18 - DE
MARZO – MARTES –
2ª –
SEMANA DE CUARESMA – C
San Cirilo de
Jerusalén
Lectura del libro de Isaías (1,10.16-20):
OÍD la palabra
del Señor, príncipes de Sodoma, escucha la enseñanza de nuestro Dios, pueblo de
Gomorra.
«Lavaos, purificaos, apartad de mi vista
vuestras malas acciones.
Dejad de hacer el mal, aprended a hacer
el bien. Buscad la justicia, socorred al
oprimido, proteged el derecho del huérfano, defended a la viuda.
Venid
entonces, y discutiremos —dice el Señor—.
Aunque vuestros pecados sean como escarlata,
quedarán blancos como nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como
lana.
Si sabéis obedecer, comeréis de los frutos de
la tierra; si rehusáis y os rebeláis, os devorará la espada —ha hablado la boca
del Señor—».
Palabra de Dios
Salmo: 49,8-9.16bc-17.21.23
R/. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
V/. No te reprocho tus sacrificios, pues siempre
están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa, ni un cabrito de tus rebaños. R/.
V/. ¿Por qué recitas mis preceptos y tienes
siempre en la boca mi alianza, tú que
detestas mi enseñanza y te echas a la espalda mis
mandatos? R/.
V/. Esto haces, ¿y me voy a callar? ¿Crees que
soy como tú? Te acusaré, te lo echaré en cara.
El que me ofrece acción de gracias, ése me honra; al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios». R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(23,1-12):
EN aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a los discípulos, diciendo:
«En la cátedra de Moisés se han sentado los
escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis
lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen.
Lían
fardos pesados y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están
dispuestos a mover un dedo para empujar.
Todo lo que hacen es para que los vea la
gente: alargan las filacterias y agrandan las orlas del manto; les gustan los
primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que
les hagan reverencias en las plazas y que la gente los llame “rabbí”.
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar
“rabbí”, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos.
Y no llaméis padre vuestro a nadie en la
tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo.
No os
dejéis llamar maestros, porque uno solo es vuestro maestro, el Mesías.
El
primero entre vosotros será vuestro servidor.
El que
se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Palabra del Señor
1.-
En no pocas ocasiones hemos escuchado
este pasaje y hemos concluido que, para ser mejor cristiano, para tener los
mismos sentimientos de Cristo es necesario humillarse. Siempre me he preguntado
si esta cita de Mateo 23, 1-12 está bien traducida. No soy exégeta, ni sé
griego o hebrero para poder dar una respuesta adecuada a esta cuestión. Pero si echamos una mirada al
diccionario de la RAE vemos que humillarse tiene un significado más de
desprecio, de burla, de vejación, deshonra entre otras muchas. Mientras que el
término humildad nos abre al conocimiento de nuestras propias limitaciones, a
la modestia, sencillez, recato, moderación.
2.- Por el contexto de este evangelio, creo
que Jesús se refiere más a servir con humildad que a humillarse.
De ahí que su
crítica vaya hacia quienes se visten con grandes galas y olviden el obrar con
humildad, o desprecien el servicio a los hermanos imponiendo más cargas sobre
ellos de la que pueden soportar.
Humillarse
está también en el sentido cristológico de abajarse, de hacerse pequeño, pero
lo dice del hijo del hombre que está sentado en su trono. Aquí, cuando se
utiliza el término humildad se está hablando de un hacer y obrar desde lo que
se muestra como virtud.
3.- Es cierto que Jesús dice que hay que
negarse a sí mismo, pero no lo dice con la intención de olvidar la práctica de
la virtud de la humildad. Uno se puede humillar y ser el mismo soberbio de
siempre. Mientras que uno que actúa desde la humildad deja a un lado su altivez
y se muestra amigo de cuantos lo necesitan.
San Cirilo de
Jerusalén

San Cirilo de
Jerusalén Doctor de la Iglesia
(año 386)
San Cirilo, obispo de Jerusalén y doctor de la Iglesia, que a causa de la fe
sufrió muchas injurias por parte de los arrianos y fue expulsado con frecuencia
de la sede. Con oraciones y catequesis expuso admirablemente la doctrina
ortodoxa, las Escrituras y los sagrados misterios.
San Cirilo nació cerca de Jerusalén y fue arzobispo de esa ciudad durante 30
años, de los cuales estuvo 16 años en destierro. 5 veces fue desterrado: tres
por los de extrema izquierda y dos por los de extrema derecha.
Era un hombre suave de carácter, enemigo de andar discutiendo, que deseaba
más instruir que polemizar, y trataba de permanecer neutral en las discusiones.
Pero por eso mismo una vez lo desterraban los de un partido y otra vez los del
otro.
Aunque los de cada partido extremista lo llamaban hereje, sin embargo, San
Hilario (el defensor del dogma de la Santísima Trinidad) lo tuvo siempre como
amigo, y San Atanasio (el defensor de la divinidad de Jesucristo) le profesaba
una sincera amistad, y el Concilio general de Constantinopla, en el año 381, lo
llama "valiente luchador para defender a la Iglesia de los herejes que
niegan las verdades de nuestra religión".
Una de las acusaciones que le hicieron los enemigos fue el haber vendido
varias posesiones de la Iglesia de Jerusalén para ayudar a los pobres en épocas
de grandes hambres y miserias. Pero esto mismo hicieron muchos obispos en
diversas épocas, con tal de remediar las graves necesidades de los pobres.
El emperador Juliano, el apóstata, se propuso reconstruir el templo de
Jerusalén para demostrar que lo que Jesús había anunciado en el evangelio ya no
se cumplía. San Cirilo anunció mientras preparaban las grandes cantidades de
materiales para esa reconstrucción, que aquella obra fracasaría
estrepitosamente. Y así sucedió y el templo no se reconstruyó.
San Cirilo de Jerusalén se ha hecho célebre y ha merecido el título de
Doctor de la Iglesia, por unos escritos suyos muy importantes que se llaman
"Catequesis". Son 18 sermones pronunciados en Jerusalén, y en ellos
habla de la penitencia, del pecado, del bautismo, y del Credo, explicándolo
frase por frase. Allí instruye a los recién bautizados acerca de las verdades
de la fe y habla bellísimamente de la Eucaristía.
En sus escritos insiste fuertemente en que Jesucristo sí está presente en la
Santa Hostia de la Eucaristía. A los que reciben la comunión en la mano les
aconseja: "Hagan de su mano izquierda como un trono en el que se apoya la
mano derecha que va a recibir al Rey Celestial. Cuidando: que no se caigan
pedacitos de hostia. Así como no dejaríamos caer al suelo pedacitos de oro,
sino que los llevamos con gran cuidado, hagamos lo mismo con los pedacitos de
Hostia Consagrada".
Al volver de su último destierro que duró 11 años, encontró a Jerusalén
llena de vicios y desórdenes y divisiones y se dedicó con todas sus fuerzas a
volver a las gentes al fervor y a la paz, y a obtener que los que se habían
pasado a las herejías volvieran otra vez a la Santa Iglesia Católica.
A los 72 años murió en Jerusalén en el año 386.
En 1882 el Sumo Pontífice lo declaró Doctor de la Iglesia.
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