30 - DE MARZO
– DOMINGO –
4ª – SEMANA DE CUARESMA - C
SAN JUAN CLIMACO
Lectura del libro de Josué (5,9a.10-12):
En aquellos días,
dijo el Señor a Josué:
- «Hoy os he quitado de encima el oprobio de
Egipto.»
Los hijos de Israel acamparon en Guilgal y
celebraron allí la Pascua al atardecer del día catorce del mes, en la estepa de
Jericó.
El día siguiente a la Pascua, comieron ya de
los productos de la tierra: ese día, panes ácimos y espigas tostadas. Y desde
ese día en que comenzaron a comer de los productos de la tierra, cesó el maná.
Los hijos de Israel ya no tuvieron maná, sino que ya aquel año comieron de la
cosecha de la tierra de Canaán.
Palabra de Dios
Salmo: 33,2-3.4-5.6-7
R/. Gustad y ved qué bueno es el Señor
Bendigo al Señor
en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloria en el Señor: que los humildes
lo escuchen y se alegren. R
Proclamad conmigo
la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre. Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas
mis ansias. R.
Contempladlo, y
quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará. El afligido invocó al Señor, él lo escucha y
lo salvó de sus angustias. R.
Lectura de la
segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios (5,17-21):
Hermanos:
Si alguno está en Cristo es una criatura
nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo.
Todo
procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó
el ministerio de la reconciliación.
Porque Dios mismo estaba en Cristo
reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto
en nosotros el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como
enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros.
En nombre de Cristo os pedimos que os
reconciliéis con Dios. Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por
nuestro pecado, para que nosotros, unidos a él, recibamos la justificación de
Dios.
Palabra de Dios
Lectura del
santo evangelio según san Lucas (15, 1-3.11-32):
En aquel tiempo,
solían acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y
los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
- «Ese acoge a los pecadores y come con
ellos.»
Jesús les dijo esta parábola:
- «Un hombre tenía dos hijos; el menor de
ellos dijo a su padre:
"Padre, dame la parte que me toca de la
fortuna."
El padre les repartió los bienes.
No
muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país
lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por
aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces
y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos
a guardar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos,
pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
"Cuántos jornaleros de mi padre tienen
abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré
en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y
contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus
jornaleros. "
Se levantó y vino a donde estaba su padre;
cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas;
y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
"Padre, he pecado contra el cielo y
contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo, "
Pero el padre dijo a sus criados:
"Sacad en seguida la mejor túnica y
vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el
ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este
hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos
encontrado."
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al
volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los
criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
"Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha
sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud."
Él se indignó y no quería entrar; pero su
padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
"Mira: en tantos años como te sirvo, sin
desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener
un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha
comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado."
El padre le dijo:
"Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo
lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este
hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos
encontrado"».
Palabra del Señor
Cuatro historias de padres e hijos.
El domingo pasado, a propósito de la
conversión, Jesús contaba cómo un viñador intenta salvar a la higuera
infructuosa pidiendo un año de plazo al propietario. Nosotros debíamos
identificarnos con la higuera y agradecer los esfuerzos del viñador por impedir
que nos cortasen. El evangelio de este domingo sigue centrado en la conversión,
pero con un enfoque muy distinto: el propietario se convierte en padre, y no
tiene una higuera sino dos hijos.
Conociendo la historia de la parábola y
teniendo en cuenta la lectura de la carta de Pablo podemos hablar de cuatro
padres y distintos hijos.
1. El hijo rebelde y el padre colérico que
perdona (Oseas)
La idea de presentar las relaciones entre
Dios y el pueblo de Israel como las de un padre con su hijo se le ocurrió por
vez primera, que sepamos, al profeta Oseas en el siglo VIII a.C. En uno de sus
poemas presenta a Dios como un padre totalmente entregado a su hijo: le enseña
a andar, lo lleva en brazos, se inclina para darle de comer; pasando de la
metáfora a la realidad, cuando era niño lo liberó de la esclavitud de Egipto.
Pero la reacción de Israel, el hijo, no es la que cabía esperar: cuanto más lo
llama su padre, más se aleja de él; prefiere la compañía de los dioses
cananeos, los baales. De acuerdo con la ley, un hijo rebelde, que no respeta a
su padre ni a su madre, debe ser juzgado y apedreado. Dios se plantea castigar
a su hijo de otro modo: devolviéndolo a Egipto, a la esclavitud. Pero no puede.
