25 - DE MARZO
– MARTES –
3ª – SEMANA DE CUARESMA – C
LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR
(SOLEMNIDAD)
Lectura del libro de Isaías (7,10-14;8,10):
En aquel tiempo,
el Señor habló a Acaz:
«Pide una señal al Señor, tu Dios: en lo
hondo del abismo o en lo alto del cielo.»
Respondió Acaz:
«No la pido, no quiero tentar al Señor.»
Entonces dijo Dios:
«Escucha, casa de David: ¿No os basta
cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su
cuenta, os dará una señal: Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y
le pondrá por nombre Emmanuel, que significa "Dios-con-nosotros".»
Palabra de Dios
Salmo: 39,7-8a.8b-9.10.11
R/. Aquí estoy, Señor, para
hacer tu voluntad
Tú no quieres sacrificios
ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo:
«Aquí estoy.» R/.
«Como está escrito
en mi libro para hacer tu voluntad.» Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. R/.
He proclamado tu
salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios: Señor, tú lo
sabes. R/.
No me he guardado
en el pecho tu defensa, he contado tu fidelidad y tu
salvación, no he negado tu misericordia y tu lealtad ante la gran asamblea. R/.
Lectura de la carta a los Hebreos
(10,4-10):
Es imposible que
la sangre de los toros y de los machos cabríos quite los pecados. Por eso,
cuando Cristo entró en el mundo dijo: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas,
pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas
expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: "Aquí
estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad."»
Primero dice: «No quieres ni aceptas
sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni victimas expiatorias», que se ofrecen
según la Ley.
Después añade: «Aquí estoy yo para hacer tu
voluntad.» Niega lo primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad
todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una
vez para siempre.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Lucas
(1,26-38):
A los seis
meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada
Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de
David; la virgen se llamaba María.
El ángel,
entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena
de gracia, el Señor está contigo.»
Ella se turbó
ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.
El ángel le dijo:
«No temas, María,
porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz
un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del
Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la
casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»
Y María dijo al
ángel:
«¿Cómo será
eso, pues no conozco a varón?»
El ángel le
contestó:
«El Espíritu
Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por
eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente
Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses
la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»
María contestó:
«Aquí está la
esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»
Y la dejó el
ángel.
Palabra del Señor
1.- Celebramos
una de las fiestas más entrañables de la liturgia cristiana. La Encarnación del
Hijo de Dios que es, para todos nosotros, un momento crucial de la historia:
Dios se hace hombre. Día grande para vivirlo con fe y gratitud, como respuesta a
su manifestación de amor.
Le pone por nombre Enmanuel
Esta fiesta nos remite a uno de los textos
más descriptivos del hecho. A lo largo de la historia este texto ha sido
interpretado en clave mesiánica. Desde el punto de vista histórico se nos
cuenta cómo Ajaz, rey de Judá, no ha sido un rey muy ejemplar. Todo lo
contrario; ha renegado de Yahvé de diversas formas. La más significativa ha
sido buscar la salvación en alianzas con los asirios que implicará aceptar sus
dioses.
Isaías teme
que esa infidelidad traiga como consecuencia la destrucción del reino de Judá.
Por ello reconviene a Ajaz, que ha renegado de Yahvé y ofrece sacrificios a los
dioses cananeos, la vuelta al buen camino. El reino de Judá está amenazado por
una coalición del rey de Damasco y el rey de Israel. Ajaz buscará su salvación
donde no debe, alejándose así de Dios. Isaías ofrece a Ajaz un signo de parte
de Yahvé, pero el rey lo rechaza. El profeta pronuncia unas palabras que
transmiten un mensaje de confianza en Dios: el nacimiento de un heredero que
será un gran rey, fiel a Yahvé y defenderá al reino frente a sus enemigos.
Le pondrá por nombre Enmanuel, que significa Dios con nosotros.
