7 DE MARZO - MARTES –
1ª- SEMANA
DE CUARESMA
SANTAS PERPETUA Y FELICIDAD, mártires
Evangelio según san Mateo 6,7-15
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
"Cuando
recéis no uséis muchas palabras como
los paganos, que se imaginan que
por hablar mucho les harán caso.
No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes que se
lo pidáis.
Vosotros
rezad así: Padre nuestro del cielo; santificado sea tu nombre; venga tu reino; hágase
tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos
hoy el pan nuestro, perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado
a los que nos han ofendido, no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del
maligno.
Porque
si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os
perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará
vuestras culpas".
1. La oración es, antes que ninguna otra cosa,
la expresión de un deseo. Por tanto, lo que importa es la oración y lo que
realmente pedimos en ella es lo que deseamos.
Pero eso no depende de que la oración sea repetitiva, rezando "de
carrerilla" plegarias que uno
se imagina que, por repetirla mucho, van a ser más eficaces.
Es verdad que Jesús
oraba toda la noche (Mt 14, 23-25) o repetidamente (Mt 26, 36-46). Pero lo que
aquí se rechaza es la idea de los que piensan que serán oídos precisamente por
la fuerza de sus muchas jaculatorias, sus muchos salmos, las largas letanías.
En la piedad judía, se prevenía contra la tentación
de los rezos prolongados (Ecl 5,
2-3; Is 1, 15; Edo 7, 14).
Lo determinante no
es el mucho tiempo que se reza, sino la sinceridad, la verdad, la transparencia
de nuestro "deseo" hecho oración.
2. El "Padre nuestro" es una oración
comunitaria. Todo en ella está dicho en
plural, de forma que el centro de cuanto se desea no es el "yo", sino
el "nosotros".
O sea, el orante no
es una persona centrada en sí misma, en lo que a ella le conviene, lo que le
interesa o lo que teme. Lo central, en la vida del discípulo de Jesús, es lo
que afecta al grupo humano, a la
sociedad, al mundo.
Esta creciente
apertura a los demás, a los otros en general, es específica de quien cree en
Jesús. Esto significa que la fe en Jesús supera lo meramente instintivo, que
tiene su centro en el yo. Lo determinante, en la vida del creyente, no es
"lo propio", sino "lo común". Solo cuando este espíritu se
va haciendo vida, en nuestra vida, solo entonces podemos rezar con sentido el
"Padre nuestro".
3. Las tres primeras
peticiones conciernen a Dios: tu nombre, tu reinado, tu voluntad. Es decir:
1) Que el nombre de
Dios sea respetado y no se use jamás
para lo que no se debe usar.
2) Que Dios reine
de verdad, por encima de otros intereses o poderes.
3) Que hagamos las
cosas como Dios quiere, no como nos
interesan a nosotros.
Las tres peticiones siguientes conciernen a
los orantes:
nuestro pan, nuestras ofensas,
nuestras tentaciones. La comida, las relaciones mutuas, las fuerzas que nos
inclinan a hacer daño, todo eso, que se tenga, se desarrolle o se supere según
lo que más necesitamos, lo que nos da vida y felicidad, lo que nos hace más
buenas personas, más honrados, más útiles para
lo que realmente conviene a este
mundo.
Estos han de ser
los contenidos de lo que deseamos y le pedimos a Dios. Orar es expresar lo que
se desea. Pues bien, se trata de que nuestros deseos estén siempre orientados
al bien de
todos y no a las conveniencias
propias.
SANTAS PERPETUA Y FELICIDAD, mártires
Santas
Felicidad y Perpetua Mártires (año 203)
Felicidad y Perpetua. Estas dos santas murieron martirizadas en
Cartago (África) el 7 de marzo del año 203.
Perpetua era una joven
madre, de 22 años, que tenía un niñito de pocos meses. Pertenecía a una familia
rica y muy estimada por toda la población. Mientras estaba en prisión, por
petición de sus compañeros mártires, fue escribiendo el diario de todo lo que
le iba sucediendo.
Felicidad era una esclava
de Perpetua. Era también muy joven y en la prisión dio a luz una niña, que
después los cristianos se encargaron de criar muy bien.
