16 DE MARZO -
JUEVES –
2ª -SEMANA DE
CUARESMA
Sta. EUSEBIA,
abadesa
Evangelio según san Lucas 16, 19-31
En aquel tiempo, dijo
Jesús a los fariseos:
"Había un hombre rico que se vestía
de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado
Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse
de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Y hasta los
perros se le acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo y los
ángeles lo llevaron al seno de Abrahán. Se murió también el rico y lo
enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los
ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno y gritó:
"Padre Abrahán, ten piedad de mí y
manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua porque
me torturan estas llamas”.
Pero Abrahán le contestó:
"Hijo, recuerda que recibiste tú
bienes en vida y Lázaro a su vez males: por eso encuentra aquí consuelo,
mientras que tú padeces. Y además entre nosotros y vosotros se abre un abismo
inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros,
ni puedan pasar de ahí hasta nosotros".
El rico insistió:
"Te ruego, entonces, Padre, que
mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con
su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento".
Abrahán le dice:
"Tienen a Moisés
y a los profetas: que los escuchen".
El rico contestó:
"No, padre Abrahán. Pero si un
muerto va a verlos, se arrepentirán".
Abrahán le dijo:
"Si no escuchan a Moisés y a los
profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto".
1. Se puede asegurar
que esta parábola es una de las más características en el conjunto de las
parábolas evangélicas. Porque en ella se lleva hasta el extremo el
"corte" con lo normal o cotidiano. Un corte, en el que el
"elemento de sorpresa o de estupor" (D. O. Via) rebasa el realismo de
lo que vivimos o, mejor dicho, de lo que nos imaginamos que vivimos. Y es que,
en esta historia, la "extravagancia" o la "impertinencia"
del relato (P. Ricoeur) nos lleva a darnos de cara con una situación tan
extraña, que da qué pensar (W. Harnisch). Y así nos enfrenta a la brutal
contradicción de nuestro tiempo y de nuestra sedicente
"civilización".
2. La cosa se
comprende enseguida. El rico "epulón", es decir, el que "come y
se regala mucho", sigue vivo. Y ha llegado al exceso de sus orgías. No es ningún
individuo en concreto. Es nuestro sistema económico.
Si por algo se caracteriza este sistema es por la
desigualdad que produce entre los habitantes del planeta. Por eso se puede afirmar
que se trata de una "economía canalla" (Loretta Napoleoni).
Sabemos que hoy en día, el 1% de la población mundial
acumula más riqueza que el 99% de los seres humanos que vivimos en el planeta
Tierra (Oxfam; Credit Suisse).
Ya no se trata del rico epulón contra el pobre Lázaro.
Lo terrible es que el rico epulón tiene más riqueza que todo el resto de la
humanidad entera, si la cuenta se hace en tantos por ciento. Así
estamos ahora
mismo.
3.
"Economía" viene de "oikos" ("casa") y
"nomos" ("norma"). La economía es la "norma de la
casa". En la "aldea global", que es nuestro mundo", nuestra
casa, la norma que lo regula todo ha dispuesto que una minoría de la población
mundial podamos comer en exceso y vestirnos de acuerdo con lo que las marcas y
las pasarelas disponen cada temporada, al tiempo que se nos televisan en
directo las guerras, los atentados terroristas, los terremotos, los tsunamis,
las hambrunas, los campamentos de refugiados.
Todo eso es Lázaro lamido en sus carnes por perros
asquerosos. Y lo peor es que no sabemos qué demonios tiene este sistema, pero
el hecho es que nuestra indiferencia ante la agonía de mil millones de
criaturas es exactamente igual que la indiferencia del rico aquel el día que
Lázaro se murió en su portal. Y conste que la enseñanza final es lo más
tremendo que hay en esta parábola: Quienes disfrutan de la riqueza, viven tan
obsesionados con seguir en su bienestar, que aunque llegue el día en que se
levanten los muertos de los cementerios y vengan a decirnos que esto no puede seguir
así, no les haremos caso.
Cuando, según el evangelio de Juan, Jesús resucitó a
Lázaro, los dirigentes del Sanedrín, en
Jerusalén,
en vez de convertirse, lo que decidieron fue matar a Jesús (Jn 11).
La parábola de Lucas se cumplió en Juan al pie de la
letra. EL EVANGELIO AVISA.
Sta. EUSEBIA,
abadesa
Martirologio Romano: En Artesia, de
Neustria, en territorio de lo que hoy es el departamento de Paso de Calaissanta
(Francia), santa Eusebia, abadesa de Hamay-sur-la-Scarpe, que, tras la muerte
de su padre, con su santa madre Rictrude se retiró a la vida monástica y,
todavía adolescente, fue elegida abadesa, después de su abuela santa Gertrudis
(† c.680).
Breve Biografía
Santa Eusebia era la hija mayor de Adalbaldo
de Ostrevant y santa Rictrudis. Después del asesinato de su esposo, Rictrudis
se retiró al convento de Marchinnes con sus dos hijos menores y envió a Eusebia
a la abadía de Hamay (Hamage) donde su bisabuela santa Gertrudis de Hamay era
la abadesa. Eusebia tenía solamente doce años de edad cuando santa Gertrudis
murió, pero fue elegida sucesora de ésta, de acuerdo con los deseos de la
finada y también porque era costumbre de aquel tiempo que, de ser posible, la
superiora de una comunidad fuera de noble cuna para contar con el apoyo de una
familia poderosa en tiempos difíciles.
Santa Rictrudis, que era ya abadesa de
Marchinnes, consideró que Eusebia era demasiado joven para tener a su cargo la
comunidad y le ordenó venir a Marchinnes con todas sus religiosas. La joven
abadesa, no dada a quejarse, se fue a Marchinnes con toda la comunidad,
llevando el cuerpo de santa Gertrudis.
Las dos comunidades se fundieron en una, con
lo que todo quedó felizmente arreglado, excepto para Eusebia. El recuerdo de
Hamay la perseguía. Así, una noche, ella y algunas de las religiosas salieron a
escondidas hacia la abandonada abadía, donde rezaron el oficio y se lamentaron
de no haber cumplido los mandatos de santa Gertrudis. Aunque este acto no quedó
sin castigo, viendo que su hija anhelaba estar en Hamay, Santa Rictrudis
consultó el caso con el obispo, así como con otros hombres piadosos, quienes le
aconsejaron condescendiera con los deseos de Eusebia.
No tuvo que arrepentirse Rictrudis de su
acción, pues la joven abadesa probó ser capaz y juiciosa para restablecer en la
comunidad la disciplina de los días de santa Gertrudis, a quien se esforzó en
imitar en todo. Ninguna incidencia especial parece haber marcado la vida
posterior de Eusebia. Contaba solamente cuarenta años de edad, cuando tuvo el
presentimiento de su inminente fin. Reunió a las religiosas y les dio sus
últimas recomendaciones y bendiciones. Al terminar de hablar, un resplandor
iluminó su celda y casi inmediatamente después su alma voló al cielo.
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