Este anuncio
tiene un relieve especial en el Nuevo Testamento y en esta fiesta. Mateo se
referirá a esta profecía (1,23), relacionándola con el nacimiento de Jesús,
concebido por obra del Espíritu Santo en el vientre de María virgen. Así lo ha
recibido la Iglesia viendo en él la llegada de Jesús, hecho hombre,
manifestación del amor inmenso de Dios.
2.- Aquí estoy, Señor…
Este texto es muy interesante. En él queda
clara la diferencia entre la ley del Antiguo Testamento y la realidad traída
por Jesús, tal como se refleja en el Nuevo Testamento. El sacrificio de
animales era la forma en la que el pueblo buscaba honrar a Dios y expiar sus
pecados. Sin embargo, esos sacrificios de los “toros y machos cabríos” no
perdonaban los pecados.
El verdadero sacrificio es el que lleva a
cabo Jesús, el Cordero de Dios que elimina los pecados. El texto que hoy nos
presenta la liturgia, en el día de la Anunciación, nos habla del ofrecimiento
de Cristo que viene a cumplir la voluntad de Dios. Hermosa declaración de una
realidad profunda: “He aquí que vengo… para hacer tu voluntad”.
Este texto debería despertar en nosotros un
sentimiento de humildad y gratitud. Jesús lo dio todo por nosotros. Su entrega
fue total, cumpliendo la voluntad de Dios y dándonos así ejemplo de entrega
generosa por todos.
3.- Hágase en mí según tu palabra
El
evangelista nos narra con precisión el proceso que nos transmite la llegada de
Jesús a este mundo. Es un texto que se convierte en el centro de todo el
evangelio: Dios se hace hombre, participando así de nuestra naturaleza en todo,
menos en el pecado. Se cumple así la profecía de Isaías que nos ha recordado la
primera lectura del Enmanuel.
Ante el saludo del ángel, María se siente
turbada, desconcertada. A esa turbación responderá el Ángel con palabras
alentadoras. “No temas… Concebirás y darás a un hijo a quien pondrás por nombre
Jesús”. Esas palabras provocan en María una reacción de búsqueda: “¿Cómo será
eso…?” Una actitud sincera ante la realidad que ella está viviendo. Todo
discurre en un diálogo abierto donde todo va encajando y donde María dará su
aquiescencia a cuanto Dios, por medio del Ángel, le propone.
El “hágase en mí según tu palabra” es la
expresión abierta de una aceptación generosa. Lo admirable en este “sí”
radical, es la confianza viva que expresa María en Dios; también su compromiso.
Es asumir un papel donde el futuro es incierto, como es la llegada de todo
hombre a este mundo y, por eso, más generoso y magnánimo. Asumir todo un futuro
desconocido, supone haber entregado a Dios su vida entera de servicio a quien
llegará a su vientre por obra del Espíritu Santo. Con ese “sí” la historia
entera de la humanidad entra en una dimensión trascendental. La fe inmensa de
María la lleva a entregar toda su existencia a ese Niño que será la salvación
de todos los hombres. La trascendencia de Dios se hace presente entre los
hombres en ese Niño a quien María concebirá.
4.- Benedicto XVI formulaba en una
entrevista, algo que encaja bien en nuestra vida: "Conviene fomentar la
valentía de tomar decisiones definitivas, que en realidad son las únicas que
permiten crecer, caminar hacia adelante y lograr algo importante en la vida,
son las únicas que no destruyen la libertad, sino que le indican la justa
dirección en el espacio”.
A lo largo del año iremos viendo los
acontecimientos que irán poblando ese “sí” de María y conoceremos quién es ese
Hijo y cómo se desarrolla su obra salvadora. Desde ese conocimiento surgirá más
fácilmente el amor.
¿Dónde expreso mi “sí” a Dios cada día?
¿Dónde hallo más resistencia a vivirlo?
¿Qué papel
representa María en mi vida?
LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR
Solemnidad de la Anunciación del Señor, cuando, en la ciudad de Nazaret, el
ángel del Señor anunció a María: Concebirás y darás a luz un hijo, y se llamará
Hijo del Altísimo.