“¿Cómo podré dejarte, Efraín, entregarte a ti, Israel? Me da un vuelco el
corazón, se me conmueven las entrañas. No ejecutaré mi condena, no te volveré a
destruir, que soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti y no enemigo
devastador” (Oseas 11,1-9).
El hijo que presenta Oseas se parece bastante
al de la parábola de Lucas: los dos se alejan de su padre, aunque por motivos
muy distintos: el de Oseas para practicar cultos paganos, el de Lucas para
vivir como un libertino.
Mayor diferencia hay entre los padres. El de
Oseas reacciona dejándose llevar por la indignación y el deseo de castigar,
como le ocurriría a la mayoría de los padres. Si no lo hace es “porque soy
Dios, y no hombre”, y lo típico de Dios es perdonar. Lucas no dice qué siente
el padre cuando el hijo le comunica que ha decidido irse de casa y le pide su
parte de la herencia; se la da sin poner objeción, ni siquiera le dirige un
discurso lleno de buenos consejos.
2. El hijo arrepentido y el padre que lo
acoge (Jeremías)
La gran diferencia entre Oseas y Lucas
radica en el final de la historia: Oseas no dice cómo termina, aunque se supone
que bien. Lucas se detiene en contar el cambio de fortuna del hijo: arruinado y
malviviendo de porquerizo, se le ocurre una solución: volver a su padre,
pedirle perdón y trabajo. En cambio, no sabemos qué pasa por la mente del padre
durante esos años. Lucas se centra en su reacción final: lo divisó a lo lejos,
se enterneció, corrió, se le echó al cuello, lo besó. Cuando el hijo
confiesa su pecado, no le impone penitencia ni le da buenos consejos. Parece
que ni siquiera le escucha, preocupado por dar órdenes a los criados para que
organicen un gran banquete y una
fiesta.
¿Cómo se le ocurrió a Lucas hablar de la
conversión del hijo? Oseas no dice nada de ello, pero sí lo dice
Jeremías. A este profeta de finales del siglo VII a.C. le gustaban
mucho los poemas de Oseas y a veces los adaptaba en su predicación. Para
entonces, el Reino Norte ha sufrido el terrible castigo de los asirios. El
pueblo piensa que el perdón anunciado por Oseas no se ha cumplido, pero no por
culpa de Dios, sino por culpa de sus pecados. Y le pide: “Vuélveme y me
volveré, que tú eres mi Señor, mi Dios; si me alejé, después me arrepentí, y al
comprenderlo me di golpes de pecho; me sentía corrido y avergonzado de soportar
el oprobio de mi juventud”. Y Dios responde: “Si es mi hijo querido Efraín, mi
niño, mi encanto. Cada vez que le reprendo me acuerdo de ello, se me conmueven
las entrañas y cedo a la compasión” (Jeremías 31,18-28). En estas palabras, que
reflejan el arrepentimiento del pueblo y su confesión de los pecados, se basa
la reacción del hijo en Lucas.
3. El
padre con dos hijos muy distintos (evangelio)
Sin embargo, cuando leemos lo que
precede a la parábola, advertimos que el problema no es de Dios sino de ciertos
hombres. A Dios no le cuesta perdonar, pero hay personas que no quieren que
perdone. Condenan a Jesús porque trata con recaudadores de impuestos y
prostitutas y come con ellos.
Entonces Lucas saca un as de la manga y
depara la mayor sorpresa. Introduce en la parábola un nuevo personaje que no
estaba en Oseas ni Jeremías: un hermano mayor, que nunca ha abandonado a su
padre y ha sido modelo de buena conducta. Representa a los escribas y fariseos,
a los buenos. Y se permite dirigirse a su padre como ellos se dirigen a Jesús:
con insolencia, reprochándole su conducta.
El padre responde con suavidad, haciéndole
caer en la cuenta de que ese a quien condena es hermano suyo. “Estaba muerto y
ha revivido. Estaba perdido y ha sido
encontrado”.
¿Sirve de algo esta instrucción? La mayoría
de los escribas y fariseos responderían: “Bien muerto estaba, ¡qué pena que
haya vuelto!” Y no podríamos condenar su reacción porque sería la de la mayoría
de nosotros ante las personas que no se comportan como nosotros consideramos
adecuado. El mundo sería mucho mejor sin ladrones, asesinos, terroristas,
adúlteros, abortistas, gays, lesbianas, transexuales, bisexuales, banqueros,
políticos… y cada cual puede completar la lista según sus gustos e ideología.
