29 - DE
MARZO – SÁBADO –
3ª –
SEMANA DE CUARESMA – C
San Eustasio de
Luxeüil
Lectura de la profecía de
Oseas (6,1-6):
VAMOS, volvamos al Señor.
Porque él ha desgarrado, y él nos curará; él nos ha golpeado, y él nos
vendará.
En dos días nos volverá a la vida y al tercero nos hará resurgir;
viviremos en su presencia y comprenderemos. Procuremos
conocer al Señor.
Su manifestación es segura como la aurora. Vendrá como la lluvia, como
la lluvia de primavera
que empapa la tierra».
¿Qué haré de ti, Efraín, qué haré de ti, Judá?
Vuestro amor es como nube mañanera, como el rocío que al alba
desaparece.
Sobre una roca tallé mis mandamientos; los castigué por medio de los
profetas con las palabras de mi boca.
Mi juicio se manifestará como la luz. Quiero misericordia y no
sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos.
Palabra de
Dios
Salmo:
50,3-4.18-19.20-21ab
R/. Quiero misericordia, y no sacrificios
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu
inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo
mi delito, limpia mi pecado. R/.
Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
El sacrificio agradable a Dios
es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado
y humillado,
tú, oh, Dios, tú no lo desprecias. R/.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye
las murallas de Jerusalén: entonces aceptarás los sacrificios
rituales, ofrendas y holocaustos. R/.
Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,9-14):
EN aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí
mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos
hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano.
El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh,
Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos,
adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el
diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar
los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
¡Oh,
Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os
digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se
enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Palabra del
Señor
1.- La
cuaresma va avanzando y nosotros deseamos también avanzar en nuestro particular
camino de conversión. Tal vez para ello nos ayuden las lecturas de este tercer
sábado.
2.1.2.
No, esto no es ninguna clave, es sólo
algo para que recordemos el evangelio del día.
2. “Dos hombres subieron al Templo”.
1. “para orar” 1 misma acción
2. con 2 formas de hacer la oración.
“El fariseo, puesto en pie, oraba
consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros
hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano”.
“El publicano, estando lejos, no
quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo:
Dios, sé propicio a mí, pecador.”
Podríamos preguntarnos ¿Qué motiva a los
hombres a actuar de un modo u otro? Se podría decir muchas cosas, pero si
miramos todas las lecturas de hoy en su conjunto, podríamos decir que, tal vez,
unos se han tomado en serio las palabras del profeta Oseas que acabamos de
escuchar: “esforzaos por conocer al Señor” y otros no. Por otro lado, se ha
llegado a comprender ese “misericordia quiero y no sacrificios, conocimiento de
Dios más que holocaustos”
2.- El fariseo de la parábola presumía de sus sacrificios, el publicano,
en cambio, implora la misericordia de Dios.
El fariseo vivía muy bien su
religiosidad, ayunaba, daba limosna, oraba, lo mismo que nosotros en cuaresma.
Y así se nos recordaba al inicio de la misma, con una salvedad, hacerlo todo en
lo oculto, que es donde Dios ve.
Deberemos
examinarnos y ver hasta qué punto con ello nos sentimos justificados ante Dios
y mejores que los otros; porque para el Señor, como se nos indica al final de
este Evangelio, fue justificado el publicano que se golpeaba el pecho,
reconocía su culpa y confiaba en la misericordia.
Ojalá nosotros sigamos los pasos de este
publicano en su oración y al menos en la nuestra repitamos incesantemente su
súplica: "¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!"
En el
monasterio de Luxeuil, en Burgundia (Francia), san Eustasio, abad, discípulo de
san Columbano, que fue padre de casi seiscientos monjes (629).
Nació Eustasio pasada la segunda mitad
del siglo VI, en Borgoña.
Fue discípulo
de san Columbano, monje irlandés que pasó a las Galias buscando esconderse en
la soledad y que recorrió el Vosga, el Franco-Condado y llegó hasta Italia.
Fundó el monasterio de Luxeuil a cuya sombra nacieron los célebres conventos de
Remiremont, Jumieges, Saint-Omer, foteines etc.
Eustasio tiene
unos deseos grandes de encontrar el lugar adecuado para la oración y la
penitencia. Entra en Luxeuil y es uno de sus primeros monjes. Allí lleva una
vida a semejanza de los monjes del desierto de oriente.
Columbano se
ve forzado a condenar los graves errores de la reina Bruneguilda y de su nieto
rey de Borgoña. Con esta actitud, por otra parte inevitable en quien se
preocupa por los intereses de la Iglesia, desaparece la calma que hasta el
momento disfrutaban los monjes. Eustasio considera oportuno en esa situación
autodesterrarse a Austrasia, reino fundado el 511, en el periodo merovingio, a
la muerte de Clodoveo y cuyo primer rey fue Tierry, donde reina Teodoberto, el
hermano de Tierry. Allí se le reúne el abad Columbano. Predican por el Rhin,
río arriba, bordeando el lago Constanza, hasta llegar a tierras suizas.
Columbano
envía a Eustasio al monasterio de Luxeuil después de nombrarle abad. Es en este
momento -con nuevas responsabilidades- cuando la vida de Eustasio cobra
dimensiones de madurez humana y sobrenatural insospechadas. Arrecia en la
oración y en la penitencia; trata con caridad exquisita a los monjes, es afable
y recto; su ejemplo de hombre de Dios cunde hasta el extremo de reunir en torno
a él dentro del monasterio a más de seiscientos varones de cuyos nombres hay
constancia en los fastos de la iglesia. Y el influjo espiritual del monasterio
salta los muros del recinto monacal; ahora son las tierras de Alemania las que
se benefician de él prometiéndose una época altamente evangelizadora.
Pero han
pasado cosas en el monasterio de Luxeuil mientras duraba la predicción por
Alemania. Un monje llamado Agreste o Agrestino que fue secretario del rey
Tierry ha provocado la relajación y la ruina de la disciplina. Orgulloso y
lleno de envidia, piensa y dice que él mismo es capaz de realizar idéntica
labor apostólica que la que está realizando su abad; por eso abandona el retiro
del que estaba aburrido hacía tiempo y donde ya se encontraba tedioso; ha
salido dispuesto a evangelizar paganos, pero no consigue los esperados triunfos
de conversión. Y es que no depende de las cualidades personales ni del saber
humano la conversión de la gente; ha de ser la gracia del Espíritu Santo quien
mueva las inteligencias y voluntades de los hombres y esto ordinariamente ha
querido ligarlo el Señor a la santidad de quien predica. En este caso, el fruto
de su misionar tarda en llegar y con despecho se precipita Agreste en el cisma.
Eustasio
quiere recuperarlo, pero se topa con el espíritu terco, inquieto y sedicioso de
Agreste que ha empeorado por los fracasos recientes y está dispuesto a
aniquilar el monasterio. Aquí interviene Eustasio con un feliz desenlace porque
llega a convencer a los obispos reunidos haciéndoles ver que estaban
equivocados por la sola y unilateral información que les había llegado de parte
de Agreste.
Restablecida
la paz monacal, la unidad de dirección y la disciplina, cobra nuevamente el
monasterio su perdida prestancia.
Sus grandes
méritos se acrecentaron en la última enfermedad, con un mes entero de
increíbles sufrimientos, que consumen su cuerpo sexagenario el 29 de marzo del
año 625.
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