domingo, 30 de marzo de 2025

Párate un momento: El Evangelio del dia 1 - DE ABRIL – MARTES – 4ª – SEMANA DE CUARESMA – C SAN HUGO

 

 

 


1 - DE ABRIL – MARTES –

4ª – SEMANA DE CUARESMA – C

SAN HUGO

 

       Lectura de la profecía de Ezequiel (47,1-9.12):

 

  EN aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo del Señor.

  De debajo del umbral del templo corría agua hacia el este —el templo miraba al este—.

  El agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar.

  Me hizo salir por el pórtico septentrional y me llevó por fuera hasta el pórtico exterior que mira al este. El agua corría por el lado derecho.

  El hombre que llevaba el cordel en la mano salió hacia el este, midió quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta los tobillos. Midió otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta las rodillas. Midió todavía otros quinientos metros y me hizo atravesar el agua, que me llegaba hasta la cintura.

   Midió otros quinientos metros: era ya un torrente que no se podía vadear, sino cruzar a nado.

        Entonces me dijo:

  «¿Has visto, hijo de hombre?»,

  Después me condujo por la ribera del torrente. Al volver vi en ambas riberas del torrente una gran arboleda.

  Me dijo:

  «Estas aguas fluyen hacia la zona oriental, descienden hacia la estepa y desembocan en el mar de la Sal, Cuando hayan entrado en él, sus aguas serán saneadas. Todo ser viviente que se agita, allí donde desemboque la corriente, tendrá vida; y habrá peces en abundancia. Porque apenas estas aguas hayan llegado hasta allí, habrán saneado el mar y habrá vida allí donde llegue el torrente.

   En ambas riberas del torrente crecerá toda clase de árboles frutales; no se marchitarán sus hojas ni se acabarán sus frutos; darán nuevos frutos cada mes, porque las aguas del torrente fluyen del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales».

 

Palabra de Dios

 

  Salmo: 45,2-3.5-6.8-9

 

      R/. El Señor del universo está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob

 

 Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro. Por eso no tememos, aunque tiemble la tierra, y los montes se desplomen en el mar. R/.

   Un río y sus canales alegran la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada. Teniendo a Dios en medio, no vacila; Dios la socorre al despuntar la aurora. R/.

   El Señor del universo está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob. Venid a ver las obras del Señor, las maravillas que hace en la tierra. R/.

 

       Lectura del santo evangelio según san Juan (5,1-16):

 

  SE celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.

       Hay en Jerusalén, junto a la Puerta de las Ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda. Esta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos.

  Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.

  Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice:

  «¿Quieres quedar sano?».

  El enfermo le contestó:

  «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado».

  Jesús le dice:

  «Levántate, toma tu camilla y echa a andar».

  Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.

  Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano:

  «Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla».

  Él les contestó:

  «El que me ha curado es quien me ha dicho: “Toma tu camilla y echa a andar”».

  Ellos le preguntaron:

  «¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?».

  Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, a causa del gentío que había en aquel sitio, se había alejado.

  Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice:

  «Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor».

  Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado.

  Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.

 

Palabra del Señor

 

  1.- En este camino cuaresmal, conforme nos aproximamos a la Pascua, se ha de intensificar el acercamiento al misterio de Cristo, ofrecido en los dos primeros domingos de cuaresma, para que la conversión a la que somos invitados se haga realidad en cada uno por la comunión con el mismo Cristo. Es contrastando la propia vida con él, como vamos descubriendo lo que necesitamos cambiar. Así nos alejamos de las propias ocurrencias y los desenfoques cuaresmales.

  A Ezequiel se le pregunta “¿has visto, hijo de hombre?”. Lo que se le ha mostrado es cómo la sanación, vivificación y salvación, manan del mismo templo. De forma sencilla, en crecimiento constante, la voluntad salvífica de Dios invita a sumergirse en esas aguas. Se trata de una visión profética, cuyo cumplimiento se realiza en el mismo Cristo en quien todo el amor de Dios se revela plena y definitivamente en favor de todos los seres humanos y de la creación misma.

 

  2.- Jesús es ese templo en el que habita la plenitud de la divinidad. Él nos lo ha dicho y Juan en su evangelio lo recoge cuando se identifica ante los judíos como el templo. Y de su costado manó agua y sangre, que a quienes alcanza y acogen les llena de vida y los salva. ¡Qué bien se entiende este pasaje profético a la luz de Jesucristo!

