25 DE MARZO - SÁBADO
LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR
Lectura del libro de Isaías (7,10-14;8,10):
En aquel tiempo, el Señor habló a Acaz:
«Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo
hondo del abismo o en lo alto del cielo.»
Respondió Acaz:
«No la pido, no quiero tentar al Señor.»
Entonces dijo Dios:
«Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar
a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os
dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá
por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".»
Salmo 39,7-8a.8b-9.10.11
R/. Aquí estoy, Señor, para hacer tu
voluntad
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
y, en cambio, me abriste el oído;
no pides sacrificio expiatorio,
entonces yo digo: «Aquí estoy.» R/.
«Como está escrito en mi libro
para hacer tu voluntad.»
Dios mío, lo quiero,
y llevo tu ley en las entrañas. R/.
He proclamado tu salvación
ante la gran asamblea;
no he cerrado los labios:
Señor, tú lo sabes. R/.
No me he guardado en el pecho tu defensa,
he contado tu fidelidad y tu salvación,
no he negado tu misericordia
y tu lealtad ante la gran asamblea. R/.
Lectura de la carta a los Hebreos (10,4-10):
Es imposible que la sangre de los toros y de
los machos cabríos quite los pecados. Por eso, cuando Cristo entró en el mundo
dijo:
«Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero
me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias.
Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: "Aquí estoy, oh Dios,
para hacer tu voluntad."»
Primero dice:
«No quieres ni aceptas sacrificios ni
ofrendas, holocaustos ni victimas expiatorias», que se ofrecen según la Ley.
Después añade:
«Aquí estoy yo para hacer tu voluntad.»
Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y
conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo
de Jesucristo, hecha una vez para siempre.
Evangelio según san Lucas 1,
26-38
A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad
de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José,
de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
"Alégrate, llena de gracia, el Señor
está contigo".
Ella se turbó ante estas palabras y se
preguntaba qué saludo era aquel.
El ángel le dijo:
"No temas, María,
porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz
un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del
Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la
casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin".
Y María dijo al ángel:
"¿Cómo será eso, pues no conozco a
varón?"
El ángel le contestó:
"El Espíritu Santo
vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el
Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.
Ahí
tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y
ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay
imposible'.
María contestó:
"Aquí está la esclava de/Señor, hágase
en mí según tu palabra”.
Y la dejó el ángel.
1. El evangelio de Lucas sitúa esta escena en Galilea,
la región pobre y de los pobres, gentes ignoradas y sin importancia. Además, lo
que aquí se relata transcurrió en Nazaret, una aldea que tenía mala fama y de
la que nada bueno podia salir (Jn 1,46).
Una mujer, María, es la protagonista del episodio.
Pero se trata simplemente de una chica aldeana, en edad de poder contraer
matrimonio ("parthenos", en hebreo "halmá"), "joven no
casada" (F. Bovon).
El "ángel" no era un "ser
personal", sino la personificación de un "anuncio" que le envía
hacer Dios (H. Bietenhard).
Todo se desarrolla, por tanto, en circunstancias
de
extrema sencillez, despojada de cualquier forma o formato de importancia, solemnidad
y, por supuesto absolutamente nada de grandeza humana.
2. Así entra Dios en la historia humana. Porque, efectivamente,
lo que la Iglesia recuerda y reconoce, en esta festividad, es el hecho
teológico que específicamente distingue al cristianismo de todas las demás
religiones del mundo.
Esta originalidad singular consiste en la solución que
la tradición cristiana le ha dado al Mysterium tremendum, que es la clave para
poder resolver la contradicción que hace de Dios un ser imposible.
¿Por qué? Dios, tal como nos lo “representamos"
los humanos, es infinitamente "poderoso" e infinitamente “bueno".
Pero, ¿cómo es posible que sea, a la vez, poder sin
límites y bondad sin límites?
Porque, ¿en qué cabeza cabe que el poder absoluto y la
bondad absoluta hayan hecho este mundo
de miserias, desigualdades y sufrimientos
repugnantes
en que nacemos, vivimos y morimos?
No es posible.
O Dios no es todopoderoso o no es tan bondadoso como
se suele decir. Algo falla en esa idea de Dios. Y que nadie me venga diciendo
que todo se debe al "pecado".
