29 de Octubre
- JUEVES-
XXXª – Semana del Tiempo Ordinario
Lc 13,31-35
En aquella ocasión, se acercaron unos
fariseos a decirle: “Márchate de aquí, porque Herodes quiere matarte”.
Él contestó: “Id a decirle a ese zorro: “Hoy y
mañana seguiré curando y echando demonios; pasado mañana soy consumado”. Pero hoy
y mañana y pasado tengo que caminar porque no cabe que un profeta muera fuera
de Jerusalén.
¡Jerusalén,
Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como
la gallina reúne a sus pollitos bajo las alas! Pero no habéis querido. Vuestra casa seos quedará vacía. Os digo que no me volveréis a ver hasta que
exclaméis:
¡Bendito
el que viene en nombre del Señor!”.
1. Los comentaristas de este evangelio reconocen,
no solo su autenticidad, sino sobre todo su importancia para comprender lo que
nos quiere enseñar el evangelio de Lucas (H. Conzelmann). Otros piensan que se
trata de una “tradición sólida” (F. Bovon).
¿Por qué quería
Herodes matar a Jesús? ¿Fue esta advertencia un invento de los fariseos?
Sea lo que sea
de estas cuestiones, lo cierto es que Jesús respondió con una libertad
provocativa. Llamarle “zorro”, en
público, a aquel tirano fue una osadía.
El zorro, en la literatura griega, designaba a la persona astuta y redomada
(Píndaro, Platón), una connotación que influyó en el lenguaje hebreo (Strack -
Billerbeck, II). Pero, además de
astucia, la metáfora del zorro indica el poco peso que tenía la amenaza de Herodes
(A. W. Verrall).
2. Jesús sabe que lo van a matar en la capital,
en Jerusalén. Porque hasta Jerusalén
quiere ir él para denunciar allí, en el centro del sistema corrupto, las
perversiones en que había incurrido la religión bajo la dirección de unos
sacerdotes y teólogos corruptos.
A Jesús no lo mató el judaísmo, sino sus
dirigentes.
Cuando en una religión los dirigentes se
pervierten, con su perversión acarrean la desgracia para el hecho religioso y
sus creyentes. Y, por supuesto, para
la institución que dirigen y representan.
3. En su denuncia contra Jerusalén, Jesús hace
una afirmación conmovedora.
Él se
autopresenta en la metáfora de una gallina que protege bajo sus alas a sus
polluelos. La gallina cubre así a sus
hijos para protegerlos de la amenaza de las grandes aves rapaces que los roban
entre sus uñas, los matan y los devoran.
La gallina prefiere morir ella, con tal que no
toquen a sus pequeñas criaturas.
Así es Jesús. Así
es el Dios de Jesús.
En el uso del español, decirle a uno que es
“un gallina” es un insulto que indica cobardía y debilidad. Y sin embargo, no hay mayor valentía, mayor
grandeza y
nobleza más
grande que la de la madre que protege y calienta con sus alas a sus pequeñas e
indefensas criaturas.
Es la imagen
perfecta de Jesús (Alberto Maggi, O. H. Steck).
No olvidemos
que la imagen de las alas tiene una rica tradición en la Biblia (Deut 32, 11;
SaI 16, 8; 56, 2; 60,5; 90, 4) (F.
Bovon).
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