  Nos recuerda el profeta que “su fruto es comestible y sus hojas medicinales”. Es lo que se canta en los días de la semana mayor: “Oh, Cruz fiel, árbol único en nobleza. Jamás el bosque dio mejor tributo, en hoja, flor y fruto. Dulces clavos, dulce árbol, dónde la vida empieza, con un peso tan dulce en su corteza”.

  Esta cercanía del Dios que salva, que nos llena de vigor y fortaleza, canta el salmista y podemos y debemos nosotros cantar, porque en todas las situaciones y circunstancias de nuestra vida, nunca nos faltará el amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús. No hay temor en quien se siente amado y por lo mismo cuidado por Dios. Y desde esta experiencia, la existencia toda, se convierte en una palabra y gesto de aliento para que nadie se sienta solo y tampoco abandonado. Ni Dios nos deja a nuestra suerte y tampoco nosotros podemos desentendernos de la situación de cada ser humano.

 

  3.- Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina…

 La mirada atenta de Dios reconoce las situaciones en las que se encuentran las personas. Lo hizo con Israel, esclavo en Egipto. Lo hace Jesús, el Hijo de Dios, fiel en todo a la voluntad del Padre, con el paralítico de la piscina de Betesda.  Los clamores expresados por la voz que se eleva a Dios o en la existencia misma que clama, quedando muy claros a la vista de todos, no pasan desapercibidos para Dios. Jesús, que entra en el templo por la Puerta de las Ovejas, encuentra allí a muchos enfermos. La diversidad de situaciones queda patente. Pero sólo se dirige a uno. Dice el evangelista “Sabiendo Jesús que llevaba mucho tiempo”. Será a él a quien haga una pregunta: “¿Quieres quedar sano?”. Y la desolación se derrama ante Jesús. Hay muchos enfermos, pero al parecer todos pueden movilizarse hacia la piscina al tiempo que se remueve el agua. Este enfermo está sujeto, por la limitación física, a su camilla. Nada puede hacer, precisa ayuda. Su contestación a la pregunta es una dolorosa descripción de la frecuente actuación humana: “Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me ha adelantado”.

 

  4.- No tengo a nadie que me ayude. La soledad en medio de mucha gente. La insolidaridad que desconoce a los semejantes, incluso en situaciones similares. La desesperanza como realidad. Pero allí, ante él, se presenta el que se ha hecho solidario con toda la humanidad. Y cuando le ha formulado la pregunta, ha comenzado para él su tiempo de gracia. “Levántate, toma tu camilla y echa a andar”. Y la fe de aquel hombre responde al mandato de Jesús. La fe pone en pie y la palabra de salvación ha otorgado la fuerza para hacerlo. Aquel hombre ha experimentado que no estaba dejado de la mano de Dios.

 

  5.- Pero hay otro problema más: el sábado encasillado en una deformada lectura. Jesús actúa en sábado, porque todos los días están hechos para el hombre y en ellos la gracia de Dios se comunica, sana, salva. Para los judíos, para los cristianos, para todos los hombres, la tentación de etiquetar excluyendo, es muy frecuente. Jesús rompe el esquema y enseña que todos los días son ocasión de gracia y que los seres humanos estamos llamados por Dios a ser instrumentos de gracia. Ser imitadores de Dios. Aprender de las lecciones que Jesús ofrece.

  ¿Cómo comprendo yo el sentido temporal de la gracia?

  ¿Soy solidario con los dolores y expectativas de cada ser humano?

 

SAN HUGO



 

San Hugo, Obispo (año 1132)

  Hugo significa "el inteligente".

  Hay 16 santos o beatos que llevan el nombre de Hugo. Los dos más famosos son San Hugo, Abad de Cluny (1109), y San Hugo, obispo de quien vamos a hablar hoy.

  San Hugo nació en Francia en el año 1052. Su padre Odilón, que se había casado dos veces, al quedar viudo por segunda vez se hizo monje cartujo y murió en el convento a la edad de cien años, teniendo el consuelo de que su hijo que ya era obispo, le aplicara los últimos sacramentos y le ayudara a bien morir.

