9 - DE MARZO
– DOMINGO –
1ª –
SEMANA DE CUARESMA - C
Santa Francisca Romana, mártir
Lectura
del libro del Deuteronomio (26,4-10):
Dijo Moisés al pueblo:
«El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias y la pondrá
ante el altar del Señor, tu Dios. Entonces tú dirás ante el Señor, tu Dios:
"Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí,
con unas pocas personas. Pero luego creció, hasta convertirse en una raza
grande, potente y numerosa. Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y
nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de
nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro
trabajo y nuestra angustia.
El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio
de gran terror, con signos y portentos. Nos introdujo en este lugar, y nos dio
esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso, ahora traigo aquí las
primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado."
Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del
Señor, tu Dios."
Palabra de Dios
Salmo:
90,1-2.10-11.12-13.14-15
R/.
Está conmigo, Señor, en la tribulación.
Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a
la sombra del Omnipotente, di al Señor: "Refugio mío,
alcázar mío, Dios mío, confío en ti." R/.
No se te acercará la desgracia, ni la plaga
llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado
órdenes para que te guarden en tus caminos. R/.
Te llevarán en sus palmas,
para que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás
sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones. R/.
"Se puso junto a mí: lo libraré;lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé.
Con él estaré en la
tribulación,
lo defenderé, lo glorificaré." R/.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (10,8-13):
La Escritura dice:
"La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el
corazón."
Se refiere a la palabra de la fe que os anunciamos. Porque, si tus
labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó
de entre los muertos, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la
justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación.
Dice la Escritura:
"Nadie que cree en él quedará defraudado."
Porque no hay distinción entre judío y griego; ya que uno mismo es el
Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan. Pues "todo el que
invoca el nombre del Señor se salvará."
Palabra de Dios
Lectura
del santo evangelio según san Lucas (4,1-13):
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y
durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras
era tentado por el diablo.
Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.
Entonces el diablo le dijo:
"Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en
pan."
Jesús le contestó:
"Está escrito: No sólo de pan vive
el hombre".
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos
los reinos del mundo y le dijo:
"Te
daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy
a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo."
Jesús
le contestó:
"Está
escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto".
Entonces
lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:
Si
eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: "Encargará a
los ángeles que cuiden de ti", y también: "Te sostendrán en sus
manos, para que tu pie no tropiece con las piedras".
Jesús
le contestó:
Está
mandado: "No tentarás al Señor, tu Dios".
Completadas
las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.
Palabra del Señor
LAS TENTACIONES DE JESÚS
El primer domingo de Cuaresma se dedica
siempre a recordar el episodio de las tentaciones de Jesús. También los
evangelios sinópticos abren la vida pública con ese famoso episodio. Es un
relato programático, para que el lector del evangelio sepa desde el primer
momento cómo orienta Jesús su actividad y los peligros que corre en ella. Para
eso, lo enfrenta con Satanás, que encarna las fuerzas de oposición al plan de
Dios, y que intentará apartar a Jesús de su camino.
Marcos habla de ellas de forma
escueta y misteriosa: “En seguida el Espíritu lo empujó al desierto. Se
quedó en el desierto cuarenta días, y Satanás lo ponía a prueba; estaba con las
fieras y los ángeles le servían” (Mc 1,12-13).
(Satanás, los ángeles y las
fieras son los elementos que ofrece la pintura de Sandro Boticelli.)
Tenemos los datos básicos que recogerán todos
los evangelios (menos Juan, que no habla de las tentaciones): lugar (desierto),
duración (40 días), la prueba. Pero Mc no habla del ayuno ni concreta en qué
consistían las tentaciones; y el servicio de los ángeles es continuo durante
esos días.
Mateo y Lucas, utilizando una tradición
paralela, han completado el relato de Marcos con las tres famosas tentaciones
que todos conocemos; al mismo tiempo, presentan a Jesús ayunando durante esos
cuarenta días (igual que Moisés en el Sinaí) y relegan el servicio de los
ángeles al último momento.
Las
tentaciones empalman directamente con el episodio del bautismo y explican cómo
entiende Jesús lo que dijo en ese momento la voz del cielo: “Tú eres mi Hijo
amado, mi predilecto”. ¿Significa esto que la vida de Jesús vaya a ser cómoda y
maravillosa como la de un príncipe?
1ª tentación: utilizar el poder en beneficio propio
En aquel tiempo, Jesús, lleno del
Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue
llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo
estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo:
—Si eres Hijo de
Dios, dile a esta piedra que se convierta en
pan.
Jesús le contestó:
—Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre".
