domingo, 9 de marzo de 2025

Párate un momento: El Evangelio del dia 11 - DE MARZO – MARTES – 1ª – SEMANA DE CUARESMA – C Santa Áurea de San Millán

 

 


 

11 - DE MARZO – MARTES –

1ª – SEMANA DE CUARESMA – C

Santa Áurea de San Millán

 

       Lectura del libro de Isaías (55,10-11):

 

   ESTO dice el Señor:

  «Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo».

 

Palabra de Dios

 

 Salmo: 33,4-5.6-7.16-17.18-19

 

 R/. El Señor libra de sus angustias a los justos

 

  Proclamad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos juntos su nombre.

      Yo consulté al Señor, y me respondió, me libró de todas mis ansias. R/.

 

  Contempladlo, y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará.

      El afligido invocó al Señor,

él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R/.

 

      Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus gritos; pero el Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria. R/.

 

  Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias;

el Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. R/.

 

        Lectura del santo evangelio según san Mateo (6,7-15):

 

  EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

  «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros orad así:

  “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre,

venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”.

Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».

 

Palabra del Señor

 

  1.- Siempre he escuchado aquello de que el Padrenuestro es la oración cristiana por excelencia; en este espacio me propongo considerar esta expresión en sus dos términos, a saber, oración y cristiana.

   Por lo que respecta al término oración, basta constatar el contexto en que recitamos habitualmente el Padrenuestro para a este se le pueda atribuir un carácter y un sentido de fórmula ritual pronunciada en asamblea comunitariamente, casi como una especie de declaración de principios. No debería parecer esto demasiado extraño si prestáramos atención a la intencionalidad eclesiástica del texto de mateo, que podríamos condesar apretadamente en una frase: Mateo busca reforzar la conciencia grupal de la comunidad cristiana impetrando la idea de una convivencia social fundamentada en Dios y posibilitada por este. Un mayor análisis exegético del texto nos llevaría sin más problema a verificar que el contenido material del Padrenuestro explicita las condiciones sociales concretas de aquella comunidad primitiva.

 

  2.- Atendiendo al segundo término a considerar, lo de cristiana, la primera obviedad que nos viene a la mente es que la especificidad de la religiosidad cristiana es que tiene como núcleo a Cristo. Tal obviedad hace que resalte el hecho de que en la llamada oración cristiana por excelencia no aparece referencia a Cristo, al menos explícitamente. Si queremos evitar la sensación de paradoja deberemos plantearnos en qué medida pueda aparecer Cristo en el Padrenuestro, y, descartada la inmediatez, cabe buscar la posible referencia implícita.

Analicemos, en este sentido, el contenido del rezo.

 

 “Santificado sea tu nombre”.    

Jesucristo es la Palabra, es la promesa de Dios, la Sabiduría hipostasiada de Dios: es el Logos. Jesucristo es el nombre mismo de Dios revelado en la persona de Jesús, “de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo y en la tierra”.

“Venga a nosotros tu reino”. Jesucristo es el reino; es el reino de Dios venido a nosotros, no hay que esperar otro, pues Jesucristo incorpora en sí no sólo los valores del reino, sino la realidad misma del reino. En este sentido, reino de Dios y Dios son lo mismo.

“Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Ser hijo de Dios es cumplir su voluntad. Jesucristo es el hombre que cumple perfectamente la voluntad de Dios pues se ha identificado con esa misma voluntad; su ser es hacer la voluntad del Padre. En Cristo se ha realizado la voluntad entera de Dios. Por eso es el Hijo único de Dios.

“Danos hoy nuestro pan de cada día”. “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Jesucristo es la Palabra proclamada por Dios para dar aliento al espíritu del hombre; pero también ha querido ser nuestro el alimento de nuestra carne, pues al entregarse a nosotros en su misma carne nos ha mostrado que darnos unos a otros construye la humanidad que es propio cuerpo.

“Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. La sanación viene de Dios en boca de Aquel que dijo “tus pecados quedan perdonados”. En la muerte expiatoria de Jesucristo el mundo queda reconciliado consigo mismo y con el Padre.

“No nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”. Cristo es aquel que ora al Padre por nosotros: “Yo te ruego por ellos. […] No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad.” Pues nuestro lugar no es el mundo, no pertenecemos al mundo; pertenecemos a Cristo; y si Jesucristo venció la tentación, en Jesucristo, permaneciendo en Jesucristo, vencemos también nosotros la tentación.

¿Qué tentación? La tentación primordial, originaria: la de no reconocer más realidad que la inmediatez de este mundo, en el que, al querer enseñorearnos del mismo, nos hacemos esclavos de él, sin parar cuentas de hay un cielo y un Dios que nos llama desde la profundidad y la trascendencia de nuestra vida. Es ese Dios al que Jesús nos exhorta a orar así: “Padre nuestro que estás en el cielo”.