Las acompañaron en su
martirio unos esclavos que fueron apresados junto a ellas, y su catequista, el
diácono Sáturo, que las había instruido en la religión y las había preparado
para el bautismo. A Sáturo no lo habían apresado, pero él se presentó
voluntariamente.
Los antiguos documentos
que narran el martirio de estas dos santas, eran inmensamente estimados en la
antigüedad, y San Agustín dice que se leían en las iglesias con gran provecho
para los oyentes. Esos documentos narran lo siguiente.
El año 202 el emperador
Severo mandó que los que siguieran siendo cristianos y no quisieran adorar a
los falsos dioses tenían que morir.
Perpetua estaba
celebrando una reunión religiosa en su casa de Cartago cuando llegó la policía
del emperador y la llevó prisionera, junto con su esclava Felicidad y los
esclavos Revocato, Saturnino y Segundo.
Dice Perpetua en su
diario: "Nos echaron a la cárcel y yo quedé consternada porque nunca había
estado en un sitio tan oscuro. El calor era insoportable y estábamos demasiadas
personas en un subterráneo muy estrecho. Me parecía morir de calor y de asfixia
y sufría por no poder tener junto a mí al niño que era tan de pocos meses y que
me necesitaba mucho. Yo lo que más le pedía a Dios era que nos concediera un
gran valor para ser capaces de sufrir y luchar por nuestra santa
religión".
Afortunadamente al día siguiente
llegaron dos diáconos católicos y dieron dinero a los carceleros para que
pasaran a los presos a otra habitación menos sofocante y oscura que la
anterior, y fueron llevados a una sala a donde por lo menos entraba la luz del
sol, y no quedaban tan apretujados e incómodos. Y permitieron que le llevaran
al niño a Perpetua, el cual se estaba secando de pena y acabamiento. Ella dice
en su diario: "Desde que tuve a mi pequeñín junto a mí, ya aquello no me
parecía una cárcel sino un palacio, y me sentía llena de alegría. Y el niño
también recobró su alegría y su vigor". Las tías y la abuelita se
encargaron después de su crianza y de su educación.
El jefe del gobierno de
Cartago llamó a juicio a Perpetua y a sus servidores. La noche anterior
Perpetua tuvo una visión en la cual le fue dicho que tendrían que subir por una
escalera muy llena de sufrimientos, pero que al final de tan dolorosa
pendiente, estaba un Paraíso Eterno que les esperaba. Ella narró a sus
compañeros la visión que había tenido y todos se entusiasmaron y se propusieron
permanecer fieles en la fe hasta el fin.
Primero pasaron los
esclavos y el diacono. Todos proclamaron ante las autoridades que ellos eran
cristianos y que preferían morir antes que adorar a los falsos dioses.
Luego llamaron a
Perpetua. El juez le rogaba que dejara la religión de Cristo y que se pasara a
la religión pagana y que así salvaría su vida. Y le recordaba que ella era una
mujer muy joven y de familia rica. Pero Perpetua proclamó que estaba resuelta a
ser fiel hasta la muerte, a la religión de Cristo Jesús. Entonces llegó su
padre (el único de la familia que no era cristiano) y de rodillas le rogaba y
le suplicaba que no persistiera en llamarse cristiana. Que aceptara la religión
del emperador. Que lo hiciera por amor a su padre y a su hijito. Ella se
conmovía intensamente pero terminó diciéndole: ¿Padre, cómo se llama esa vasija
que hay ahí en frente? "Una bandeja", respondió él. Pues bien:
"A esa vasija hay que llamarla bandeja, y no pocillo ni cuchara, porque es
una bandeja. Y yo que soy cristiana, no me puedo llamar pagana, ni de ninguna
otra religión, porque soy cristiana y lo quiero ser para siempre".
Y añade el diario escrito
por Perpetua: "Mi padre era el único de mi familia que no se alegraba
porque nosotros íbamos a ser mártires por Cristo".
El juez decretó que los
tres hombres serían llevados al circo y allí delante de la muchedumbre serían
destrozados por las fieras el día de la fiesta del emperador, y que las dos
mujeres serían echadas amarradas ante una vaca furiosa para que las destrozara.