1ª Tentación: "No sólo de pan vive
el hombre".
Partiendo del hecho normal del hambre después de cuarenta días de
ayuno, la primera tentación es la de utilizar el poder en
beneficio propio. Es la tentación de las necesidades imperiosas,
la que sufrió el pueblo de Israel repetidas veces durante los cuarenta años por
el desierto. Al final, cuando Moisés recuerda al pueblo todas las penalidades
sufridas, le explica por qué tomó el Señor esa actitud: “(Dios) te afligió,
haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, para enseñarte que
no sólo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca de Dios” (Dt
8,3). En la experiencia del pueblo se han dado situaciones contrarias de
necesidad (hambre) y superación de la necesidad (maná). De ello debería haber
aprendido dos cosas. La primera, a confiar en la providencia. La segunda, que
vivir es algo mucho más amplio y profundo que el simple hecho de satisfacer las
necesidades primarias. En este concepto más rico de la vida es donde cumple un
papel la palabra de Dios como alimento vivificador. En realidad, el pueblo no
aprendió la lección. Su concepto de la vida siguió siendo estrecho y limitado.
Mientras no estuviesen satisfechas las necesidades primarias, carecía de
sentido la palabra de Dios.
Lo que acabo de decir refleja el gran problema teológico de fondo. En la
práctica, la tentación se deja de sutilezas y va a lo concreto: “Si eres Hijo
de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan”. Jesús, el nuevo Israel, no
necesita quejarse del hambre, ni murmurar como el pueblo, ni acudir a Moisés.
Es el Hijo de Dios. Puede resolver el problema fácilmente, por sí mismo. Pero
Jesús, el nuevo Israel, demuestra que tiene aprendida desde el comienzo esa
lección que el pueblo no asimiló durante años: “Está escrito: No sólo de pan
vive el hombre”.
La enseñanza de Jesús en esta
primera tentación es tan rica que resulta imposible reducirla a una sola idea.
Está el aspecto evidente de no utilizar su poder en beneficio propio. Está la
idea de la confianza en Dios. Pero quizá la idea más importante, expresada de
forma casi subliminar, es esa visión amplia y profunda de la vida como algo que
va mucho más allá de la necesidad primaria y se alimenta de la palabra de
Dios.
2ª tentación: Tener, aunque haya que
arrastrarse
Después, llevándole a lo alto, el diablo
le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo:
—Te daré el poder y la gloria de todo
eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te
arrodillas delante de mí, todo será tuyo.
Jesús le contestó:
—Está escrito: "Al Señor, tu Dios,
adorarás y a él sólo darás culto".
2ª tentación: Tener, aunque haya que
arrastrarse
Cuanto
más alto llevase Satanás a Jesús, menos vería el esplendor de todos los reinos
del mundo. El episodio no debemos interpretarlo en sentido literal e histórico.
Lo importante es su sentido.
La segunda tentación no es la
tentación provocada por la necesidad urgente, sino por el deseo de tener todo
el poder y la gloria del mundo. ¿Es esto malo, tratándose del Mesías? Los
textos proféticos y algunos Salmos hablaban de su dominio cada vez mayor,
universal, concedido por Dios. Pero Satanás parte de un punto de vista muy
distinto, propio de la mentalidad apocalíptica: el mundo presente es malo, no
está en manos de Dios, sino en las suyas; es él quien lo domina y entrega su
poder a quien quiere. Solo pone como condición que se postren ante él, que lo
reconozcan como dios. Jesús se niega a ello, citando de nuevo un texto del
Deuteronomio: “Está escrito: al Señor tu Dios adorarás, a él solo darás
culto”.
El relato es tan fantástico que
cabe el peligro de no advertir su tremenda realidad. El ansia de poder y de
gloria lo percibimos continuamente (mucho más en España en tiempos de
elecciones y de formación de gobierno), y también queda clara la necesidad de
arrastrarse para conseguir ese poder. Pero este peligro no es solo de
políticos, banqueros y grandes empresarios. Todos nos creamos a menudo pequeños
ídolos ante los que nos postramos y damos culto.
3ª tentación: pedir pruebas que
corroboren la misión encomendada.
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso
en el alero del templo y le dijo:
—Si eres Hijo de
Dios, tírate de aquí abajo, porque está
escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de ti", y también:
"Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las
piedras".
Jesús le contestó:
—Está mandado: "No tentarás al
Señor, tu Dios".
Completadas las tentaciones, el demonio
se marchó hasta otra ocasión.
