jueves, 6 de marzo de 2025

Párate un momento: El Evangelio del dia 8 - DE MARZO – SÁBADO DESPUES DE CENIZA – San Juan de Dios

 

 


 

8 - DE MARZO

– SÁBADO DESPUES DE CENIZA –

San Juan de Dios

        Lectura del libro de Isaías (58,9b-14):

 

   ESTO dice el Señor:

   «Cuando alejes de ti la opresión, el dedo acusador y la calumnia, cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía.

   El Señor te guiará siempre, hartará tu alma en tierra abrasada, dará vigor a tus huesos. Serás un huerto bien regado, un manantial de aguas que no engañan.

   Tu gente reconstruirá las ruinas antiguas, volverás a levantar los cimientos de otros tiempos; te llamarán “reparador de brechas”,

“restaurador de senderos”, para hacer habitable el país.

  Si detienes tus pasos el sábado,

para no hacer negocios en mi día santo, y llamas al sábado “mi delicia” y lo consagras a la gloria del Señor; si lo honras, evitando viajes, dejando de hacer tus negocios y de discutir tus asuntos,

entonces encontrarás tu delicia en el Señor.

   Te conduciré sobre las alturas del país y gozarás del patrimonio de Jacob, tu padre.

   Ha hablado la boca del Señor».

 

Palabra de Dios

 

 Salmo: 85,1-2.3-4.5-6

 

R/. Enséñame, Señor, tu camino,

para que siga tu verdad.

 

   Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy un pobre desamparado; protege mi vida, que soy un fiel tuyo; salva, Dios mío, a tu siervo, que confía en ti. R/.

 

 Piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día; alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti, Señor. R/.

 

       Porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan.

       Señor, escucha mi oración,

atiende a la voz de mi súplica. R/.

 

   Lectura del santo evangelio según san Lucas (5,27-32):

 

  EN aquel tiempo, vio Jesús a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:

   «Sígueme».

   Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros. Y murmuraban los fariseos y sus escribas diciendo a los discípulos de Jesús:

   «¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?»

   Jesús les respondió:

   «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan».

 

Palabra del Señor

 

   1.- Cuando partas tu pan con el hambriento, brillará tu luz en las tinieblas.

    El Señor no se cansa de ofrecernos oportunidades para la conversión. Nos muestra el camino y nos da las claves para volver nuestra vida hacia Él, y nos enseña que, por muy duro y difícil que sea abandonar nuestro camino equivocado y seguirle por las sendas que Él nos marca, el gozo y la recompensa son mucho mayor pues se trata de vivir en Él, por Él y para Él.

   La vida de pecado, lejos de Dios, de su voluntad, lejos e indiferentes de los demás, nos empobrece, nos atrofia, nos derrumba. En cambio, cuando volvemos nuestro corazón al Señor y vivimos en comunión con Él y con los hermanos, resplandecemos, se vigoriza nuestro ser para estar dispuestos y disponibles para los demás, salimos de nuestro egoísmo y confort para compartir lo que somos y tenemos. Estamos llamados, no a la destrucción de nosotros mismos y de lo que nos rodea, sino a construir un mundo mejor en el que todos podamos disfrutar de lo que Dios ha creado para nosotros; un mundo más justo y equilibrado. Estamos llamados a restablecer la paz y la armonía del Creador. Dios desea ardientemente que nos volvamos a Él para saciarnos con sus dones y su heredad.

 

  2.- No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan.

  Nuestro Dios no deja de sorprendernos por más que lo tratemos y profundicemos en su Palabra. Este episodio que nos muestra el evangelio de hoy está situado entre el relato de la curación del paralítico que descuelgan del techo y al que Jesús, antes de curar su parálisis, lo libera de sus pecados: "Hombre, tus pecados te quedan perdonados", para indignación de los fariseos, y la discusión sobre el ayuno donde Jesús habla de su novedad: "A vino nuevo, odres nuevos".

   La actitud de los fariseos en este evangelio de hoy es nuestra propia actitud en muchas ocasiones. Por el hecho de ser cristianos, miembros de su Iglesia, nuevo pueblo de Dios, elegidos y llamados como el mismo Leví, nos hace pensar que somos de “primera categoría” y que somos más dignos y estamos más capacitados que los demás. Creemos que ya lo sabemos todo y que somos observantes de sus mandamientos, por eso la acogida que Jesús tiene con los pecadores, es más, su predilección por ellos nos resulta chocante y molesta. El “vino nuevo” que ofrece Jesús, revienta nuestros “odres” envejecidos.

 

   3.- Tenemos que tener siempre presente las palabras de San Pablo: "Mirad, hermanos, quienes habéis sido llamados… Ha escogido Dios a los locos para confundir a los sabios; a los débiles para confundir a los fuertes; a lo despreciable para reducir a la nada a lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en presencia de Dios". No nos llamó a su seguimiento por nuestras capacidades, sino que nos redime y nos capacita para poder seguirle.