  A los 28 años nuestro santo ya era instruido en ciencias eclesiásticas y tan agradable en su trato y de tan excelente conducta que su obispo lo llevó como secretario a una reunión de obispos que se celebraba en Avignon en el año 1080 para tratar de poner remedio a los desórdenes que había en la diócesis de Grenoble. Allá en esa reunión o Sínodo, los obispos opinaron que el más adaptado para poner orden en Grenoble era el joven Hugo y le propusieron que se hiciera ordenar de sacerdote porque era un laico. Él se oponía porque era muy tímido y porque se creía indigno, pero el Delegado del Sumo Pontífice logró convencerlo y le confirió la ordenación sacerdotal. Luego se lo llevó a Roma para que el Papa Gregorio VII lo ordenara de obispo.

  En Roma el Pontífice lo recibió muy amablemente. Hugo le consultó acerca de las dos cosas que más le preocupaban: su timidez y convicción de que no era digno de ser obispo, y las tentaciones terribles de malos pensamientos que lo asaltaban muchas veces. El Pontífice lo animó diciéndole que "cuando Dios da un cargo o una responsabilidad, se compromete a darle a la persona las gracias o ayudas que necesita para lograr cumplir bien con esa obligación", y que los pensamientos, aunque lleguen por montones a la cabeza, con tal de que no se consientan ni se dejen estar con gusto en nuestro cerebro, no son pecado ni quitan la amistad con Dios.

  Gregorio VII ordenó de obispo al joven Hugo que sólo tenía 28 años, y lo envió a dirigir la diócesis de Grenoble, en Francia. Allá estará de obispo por 50 años, aunque renunciará el cargo ante 5 Pontífices, pero ninguno le aceptará la renuncia.

  Al llegar a Grenoble encontró que la situación de su diócesis era desastrosa y quedó aterrado ante los desórdenes que allí se cometían. Los cargos eclesiásticos se concedían a quien pagaba más dinero (Simonía se llama este pecado). Los sacerdotes no se preocupaban por cumplir buen su celibato. Los laicos se habían apoderado de los bienes de la Iglesia. En el obispado no había ni siquiera con qué pagar a los empleados. Al pueblo no se le instruía casi en religión y la ignorancia era total.

  Por varios años se dedicó a combatir valientemente todos estos abusos. Y aunque se echó en contra la enemistad de muchos que deseaban seguir por el camino de la maldad, sin embargo, la mayoría acepto sus recomendaciones y el cambio fue total y admirable. El dedicaba largas horas a la oración y a la meditación y recorría su diócesis de parroquia en parroquia corrigiendo abusos y enseñando cómo obrar el bien.

  Todos veían con admiración los cambios tan importantes en la ciudad, en los pueblos y en los campos desde que Hugo era obispo. El único que parecía no darse cuenta de todos estos éxitos era él mismo. Por eso, creyéndose un inepto y un inútil para este cargo, se fue a un convento a rezar y a hacer penitencia. Pero el Sumo Pontífice Gregorio VII, que lo necesitaba muchísimo para que le ayudara a volver más fervorosa a la gente, lo llamó paternalmente y lo hizo retornar otra vez a su diócesis a seguir siendo obispo. Al volver del convento parecía como Moisés cuando volvió del Monte Sinaí que llegaba lleno de resplandores. Las gentes notaron que ahora llegaba más santo, más elocuente predicador y más fervoroso en todo.

Un día llegó San Bruno con 6 amigos a pedirle a San Hugo que les concediera un sitio donde fundar un convento de gran rigidez, para los que quisieran hacerse santos a base de oración, silencio, ayunos, estudio y meditación. El santo obispo les dio un sitio llamado Cartuja, y allí en esas tierras desiertas y apartadas fue fundada la Orden de los Cartujos, donde el silencio es perpetuo (hablan el domingo de Pascua) y donde el ayuno, la mortificación y la oración llevan a sus religiosos a una gran santidad.

  Se dice que al construir la casa para los Cartujos no se encontraba agua por ninguna parte. Y que San Hugo con una gran fe, recordando que cuando Moisés golpeó la roca, de ella brotó agua en abundancia, se dedicó a cavar el suelo con mucha fe y oración y obtuvo que brotara una fuente de agua que abasteció a todo el gran convento.

