26 - DE
MARZO – MIERCOLES –
3ª –
SEMANA DE CUARESMA – C
San Braulio de
Zaragoza
Lectura del libro del Deuteronomio
(4,1.5-9):
MOISÉS habló
al pueblo, diciendo:
«Ahora, Israel, escucha los mandatos y
decretos que yo os enseño para que, cumpliéndolos, viváis y entréis a tomar
posesión de la tierra que el Señor, Dios de vuestros padres, os va a dar.
Mirad: yo os enseño los mandatos y decretos,
como me mandó el Señor, mi Dios, para que los cumpláis en la tierra donde vais
a entrar para tomar posesión de ella.
Observadlos y cumplidlos, pues esa es vuestra
sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales, cuando
tengan noticia de todos estos mandatos, dirán:
“Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente
esta gran nación”.
Porque ¿dónde hay una nación tan grande que
tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo
invocamos?
Y ¿dónde hay otra nación tan grande que tenga
unos mandatos y decretos tan justos como toda esta ley que yo os propongo hoy?
Pero, ten cuidado y guárdate bien de olvidar las cosas que han visto tus
ojos y que no se aparten de tu corazón mientras vivas; cuéntaselas a tus hijos
y a tus nietos».
Palabra de Dios
Salmo: 147,12-13.15-16.19-20
R/. Glorifica al Señor, Jerusalén
V/. Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión. Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/.
V/. Él envía su mensaje a la tierra, y su palabra
corre veloz; manda la nieve como lana, esparce la escarcha como ceniza. R/.
V/. Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos
y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo
(5,17-19):
EN aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y
los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo
y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos
menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en
el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en
el reino de los cielos».
Palabra del Señor
1.- Es la Ley de Moisés. Una ley que no parece muy justa, que está
alejada de la ley de Jesús. Tal como están redactados estos preceptos parece
que son, por las circunstancias que los rodean, me resisto a llamarlos “Palabra
de Dios”. Moisés dice que “él” nos enseña lo que Dios le dice, pero lo que nos
llega a nosotros son palabras de Moisés, que puede trasladar literalmente las
recibidas de Dios, o elaborarlas para animar al pueblo en unos momentos
difíciles. Momentos en los que se disponen a ocupar una tierra que no es suya,
que pertenece a otros pueblos a los que van a exterminar.
¿Hay alguna relación, algún paralelismo, con
el mensaje de Jesús?, ¿Qué relación puede haber entre lo que Moisés va a
legislar, que de hecho viene legislando desde el Sinaí? Yo no soy capaz de
encontrar alguna relación con Lc 6, 27-38, que hemos leído y proclamado el
domingo 23 del mes pasado, con esto que el Deuteronomio me va decir en los
siguientes capítulos, o me lleva diciendo desde el éxodo.
Esto parece una contradicción que yo no
puedo aclarar. Parece que Moisés, como sucede en el A.T., el autor, relator o
escribano, va arrimando el fuego a su comida y fundamentando en Dios unos
mandatos que son mosaicos o del autor. Es el criterio “de autoridad” al que se
recurre con tanta frecuencia en la literatura, la filosofía e, incluso, en la
teología al uso. ¿Cómo podemos entender a Jesús, al Abba de Jesús, con estos
antecedentes? Jesús cambia, modifica, anula, preceptos que el Dios de Moisés ha
prohibido cambiar “ni una coma, ni una tilde”. Sería increíble que el Jesús del
amor a los enemigos validara las crueldades que el Pueblo de Israel ha
realizado a lo largo de la historia bíblica.
¿Será que hay
que dejar a un lado la literalidad de lo que leemos, o escuchamos, para
encontrar el mensaje de fe con que contienen? Mi esperanza es que el Espíritu
Santo, en algún momento, me lo hará entender; puede que en el último momento de
mi vida, cuando se abran ante mí las puertas de la eternidad. En sus manos me
pongo; Hágase su voluntad.