 

San Juan de Dios

  


San Juan de Dios, religioso, nacido en Portugal, que después de una vida llena de peligros en la milicia humana, prestó ayuda con constante caridad a los necesitados y enfermos en un hospital fundado por él, y se asoció compañeros, con los cuales constituyó después la Orden de Hospitalarios de San Juan de Dios. En este día, en la ciudad de Granada, en España, pasó al eterno descanso.

 

    Vida de San Juan de Dios

 

Nació y murió un 8 de marzo. Nace en Portugal en 1495 y muere en Granada, España, en 1550 a los 55 años.

De familia pobre pero muy piadosa. Su madre murió cuando él era todavía joven. Su padre murió como religioso en un convento.

En su juventud fue pastor, muy apreciado por el dueño de la finca donde trabajaba. Le propusieron que se casara con la hija del patrón y así quedaría como heredero de aquellas posesiones, pero él dispuso permanecer libre de compromisos económicos y caseros pues deseaba dedicarse a labores más espirituales.

Estuvo de soldado bajo las órdenes del genio de la guerra, Carlos V en batallas muy famosas. La vida militar lo hizo fuerte, resistente y sufrido.

La Stma. Virgen lo salvó de ser ahorcado, pues una vez lo pusieron en la guerra a cuidar un gran depósito y por no haber estado lo suficientemente alerta, los enemigos se llevaron todo. Su coronel dispuso mandarlo ahorcar, pero Juan se encomendó con toda fe a la Madre de Dios y logró que le perdonaran la vida. Y dejó la milicia, porque para eso no era muy adaptado.

Salido del ejército, quiso hacer un poco de apostolado y se dedicó a hacer de vendedor ambulante de estampas y libros religiosos.

Cuando iba llegando a la ciudad de Granada vio a un niñito muy pobre y muy necesitado y se ofreció bondadosamente a ayudarlo. Aquel "pobrecito" era la representación de Jesús Niño, el cual le dijo: "Granada será tu cruz", y desapareció.

Estando Juan en Granada de vendedor ambulante de libros religiosos, de pronto llegó a predicar una misión el famosos Padre San Luis de Ávila. Juan asistió a uno de sus elocuentes sermones, y en pleno sermón, cuando el predicador hablaba contra la vida de pecado, nuestro hombre se arrodillo y empezó a gritar: "Misericordia Señor, que soy un pecador", y salió gritando por las calles, pidiendo perdón a Dios. Tenía unos 40 años.

Se confesó con San Juan de Ávila y se propuso una penitencia muy especial: hacerse el loco para que la gente lo humillara y lo hiciera sufrir muchísimo.

Repartió entre los pobres todo lo que tenía en su pequeña librería, empezó a deambular por las calles de la ciudad pidiendo misericordia a Dios por todos sus pecados.

La gente lo creyó loco y empezaron a atacarlo a pedradas y golpes.

Al fin lo llevaron al manicomio y los encargados le dieron fuertes palizas, pues ese era el medio que tenían en aquel tiempo para calmar a los locos: azotarlos fuertemente. Pero ellos notaban que Juan no se disgustaba por los azotes que le daban, sino que lo ofrecía todo a Dios. Pero al mismo tiempo corregía a los guardias y les llamaba la atención por el modo tan brutal que tenían de tratar a los pobres enfermos.

San Juan de Dios ante un enfermo que se asemeja a nuestro Señor. Aquella estancia de Juan en ese manicomio, que era un verdadero infierno, fue verdaderamente providencial, porque se dio cuenta del gran error que es pretender curar las enfermedades mentales con métodos de tortura. Y cuando quede libre fundará un hospital, y allí, aunque él sabe poco de medicina, demostrará que él es mucho mejor que los médicos, sobre todo en lo relativo a las enfermedades mentales, y enseñará con su ejemplo que a ciertos enfermos hay que curarles primero el alma si se quiere obtener después la curación de su cuerpo. Sus religiosos atienden enfermos mentales en todos los continentes y con grandes y maravillosos resultados, empleando siempre los métodos de la bondad y de la comprensión, en vez del rigor de la tortura.

Cuando San Juan de Ávila volvió a la ciudad y supo que a su convertido lo tenían en un manicomio, fue y logró sacarlo y le aconsejó que ya no hiciera más la penitencia de hacerse el loco para ser martirizado por las gentes. Ahora se dedicará a una verdadera "locura de amor": gastar toda su vida y sus energías a ayudar a los enfermos más miserables por amor a Cristo Jesús, a quien ellos representan.