Si damos crédito a lo aquí reseñado, en efecto, Jesucristo sí está presente implícitamente en el Padrenuestro; es más, la densidad cristológica del Padrenuestro es absoluta, hasta el punto que, el Padrenuestro no se entiende en su profundidad sin su referencia esencial a Cristo que le da su sentido teológico fundamental.

Aún más, me atrevería a afirmar que Cristo no es solamente la clave significativa del Padrenuestro: es lo que hace que el Padrenuestro sea oración; de modo que el Padrenuestro es la oración cristiana porque en ella Cristo mismo se hace oración al Padre en nuestros labios.

              De esto modo, se ha cumplido la profecía de Isaías: “así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía”, sino que nos eleva hacia Dios al hacernos proferir la invocación salvífica per se: Padre nuestro.

 

 

Santa Áurea de San Millán

 


         Santa Áurea (Orea u Oria) nació en la localidad riojana de Villavelayo, invadida por los moros, hija de Santa Amunia. Fue su maestro y padre espiritual Don Munio, que escribió su vida en latín, y luego tradujo en sonoros versos alejandrinos Gonzalo de Berceo. Una vida digna de crédito, pues, según el poeta, ni por un rico condado hubiera consentido mentir: En todo cuanto dijo, dijo toda verdad.

 

      El mismo nombre de Áurea (Dorada) era ya todo un presagio de rica calidad: "Como era preciosa, más que oro preciada nombre avía de oro: Oria era llamada". Son deliciosos los versos de Berceo: "Era esta manceba de Dios enamorada, más quería ser ciega que verse casada". Prefería las "horas" litúrgicas más que otros cantares y oír a los clérigos más que a otros juglares. "pesque mudó los dientes, luego a los pocos anuos, pagábase muy poco de los seglares ponnos". Sentía envidia de María, la hermana de Lázaro. Como ella, pasaría la vida junto al altar, a los pies de Cristo.

 

    Un día se puso en romería y llegó al monasterio de San Millán de la Cogolla. El prior se llamaba Domingo, y más tarde fundaría la abadía de Silos. Oria cayó a sus pies y le pidió consejo para vivir separada del mundo y entregada a Dios. "Señor, Dios lo quiere, tal es mi voluntat, prender orden e velo, vivir en castidat, en rencón encerrada yacer en pobredat, vivir de lo que diera por mi la christiandat".

        Después de encargarle el prior que pensase mucho el paso que iba a dar, y de insistir Oria en su empeño, Domingo accedió y le dio el hábito de esposa de Cristo. Los albañiles abrieron un hueco en el muro de la iglesia de San Millán de Suso, el de Arriba —donde también estuvieron enterrados los Siete Infantes de Lara— frente al altar mayor y al coro donde cantaban los monjes, y allí fue encerrada la intrépida doncella Oria.

 

        Eran tiempos de heroicidades.

 

       Había personas que no se contentaban con encerrarse en un monasterio. Querían todavía más rigidez. Se encerraban en celdas increíblemente pequeñas, donde a veces no cabían de pie, para no salir más. Sólo abrían un ventanillo que diera al altar. A veces acudían gentes a pedirles consejo. Pero normalmente su soledad era total, sólo interrumpida por la lucha con los demonios y por su trato con los ángeles. Las mujeres fueron las más generosas para esta prisión voluntaria. Se llamaba las emparedadas, y todavía queda el recuerdo de su heroísmo.

        "Ovo grant alegría" cuando se le concedió, dice la copla. No se asustó Oria del estrecho emparedamiento. Todavía se contempla hoy y no sin cierto escalofrío. Los días y las noches se le pasaban rezando, leyendo las Sagradas Escrituras y vidas de Santos. Aconsejaba a los que acudían a ella. Hacía las hostias para la Misa, cosía casullas para la iglesia, rezaba los salmos cuando los monjes "et la su oración foradaba los cielos".

       "Mas la bendita niña, del Criador amiga", tuvo grandes tentaciones del demonio. Domingo lo supo, se vino de Silos, la roció con agua bendita, dijo la Misa en el altar frontero, la confesó, le dio la Comunión y la bendita niña ya no tuvo más visitas de demonios, sino de ángeles y de Santos.

        Después de tan austera reclusión Oria cayó enferma. La misma Señora de los cielos le avisó su muerte. Acudió a atenderla Don Munio. Llegó la noche. Oria levantó la diestra y se hizo la señal de la cruz. Y luego "alzó ambas las manos, juntólas en igual, como quien rinde gracias al buen rey celestial, cerró ojos e boca la reclusa leal, e rindió a Dios la alma: nunca más sintió mal". Y pasó de su encierro por Dios al paraíso con Dios.

 

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