2.- Jesús nos dice que “no ha venido a
abolir, sino a dar plenitud” a la Ley. Son las palabras de Jesús que nos
traslada Mt, 5, 17-ss. Quien “no cumpla, y así lo enseñe, hasta la última letra
o tilde de la Ley será el menor en el Reino de los cielos”. Y esto es terrible
si atendemos solo a la literalidad de la ley, porque somos plenamente
conscientes de que la “Ley” se ha ido transformando en la “ley”; que los
hombres hemos corregido la Ley divina hasta domesticarla y hacer que en ella se
apoyen mandatos de Dios, que no son tales. El hombre ha ido modificando,
corrigendo, aumentando la ley, siempre echando la culpa a Dios. Somos así de
inconscientes. No tenemos ningún reparo en poner en boca de Dios las
barbaridades que a nosotros, solo a nosotros, se nos ocurren.
Caminamos ya
en la cuaresma. Es un tiempo de preparación para llegar a la resurrección del
Señor. Todo lo que encontremos en el camino entre ceniza y resurrección es la
historia de Jesús de Nazaret y su relación con un pueblo que, porque le acusan
de no seguir la literalidad de la ley, lo va a crucificar.
3.- Podríamos, tal vez, pensar qué pasaría
ahora, cómo actuamos ante los mensajes de Cristo que recibimos constantemente.
¿No estaríamos dispuestos a crucificarlo nuevamente? Cuando escucho a
prohombres, supuestas autoridades de la Iglesia, que me predican un también
supuesto “sede vacantismo”, piden oraciones para que el Papa muera o, al menos,
renuncie, ¿son “palabra de Dios” si están amparadas por una mitra y un báculo,
o carecen de autoridad totalmente las predique quien las predique?
¿Por qué no
tomamos las palabras de Jn, 6 y confesamos simple y firmemente: “Tus palabras,
Señor, son espíritu y vida; solo tú tienes palabras de vida eterna”. Y pidamos
al Espíritu Santo que ilumine nuestro entendimiento para que oyendo escuchemos,
mirando veamos, y sepamos vivir a Cristo?
Martirologio
Romano: En Zaragoza, en la Hispania Tarraconense,
san Braulio, obispo, que, siendo amigo íntimo de san Isidoro, colaboró con él
para restaurar la disciplina eclesiástica en toda Hispania, siendo su semejante
en elocuencia y ciencia († c.651).
Se desconoce la cuna, niñez y juventud del santo; pero consta que ya en el
año 626 es obispo de Zaragoza.
Participó en la corriente de pensamiento y acción isidoriana que tanto
influyó en la cultura de su época y aún en tiempos posteriores. De hecho, fue
discípulo de san Isidoro, obispo, escritor y doctor de la Iglesia (c. 560-636).
Insistió cerca de él para que diera término a las Etimologías, la conocida y la
más famosa e importante obra de san Isidoro donde se recoge el saber antiguo
tomado indiscriminadamente de escritores tanto paganos como cristianos y que
consta de veinte libros que fueron obligado libro de texto en las escuelas
medievales, al tiempo que cauce de transmisión del saber antiguo. La división
de toda la obra y sus títulos se deben a san Braulio.
Estuvo presente en los concilios V (636) y VI (638) de Toledo que fueron
convocados para fortalecer la autoridad real y donde se resolvieron
determinadas cuestiones de régimen eclesiástico y litúrgicas. En estos
concilios se contribuyó a elaborar también el sistema de elección de los reyes
por los obispos y magnates y llegó a ratificarse la imposibilidad de ser
elegido rey alguien que no perteneciera a la nobleza goda.
Se le atribuyen también a san Braulio las Actas de los mártires de Zaragoza.
Llegó a escribir más de 44 cartas, gracias a las cuales pueden llegar a
conocerse muchos aspectos de la España visigoda.
Ejerció el santo una notable influencia entre los reyes del tiempo
intentando suavizar las leyes con espíritu cristiano y procurando potenciar la
unidad del reino. Con Chindasvinto -rey que fue elegido por la nobleza al
considerarlo fácilmente manipulable debido a su gran ancianidad-, cuando dicta
leyes muy severas contra los magnates traidores que rompieran su juramento de
lealtad al rey, llegando a decretar la deportación, la reducción a la
esclavitud de sus familias y a la confiscación de sus bienes. De la misma
manera, mostró también influjo decisivo cabe el rey Recesvinto, el que reprimió
la rebelión del noble Troya, cuando ponía sitio a la ciudad de Zaragoza, el
mismo año de la muerte de san Braulio.
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