20 - DE
MARZO – JUEVES – 2ª – SEMANA DE CUARESMA - C
San Martín de
Dumio
Lectura del libro de Jeremías
(17,5-10):
Esto dice el
Señor:
«Maldito quien confía en el hombre, y
busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor.
Será como cardo en la estepa,
que nunca recibe la lluvia;
habitará en un árido desierto,
tierra salobre e inhóspita.
Bendito quien confía en el Señor y pone
en el Señor su confianza.
Será un árbol plantado junto al agua,
que alarga a la corriente sus raíces; no teme la llegada del estío, su follaje
siempre está verde; en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar
fruto.
Nada hay más falso y enfermo
que el corazón: ¿quién lo conoce?
Yo, el Señor, examino el corazón,
sondeo el corazón de los hombres
para pagar a cada cual su conducta según el fruto de sus acciones».
Palabra de
Dios
Salmo: 1,1-2.3.4.6
R/. Dichoso el hombre
que ha puesto su confianza en el Señor
Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos ni entra por
la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los
cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su
ley día y noche. R/.
Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en
su sazón y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.
No así los impíos, no así; serán paja
que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino
de los justos, pero el camino de los impíos acaba
mal. R/.
Lectura del santo evangelio
según san Lucas (16,19-31):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había
un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un
mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con
ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió
que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió
también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los
tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y
gritando, dijo:
“Padre
Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y
me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.
Pero
Abrahán le dijo:
“Hijo,
recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por
eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y,
además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que
quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de
ahí hasta nosotros”.
Él
dijo:
“Te
ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco
hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan
a este lugar de tormento”.
Abrahán
le dice:
“Tienen
a Moisés y a los profetas: que los escuchen”.
Pero
él le dijo:
“No,
padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.
Abrahán
le dijo:
“Si
no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni, aunque resucite un
muerto”».
Palabra del
Señor
1.-
Las lecturas de este día nos invitan
a cuestionarnos acerca de lo que es el fundamento de nuestra vida, aquello
sobre lo que la construimos y que en el fondo consiste en preguntarnos: ¿En
quién o en qué estoy apoyando mi vida? ¿En qué o quién pongo mi confianza?
Responder a estas preguntas tiene gran transcendencia para la persona. Según la
lectura de este día, de ello depende la felicidad humana.
La lectura del profeta Jeremías nos sitúa ante dos posibles elecciones,
ambas excluyentes y opuestas.
La primera elección, nos dice el texto, consiste en confiar en el
hombre, apoyando la vida en la carne, mientras el corazón se aparta del Señor.
El sentido de esta elección no significa una invitación a no confiar en las
personas, sino a no hacer del propio yo el centro de gravitación de todo
nuestro universo, viviendo de una manera autorreferencial, que nos impide
abrirnos a la transcendencia, nos separa de los otros y de Dios. A la
persona que opta por este camino se le considera maldito, es decir alguien cuya
vida, de alguna manera se seca, se muere porque no bebe del agua de la Vida.
2.- Pero hay una segunda posible elección, que se convierte en
bienaventuranza, en fuente de alegría y de felicidad, en posibilidad de dar
fruto; y es aquella en la que, como el árbol que llega a estar verde, somos
capaces de extender nuestras raíces buscando el agua que sólo Dios puede
ofrecernos. Un agua que nos permite ser el árbol de vida que estamos llamados a
ser. Y esta elección significa poner la confianza en el Señor. Una confianza
que nos abre siempre a los otros, al mundo, a la creación y a nosotros mismos
de una manera nueva. Porque confiar en Dios significa abrir los ojos a una
humanidad, a una creación que está bendecida por Dios, que es amada por Él y a
través de la cual sale a nuestro encuentro.
3.- La relación de la persona con el dinero es un tema crucial y
recurrente en el Evangelio. Tan importante, que el joven rico se va triste
cuando Jesús le pide como condición para alcanzar seguirle y alcanzar la
salvación: Una cosa te falta, anda, vende todo lo que tienes y dalo a los
pobres.
En el texto de hoy vemos cómo el uso de la riqueza es el signo que
separa dos mundos: uno representado por Epulón y otro representado por Lázaro;
el mundo de la sobreabundancia por un lado y el mundo que apenas sobrevive con
las migajas que desde el otro lado se tiran. Ninguna parábola como ésta refleja
la situación de abismo social que existe hoy entre ricos y pobres.
Y parece que Epulón vive ignorante de lo que pasa a su alrededor, no ve
a Lázaro; no quiere enterarse. Y es que lo que no vemos, es como si no
existiese. No hay nada como esconder la realidad, taparla, y dejar que el sueño
de vivir a lo grande nos atrape y nos haga creer que vivir así, aspirando
únicamente a lograr mi bienestar personal, es lo mejor que nos podría pasar.
4.- Jesús, una y otra vez, nos pone enfrente del dolor y la injusticia
de nuestro mundo para decirnos que nada hay más contrario al sueño de Dios que
la existencia de la pobreza; que nada nos separa más de su proyecto que poner
el corazón en la riqueza y vivir de espadas a aquellos que apenas pueden
subsistir, hasta el punto de ser causa para no entrar en el Reino, tal como se
deduce del desenlace de la parábola. Porque rechazar a los pobres, ignorarlos,
es en el fondo ignorar al propio Jesús, presente en cada uno de ellos, tal como
se nos recordará en la parábola del juicio final, en Mateo 25.