Pináculo del
templo de Jerusalén
Desde el pináculo del Templo de
Jerusalén, se pueden contemplar la impresionante vista de las murallas de
Herodes prolongándose en la caída del torrente Cedrón. En ese escenario sitúa
Satanás a Jesús para invitarlo a que se tire, confiando en que los ángeles
vendrán a salvarlo.
Esta tentación se presta a interpretaciones muy distintas.
Podríamos considerarla la tentación del sensacionalismo, de recurrir a
procedimientos extravagantes para tener éxito en la actividad apostólica. La
multitud congregada en el templo contempla el milagro y acepta a Jesús como
Hijo de Dios. Pero esta interpretación olvida un detalle importante: el
tentador nunca hace referencia a esa hipotética muchedumbre, lo que propone
ocurre a solas entre Jesús y los ángeles de Dios.
Considero más exacto decir que la tentación consiste en pedir
pruebas que corroboren la misión encomendada. Nosotros no estamos
acostumbrados a esto, pero es algo típico del Antiguo Testamento, como
recuerdan los ejemplos de Moisés (Ex 4,1‑7), Gedeón (Jue 6,36‑40), Saúl (1 Sam
10,2‑5) y Acaz (Is 7,10‑14). Como respuesta al miedo y a la incertidumbre
espontáneos ante una tarea difícil, Dios concede al elegido un signo milagroso
que corrobore su misión. Da lo mismo que se trate de un bastón mágico (Moisés),
de dos portentos con el rocío nocturno (Gedeón), de una serie de señales
diversas (Saúl), o de un gran milagro en lo alto del cielo o en lo profundo de
la tierra (Acaz). Lo importante es el derecho a pedir una señal que tranquilice
y anime a cumplir la tarea.
Jesús,
a punto de comenzar su misión, tiene derecho a un signo parecido. Basándose en
la promesa del Salmo 91,11‑12 (“a sus ángeles ha dado órdenes para que te
guarden en tus caminos; te llevarán en volandas para que tu pie no tropiece en
la piedra”), el tentador le propone una prueba espectacular y concreta: tirarse
del alero del templo. Así quedará claro si es o no el Hijo de Dios.
Sin embargo, Jesús no acepta esta
postura, y la rechaza citando de nuevo un texto del Deuteronomio: “No tentarás
al Señor tu Dios” (Dt 6,16). La frase del Deuteronomio es más explícita: “No
tentaréis al Señor, vuestro Dios, poniéndolo a prueba, como lo tentasteis en
Masá”. ¿Qué ocurrió en Masá? Lo cuenta el libro de los Números en el c.17,1-7:
el pueblo, durante la marcha por el desierto, se queja por falta de agua para
beber. Y en esta queja se esconde un problema mucho más grave que el de la sed:
la auténtica tentación consiste en dudar de la presencia y la protección de
Dios: "¿Está o no está con nosotros el Señor?" (v.7). En el fondo,
cualquier petición de signos y prodigios encubre una duda en la protección
divina. Jesús confía plenamente en Dios, no quiere signos ni los pide. Su
postura supera con mucho incluso la de Moisés.
Cuando termina el relato de las
tentaciones, Lucas añade que “el tentador lo dejó hasta otro momento”. Ese
momento será al final de la vida de Jesús, cuando esté crucificado.
Nuestras tentaciones
Las tentaciones tienen también un
valor para cada uno de nosotros y para toda la comunidad cristiana. Sirven para
analizar nuestra actitud ante las necesidades, miedos y apetencias y nuestro
grado de interés por Dios.
1) La necesidad primaria: afecto, comprensión.
2) ¿Está Dios en medio de nosotros?
3) La tentación de tener.
4) La tentación del dejarse arrastrar, dejar hacer a los demás, callar.
1ª lectura: recordar nuestra
historia con gratitud (Deuteronomio 26, 4-10)
El texto del Deuteronomio recoge la oración que pronuncia el
israelita cuando, después de la cosecha, ofrece a Dios las primicias de los
frutos. Va recordando la historia del pueblo, desde Jacob (“mi padre era un
arameo errante”), la opresión de Egipto, la liberación y el don de la tierra.
En el contexto de la cuaresma, esta lectura nos invita a pensar en los
beneficios recibidos de Dios y a ser generosos con él. El agradecimiento a Dios
es más importante incluso que la mortificación cuaresmal.
Dijo Moisés al pueblo:
—El sacerdote tomará de tu mano la cesta
con las primicias y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios….
2ª lectura: confesar al Señor e
invocarlo (Romanos 10, 8-13)
En este breve pasaje Pablo comenta
dos frases de la Escritura, aplicándolas al tema de la salvación personal
- (1ª cita) y de toda la humanidad
- (2ª
cita) ¿Cómo se alcanza la salvación?