María
contestó: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.
Y así,
llegada la plenitud de los tiempos, el que era antes de los siglos el Unigénito
Hijo de Dios, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, se encarnó por
obra del Espíritu Santo de María, la Virgen, y se hizo hombre.
ORIGEN DE ESTA FIESTA
Esta fiesta hunde sus raíces en los primeros siglos del cristianismo. Los
Padres de la Iglesia creían, demostraban y predicaban que la Madre de Jesús era
Madre de Dios. La herejía de Nestorio divulgaba que María sólo era madre de la
naturaleza humana de Jesús. Contra este error herético los escritores
cristianos escribieron y predicaron la verdad con el objeto de probar en su
escrito y en sus múltiples homilías que en Cristo subsistía la humanidad con la
divinidad. María es Madre de Dios, y no sólo Madre de Jesús.
El Concilio de Éfeso definirá la verdad de María Madre de Dios, Theotokos,
aclamada por los fieles alborozados, que acompañaron a los Padres Conciliares
con antorchas en la noche, a la salida del aula conciliar. La literatura aramea
había desarrollado el concepto de María como segunda Eva. La virginidad y
concepción virginal de María, además, era una verdad que constituía un tema
importante de la doctrina cristiana, como lo testimonian - Orígenes en Contra
Celsum; - Arístides en su Apología dirigida al emperador Adriano en 117,
subrayando que Jesús de una virgen judía tomó y se revistió de carne,
y habitó en la hija del hombre. Y la cuestión era tan importante hasta el
punto de creer, según sostiene Ignacio de Antioquía en su Carta a los Efesios
19, 1 que: Al príncipe de este mundo permaneció oculta la virginidad de
María, su parto y la muerte del Señor. Son estos los tres misterios, que se
cumplieron en el silencio de Dios"
En el Símbolo de la Fe la Iglesia confiesa que “Jesuscristo descendió
del cielo y se encarnó por obra del Espíritu Santo en María Virgen según el
Concilio Niceno-Constantinopolitano en 381, que se ha convertido en el carnet
de identidad y de ortodoxia para todas las iglesias orientales y occidentales.
Si bien para llegar a esta formulación costó, pues cada iglesia tenía un
formulario o Símbolo donde se expresaba brevemente, las principales verdades de
la fe, pero todos hacían explícita fe en la Encarnación y la mayoría nombraban
a María en su concepción virginal, algunos no nombraban al Espíritu Santo o
primero se nombraba a María y después al Espíritu Santo hasta que cuajó en el
actual Símbolo por obra del Espíritu Santo en María la Virgen. Estos testimonios
reflejan la complejidad de las controversias dogmáticas de los primeros siglos.
JUAN PABLO II
«Una sola fuente y una sola raíz, una sola forma resplandece en el triple
esplendor. ¡Allí donde brilla la profundidad del Padre, irrumpe la potencia del
Hijo, sabiduría artífice del universo entero, fruto generado por el corazón
paterno! Y allí relumbra la luz unificadora del Espíritu Santo». Así cantaba en
el siglo V Sinesio de Cirene, celebrando, en la aurora de un nuevo día, la
Trinidad divina, única en la fuente y triple en su esplendor. Esta verdad del
único Dios en tres personas iguales y distintas no está relegada en los cielos;
no puede ser interpretada como una especie de «teorema aritmético celeste» sin
ninguna repercusión para la vida del hombre, como suponía el filósofo Kant.
EPIFANIA DE LA SANTA TRINIDAD
La gloria de la Trinidad se hace presente en el tiempo y en el espacio y
encuentra su epifanía en Jesús, en su encarnación y en su historia. Lucas
escribe la concepción de Cristo a la luz de la Trinidad, según las palabras del
ángel dirigidas a María en Nazaret de Galilea. En el anuncio de Gabriel, se
manifiesta la presencia divina: Dios, a través de María, entrega al mundo a su
Hijo: «Vas a concebir en tu seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por
nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios
le dará el trono de David, su padre» (Luc 1,31).