Pero había un inconveniente: que Felicidad iba a ser madre, y la ley prohibía
matar a la que ya iba a dar a luz. Y ella sí deseaba ser martirizada por amor a
Cristo. Entonces los cristianos oraron con fe, y Felicidad dio a luz una linda
niña, la cual le fue confiada a cristianas fervorosas, y así ella pudo sufrir
el martirio. Un carcelero se burlaba diciéndole: "Ahora se queja por los
dolores de dar a luz. ¿Y cuándo le lleguen los dolores del martirio qué hará?
Ella le respondió: "Ahora soy débil porque la que sufre es mi pobre
naturaleza. Pero cuando llegue el martirio me acompañará la gracia de Dios, que
me llenará de fortaleza".
A los condenados a muerte
se les permitía hacer una Cena de Despedida. Perpetua y sus compañeros
convirtieron su cena final en una Cena Eucarística. Dos santos diáconos les
llevaron la comunión, y después de orar y de animarse unos a otros se abrazaron
y se despidieron con el beso de la paz. Todos estaban a cuál de animosos,
alegremente dispuestos a entregar la vida por proclamar su fe en Jesucristo.
A los esclavos los
echaron a las fieras que los destrozaron y ellos derramaron así valientemente
su sangre por nuestra religión.
Antes de llevarlos a la
plaza los soldados querían que los hombres entraran vestidos de sacerdotes de
los falsos dioses y las mujeres vestidas de sacerdotisas de las diosas de los
paganos. Pero Perpetua se opuso fuertemente y ninguno quiso colocarse vestidos
de religiones falsas.
El diácono Sáturo había
logrado convertir al cristianismo a uno de los carceleros, llamado Pudente, y
le dijo: "Para que veas que Cristo sí es Dios, te anuncio que a mí me
echarán a un oso feroz, y esa fiera no me hará ningún daño". Y así
sucedió: lo amarraron y lo acercaron a la jaula de un oso muy agresivo. El
feroz animal no le quiso hacer ningún daño, y en cambio sí le dio un tremendo
mordisco al domador que trataba de hacer que se lanzara contra el santo
diácono. Entonces soltaron a un leopardo y éste de una dentellada destrozó a
Sáturo. Cuando el diácono estaba moribundo, untó con su sangre un anillo y lo
colocó en el dedo de Pudente y este aceptó definitivamente volverse cristiano.
A Perpetua y Felicidad
las envolvieron dentro de una malla y las colocaron en la mitad de la plaza, y
soltaron una vaca bravísima, la cual las corneó sin misericordia. Perpetua
únicamente se preocupaba por irse arreglando los vestidos de manera que no
diera escándalo a nadie por parecer poco cubierta. Y se arreglaba también los
cabellos para no aparecer despeinada como una llorona pagana. La gente
emocionada al ver la valentía de estas dos jóvenes madres, pidió que las
sacaran por la puerta por donde llevaban a los gladiadores victoriosos.
Perpetua, como volviendo de un éxtasis, preguntó: ¿Y dónde está esa tal vaca
que nos iba a cornear?
Pero luego ese pueblo
cruel pidió que las volvieran a traer y que les cortaran la cabeza allí delante
de todos. Al saber esta noticia, las dos jóvenes valientes se abrazaron
emocionadas, y volvieron a la plaza. A Felicidad le cortaron la cabeza de un
machetazo, pero el verdugo que tenía que matar a Perpetua estaba muy nervioso y
equivocó el golpe. Ella dio un grito de dolor, pero extendió bien su cabeza
sobre el cepo y le indicó al verdugo con la mano, el sitio preciso de su cuello
donde debía darle el machetazo. Así esta mujer valerosa hasta el último momento
demostró que si moría mártir era por su propia voluntad y con toda generosidad.
Estas dos mujeres, la una
rica e instruida y la otra humilde y sencilla sirvienta, jóvenes esposas y
madres, que en la flor de la vida prefirieron renunciar a los goces de un
hogar, con tal de permanecer fieles a la religión de Jesucristo, ¿qué nos
enseñarán a nosotros? Ellas sacrificaron un medio siglo que les podía quedar de
vida en esta tierra y llevan más de 17 siglos gozando en el Paraíso eterno.
¿Qué renuncias nos cuesta nuestra religión? ¿En verdad, ser amigos de Cristo
nos cuesta alguna renuncia? Cristo sabe pagar muy bien lo que hacemos y
renunciamos por El.
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