6 - DE MARZO
– JUEVES
DESPUES DE CENIZA–
SAN OLEGARIO
Lectura del libro del
Deuteronomio (30,15-20):
MOISÉS habló al pueblo, diciendo:
«Mira:
hoy pongo delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal. Pues yo te mando
hoy amar al Señor, tu Dios, seguir sus caminos, observar sus preceptos,
mandatos y decretos, y así vivirás y crecerás y el Señor, tu Dios, te bendecirá
en la tierra donde vas a entrar para poseerla.
Pero,
si tu corazón se aparta y no escuchas, si te dejas arrastrar y te postras ante
otros dioses y les sirves, yo os declaro hoy que moriréis sin remedio; no
duraréis mucho en la tierra adonde tú vas a entrar para tomarla en posesión una
vez pasado el Jordán.
Hoy
cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra. Pongo delante de ti
la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida, para que
viváis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz,
adhiriéndote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que juró
dar a tus padres, Abrahán, Isaac y Jacob».
Palabra de
Dios
Salmo:
1
R/. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor
Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta
en la reunión de los cínicos; sino que su
gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche. R/.
Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto
en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin. R/.
No así los
impíos, no así; serán paja que arrebata el viento.
Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Lucas (9,22-25):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus
discípulos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los
ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer
día».
Entonces decía a todos:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su
cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el
que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el
mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?».
Palabra del
Señor
1.- ¿Qué es lo que no te gusta de tu vida?, ¿qué te hace sufrir?,
¿qué es lo que alejarías de ti si pudieras? Eso es tu cruz. Para unos es una
enfermedad, para otros un compañero de trabajo, una situación familiar difícil,
una decisión equivocada que tomaron en el pasado, la herida provocada por quien
les hizo daño, un fracaso profesional, una humillación, un escenario que no
pueden cambiar… Jesús dice en este evangelio algo sorprendente: «Si alguno
quiere venir conmigo, que tome su cruz y me siga». Esto significa que la cruz
no sobra, que él la permite por algún motivo. En lugar de amargarme, puedo
aceptar lo que me cuesta y ofrecerlo.
2.- Hemos aprendido que Jesús nos salvó por su muerte en la cruz. Pero
quizá no hemos pensado que nosotros también podemos colaborar en nuestra propia
salvación y en la redención del mundo con nuestras propias cruces.
No es un mensaje fatalista, no significa que tengamos que quedarnos de
brazos cruzados ante los sufrimientos: quiere decir que, cuando un dolor no se
puede evitar, se puede aprovechar. Benedicto XVI escribió: «Lo que cura al
hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de
aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante
la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito» (Spe Salvi, 37).
SAN OLEGARIO
En lo religioso es Nicolás
II quien dirige y, en lo civil, Enrique IV administra el Sacro Imperio Romano
cuando nace en el año 1060 Olegario. Sus padres fueron Olaguer –valido de D.
Ramón Berenguer, conde de Barcelona– y Guilia. En su tiempo se condena a Berengario
por sus errores sobre la Eucaristía y Godofredo de Buillón conquista Jerusalén,
nombrándosele defensor del Santo Sepulcro.
Fue
canónigo de la iglesia Catedral de Barcelona y D. Ramón Beltrán, obispo de la
ciudad, lo ordenó sacerdote. Pero, pensando que agradaba más a Dios de otra
manera, Olaguer –que así le conocen en Barcelona y Tarragona– renuncia a la
prebenda catedralicia, entra en el monasterio de San Adrián del que llega a ser
prior y pasa a ser abad del de San Rufo hasta que se le nombra obispo en el año
1115. No pocos apuros costaron ponerle sobre su cabeza la mitra de Barcelona y
en su mano el báculo por no quererlos aceptar el frailecito pensando que eran
gran dignidad y pocos sus méritos; incluso llegó a escaparse por la noche y el
clero tuvo que «atraparle» en Perpiñán; y dicen que hasta el mismo D. Rodrigo
suplicó al papa Pascual II para que le obligara a aceptarla. Puede que el dato
sea leyenda o puede que sea verdad por su humildad; pero ciertamente hoy –los
tiempos cambiaron– no cuesta tanto aceptar un nombramiento episcopal. Aquellas
buenas gentes apreciaban bien su calidad. Como obispo hace su labor con creces;
pasó el tiempo reconstruyendo monasterios e iglesias, predicando de ordinario
–cosa poco usual en su época– y preocupándose de los pobres, dándoles en
limosna los dineros que él recibía.
Cuando
muere el papa Pascual y se elige a Gelasio II, va Olegario a Roma a besar los
pies de Pedro y prestarle juramento como acto protocolario del tiempo. A su
vuelta se ha recuperado Tarragona de los moros, se restituye su condición de
sede metropolitana y Olaguer es nombrado su arzobispo el 21 de marzo de 1118.
El papa lo nombra, además, legado suyo para toda España. Tiene que vivir en
Barcelona cuya sede mantiene porque quedó arrasada Tarragona y sin bienes
propios; ocho años tardará Olegario en terminar de reedificar las murallas de
esta ciudad y en llevar a ella gente aguerrida que esté en condiciones de poder
defenderla.
Cumpliendo
la misión de metropolitano y legado ad latere hubo de tomar parte en diversos
concilios y anatematizó al antipapa Anacleto.
A su
regreso de Tierra Santa se preocupa de que se restituyan a la Iglesia los
bienes que algunos se habían injustamente apropiado, bendice y repara los
templos desacralizados por los sarracenos, e interviene en Zaragoza en la
reconciliación entre don Alonso de Castilla y don Ramiro de Aragón.
Este
hombre celoso, incansable, con don de gobierno y mucho amor a Dios, no pudo ver
reconstruida su iglesia metropolitana por falta de recursos económicos antes de
morir el 6 de marzo del 1136. Fueron sepultados sus restos en Barcelona y
canonizado a la antigua usanza, es decir, por veneración popular y
consentimiento del Romano Pontífice.
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