  En adelante San Bruno fue el director espiritual del obispo Hugo, hasta el final de su vida. Y se cumplió lo que dice el Libro de los Proverbios: "Triunfa quien pide consejo a los sabios y acepta sus correcciones". A veces se retiraba de su diócesis para dedicarse en el convento a orar, a meditar y a hacer penitencia en medio de aquel gran silencio, donde según sus propias palabras "Nadie habla si no es para cosas extremadamente graves, y lo demás se lo comunican por señas, con una seriedad y un respeto tan grandes, que mueven a admiración". Para San Hugo sus días en la Cartuja eran como un oasis en medio del desierto de este mundo corrompido y corruptor, pero cuando ya llevaba varios días allí, su director San Bruno le avisaba que Dios lo quería al frente de su diócesis, y tenía que volverse otra vez a su ciudad.

  Los sacerdotes más fervorosos y el pueblo humilde aceptaban con muy buena voluntad las órdenes y consejos del Santo obispo. Pero los relajados, y sobre todo muchos altos empleados del gobierno que sentían que con este Monseñor no tenían toda la libertad para pecar, se le opusieron fuertemente y se esforzaron por hacerlo sufrir todo lo que pudieron. El callaba y soportaba todo con paciencia por amor a Dios. Y a los sufrimientos que le proporcionaban los enemigos de la santidad se le unían las enfermedades. Trastornos gástricos que le producían dolores y le impedían digerir los alimentos. Un dolor de cabeza continuo por más de 40 años (que no lo sabían sino su médico y su director espiritual y que nadie podía sospechar porque su semblante era siempre alegre y de buen humor). Y el martirio de los malos pensamientos que como moscas inoportunas lo rodearon toda su vida haciéndolo sufrir muchísimo, pero sin lograr que los consintiera o los admitiera con gusto en su cerebro.

  Varias veces fue a Roma a visitar al Papa y a rogarle que le quitara aquel oficio de obispo porque no se creía digno. Pero ni Gregorio VII, ni Urbano II, ni Pascual II, ni Inocencio II, quisieron aceptarle su renuncia porque sabían que era un gran apóstol y que, si se creía indigno, ello se debía más a su humildad, que a que en realidad no estuviera cumpliendo bien sus oficios de obispo. Cuando ya muy anciano le pidió al Papa Honorio II que lo librara de aquel cargo porque estaba muy viejo, débil y enfermo, el Sumo Pontífice le respondió: "Prefiero de obispo a Hugo, viejo, débil y enfermo, antes que a otro que esté lleno de juventud y de salud"

  Era un gran orador, y como rezaba mucho antes de predicar, sus sermones conmovían profundamente a sus oyentes. Era muy frecuente que, en medio de sus sermones, grandes pecadores empezaran a llorar a grito entero y a suplicar a grandes voces que el Señor Dios les perdonara sus pecados. Sus sermones obtenían numerosas conversiones.

  Tenía gran horror a la calumnia y a la murmuración. Cuando escuchaba hablar contra otros exclamaba asustado: "Yo creo que eso no es así". Y no aceptaba quejas contra nadie si no estaban muy bien comprobadas.

  Una vez, cuando por un larguísimo verano hubo una enorme carestía y gran escasez de alimentos, vendió el cáliz de oro que tenía y todos los objetos de especial valor que había en su casa y con ese dinero compró alimentos para los pobres. Y muchos ricos siguieron su ejemplo y vendieron sus joyas y así lograron conseguir comida para la gente que se moría de hambre.

  Al final de su vida la artritis le producía dolores inmensos y continuos, pero nadie se daba cuenta de que estaba sufriendo, porque sabía colocar una muralla de sonrisas para que nadie supiera los dolores que estaba padeciendo por amor a Dios y salvación de las almas.

  Un día al verlo llorar por sus pecados le dijo un hombre: "- Padre, ¿por qué llora, si jamás ha cometido un pecado deliberado y plenamente aceptado? - ". Y él le respondió: "El Señor Dios encuentra manchas hasta en sus propios ángeles. Y yo quiero decirle con el salmista: "Señor, perdóname aun de aquellos pecados de los cuales yo no me he dado cuenta y no recuerdo".

  Poco antes de su muerte perdió la memoria y lo único que recordaba eran los Salmos y el Padrenuestro. Y pasaba sus días repitiendo salmos y rezando padres nuestros…

  Murió cuando estaba para cumplir los 80 años, el 1 de abril de 1132. El Papa Inocencio II lo declaró santo, dos años después de su muerte.

 

 

 

 

 

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