Confesando que Jesús es el Señor y
que Dios lo resucitó de entre los muertos. Algo que estamos tan acostumbrados a
repetir que no valoramos rectamente. A mediados del siglo I, confesar a Jesús
como Señor (Kyrios), cuando el Emperador romano era considerado el único Kyrios
(César), suponía mucho valor. Y confesar que Dios lo había resucitado podía
provocar más sonrisas y escepticismo del que podemos imaginar.
La segunda cita «Nadie que cree en él quedará defraudado» la interpreta Pablo de forma
revolucionaria. Para un judío, estas palabras sólo podrían aplicarse a los
judíos, al pueblo elegido. Ellos serían los único en no quedar defraudados. En
cambio, Pablo la aplica a toda la humanidad, judíos y griegos. Cualquiera que
invoca el nombre del Señor alcanzará la salvación.
Hermanos:
La Escritura dice: «La palabra está
cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón»…
Dice la Escritura:
«Nadie que cree en él quedará
defraudado».
Porque no hay distinción entre judío y
griego; ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo
invocan. Pues «todo el que invoca el nombre del Señor se
salvará».
Santa Francisca Romana, mártir
Francisca nació en Roma en
el año 1384. Y en cada año, el 9 de marzo, llegan cantidades de peregrinos a
visitar su tumba en el Templo que a ella se le ha consagrado en Roma y a
visitar el convento que ella fundó allí mismo y que se llama "Torre de los
Espejos".
Sus padres eran sumamente
ricos y muy creyentes (quedarán después en la miseria en una guerra por
defender al Sumo Pontífice) y la niña creció en medio de todas las comodidades,
pero muy bien instruida en la religión. Desde muy pequeñita su mayor deseo fue
ser religiosa, pero los papás no aceptaron esa vocación, sino que le
consiguieron un novio de una familia muy rica y con él la hicieron casar.
Francisca, aunque amaba
inmensamente a su esposo, sentía la nostalgia de no poder dedicar su vida a la
oración y a la contemplación, en la vida religiosa. Un día su cuñada, llamada
Vannossa, la vio llorando y le preguntó la razón de su tristeza. Francisca le
contó que ella sentía una inmensa inclinación hacia la vida religiosa pero que
sus padres la habían obligado a formar un hogar. Entonces la cuñada le dijo que
a ella le sucedía lo mismo, y le propuso que se dedicaran a las dos vocaciones:
ser unas excelentes madres de familia, y a la vez, dedicar todos los ratos
libres a ayudar a los pobre y enfermos, como si fueran dos religiosas. Y así lo
hicieron. Con el consentimiento de sus esposos, Francisca y Vannossa se
dedicaron a visitar hospitales y a instruir gente ignorante y a socorrer
pobres. La suegra quería oponerse a todo esto, pero los dos maridos al ver que
ellas en el hogar eran tan cuidadosas y tan cariñosas, les permitieron seguir
en esta caritativa acción. Pronto Francisca empezó a ganarse la simpatía de las
gentes de Roma por su gran caridad para con los enfermos y los pobres. Ella
tuvo siempre la cualidad especialísima de hacerse querer por la gente. Fue un
don que le concedió el Espíritu Santo.
En más de 30 años que
Francisca vivió con su esposo, observó una conducta verdaderamente edificante.
Tuvo tres hijos a los cuales se esmeró por educar muy religiosamente. Dos de
ellos murieron muy jóvenes, y al tercero lo guio siempre, aun después de que él
se casó, por el camino de todas las virtudes.
A Francisca le
agradaba mucho dedicarse a la oración, pero le sucedió muchas veces que estando
orando la llamó su marido para que la ayudara en algún oficio, y ella suspendía
inmediatamente su oración y se iba a colaborar en lo que era necesario. Veces
hubo que tuvo que suspender cinco veces seguidas una oración, y lo hizo
prontamente. Ella repetía: "Muy buena es la oración, pero la mujer casada
tiene que concederles enorme importancia a sus deberes caseros".
Dios permitió que a esta
santa mujer le llegaran las más desesperantes tentaciones. Y a todas resistió
dedicándose a la oración y a la mortificación y a las buenas lecturas, y a
estar siempre muy ocupada. Su familia, que había sido sumamente rica, se vio despojada
sus bienes en una terrible guerra civil. Como su esposo era partidario y
defensor del Sumo Pontífice, y en la guerra ganaron los enemigos del Papa, su
familia fue despojada de sus fincas y palacios. Francisca tuvo que irse a vivir
a una casona vieja, y dedicarse a pedir limosna de puerta en puerta para ayudar
a los enfermos de su hospital. Y además de todo esto le llegaron muy dolorosas
enfermedades que le hicieron padecer por años y años. Ella sabía muy bien que
estaba cosechando premios para el cielo.