La diferencia entre el padre y el hermano
mayor es que el hermano mayor solo se fija en la conducta de
su hermano pequeño: “se ha comido tu fortuna con prostitutas”. En
cambio, el padre se fija en lo profundo: “este hermano
tuyo”. Cuando Jesús come con publicanos y pecadores no los ve como personas de
mala conducta, los ve como hijos de Dios y hermanos suyos. Pero esto es muy
difícil. Para llegar ahí hace falta mucha fe y mucho amor.
4. El padre con un hijo y multitud de
adoptados (2ª lectura)
Lo que dice Pablo a los corintios permite
proponer una historia en línea con lo anterior. Este padre tiene un hijo y una
multitud de adoptados que dejan mucho que desear. Pero no se queda en la casa
esperando que vuelvan. Les manda a su hijo para que intente traerlos de vuelta.
No debe portarse como el hermano mayor de la parábola, no debe reprocharles
nada ni “pedirles cuenta de sus pecados”. Sin embargo, para conseguir
convencerlos, deberá morir, cosa que acepta gustoso. - ¿Cómo termina la
historia?
“En nombre de Cristo os pedimos que os
reconciliéis con Dios”.
De nosotros depende. Podemos seguir lejos o
volver a nuestro padre.
Nota sobre la 1ª lectura
La primera lectura de los domingos de
Cuaresma recoge momentos capitales de la Historia de la Salvación. Después de
Abraham (2º domingo) y Moisés (3º), se recuerda el momento en que el pueblo
celebra por primera vez la Pascua desde que salió de Egipto y goza de los
frutos de la Tierra Prometida.
Abad, año 649
Clímaco significa: escala para subir al
cielo.
El apellido de este santo proviene de un
libro famoso que él escribió y que llegó a ser inmensamente popular y sumamente
leído en la Edad Media. El nombre de tal libro era "Escalera para subir al
cielo". Y eso mismo en griego se dice "Clímaco".
San Juan Clímaco nació en Palestina y se
formó leyendo los libros de San Gregorio Nazanceno y de San Basilio. A los 16
años se fue de monje al Monte Sinaí. Después de cuatro años de preparación fue
admitido como religioso. El mismo narraba después que en sus primeros años hubo
dos factores que le ayudaron mucho a progresar en el camino de la perfección.
El primero: no dedicar tiempo a conversaciones inútiles, y el segundo: haber
encontrado un director espiritual santo y sabio que le ayudó a reconocer los
obstáculos y peligros que se oponían a su santidad. De su director aprendió a
no discutir jamás con nadie, y a no llevarle jamás la contraria a ninguno, si
lo que el otro decía no iba contra la Ley de Dios o la moral cristiana.
Pasó 40 años dedicado a la meditación de la
Biblia, a la oración, y a algunos trabajos manuales. Y llegó a ser uno de los
más grandes sabios sobre la Biblia de Oriente, pero ocultaba su sabiduría y en
todo aparecía como un sencillo monje más, igual a todos los otros. En lo que sí
aparecía distinto era en su desprendimiento total de todo afecto por el comer y
el beber. Sus ayunos eran continuos y los demás decían que pareciera como si el
comer y el beber más bien le produjera disgusto que alegría. Era su penitencia,
ayunar, ayunar siempre.
Su oración más frecuente era el pedir perdón
a Dios por los propios pecados y por los pecados de la demás gente. Los que lo
veían rezar afirmaban que sus ojos parecían dos aljibes de lágrimas. Lloraba
frecuentemente al pensar en lo mucho que todos ofendemos cada día a Nuestro
Señor. Y de vez en cuando se entraba a una cueva a rezar y allí se le oía
gritar: ¡Perdón, Señor piedad. No nos castigues como merecen nuestros pecados.
Jesús misericordioso tened compasión de nosotros los pobres pecadores! Las piedras
retumbaban con sus gritos al pedir perdón por todos.