EL LAZO CON LA TRINIDAD
En Cristo se unen el lazo filial con el Padre de los Cielos y el lazo con la
madre terrena. Pero, en la Encarnación participa también el Espíritu Santo,
cuya intervención produce esa generación única: «El Espíritu Santo vendrá sobre
ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer
será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35). Estas palabras iluminan la
identidad de Cristo en relación con las Personas de la Trinidad. Es la fe de la
Iglesia, que Lucas presenta ya en el tiempo de la plenitud salvífica: Cristo es
el Hijo del Dios Altísimo, el Grande, el Santo, el Rey, el Eterno, cuya
generación en la carne se realizó por obra del Espíritu Santo. Por eso: «Todo
el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee
también al Padre» (1 Jn 2,23).
CENTRO DE NUESTRA FE
La Encarnación se encuentra en el centro de nuestra fe, en la que se revela
la gloria de la Trinidad y su amor por los hombres: «La Palabra se hizo carne,
y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria» (Jn 1,14). «Tanto amó
Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Jn 3,16). «En esto se manifestó el amor
que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos
por medio de él» (1 Jn 4,9). A través de estas palabras comprendemos cómo la
revelación de la gloria trinitaria de la Encarnación no es una simple
iluminación que rompe la tiniebla por un instante, sino una semilla de vida
divina en el corazón de los hombres: «Al llegar la plenitud de los tiempos,
envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los
que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva.
La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el
Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo,
sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios» (Gál 4,4;Rom
8,15). El Padre, el Hijo y el Espíritu están presentes y actúan en la
Encarnación para que participemos en su misma vida. «Todos los hombres son
llamados a esta unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien
vivimos y hacia quien caminamos» (LG). Y dice san Cipriano, la comunidad de los
hijos de Dios es «un pueblo de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo».
Y la Evangelium vitae, 37 dirá: Conocer a Dios y a su Hijo es acoger el
misterio de la comunión de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en la
propia vida, que ya desde ahora se abre a la vida eterna por la participación
en la vida divina. Por tanto, la vida eterna es la vida misma de Dios y a la
vez la vida de los hijos de Dios. Un nuevo estupor y una gratitud sin límites
se apoderan necesariamente del creyente ante esta inesperada e inefable verdad
que nos viene de Dios en Cristo. En este estupor y en esta acogida vital
tenemos que adorar el misterio de la Santísima Trinidad, que es «el misterio
central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Y
por tanto el manantial de todos los demás misterios de la fe; es la luz que los
ilumina (CIC, 234).
En la Encarnación contemplamos el amor trinitario que se manifiesta en
Jesús; un amor que no se queda cerrado en un círculo perfecto de luz y de
gloria, sino que se irradia en la carne de los hombres, en su historia; penetra
en el hombre regenerándolo y haciéndole hijo en el Hijo. San Ireneo decía, la
gloria de Dios es el hombre viviente: «Gloria enim Dei vivens homo, vita autem
hominis visio Dei»; no sólo para su vida física, sino sobre todo porque «la
vida del hombre consiste en la visión de Dios» («Adv Haer» IV, 20,7). Y ver a
Dios es quedar transfigurados en él: «seremos semejantes a él, porque le
veremos tal cual es» (1 Jn 3,2). (Andrés de Creta y Theofhanes de Creta. 1546.
Monte Athos).
EL CULTO DE LA ANUNCIACION EN LA PATRISTICA.
Hoy ha llegado la alegría de todos, que absuelve de la primitiva condena.
Hoy ha llegado Aquel que está en todas partes, para llenar de júbilo todas las
cosas. Este es el día de una buena nueva de alegría, es la fiesta de la Virgen;
el mundo de aquí abajo se toca con el de ahí arriba; Adán se renueva y Eva se
libra de la primitiva aflicción; el tabernáculo de nuestra naturaleza humana se
convierte en templo de Dios gracias a la divinización de nuestra condición por
El asumida. ¡Oh misterio! El modo del advenimiento de Dios nos es desconocido,
el modo de la concepción queda inexpresable.