Su hijo se casó con una
muchacha muy bonita pero terriblemente malgeniada y criticona. Esta mujer se
dedicó a atormentarle la vida a Francisca y a burlarse de todo lo que la santa
hacía y decía. Ella soportaba todo en silencio y con gran paciencia. Pero de
pronto la nuera cayó gravemente enferma y entonces Francisca se dedicó a
asistirla con una caridad impresionantemente exquisita. La joven se curó de la
enfermedad del cuerpo y quedó curada también de la antipatía que sentía hacia
su suegra. En adelante fue su gran amiga y admiradora.
Francisca obtenía
admirables milagros de Dios con sus oraciones. Curaba enfermos, alejaba malos
espíritus, pero sobre todo conseguía poner paz entre gentes que estaban
peleadas y lograba que muchos que antes se odiaban, empezaran a amarse como
buenos amigos. Por toda Roma se hablaba de los admirables efectos que esta
santa mujer conseguía con sus palabras y oraciones. Muchísimas veces veía a su
ángel de la guarda y dialogaba con él.
Francisca fundó una
comunidad de religiosas seglares dedicadas a atender a los más necesitados. Les
puso por nombre "Oblatas de María", y su casa principal, que existe
todavía en Roma, fue un edificio que se llamaba "Torre de los Espejos".
Sus religiosas vestían como señoras respetables. No tenían hábito especial.
Nombró como superiora a una
mujer de toda su confianza, pero cuando Francisca quedó viuda entró también
ella de religiosa, y por unanimidad las religiosas la eligieron superiora
general. En la comunidad tomó por nombre Francisca Romana".
Había recibido de Dios la
eficacia de la palabra y por eso acudían a ella numerosas personas para pedirle
que les ayudara a solucionar los problemas de sus familias. El Espíritu Santo
le concedió el don de consejo, por el cual sus palabras guiaban fácilmente a
las personas a conseguir la solución de sus dificultades.
Cuando llegaban las
epidemias, ella misma llevaba a los enfermos al hospital, lo atendía, les
lavaba la ropa y la remendaba, y como en tiempo de contagio era muy difícil
conseguir confesores, ella pagaba un sueldo especial a varios sacerdotes para
que se dedicaran a atender espiritualmente a los enfermos.
Francisca ayunaba a pan y
agua muchos días. Dedicaba horas y horas a la oración y a la meditación, y Dios
empezó a concederle éxtasis y visiones. Consultaba todas las dudas de su alma
con un director espiritual, y llegó a tal grado de amabilidad en su trato, que
bastaba tratar con ella una sola vez para quedar ya amigos para siempre. A las
personas que sabía que hablaban mal de ella, les prodigaba mayor amabilidad.
Estaba gravemente enferma,
y el 9 de marzo de 1440 su rostro empezó a brillar con una luz admirable.
Entonces pronunció sus últimas palabras: "El ángel del Señor me manda que
lo siga hacia las alturas". Luego quedó muerta, pero parecía alegremente
dormida.
Tan pronto se supo la
noticia de su muerte, corrió hacia el convento una inmensa multitud. Muchísimos
pobres iban a demostrar su agradecimiento por los innumerables favores que les
había hecho. Muchos llevaban enfermos para que les permitieran acercarlos al
cadáver de la santa, y así pedir la curación por su intercesión. Los
historiadores dicen que "toda la ciudad de Roma se movilizó", para
asistir a los funerales de Francisca.
Fue sepultada en la iglesia
parroquial, y al conocerse la noticia de que junto a su cadáver se estaban
obrando milagros, aumentó mucho más la concurrencia a sus funerales. Luego su
tumba se volvió tan famosa que aquel templo empezó a llamarse y se le llama aún
ahora: La Iglesia de Santa Francisca Romana.
Cada 9 de marzo llegan
numerosos peregrinos a pedirle a Santa Francisca unas gracias que nosotros
también nos conviene pedir siempre: que nos dediquemos con todas nuestras
fuerzas a cumplir cada día los deberes que tenemos en nuestro hogar, y que nos
consagremos con toda la generosidad posible a ayudar a los pobres y necesitados
y a ser extraordinariamente amables con todos. Santa Francisca: ruégale al buen
Dios que así sea.
He aquí la descripción de
una mujer admirable. "Que las gentes comenten sus muchas buenas
obras" (S. Biblia. Proverbios 31).
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