La clave de esta parábola no está tanto en el hecho de que Epulón sea
rico, como en el escándalo de la pobreza de Lázaro que no es escuchada,
atendida por Epulón. Por ello la Palabra nos invita hoy a tomar conciencia de
lo que es nuclear en el Evangelio: que los preferidos de Dios, son los pobres;
no por ser moralmente mejores, sino por el simple hecho de ser pobres. Y que,
si nuestro corazón y nuestra misión no están habitados, cuestionados, urgidos
por ellos, nuestra vida no se habrá convertido al Evangelio. Viviremos ritos,
normas, una falsa espiritualidad, que en el fondo nos entretienen pero que nos
alejan del Evangelio de Jesús.
Ya los apóstoles, en su época, se dieron cuenta de esta cuestión y le
preguntaron a Jesús preocupados ¿Entonces quién puede salvarse?, después de
escucharle decir ante la marcha del joven rico “qué difícil es para un rico
entrar en el Reino de los Cielos.”
Pero la respuesta que les dio nos llena hoy de esperanza: Para los
hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios.
Y es que, como veíamos en la primera lectura, sólo Dios puede
transformar nuestro corazón, nuestra mirada si nos atrevemos a confiar en Él.
El signo de esta confianza es la capacidad de desprendimiento y de compartir
aquello que en la vida se nos ha ido dando, en favor del bien común y de la
fraternidad universal en que consiste el Reino.
San Martín de Dumio
En Braga, en Portugal, san Martín de Dumio o Martin Dumiense, obispo, que,
siendo oriundo de Panonia, rigió primero la sede de Dumio y después la de
Braga, y con su celo y predicación los suevos abandonaron la herejía arriana y
abrazaron la fe católica.
Vida de San Martín de Dumio
Dumio, situado geográficamente cerca de Braga - la capital del reino de los
suevos-, distingue del otro Martín de Francia a nuestro Martín. Fue el apóstol
de los suevos a los que convirtió al catolicismo. El testimonio de san Isidoro
de Sevilla señala el 560 como fecha de la conversión. Eran los suevos un pueblo
indomable y el terror de Roma; atravesaron las Provincias y pasaron sus
fronteras; se trasladaron de las riberas del Rhin a las del Miño; arrasaron a
los francos y pasaron el Pirineo; luego se reparten las tierras de Galecia y
ponen su capital en Braga; llegaron a bajar hasta la Bética y conquistaron
Sevilla en las tierras llanas. Transcurre la vida del santo en el siglo VI.
San Martín
Dumiense, según conocemos por el epitafio de su tumba que escribió él mismo,
era oriundo de Panonia, en la actual Hungría. Debió nacer entre el 510 y el
520. Quiso vivir el don de la fe en las mismas fuentes. Peregrina a Palestina
con la avidez de conocer, pisar, besar y tocar la tierra de Cristo; allí
aprovecha su tiempo entre oración, mortificación, y el estudio del griego que
le contacta con los santos Padres primeros. Luego pasa por Roma, donde murió y
vive Pedro. Atraviesa el reino de los francos donde se encuentra con los suevos
y aprovecha la oportunidad de hacer apostolado con este pueblo.
Karriarico, rey suevo arriano -habían caído los suevos en el arrianismo por
la actividad del gálata Ayax, enviado por Teodorico- mandó embajada noble para
pedir en la afamada y milagrosa tumba de san Martín de Tours el portento de la
curación de su hijo. Era ya la segunda vez que lo hacía, la primera misión no
dio el resultado apetecido; ahora manda la ofrenda del peso de su hijo en oro y
plata y presenta la promesa de conversión si obtiene del santo de Tours lo que
humildemente pide. Y se cura el vástago del rey suevo. Es la ocasión para dejar
el arrianismo. San Gregorio de Tours narrará, como testigo, -dejando en el
relato el polvo de la leyenda- el ruego de la doble embajada y la posterior
conversión del bravo pueblo suevo.
Así fue como pasó el presbítero húngaro Martín a Galecia, de mano de sus
casi-paisanos, los belicosos emigrantes centro-europeos. En Dumio funda un
monasterio para la alabanza divina, la oración, el recogimiento, la difusión de
la fe y la atención del pueblo ¡Bien conocida tiene la necesidad de la oración
para extender el Evangelio! Quizás conoció el estilo de Arlés y posiblemente
tuvo referencias de la regla de san Benito, pero aquí los monjes se gobiernan
al ritmo que marca el abad -y ya obispo- Martín de Dumio.
Regula la vida del clero formándoles según los cánones y los acuerdos de los
concilios españoles y africanos; atiende celoso al campesinado donde abundan
las supersticiones paganas, célticas y germánicas. Encarga a su monje Pascasio
la traducción de 'Las palabras de los ancianos' y él mismo traduce 'Las
sentencias de los Padres egipcios'; escribe para los suyos otras sabrosas obras
de piedad, ascéticas y doctrinales, -Formula vitae honestae y De correctione
rusticorum- como tratados cortos y monográficos que rezuman sabiduría humana al
estilo de Séneca y espíritu cristiano.
Contribuyó a la conversión de los suevos al catolicismo. En el concilio de
Braga del 561 -como un precursor de san Ildefonso en el III de Toledo- se ha
logrado la conversión del rey y del pueblo, se establece la unidad y se tiene
el gozo de escuchar la fórmula del bautismo 'en el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo'.
https://www.santopedia.com/
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