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DE MARZO - SÁBADO -
DESPUÉS
DE CENIZA
SAN
CASIMIRO
Evangelio según san Lucas 5, 27-32
En aquel tiempo, al salir, Jesús vio a un recaudador
llamado Leví sentado al mostrador de los impuestos y le dijo:
"Sígueme".
Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.
Leví ofreció en su honor un gran banquete en su
casa y estaban a su mesa con ellos un gran número de recaudadores y otros.
Los fariseos y los letrados dijeron a sus
discípulos, criticándolo:
"¿Cómo es que coméis y bebéis con
publicanos y pecadores?"
Jesús les respondió:
"No necesitan médico los sanos, sino los
enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se
conviertan".
1. Dos ideas fundamentales son los ejes sobre los
que Lucas ha construido este relato, tan breve como profundo.
-
La primera idea es la importancia decisiva del "seguimiento" de
Jesús.
-
La segunda idea es la experiencia de Dios.
El seguimiento es el criterio y el hecho que
define la nueva vida que asume Levi.
La
idea y la experiencia de Dios es lo que no aceptan, ni les cabe en la cabeza, a
los fariseos. La teología de los fariseos no podía tolerar la idea de un Dios
que acoge a los pecadores y se alegra con ellos, sin que hayan dado muestra
alguna de conversión o
cambio de vida.
2. Es de la máxima importancia insistir en el
tema del "seguimiento" de Jesús, como criterio y principio central de
la vida cristiana. Es el criterio que define al cristianismo.
Es
decir, lo que define al cristianismo es el hecho de hacer propia la forma de
vida y el proyecto de vida que llevó Jesús.
Por
tanto, lo que define al cristianismo no son los dogmas, ni los sacramentos, ni
los rituales, ni el papado, ni la jerarquía.
Lo
que define al cristianismo y a los cristianos, según los evangelios, es el
seguimiento de Jesús. Cristianos, por tanto, son las personas que son
reconocidas y se distinguen por su vida de seguimiento de la vida que llevó
Jesús.
Esto
es lo capital que en la Iglesia ha sido olvidado demasiado, equivocada y hasta escandalosamente.
3. Por último, no tenemos más remedio que
reconocer que, con frecuencia, nuestra idea de Dios se parece más a la idea de
los fariseos que a la idea de los evangelios.
¿Por
qué le tenemos tanto miedo a Dios?
O
lo que es peor,
¿por
qué tanta gente no quiere saber nada de Dios?
¿No será porque nuestro Dios es un Dios tan
insoportable como el dios de los fariseos?
Tenemos
que matar al fariseo que todos llevamos dentro.
SAN
CASIMIRO
San
Casimiro de Polonia
(año 1484)
(año 1484)
En
su idioma, el polaco, Casimiro significa: "el que impone la paz".
(Kas = imponer, Mir = paz).
Casimiro
nació en 1458 en Cracovia. Era el tercero de los trece hijos de Casimiro, rey
de Polonia. Muchos santos han salido de familias muy numerosas, y de esta clase
de familias llegan a la Iglesia Católica excelentes vocaciones.
Su
madre Isabel, hija del emperador de Austria, era una fervorosa católica y se
esmeró con toda el alma porque sus hijos fueran también entusiastas
practicantes de la religión. Ella en una carta a una amiga hace una formidable
lista de las cualidades que debe tener una buena madre, y seguramente que esas
cualidades fueron las que practicó con sus propios hijos.
Y
además de la educación que le dieron sus padres, Casimiro tuvo la gran suerte
de que el rey le consiguió dos maestros que eran buenísimos educadores. El
Padre Juan y el profesor Calímaco. El Padre Juan era Polaco y dejó fama de ser
muy sabio y muy santo, pero su mayor honor le viene de haber sido el que
encaminó a San Casimiro hacia una altísima santidad. El Profesor Calímaco era
un gran sabio que había sido secretario del Papa Pío II, y después estuvo 30
años en la corte del rey de Polonia ayudándole en la instrucción de los
jóvenes. Calímaco dijo: "Casimiro es un adolescente santo", y el
Padre Juan escribió también: "Casimiro es un joven excepcional en cuanto a
virtud".
Claro
está que no basta con recibir una buena educación de parte de los papás y tener
buenos profesores, sino que es necesario que el joven ponga de su parte todo el
empeño posible por ser bueno. Pues de los otros doce hermanos de Casimiro, que
tuvieron los mismos profesores, ninguno llegó a la santidad, y algunos hasta
dieron malos ejemplos. En cambio nuestro santo llegó a unas alturas de virtud
que admiraron a los que lo conocieron y lo trataron.
Dicen
los biógrafos de San Casimiro que su más grande anhelo y su más fuerte deseo
era siempre agradar a Dios. Para eso trataba de dominar su cuerpo, antes de que
las pasiones sensuales mancharan su alma. Siendo hijo del rey, sin embargo
vestía muy sencillamente, sin ningún lujo. Se mortificaba en el comer, en el
beber, en el mirar y en el dormir. Muchas veces dormía sobre el puro suelo y se
esforzaba por no tomar licor. Y esto en un palacio real donde las gentes eran
bastante inclinadas a una vida fácil y de muchas comodidades y comilonas.
