2 DE MARZO - JUEVES
DESPUÉS DE
CENIZA
San Simplicio, papa
Evangelio según san Lucas 9, 22-25
En aquel tiempo, dijo Jesús:
"El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado
por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al
tercer día".
Y dirigiéndose a todos dijo:
"El que quiera
seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga
conmigo.
Pues el que quiera salvar su vida, la perderá;
pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará.
¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se
perjudica a sí mismo?"
1.
Aquí se recoge el primer anuncio de la pasión y muerte que le esperaba a Jesús.
Esta fue la primera vez que el mismo Jesús dijo de antemano el final dramático
que iba a tener su vida. Este hecho es tan importante, que los tres
evangelios sinópticos
reproducen lo que Jesús les dijo a sus compañeros más cercanos.
La
forma de vida que Jesús había asumido, los conflictos frecuentes entre Jesús y
los dirigentes religiosos de Israel y, sobre todo, las consecuencias que este
enfrentamiento iba a tener, todo eso terminó siendo central, no solo en la vida
de Jesús y de los discípulos, sino sobre todo en la historia de la humanidad.
2.
A continuación, Jesús hace un llamamiento general al "seguimiento', que lleva
directamente al mismo final que acababa de anunciar.
Aquí
es fundamental tener presente que el "seguimiento" consiste en asumir
el mismo
proyecto y la misma forma
de vida que llevó Jesús. Lo cual quiere decir, entre otras cosas, que el
"seguimiento" es constitutivo de la Cristología.
Es
decir, se trata de comprender que a Jesús solamente se le puede conocer, se
puede
saber lo que significa y
representa, no mediante el "estudio", sino "compartiendo"
su forma y su proyecto de vida.
3.
Todo esto nos viene a decir que, es demasiado frecuente el hecho de que no
conocemos a Jesús, no sabemos lo que realmente representa para la humanidad,
para cada ser humano, para nuestras vidas y nuestro futuro. A Jesús no nos
acercamos, ni le conocemos, mediante el sufrimiento y los conflictos.
A
Jesús lo conocemos tomando en serio su proyecto de una vida honrada,
misericordiosa, honesta, de buenas personas. A Jesús no lo encontramos en la
religiosidad, sino en la lucha por la libertad, la justicia, la igualdad, la defensa
de los más débiles y los que más sufren. En esto está la clave del Evangelio.
San Simplicio, papa
Vida de San
Simplicio, papa
Natural de Tívoli, en
el campo de Roma. Es hijo de Castino. Le vemos formando parte del clero romano
y sucediendo al papa san Hilario en la Sede de Roma, en marzo del año 467.
Le toca vivir y ser
Supremo Pastor en un tiempo difícil por la herejía y la calamidad dentro de la
Iglesia que aparece como inundada por el error. En Occidente, Odaco se ha hecho
dueño de Italia y es arriano como los godos en las Galias, los de España y los
vándalos en África; el panorama no es muy consolador, no. Los ingleses aún
están en el paganismo. Para Oriente no van mejor las cosas, aunque con otros
tonos, en cuanto a la vida de fe: el emperador Zenón y el tirano Basílico
favorecen la herejía de Eutiques; los Patriarcas han resultado ambiciosos de
poder y las sedes patriarcales son una deseada presa más que un centro de
irradiación cristiana. ¡Lamentable estado general de la Iglesia que está
necesitando un buen timonel!
El nuevo papa adopta
en su pontificado una actitud fundamental: atiende preferente al clero. Procura
su reforma, detectando el error y proponiendo el remedio con la verdad sin
condescendencias que lo acaricien; muestra perseverancia firme y tesón férreo
cuando debe reprimir la ambición de los altos eclesiásticos.
Modera la Iglesia que
está en Oriente siendo un muro de contención frente a las ambiciones de poder y
dominio que muestra Acacio, Patriarca de Constantinopla, cuando pretendía los
derechos de Alejandría y Antioquía. No cedió a las pretensiones del usurpador
Timoteo Eluro, ni a las del intruso Pedro el Tintorero. Defendió la elección
canónica de Juan Tabenas como Patriarca de Alejandría frente a las presiones de
Pedro Mingo protegido por el emperador Zenón.
Gobierna la Iglesia
que está en Occidente mandando cartas a otro Zenón -obispo de Sevilla-,
encargándole rectitud y alabando su dedicación permanente a la familia
cristiana que tiene encomendada. También escribe a Juan, Obispo de Rávena, en
el 482, con motivo de ordenaciones ilícitas: «Quien abusa de su poder -le dice-
merece perderle». En el año 475 manda a los obispos galos Florencio y Severo
corregir a Gaudencio y privar del ejercicio episcopal a los que ordenó
ilícitamente al tiempo que da orientaciones para distribuir los bienes de la
Iglesia y evitar abusos.
En su diócesis de Roma
se comporta como modelo episcopal, entregándose al cuidado de sus fieles como
si no tuviera en sus hombros a la Iglesia Universal. Aquí cuida especialmente
la instrucción religiosa de los fieles, facilita la distribución de limosnas
entre los más pobres y dicta normas para atender primordialmente la
administración del bautismo. Aún tuvo tiempo para dedicar el primer templo en
el occidente a San Andrés, el hermano del apóstol Pedro, iuxta sanctam Mariam o
iuxta Praesepe, sobre el monte Esquilino.
También convocó un
concilio para explicitar la fe ante los errores que había difundido Eutiques,
equivocándose en la inteligencia de la verdad, pues, en su monofisismo, sólo
admitía en Cristo la naturaleza divina con lo que se llegaba a negar la
Redención.
Los datos exactos de
su óbito no están aún perfectamente esclarecidos, si bien se conoce que fue en
el mes de Febrero del año 483. Sus reliquias se conservan en Tívoli.
Los contemporáneos
del santo conocieron bien la austeridad de su vida y su constante oración hasta
el punto de afirmar que rezó como un monje y se mortificó como un solitario del
desierto. Sin esos medios su labor de servicio a la Iglesia hubiera resultado
imposible.
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