O sea, que la culpa es nuestra, no de Dios. ¿Quién me
ha hecho a mí "pecador"?
¿Por qué y de qué soy yo culpable?
No solo es que algo falla en todo esto. El
problema
está en que ese Dios, que nos hemos imaginado, es el disparate más brutal que
se ha podido inventar. Semejante Dios es imposible.
3. El problema está en que, si Dios es realmente Dios,
tiene que ser Trascendente. O sea, nos trasciende. No está a nuestro alcance. Y, por tanto, no lo
podemos conocer. Por eso, nos ha salido mal el invento. Y por eso mismo también,
ni la mayoría de la gente se lo cree. Ni los que decimos que nos lo creemos, no
sabemos a ciencia cierta lo que decimos cuando afirmamos nuestra creencia.
¿Solución? El cristianismo ha visto esa solución en Jesús
de Nazaret, el hijo de María. ."A Dios, nadie lo ha visto jamás. El Hijo único del Padre es quien nos lo ha
dado a conocer" (Jn 1, 18).
En Jesús, vemos a Dios, oímos a Dios, sabemos lo que le
gusta a Dios: "El que me ve a mí, está viendo al Padre' (Jn 14, 9).
La vida que llevó Jesús es la revelación de Dios. Y el
camino para encontrar a Dios.
I. La fiesta de la Anunciación del Señor tiene su propio
significado original. Guarda una estrecha relación con la fiesta de Navidad.
Pero los historiadores y los liturgistas admiten que no hay elementos
suficientes para determinar cuál ha sido el influjo y el predominio entre las
dos fechas. La anunciación se inscribe bajo el signo del realismo de la
encarnación y en la dimensión de la historia de la salvación. No es un elemento
de devoción o una reflexión teológica sobre el depósito de la revelación. Es
ante todo y sustancialmente un acontecimiento y como tal tiene que destacarse
sobre las demás celebraciones. Dice que el Verbo se ha hecho carne y plantó su
tienda entre los hombres (cf Jn 1,14); que quiso mostrarse en la fragilidad de
la desnudez y del rebajamiento (Flp 2,5-8).
La visita
del Señor a su pueblo había sido anunciada de antemano con insistencia; no
había dudas sobre su venida. Seguía siendo un misterio el modo en que
aparecería el Señor. Y aquí es donde se manifestó la novedad. No pasó por entre
los hombres, sino que se detuvo; no se dirigió a los hombres desde fuera, sino
que se hizo humanidad y lo asumió todo desde dentro. Un Dios de los hombres,
que habla y actúa en el corazón mismo de la experiencia humana. En nuestro
momento histórico, en que se parte cada vez más del hombre, de su
descubrimiento, de su significado, de su centralidad, el acontecimiento de la
encarnación es un hecho de extraordinaria actualidad. Es la propuesta de Dios
que abre a la historia humana dimensiones infinitas. La finitud humana sigue estando
siempre disponible a ser signo, incluso de la presencia personal de Dios. A
pesar de seguir siendo el totalmente Otro, Dios se ha hecho hombre y hay que
buscarlo por tanto en la realidad de los hombres. La historia de la salvación
está dominada y caracterizada por una opción desconcertante de Dios: la
encarnación. Todo el misterio cristiano está bajo el signo del Dios-hombre. Por
eso la solemnidad litúrgica de la Anunciación del Señor no es solamente el
comienzo, sino la clave de lectura y de comprensión de todo lo que viene
después. La exaltación de Jesús, que hace de él el Señor para siempre, no tiene
que atenuar nunca el misterio del hombre Jesús, ya que "cuando vino la
plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la
ley, para que... recibiésemos la adopción de hijos" (Gál 4,4-5).
II. Datos históricos y teológicos de la
celebración
Parece ser
que no existe ninguna mención cierta de una celebración del día de la
Anunciación hasta el X concilio de Toledo (año 656). Este concilio no habla
tampoco de modo explícito de una fiesta de la Anunciación; constata que la
madre del Verbo no tiene todavía una fiesta que se celebre en todas partes el
mismo día. En España hay una gran festivitas gloriosae Matris, pero se fija en
días diferentes. Entre estas fechas está la del 25 de marzo, pero hay también
otras, por ejemplo durante el adviento. Parece ser que se encontraban frente a
una fiesta de la maternidad virginal, vinculada estrechamente bien con la
concepción de Jesús (25 de marzo), bien con su nacimiento (tiempo de adviento).