Para
Casimiro el centro de su devoción era la Pasión y Muerte de Jesucristo. En
aquellos tiempos los maestros espirituales insistían frecuentemente en que para
ser fervoroso y crecer en el amor a Dios aprovecha muchísimo el meditar en la
Pasión de Jesucristo. Nuestro santo pasaba mucho tiempo meditando en la Agonía
de Jesús en el Huerto y en los azotes que padeció, como también en la
coronación de espinas y las bofetadas que le dieron a Nuestro Señor. Ratos y
ratos se estaba pensando en la subida de Jesús al Calvario y en las cinco
heridas del crucificado, y meditando en el amor que llevó a Jesús a
sacrificarse por nosotros. Le gustaban los cristos muy sangrantes, y ante un
crucifijo se quedaba tiempos y tiempos meditando, suplicando y dando gracias.
Otra
gran devoción de Casimiro era la de Jesús Sacramentado. Como durante el día
estaba sumamente ocupado ayudando a su padre a gobernar el Reino de Polonia y
de Lituania, aprovechaba el descanso y el silencio de las noches para ir a los
templos y pasar horas y horas adorando a Jesús en la Santa Hostia.
Sus
preferidos eran los pobres. La gente se admiraba de que siendo hijo de un rey,
nunca ni en sus palabras ni en su trato se mostraba orgulloso o despreciador
con ninguno, ni siquiera con los más miserables y antipáticos. Un biógrafo
(enviado por el Papa León X a recoger datos acerca de él) afirma que la caridad
de Casimiro era casi increíble, un verdadero don del Espíritu Santo. Que el
amor tan grande que le tenía a Dios, lo llevaba a amar inmensamente al prójimo,
y que nada le era tan agradable y apetecible como la entrega de todos sus
bienes en favor de los más necesitados, y no sólo de sus bienes materiales,
sino de su tiempo, sus energías, de su influencia respecto a su padre y de su
inteligencia. Que prefería siempre a los más afligidos, a los más pobres, a los
extranjeros que no tenían a nadie que los socorriera, y a los enfermos. Que
defendía a los miserables y por eso el pueblo lo llamaba "el defensor de
los pobres".
Su padre
quiso casarlo con la hija del
Emperador
Federico, pero Casimiro dijo que le había prometido a la Virgen Santísima
conservarse en perpetua castidad. Y renunció a tan honroso matrimonio.
Los
secretarios y otras personas que vivieron con Casimiro durante varios años
estuvieron todos de acuerdo en afirmar que lo más probable es que este santo
joven no cometió ni un solo pecado grave en toda su vida. Y esto es tanto más
admirable en cuanto que vivía en un ambiente de palacio de gobierno donde
generalmente hay mucha relajación de costumbres. La gente se admiraba al ver
que un joven de veinte años observaba una conducta tan equilibrada y seria como
si ya tuviera sesenta.
A
su padre el rey le advertía con todo respeto pero con mucha valentía, las
fallas que encontraba en el gobierno, especialmente cuando se cometían
injusticias contra los pobres. Y el papa atendía con rapidez a sus peticiones y
trataba de poner remedio.
Casimiro
llegó lo mismo que San Luis Gonzaga, San Gabriel de la Dolorosa, San Estanislao
de Koska, San Juan Berchmans, y Santa Teresita de Jesús, a una gran santidad,
en muy pocos años.
Se enfermó
de tuberculosis, y el 4 de marzo de 1484, a la corta edad de 26 años, murió
santamente dejando en todos los más edificantes recuerdos de bondad y de
pureza. Lo sepultaron en Vilma, capital de Lituania.
A los 120
años de enterrado abrieron su sepulcro y encontraron su cuerpo incorrupto, como
si estuviera recién enterrado. Ni siquiera sus vestidos se habían dañado, y eso
que el sitio donde lo habían sepultado era muy húmedo.
Sobre
su pecho encontraron una poesía a la Sma. Virgen, que él había recitado
frecuentemente y que mandó que la colocaran sobre su cadáver cuando lo fueran a
enterrar. Esa poesía que él había propagado mucho empieza así:
Cada
día alma mía, di a María su alabanza. En sus fiestas la honrarás y su culto
extenderás, etc., etc.
Hasta
después de muerto quería que en su sepulcro se honrara a la Virgen María a
quien le tuvo inmensa devoción durante toda su vida.
San Casimiro
trabajó incansablemente por extender la religión católica en Polonia y
Lituania, y estas dos naciones han conservado admirablemente su fe católica, y
aún en este tiempo cuando las gentes ven que está en peligro su religión,
invocan al santo joven que fue tan entusiasta por nuestra religión. Y él
demuestra con verdaderos prodigios lo mucho que intercede ante Dios en favor de
los que lo invocan con fe.
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