Juan alquila una casa vieja y allí empieza a recibir a cualquier enfermo, mendigo, loco, anciano, huérfano y desamparado que le pida su ayuda. Durante todo el día atiende a cada uno con el más exquisito cariño, haciendo de enfermero, cocinero, barrendero, mandadero, padre, amigo y hermano de todos. Por la noche se va por la calle pidiendo limosnas para sus pobres.

Pronto se hizo popular en toda Granada el grito de Juan en las noches por las calles. Él iba con unos morrales y unas ollas gritando: ¡Haced el bien hermanos, para vuestro bien! Las gentes salían a la puerta de sus casas y le regalaban cuanto les había sobrado de la comida del día. Al volver cerca de medianoche se dedicaba a hacer aseo en el hospital, y a la madrugada se echaba a dormir un rato debajo de una escalera. Un verdadero héroe de la caridad.

El señor obispo, admirado por la gran obra de caridad que Juan estaba haciendo, le añadió dos palabras a su nombre de pila, y empezó a llamarlo "Juan de Dios", y así lo llamó toda la gente en adelante. Luego, como este hombre cambiaba frecuentemente su vestido bueno por los harapos de los pobres que encontraba en las calles, el prelado le dio una túnica negra como uniforme; así se vistió hasta su muerte, y así han vestido sus religiosos por varios siglos.

Un día su hospital se incendió y Juan de Dios entró varias veces por entre las llamas a sacar a los enfermos y aunque pasaba por en medio de enormes llamaradas no sufría quemaduras, y logró salvarles la vida a todos aquellos pobres.

Otro día el río bajaba enormemente crecido y arrastraba muchos troncos y palos. Juan necesitaba abundante leña para el invierno, porque en Granada hace mucho frío y a los ancianos les gustaba calentarse alrededor de la hoguera. Entonces se fue al río a sacar troncos, pero uno de sus compañeros, muy joven, se adentró imprudentemente entre las violentas aguas y se lo llevó la corriente. El santo se lanzó al agua a tratar de salvarle la vida, y como el río bajaba supremamente frío, esto le hizo daño para su enfermedad de artritis y empezó a sufrir espantosos dolores.

Después de tantísimos trabajos, ayunos y trasnochadas por hacer el bien, y resfriados por ayudar a sus enfermos, la salud de Juan de Dios se debilitó totalmente. El hacía todo lo posible porque nadie se diera cuenta de los espantosos dolores que lo atormentaban día y noche, pero al fin ya no fue capaz de simular más. Sobre todo, la artritis le tenía sus piernas retorcidas y le causaba dolores indecibles. Entonces una venerable señora de la ciudad obtuvo del señor obispo autorización para llevarlo a su casa y cuidarlo un poco. El santo se fue ante el Santísimo Sacramento del altar y por largo tiempo rezó con todo el fervor antes de despedirse de su amado hospital. Le confió la dirección de su obra a Antonio Martín, un hombre a quien él había convertido y había logrado que se hiciera religioso, y colaborador suyo, junto con otro hombre a quien Antonio odiaba; y después de amigarlos, logró el santo que le ayudaran en su obra en favor de los pobres, como dos buenos amigos.

Al llegar a la casa de la rica señora, exclamó Juan: "Oh, estas comodidades son demasiado lujo para mí que soy tan miserable pecador". Allí trataron de curarlo de su dolorosa enfermedad, pero ya era demasiado tarde.

El 8 de marzo de 1550, sintiendo que le llegaba la muerte, se arrodilló en el suelo y exclamó: "Jesús, Jesús, en tus manos me encomiendo", y quedó muerto, así de rodillas. Había trabajado incansablemente durante diez años dirigiendo su hospital de pobres, con tantos problemas económicos que a veces ni se atrevía a salir a la calle a causa de las muchísimas deudas que tenía; y con tanta humildad, que siendo el más grande santo de la ciudad se creía el más indigno pecador. El que había sido apedreado como loco, fue acompañado al cementerio por el obispo, las autoridades y todo el pueblo, como un santo.

Después de muerto obtuvo de Dios muchos milagros en favor de sus devotos y el Papa lo declaró santo en 1690. Es Patrono de los que trabajan en hospitales y de los que propagan libros religiosos.

Fue beatificado por el papa Urbano VIII el 1 de septiembre de 1630 y canonizado por el papa Alejandro VIII, el 16 de octubre de 1690. Fue nombrado santo patrón de los hospitales y de los enfermos.

A su muerte su obra se extendió por toda España e Italia y hoy día está presente en los cinco continentes.

Los religiosos Hospitalarios de San Juan de Dios son 1,500 y tienen 216 casas en el mundo para el servicio de los enfermos. Los primeros beatos de Colombia pertenecieron a esta santa Comunidad.

 

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