El Ángel se hace ministro del milagro; el seno de la Virgen recibe un Hijo;
el Espíritu Santo es enviado; desde lo alto el Padre expresa su beneplácito, la
unión se realiza por voluntad común; en Él y por medio de Él, henos aquí
salvos; unimos nuestro canto al de Gabriel y cantamos a la Virgen: Ave llena de
gracia, a través de ti llega la salvación, el Cristo nuestro Dios; la ha tomado
nuestra naturaleza y nos ha elevado hasta él. Ruégale por la salvación de
nuestras almas. (Doxasticon)
Hoy se inicia nuestra salvación y la manifestación del eterno misterio: el
Hijo de Dios se hace Hijo de la Virgen y Gabriel anuncia la gracia. Con él
decimos a la Madre de Dios: Salve llena de gracia, el Señor es contigo. A ti
capitana que por nosotros combates, nosotros, tus siervos, salvados de los
peligros, dedicamos el himno de victoria, como canto de agradecimiento, oh
Madre de Dios. Pero tú que posees una fuerza invencible, líbranos de todos los
peligros, para que podamos cantarte: Alégrate, oh esposa inviolada (Apolytikion
y Kontakion).
En la Anunciación es donde se ha realizado el misterio que sobrepasa todos
los límites de la razón humana, la Encarnación de Dios (Monje Gregorio). Esta
fiesta es el canto proemial de una alegría indecible (Andrés de Creta).
FIESTA LITÚRGICA
Los primeros testimonios de esta solemnidad litúrgica aparecen en la época
del emperador Justiniano, en el siglo VI. En la Iglesia antigua la fiesta de la
Anunciación iba asociada a la Navidad. Al aumentar la importancia de la
Natividad del Señor, se formó un pequeño ciclo navideño y la Anunciación cobró
más autonomía respecto al núcleo primitivo hasta constituirse en fiesta mariana
autónoma.
El papa Sergio I (687), introdujo esta fiesta en la Iglesia Romana. Se
celebraba una solemne procesión a Santa María la Mayor, basílica con mosaicos
referidos a la divina maternidad de María, establecida por el Concilio de Éfeso
(431). Desde el principio la fiesta se estableció el 25 de marzo, porque Jesús
se había encarnado coincidiendo con el equinoccio de primavera, tiempo en el
que, según los antiguos, fue creado el mundo y el primer hombre, como lo
comenta Anastasio Antioqueño (599) en su Homilía sobre la Anunciación.
Ulteriores precisiones de naturaleza teológica son hechas por Máximo el
Confesor (662) en la Vida de María, 19. En ambos resuena la concepción de
Cristo segundo Adán y la recreación del mundo por parte de Dios en la
Encarnación con vistas a la Resurrección, plenitud de todo lo creado. Lo que
más llama la atención de esta fiesta es el sentido de alegría profunda de los
himnos, oraciones y homilías, en conflicto con la austeridad de la Cuaresma. En
la iglesia bizantina se celebra esta solemnidad anticipada al 24 de marzo, con
un oficio, himnos y el Canon de Maitines de Teófanes Graptos (845), defensor de
los iconos en la época iconoclasta.
LA ICONOGRAFIA
El icono de la Anunciación es colocado en el Iconostasio. Leyendo a Ez. 44,
1-4, se comprende el sentido que alude a la virginidad de María y la gloria del
Señor que es ella. Pedro de Argos (922) comenta en una homilía: Es ella, la
Virgen, la puerta que mira a Oriente que llevará en su seno a Aquel que avanza
en Oriente sobre el cielo de los cielos y permanecerá inaccesible a nosotros.
