hicieron. Con el consentimiento de sus esposos, Francisca y Vannossa se
dedicaron a visitar hospitales y a instruir gente ignorante y a socorrer
pobres. La suegra quería oponerse a todo esto, pero los dos maridos al ver que
ellas en el hogar eran tan cuidadosas y tan cariñosas, les permitieron seguir
en esta caritativa acción. Pronto Francisca empezó a ganarse la simpatía de las
gentes de Roma por su gran caridad para con los enfermos y los pobres. Ella
tuvo siempre la cualidad especialísima de hacerse querer por la gente. Fue un
don que le concedió el Espíritu Santo.
En más de 30 años que Francisca vivió
con su esposo, observó una conducta verdaderamente edificante. Tuvo tres hijos
a los cuales se esmeró por educar muy religiosamente. Dos de ellos murieron muy
jóvenes, y al tercero lo guio siempre, aun después de que él se casó, por el
camino de todas las virtudes.
A Francisca le agradaba mucho dedicarse
a la oración, pero le sucedió muchas veces que estando orando la llamó su
marido para que la ayudara en algún oficio, y ella suspendía inmediatamente su
oración y se iba a colaborar en lo que era necesario. Veces hubo que tuvo que
suspender cinco veces seguidas una oración, y lo hizo prontamente. Ella
repetía: "Muy buena es la oración, pero la mujer casada tiene que
concederles enorme importancia a sus deberes caseros".
Dios permitió que a esta santa mujer le
llegaran las más desesperantes tentaciones. Y a todas resistió dedicándose a la
oración y a la mortificación y a las buenas lecturas, y a estar siempre muy
ocupada. Su familia, que había sido sumamente rica, se vio despojada sus bienes
en una terrible guerra civil. Como su esposo era partidario y defensor del Sumo
Pontífice, y en la guerra ganaron los enemigos del Papa, su familia fue
despojada de sus fincas y palacios. Francisca tuvo que irse a vivir a una
casona vieja, y dedicarse a pedir limosna de puerta en puerta para ayudar a los
enfermos de su hospital. Y además de todo esto le llegaron muy dolorosas
enfermedades que le hicieron padecer por años y años. Ella sabía muy bien que
estaba cosechando premios para el cielo.
Su hijo se casó con una muchacha muy
bonita pero terriblemente malgeniada y criticona. Esta mujer se dedicó a
atormentarle la vida a Francisca y a burlarse de todo lo que la santa hacía y
decía. Ella soportaba todo en silencio y con gran paciencia. Pero de pronto la
nuera cayó gravemente enferma y entonces Francisca se dedicó a asistirla con
una caridad impresionantemente exquisita. La joven se curó de la enfermedad del
cuerpo y quedó curada también de la antipatía que sentía hacia su suegra. En
adelante fue su gran amiga y admiradora.
Francisca obtenía admirables milagros de
Dios con sus oraciones. Curaba enfermos, alejaba malos espíritus, pero sobre
todo conseguía poner paz entre gentes que estaban peleadas y lograba que muchos
que antes se odiaban, empezaran a amarse como buenos amigos. Por toda Roma se
hablaba de los admirables efectos que esta santa mujer conseguía con sus
palabras y oraciones. Muchísimas veces veía a su ángel de la guarda y dialogaba
con él.
Francisca fundó una comunidad de
religiosas seglares dedicadas a atender a los más necesitados. Les puso por
nombre "Oblatas de María", y su casa principal, que existe todavía en
Roma, fue un edificio que se llamaba "Torre de los Espejos". Sus
religiosas vestían como señoras respetables. No tenían hábito especial.
Nombró como superiora a una mujer de
toda su confianza, pero cuando Francisca quedó viuda entró también ella de
religiosa, y por unanimidad las religiosas la eligieron superiora general. En
la comunidad tomó por nombre
"Francisca Romana".
"Francisca Romana".
Había recibido de Dios la eficacia de la
palabra y por eso acudían a ella numerosas personas para pedirle que les
ayudara a solucionar los problemas de sus familias. El Espíritu Santo le
concedió el don de consejo, por el cual sus palabras guiaban fácilmente a las
personas a conseguir la solución de sus dificultades.
Cuando llegaban las epidemias, ella
misma llevaba a los enfermos al hospital, lo atendía, les lavaba la ropa y la
remendaba, y como en tiempo de contagio era muy difícil conseguir confesores,
ella pagaba un sueldo especial a varios sacerdotes para que se dedicaran a
atender espiritualmente a los enfermos.
Francisca ayunaba a pan y agua muchos días.
Dedicaba horas y horas a la oración y a la meditación, y Dios empezó a
concederle éxtasis y visiones. Consultaba todas las dudas de su alma con un
director espiritual, y llegó a tal grado de amabilidad en su trato, que bastaba
tratar con ella una sola vez para quedar ya amigos para siempre. A las personas
que sabía que hablaban mal de ella, les prodigaba mayor amabilidad.
Estaba gravemente enferma, y el 9 de
marzo de 1440 su rostro empezó a brillar con una luz admirable. Entonces
pronunció sus últimas palabras: "El ángel del Señor me manda que lo siga
hacia las alturas". Luego quedó muerta, pero parecía alegremente dormida.
Tan pronto se supo la noticia de su
muerte, corrió hacia el convento una inmensa multitud. Muchísimos pobres iban a
demostrar su agradecimiento por los innumerables favores que les había hecho.
Muchos llevaban enfermos para que les permitieran acercarlos al cadáver de la
santa, y así pedir la curación por su intercesión. Los historiadores dicen que
"toda la ciudad de Roma se movilizó", para asistir a los funerales de
Francisca.
Fue sepultada en la iglesia parroquial,
y al conocerse la noticia de que junto a su cadáver se estaban obrando
milagros, aumentó mucho más la concurrencia a sus funerales. Luego su tumba se
volvió tan famosa que aquel templo empezó a llamarse y se le llama aún ahora:
La Iglesia de Santa Francisca Romana.
Cada 9 de marzo llegan numerosos
peregrinos a pedirle a Santa Francisca unas gracias que nosotros también nos
conviene pedir siempre: que nos dediquemos con todas nuestras fuerzas a cumplir
cada día los deberes que tenemos en nuestro hogar, y que nos consagremos con
toda la generosidad posible a ayudar a los pobres y necesitados y a ser
extraordinariamente amables con todos. Santa Francisca: ruégale al buen Dios que
así sea.
He aquí la descripción de una mujer
admirable. "Que las gentes comenten sus muchas buenas obras" (S.
Biblia. Proverbios 31).
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