Es probable
que ya en el s. iv, en Palestina, hubiera una fiesta en la que se celebrase la
encarnación y consiguientemente la anunciación. Efectivamente, se sabe que
santa Elena edificó una gran basílica sobre el lugar donde la tradición situaba
la casa y la gruta de la Virgen. Pues bien, en cada basílica se conmemoraba el
misterio correspondiente 1.
¿Por qué precisamente la fecha del 25 de marzo?
Prescindiendo de su correlación con el día de Navidad, el 25 de marzo es el
equinoccio de primavera. Desde los tiempos de Tertuliano había tradiciones que
recordaban esta fecha como la de la creación del mundo (también a veces como la
de la creación del hombre) y de la concepción de Cristo. Posteriormente se
añadió también a ello la conmemoración de la muerte de Cristo. A ello parece
aludir igualmente san Agustín. Calculando sobre la simbología de los números,
dice que la gestación perfecta comprendería el período exacto de nueve meses y
seis días. Esto es lo que se pudo verificar para la perfección del cuerpo de
Cristo: "... Sicut a majoribus traditum suspiciens Ecclesiae custodit
auctoritas. Octavo enim kalendas apriles [25 de marzo] conceptus creditus, quo
et passuss... Natus autem traditur octavo kalendas januarias [25 de
diciembre]" (De Trinitate IV, 5,9: PL 42,834). También el Sacramentario
Gregoriano preadriano (edición Mohlberg) refiere: "... VIII kalendas
apriles Adnunciacio Sanctae Dei Genitricis et Passio ejusdem Domini".
Hay que
distinguir con cuidado entre la fiesta de la Anunciación como recuerdo festivo
del hecho y la fiesta del 25 de marzo. En la iglesia existió siempre la
primera, al menos desde los tiempos de la institución de Navidad, de la que es
inseparable. En el s. v tenemos algunos sermones natalicios de san Pedro
Crisólogo y de san León Magno; algunos de ellos tienen como objeto directo no
ya el nacimiento de Cristo, sino el anuncio del ángel. También el himno /
Akáthistos fue compuesto para la fiesta de la Anunciación.
En los
últimos siglos la denominación oficial de la fiesta ha sido: "Annuntiatio
b. Mariae Virginis". En la época más antigua se usaban además otras
expresiones, como: "Annuntiatio angeli ad b. Mariam Virgiñem". Pero
sobre todo se hace mención de Jesús, ya que la fiesta más antigua debió ser en
recuerdo del Señor. He aquí algunos títulos: "Annuntiatio Domini",
"Annuntiatio Christi" e incluso "Conceptio Christi". Pero
la referencia intensa a María hizo que ya desde muy antiguo fuese una fiesta en
honor de la Virgen.
La gran
variedad de' fechas va ligada a la concepción del año litúrgico y eclesiástico.
En oriente no había una idea muy rígida en este sentido; por ello las fiestas
de los santos y las de la Virgen estaban esparcidas a lo largo de todo el año.
En occidente, por el contrario, sobre todo en España, no solían celebrarse
fiestas de santos durante el período cuaresmal. De aquí la decidida fijación de
la fecha de la Anunciación el día 18 de diciembre, en pleno período de
adviento. En Roma fueron más posibilistas. El antiguo Misal Gelasiano y el
Gregoriano tienen la fiesta de la Anunciación el 25 de marzo, lo mismo que en
oriente. En la liturgia de las témporas de adviento se recuerda la anunciación.
Y se introduce tardíamente, el 18 de diciembre, una festividad denominada "Expectatio
partus". En estos últimos siglos se llega a una homogeneidad en la fecha
de la Anunciación, el 25 de marzo.
Con la
reforma litúrgica posterior al concilio Vat II la festividad ha recobrado su
nombre más verdadero, debido a una profunda motivación teológica: Anunciación
del Señor. Efectivamente, el concilio recuerda la verdadera raíz de toda la
grandeza y del carácter único de la persona y de la misión de María: su
relación con Cristo (LG 67) [/ Año litúrgico].
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