El esquema es muy simple: el ángel da su anuncio a una joven que
está hilando la púrpura de pie o sentada. En algún caso tiene entre las
manos un aguamanil y está junto a una fuente, esta variante es muy antigua o
lee con actitud devota.
La Virgen en los iconos es representada joven pues el monje Epifanio (S.
IX), en su Discurso sobre la vida de la Madre de Dios, le calcula años, altura,
rostro, color de ojos, piel etc. A menudo la cabeza de la Virgen está inclinada
ligeramente para dar cumplimiento al salmo: Escucha, hija, mira, presta tus
oídos, olvida a tu pueblo y la casa de tu padre: al Rey le agrada tu belleza
(Sal. 46,11). Desde lo alto un rayo viene a posarse sobre ella. Representa al
Espíritu, en forma de paloma, pero no es un rayo de luz sino de sombra: El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con
su sombra. En este icono se combinan en el Ángel y la Virgen el color verde,
azul, rojo, púrpura y oro, todos de gran simbolismo. La Virgen lleva un manto
(maforion) rojo - marrón bordado en oro y túnica verde azulada.
El ángel lleva la misma túnica, pero manto púrpura, colores que se repiten
en las alas del ángel y los cojines donde está sentada María. El color rojo del
manto virginal simboliza la sangre, el principio de la vida, belleza, juventud,
amor. Es el color del Espíritu Santo, fuego. Es símbolo del sacrificio y del
amor. El color marrón del manto de la Virgen indica la humildad, la tierra
arada que se presta a recibir la semilla. Así lo canta el Akathistos. El manto
del ángel es púrpura, de igual color es la lana que María hila y representa a
Cristo tejiéndose en su seno. El color púrpura está reservado a las más altas
dignidades y simboliza el más alto poder. El oro simboliza la divinidad, por
ello lleva un brazalete oro en el brazo.
La vestidura púrpura es a la vez real y sacerdotal. En el Ángel, Dios mismo
actúa en María. En algunos iconos el color de las ropas del ángel es blanco,
que es el que precede a la luz del alba, que anuncia el nacimiento, la vida.
Tiene una banda azul en la manga que se difumina en el blanco y da vivacidad a
sus alas. El azul es el color de la inmaterialidad y de la pureza, de algo que
viene de un mundo superior, de un mundo espiritual.
Las túnicas de la Virgen y del Ángel son verdes, color complementario del
rojo, como lo es el agua del fuego. Es el color del mundo vegetal, de la
primavera y por tanto de la renovación. Verde y vida son dos palabras
conexionadas. Situado entre el azul (frío) y el rojo (caliente), el verde
representa el equilibrio perfecto y simboliza la regeneración espiritual. El
azul simboliza el desapego de los valores de este mundo y el ascenso del alma
hacia lo divino, que se encuentra con el blanco virginal. El oro símbolo de la
divinidad y la perfección ilumina toda la escena desde arriba, es la vida
eterna que con Cristo Luz se hace presente en esta vida caduca. El oro
espiritualiza las figuras, las libera de toda limitación terrestre con lo que
toda la composición se llena de bella armonía.
Las tres estrellas en el manto en la frente y en los hombros, corresponden
al gesto trinitario de la mano derecha del ángel y representan la señal de la
santificación de la Trinidad, como Madre de Dios. Ella era virgen antes, en y
después del parto, la única siempre Virgen en el Espíritu, en el alma y en el
cuerpo. El Señor era Aquel que de ella nació, por tanto, la naturaleza su curso
mudó, según el Akathistos, oda 7ª.
María está sentada sobre un trono y sus pies se apoyan en un pedestal,
porque ha sido colocada por encima de la naturaleza angélica. Calza zapatitos
de color púrpura, el mismo color del manto del ángel, del cojín y del velo que
está encima de los edificios. Este color rojo púrpura subraya su carácter
regio. Es la Madre del Emperador y Señor del universo. Salve Reina, Paraíso
animado, en cuyo centro brota el Árbol de la Vida: el Señor cuya dulzura
alienta a aquellos que tienen fe y que ya estaban sujetos a la corrupción.