El principal don que Dios le concedió fue el
ser un gran director espiritual. Al principio de su vida de monje, varios
compañeros lo criticaban diciéndole que perdía demasiado tiempo dando consejos
a los demás. Que eso era hablar más de la cuenta. Juan creyó que aquello era un
caritativo consejo y se impuso la penitencia de estarse un año sin hablar nada
ni dar ningún consejo. Pero al final de aquel año se reunieron todos los monjes
de la comunidad y le pidieron que por amor a Dios y al prójimo siguiera dando
dirección espiritual, porque el gran regalo que Dios le había concedido era el
de saber dirigir muy bien las almas. Y empezó de nuevo a aconsejar. Las gentes
que lo visitaban en el Monte Sinaí decían de él: "Así como Moisés cuando
subió al Monte a orar bajó luego hacia sus compañeros con el rostro totalmente
iluminado, así este santo monje después de que va a orar a Dios viene a
nosotros lleno de iluminaciones del cielo para dirigirnos hacia la
santidad".
El superior del convento le pidió que pusiera
por escrito los remedios que él daba a la gente para obtener la santidad. Y fue
entonces cuando escribió el famoso libro del cual le vino luego su apellido:
"Clímaco", o Escalera para subir al cielo. Se compone de 30
capítulos, que enseñan los treinta grados para ir subiendo en santidad hasta
llegar a la perfección. El primer peldaño o la primera escalera es cumplir
aquello que dijo Jesús: "Quien desea ser mi discípulo tiene que negarse a
sí mismo". El primer escalón es llevarse la contraria a sí mismo,
mortificarse en algo cada día. El segundo es tratar de recobrar la blancura del
alma pidiendo muchas veces perdón a Dios por pecados cometidos, el tercero es
el plan o propósito de enmendarse y cambiar de vida. Los últimos tres, los
peldaños superiores, son practicar la Fe, la Esperanza y la Caridad. Todo el
libro está ilustrado con muchas frases hermosas y con agradables ejemplos que
lo hacen muy agradable.
A San Juan Clímaco le concedió Dios otro
gran regalo y fue el de lograr llevar la paz a muchísimas almas angustiadas y
llenas de preocupaciones. Llegaban personas desesperadas a causa de terribles
tentaciones y él les decía: "Oremos porque los malos espíritus se alejan
con la oración". Y después de dedicarse a rezar por varios minutos en su
compañía aquella persona sentía una paz y una tranquilidad que antes no había
experimentado nunca. El santo decía a la gente: "Así como los israelitas
quizás no habrían logrado atravesar el desierto si no hubieran sido guiados por
Moisés, así muchas almas no logran llegar a la santidad si no tienen un
director espiritual que los guíe". Y él fue ese guía providencial para
millares de personas por 40 años.
Un joven que era dirigido espiritualmente por
San Juan Clímaco, estaba durmiendo junto a una gran roca, a muchos kilómetros
del santo, cuando oyó que este lo llamaba y le decía: "Aléjese de
ahí". El otro despertó y salió corriendo, y en ese momento se desplomó la
roca, de tal manera que lo habría aplastado si se hubiera quedado allí.
En un año en el que por muchos meses no caía
una gota de agua y las cosechas se perdían y los animales se morían de sed, las
gentes fueron a donde nuestro santo a rogarle que le pidiera a Dios para que
enviara las lluvias. El subió al Monte Sinaí a orar y Dios respondió enviando
abundantes lluvias.
Era tal la fama que tenían las oraciones de
San Juan Clímaco, que el mismo Papa San Gregorio le escribió pidiéndole que lo
encomendara en sus oraciones y le envió colchones y camas para que pudiera
hospedar a los peregrinos que iban a pedirle dirección espiritual.
Cuando ya tenía más de 70 años, los monjes lo
eligieron Abad o Superior del monasterio del Monte Sinaí y ejerció su cargo con
satisfacción y provecho espiritual de todos. Cuando sintió que la muerte se
acercaba renunció al cargo de superior y se dedicó por completo a preparar su
viaje a la eternidad. Y al cumplir los 80 años murió santamente en su
monasterio del Monte Sinaí. Jorge, su discípulo predilecto, le pidió llorando:
"Padre, lléveme en su compañía al cielo". El oró y le dijo: "Tu
petición ha sido aceptada". Y poco después murió Jorge también.
San Juan Clímaco, pídele a Dios que nos envíe
muchos escritores católicos que escriban libros que lleven a la santidad, y que
nos envíe muchos santos y sabios directores espirituales como tú, que nos
lleven hacia la perfección cristiana. Amen.
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