28 DE MARZO – MARTES
–
4ª- SEMANA DE
CUARESMA
San Sixto III,
papa
Evangelio según san Juan 5, 1-3. 5-16
En aquel tiempo, se
celebraba una fiesta de los judíos y Jesús subió a Jerusalén.
Hay en Jerusalén,
junto a la puerta de las ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta
tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos,
paralíticos, que aguardaban el movimiento del agua.
Estaba también allí un
hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Jesús, al verlo
echado, y sabiendo que llevaba mucho tiempo, le dice:
“¿Quieres quedar sano?"
El enfermo le contestó:
"Señor, no tengo a nadie que me
meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me
ha adelantado”.
Jesús le dice:
"Levántate, toma tu camilla y echa
a andar".
Y al momento el hombre quedó sano, tomó
su camilla y echó a andar.
Aquel día era sábado y los judíos
dijeron al hombre que había quedado sano:
"Hoy es sábado y no se puede llevar
la camilla".
El les contestó:
"El que me ha curado es quien me ha
dicho: Toma tu camilla y echa a andar".
Ellos le preguntaron: “¿Quién es el que
te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?"
Pero el que había quedado sano no sabía
quién era, porque Jesús, aprovechando el barullo de aquel sitio, se había
alejado.
Más tarde lo encuentra Jesús en el
templo y le dice:
"Mira, has
quedado sano, no peques más, no sea que te ocurra algo peor".
Se marchó aquel hombre y dijo a los
judíos que era Jesús quien lo había sanado.
Por eso los judíos
acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.
1.
Prescindiendo de otras cuestiones, que se pueden (y deben) analizar en
este relato, hay un hecho que se repite con frecuencia en los evangelios y que aquí
queda muy destacado.
Se trata de que Jesús curaba a enfermos crónicos, que
no estaban en peligro de muerte, pero los curaba en el día de la semana (el
sábado) que la religión de Israel prohibía hacer eso.
Como sabemos, esta insistente conducta de Jesús fue
motivo de frecuentes y fuertes conflictos del propio Jesús con la religión. Como
es lógico, si los evangelios hablan tantas veces de este asunto, es que eso
tuvo notable importancia en el mensaje que Jesús quiso transmitir. Y en la vida
del cristianismo primitivo.
2. ¿Qué actualidad tiene eso para nosotros hoy?
El descanso del sábado tuvo un origen liberador: asegurar
un día de descanso, sobre todo a los esclavos (Ex 23, 12; Deut 5, 14; cf. 5,
15). Pero, con el paso del tiempo, la legislación del
sábado
se fue haciendo más minuciosa y complicada. Hasta desembocar en cantidad de
prohibiciones, que algunas estaban en la Biblia (Ex 16, 23; 35, 3; Num 15, 32),
y otras fueron costumbres que impusieron los rabinos.
El hecho es que la observancia de estas normas llegó a
tener más importancia que ayudar a los enfermos o aliviar sufrimientos a la
gente. Esto suele ocurrir demasiadas veces con los rituales: la observancia de
los minuciosos detalles del ritual
termina
teniendo más importancia que aquello que el ritual representa.
Por eso los rituales acaparan la atención de los
observantes y desvían los intereses del sujeto religioso. Con el rito,
fielmente observado, tranquilizan los observantes su conciencia.
Por eso, es tan frecuente que las religiones no
cambien la vida de gentes muy religiosas.
3. Esto último, sobre todo, es lo que Jesús no
consintió. Porque, para Jesús, lo primero no era la sumisión a las normas
religiosas, sino la misericordia con el dolor humano.
La religiosidad de Jesús no estaba centrada en
"lo sagrado", sino en "lo humano". De ahí, el conflicto
mortal que Jesús tuvo que afrontar.
Hasta
que le costó la vida (Jn 11, 47-53).
San Sixto III, papa
Vida de San Sixto III, papa
Fue elegido papa a la muerte de san Celestino I,
en el año 432, y ocupó la sede de Pedro por ocho años que fueron muy llenos de
exigencias.
Durante su vida se vio envuelto casi de modo
permanente en la lucha doctrinal contra los pelagianos, siendo uno de los que
primeramente detectó el mal y combatió la herejía que había de condenar al papa
Zósimo. De hecho, Sixto escribió dos cartas sobre este asunto enviándolas a
Aurelio, obispo que condenó a Celestio en el concilio de Cartago, y a san
Agustín. Se libraba en la Iglesia la gran controversia sobre la Gracia
sobrenatural y su necesidad tanto para realizar buenas obras como para
conseguir la salvación.
Pelagio fue un monje procedente de las islas
Británicas. Vivió en Roma varios años ganándose el respeto y la admiración de
muchos por su vida ascética y por su doctrina de tipo estoico, según la cual el
hombre es capaz de alcanzar la perfección por el propio esfuerzo, con la ayuda
de Dios solamente extrínseca -buenos ejemplos, orientaciones y normas
disciplinares, etc., - ¡era un voluntarista! Además, la doctrina llevaba aneja
la negación del pecado original. Y consecuentemente rechaza la necesidad de la
redención de Jesucristo. De ahí se deriva a la ineficacia sacramentaria. Todo
un monumental lío teológico basado en principios falsos que naturalmente Roma
no podía permitir.
Y no fue sólo esto. El Nestorianismo acaba de ser
condenado en el concilio de Éfeso, en el 431, un año antes de ser elegido papa
Sixto III; pero aquella doctrina equivocada sobre Jesucristo había sido
sembrada y las consecuencias no desaparecerían con las resoluciones
conciliares. Nestorio procedía de Antioquía y fue obispo de Constantinopla.
Mantuvo una cristología imprecisa en la terminología y errónea en lo
conceptual, afirmando que en Cristo hay dos personas y negando la maternidad
divina de la Virgen María; fue condenada su enseñanza por contradecir la fe
cristiana; depuesto de su sede, recluido o desterrado al monasterio de san
Eutropio, en Antioquía, muriendo impenitente fuera de la comunión de la
Iglesia. El papa Sixto III intentó con notable esfuerzo reducirlo a la fe sin
conseguirlo y a pesar de sus inútiles esfuerzos tergiversaron los nestorianos
sus palabras afirmando que el papa no les era contrario.
Llovieron al papa las calumnias de sus
detractores. El propio emperador Valentiniano y su madre Plácida impulsaron un
concilio para devolverle la fama y el honor que estaba en entredicho. Baso -uno
de los principales promotores del alboroto que privaba injustamente de la fama
al Sumo Pontífice- muere arrepentido y tan perdonado que el propio Sixto le
atiende espiritualmente al final de su vida y le reconforta con los
sacramentos.
Como todo santo ha de ser piadoso, también se
ocupó antes de su muerte -en el año 440 y en Roma-, de reparar y ennoblecer la
antigua basílica de Santa María la Mayor que mandó construir el papa Liberio,
la de San Pedro y la de San Lorenzo.
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