Akathistos, oda 5 ª. En la antigüedad el oro y la púrpura estaban
reservados al emperador y familiares. Se quiere evidenciar la realeza divina
que rodea a la Virgen.
SIMBOLISMO DE LOS COLORES
La simbología de los colores quiere manifestar el misterio de la
Encarnación. La Virgen hila la púrpura. Teje místicamente la vestidura purpúrea
del cuerpo del Salvador en su interior, que es el Rey Dios y Hombre. Efrén de
Siria (373), en su Primer discurso sobre la Madre de Dios pone en boca del
ángel estas bellísimas palabras: La fuerza del Altísimo habitará en ti y
uno de los Tres morará en ti conforme a cuanto te he dicho. Del hilo
por la trama de la tela que es tu corporeidad, Él se tejerá una prenda y
la llevará, refiriéndose al cuerpo de Jesús formándose en María. Según Efrén,
el Señor teje la nueva prenda para quitar al hombre y a la mujer las túnicas de
piel con las que los había vestido al expulsarlos del Paraíso (Gen 3,
21). Hoy María se ha hecho cielo y ha traído a Dios, porque en ella
ha descendido la excelsa divinidad y ha hecho morada. La divinidad se hizo en
ella pequeña para hacernos grandes, dado que por su naturaleza no es pequeña.
En ella, la divinidad nos ha traído una prenda para alcanzar la salvación.
Efrén de Siria, en su Segundo discurso sobre la Madre de Dios, expresa: El
Señor ante el que tiemblan los ángeles, seres de fuego y espíritu,
está en el pecho de la Virgen y lo ciñe acariciándolo como un
niño... ¡¿Quién vio nunca que el fango se hiciera vestimenta del alfarero?
¿Quién ha visto al fuego envuelto a sí mismo en pañales? De la literatura
apócrifa vienen varias referencias que se plasmarán en representaciones
iconográficas como hilar la púrpura. Lucas no habla de la púrpura, mencionada
en la literatura apócrifa cuando se le encarga a María hilar con púrpura y
carmesí un toldo para el Templo del Señor. Hilando recibe el anuncio de su
maternidad. La Virgen al ver al Luminoso, nada segura, agachó la cabeza y
calló (Romano el Meloda).
El ángel empuña con la mano izquierda un largo bastón, símbolo de autoridad
y dignidad del individuo, del mensajero, del peregrino. Pues el ángel responde
a estas características. La mano derecha se extiende cual, si quisiera poner el
anuncio, señal visible de una palabra que pasa de un individuo a otro. Acompaña
a la mirada dirigida a María: Un día la serpiente fue para Eva
fuente de luto, y yo ahora te anuncio la gloria. Himno Akatistos. Sus dedos se
colocan a menudo, no en el típico gesto alocutorio, sino en el gesto de la
bendición bizantina y cargada de simbología. Los tres dedos abiertos recuerdan
a la Trinidad y que Cristo es una de las tres personas divinas. Los dos dedos
replegados recuerdan que en Cristo subsisten dos naturalezas, la humana y la
divina, aunque en las representaciones no están visibles, porque el misterio de
la Encarnación aún no había comenzado.
La figura angélica emana sensación de vitalidad, de movimiento, pero su
rostro trasluce una expresión de perplejidad. A veces hay dos ángeles en la
escena. Una que representa la reflexión del ángel que llegado a Nazaret ante la
casa de José, se detiene perplejo pensando que el Altísimo quisiera descender
entre los humildes y piensa: El cielo entero no es suficiente para contener a
mi Señor ¿y podrá ser acogido por esta pobre joven? ¿Se haría
visible en la tierra el Todopoderoso desde ahí arriba? Pero ciertamente
será como Él quiere. Luego, ¿por qué me paro y no vuelo y le digo a la Virgen:
Salve, Virgen y Esposa (Romano el Meloda).
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