jueves, 20 de marzo de 2025

Párate un momento: El Evangelio del dia 22 - DE MARZO – SÁBADO – 2ª – SEMANA DE CUARESMA – C San Bienvenido Scotivoli

 

 


 

22 - DE MARZO – SÁBADO –

 2ª – SEMANA DE CUARESMA – C

San Bienvenido Scotivoli

 

       Lectura de la profecía de Miqueas (7,14-15.18-20):

 

  PASTOREA a tu pueblo, Señor, con tu cayado, al rebaño de tu heredad, que anda solo en la espesura, en medio del bosque;

que se apaciente como antes

en Basán y Galaad.

   Como cuando saliste de Egipto,

les haré ver prodigios.

   ¿Qué Dios hay como tú, capaz de perdonar el pecado, de pasar por alto la falta del resto de tu heredad?

   No conserva para siempre su cólera, pues le gusta la misericordia.

   Volverá a compadecerse de nosotros, destrozará nuestras culpas, arrojará nuestros pecados

a lo hondo del mar.

   Concederás a Jacob tu fidelidad

y a Abrahán tu bondad, como antaño prometiste a nuestros padres.

 

Palabra de Dios

 

  Salmo: 102,1-2.3-4.9-10.11-12

 

  R/. El Señor es compasivo y misericordioso.

 

     Bendice, alma mía, al Señor,

y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor,

y no olvides sus beneficios. R/.

 

      Él perdona todas tus culpas

y cura todas tus enfermedades;

él rescata tu vida de la fosa,

y te colma de gracia y de ternura. R/.

 

   No está siempre acusando

ni guarda rencor perpetuo; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas. R/.

 

      Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre los que lo temen; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. R/.

 

       Lectura del santo evangelio según san Lucas (15,1-3.11-32):

 

  EN aquel tiempo, se acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:

  «Ese acoge a los pecadores y come con ellos».

  Jesús les dijo esta parábola:

  «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:

“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”.

  El padre les repartió los bienes.

  No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

  Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.

  Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían ¡os cerdos, pero nadie le daba nada.

  Recapacitando entonces, se dijo:

  “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros”.

  Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.

  Su hijo le dijo:

  “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.

  Pero el padre dijo a sus criados:

  “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.

  Y empezaron a celebrar el banquete.

  Su hijo mayor estaba en el campo.

  Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.

  Este le contestó:

  “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.

  Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.

  Entonces él respondió a su padre:

  “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.

  El padre le dijo:

  “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

 

Palabra del Señor

 

  1.- La parábola sugiere que el amor del padre nunca está en duda. Lo que está en duda es nuestra apertura para recibir este amor que transciende todos los amores humanos.

   Este evangelio es la revelación de un Dios Padre lleno de misericordia. Dios siempre es fiel, y aunque nos alejemos y nos perdamos, no deja de seguirnos con su amor, perdonando nuestros errores y hablando interiormente a nuestra conciencia. Dios se ha revelado como un amor que busca lo perdido y crea. El que es Vida se topa con la cerrazón de quienes ama, y sufre por su alejamiento.

En la parábola del hijo pródigo Jesús enseña a los discípulos a volver, a convertirse. Tanto el hijo menor como el mayor son como la representación del "ego" porque buscaron la felicidad donde no estaba. El menor creía que la felicidad es dejar al padre, a la madre, a la casa, al país y llevarse los suyo…y acabó más triste y más sólo. El mayor busca la felicidad en lo que cambia exteriormente. Ambos tienen que recibir la enseñanza del padre. La felicidad no está en qué yo tenga “un cabrito” para la fiesta, ni que yo me vaya lejos. La felicidad está en volver al amor. Que mi corazón vuelva a confiar en Dios; no es coger la herencia o tener un cabrito sino recibir gratuitamente el don de la fiesta del Padre.

 

  2.- Por nuestra parte es volver al camino interior, descubrir a Dios dentro de nosotros, comprender que el trabajo, la humildad, la disciplina de cada día crea la verdadera fiesta y la verdadera libertad. Que los mandamientos de Dios no son obstáculo para la libertad y para una vida bella sino las señales para la verdadera vida.

 

  3.- Hemos leído la oración del profeta Miqueas. Es el tiempo de la oración humilde y confiada para rehacer la vida y la historia. La nuestra y la de tantos…. 

 Jesús, nuestro hermano, el nuevo Adán mató en la cruz la muerte misma, el mal, el pecado mortífero, abriéndonos el camino de vuelta, Él entró en la muerte para que todos pudiéramos volver a la casa del PADRE, al Paraíso.

 

San Bienvenido Scotivoli

 




En Osimo, en el Piceno, san Bienvenido Scotivoli, obispo, que, elegido por el papa Urbano IV para esta sede, promovió la paz entre los ciudadanos y, según el espíritu de los Hermanos Menores, quiso morir sobre tierra desnuda († 1282).

 

Breve Biografía

  Bienvenido Scotívoli nació en Ancona en 1188; estudió derecho en Bolonia bajo la guía de San Silvestre Guzzolini, canónigo de Osimo, después fundador de los monjes Silvestrinos.

  Nombrado capellán pontificio, luego arcediano de Ancona. El 1 de agosto de 1263 fue nombrado administrador de la diócesis de Osimo, que había sido unida a la Numana por Gregorio IX en castigo por su adhesión al partido de Federico II. Restablecida la sede el 13 de marzo de 1264 Urbano IV le confió su gobierno a Bienvenido, que en 1267 fue también encargado por Clemente IV del gobierno de la Marca de Ancona.

  En este período ordenó sacerdote a san Nicolás de Tolentino. Fue devotísimo de San Francisco, acogió en su diócesis a los Hermanos Menores y pidió pertenecer a la primera Orden. Vistió con fervor el hábito y se empeñó en vivir el espíritu seráfico.

  Bienvenido fue un gran reformador. Por una disposición del 15 de enero de 1270 prohibió al monasterio de San Florencio de Pescivalle, del cual era administrador, enajenar los bienes.

  En un sínodo habido el 7 de febrero de 1273 prohibió la venta de las propiedades eclesiásticas y en 1274 puso en marcha las reformas del capítulo de la catedral y defendió los derechos de la diócesis sobre la ciudad de Cingoli.

  En su ministerio episcopal siempre tuvo como única meta promover la gloria de Dios, despreciar las riquezas y las cosas del mundo, trabajar intensamente por el bien de su alma y de las almas confiadas a sus cuidados.

  En su actuación sabía unir la fortaleza y la suavidad de los modales, para el triunfo de la justicia y de la paz en el vínculo del amor. Fue un verdadero y buen pastor de su rebaño y vigilante custodio de las leyes de Dios y de la Iglesia. Celoso en la predicación evangélica y en la instrucción catequística, muchas veces visitó la diócesis, celebró un sínodo diocesano en el cual dictó sabias normas para promover la disciplina eclesiástica. Promovió la cultura y la formación de los nuevos levitas, que preparaba para el sacerdocio, con palabra inspirada, con el buen ejemplo, y con su vida santa.

  Bienvenido murió el 2 de marzo de 1282, a los 94 años. Fue sepultado en la iglesia catedral de Osimo en un noble mausoleo, por disposición del clero y el pueblo. Sobre su sepulcro tuvieron lugar gracias y milagros. Martín IV reconoció el culto en 1284, sin haber sido canonizado.

 

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