viernes, 2 de octubre de 2015

Párate un momento: Lecturas del día 4 de Octubre - Domingo – XXVIIª – Semana del Tiempo Ordinario “San Francisco de Asís”

 
4 de Octubre  - Domingo –
XXVIIª – Semana del Tiempo Ordinario
“San Francisco de Asís”

Primera lectura: Génesis 2, 18-24

   El Señor Dios se dijo: “No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude”.   Entonces el Señor Dios modeló de arcilla todas las bestias del campo y todos los pájaros del cielo y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía.    Y cada ser vivo llevaría el nombre que el hombre le Pusiera.    Así, el hombre puso nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias del campo; pero no se encontraba ninguno como él que le ayudase.
Entonces el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió.
Le sacó una costilla y le cerró el sitio con carne.     Y el Señor Dios trabajó la costilla que le había sacado al hombre, haciendo una mujer, y se la presentó al hombre”.
Y el hombre dijo: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!.  
 Su nombre será Mujer, porque ha salido del hombre.    Por eso abandonará el hombre a su padre ya su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”.

Salmo 127, 1-2. 3. 4-5. 6

R// Que el Señor nos bendiga
todos los días de nuestra vida.

•    Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien.  R//

•    Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa.  R//

•    Esta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida.  R//

•    Que veas a los hijos de tus hijos.
¡Paz a Israel!  R//

Segunda lectura: Hebreos 2, 9-11

   Hermanos: Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte.   Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos.     Dios, para quien y por quien
existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación.
El santificador y los santificados proceden todos del mismo.  Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos.

Evangelio: Marcos 10, 2-16
    En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo a prueba: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?”.
Él les replicó: “¿Qué os ha mandado Moisés?”.
Contestaron: “Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio”.
Jesús les dijo: “Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto.    Al principio de la creación Dios «los creó hombre y mujer.    Por eso abandonará
el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne».    De modo que ya no son dos, sino una sola carne.    Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”.   En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo.    Él les dijo: “Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera.   Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio”.    Le acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les
regañaban.    Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: “Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el reino de Dios.   Os aseguro que el que no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él”.   
Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.

1.           El problema del divorcio.

   El relato del evangelio consta de dos escenas: en la primera, los fariseos preguntan a Jesús si se puede repudiar a la mujer y reciben su respuesta (2-9); en la segunda, una vez en la casa, los discípulos insisten sobre el tema y reciben nueva respuesta (10-12).

2.   Los fariseos y Jesús

            Desde allí se encaminó al territorio de Judea al otro lado del Jordán.  De nuevo concurrió a él la gente y, según su costumbre, los enseñaba.   Se acercaron unos fariseos y, para ponerlo a prueba, le preguntaron:
  ¿Puede un hombre repudiar a su mujer?
    Les contestó:  ¿Qué os mandó Moisés?
    Respondieron:  Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.
                  Jesús les dijo:
            
Porque sois obstinados escribió Moisés semejante precepto.   Pero al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer, y por eso abandona un hombre a su padre y a su madre, se une a su mujer, y los dos se hacen una carne. De suerte que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha juntado que el hombre no lo separe.

    La pregunta de los fariseos resulta desconcertante, porque el divorcio estaba permitido en Israel y ningún grupo religioso lo ponía en discusión. Que el matrimonio es una institución divina lo sabe cualquier judío por el Génesis, donde Dios crea al hombre y a la mujer para que se compenetren y complementen. Pero el judío sabe también que los problemas matrimoniales comienzan con Adán y Eva. El matrimonio, incluso en una época en la que la unión íntima y la convivencia amistosa no eran los valores primordiales, se presta a graves conflictos.
            Por eso, desde antiguo se admite, como en otros pueblos orientales, la posibilidad del divorcio. Más aún, la tradición rabínica piensa que el divorcio es un privilegio exclusivo de Israel. El Targum Palestinense (Qid. 1,58c, 16ss) pone en boca de Dios las siguientes palabras: «En Israel he dado yo separación, pero no he dado separación en las naciones»; tan sólo en Israel «ha unido Dios su nombre al divorcio».

            La ley del divorcio se encuentra en el Deuteronomio, capítulo 24,1ss donde se estipula lo siguiente:
«Si uno se casa con una mujer y luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, le escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa...»

Un detalle que llama la atención en esta ley es su tremendo machismo: sólo el varón puede repudiar y expulsar de la casa. En la perspectiva de la época tiene su lógica, ya que la mujer se parece bastante a un objeto que se compra (como un televisor o un frigorífico), y que se puede devolver si no termina convenciendo. Sin embargo, aunque la sensibilidad de hace veinte siglos fuera distinta de la nuestra (tanto entre los hombres como entre las mujeres), es indudable que unas personas podían ser más sensibles que otras al destino de la mujer. Este detalle es muy interesante para comprender la postura de Jesús.

    En cualquier caso, la ley es conocida y admitida por todos los grupos religiosos judíos. Por consiguiente, la pregunta de los fariseos resulta desconcertante. Cualquier judío piadoso habría respondido: sí, el hombre puede repudiar a su mujer. Sin embargo, Jesús, además de ser un judío piadoso, se muestra muy cercano a las mujeres, las acepta en su grupo, permite que le acompañen. ¿Estará de acuerdo con que el hombre repudie a su mujer? Así se comprende el comentario que añade Mc: le preguntaban «para ponerlo a prueba». Los fariseos quieren poner a Jesús entre la espada y la pared: entre la dignidad de la mujer y la fidelidad a la ley de Moisés. En cualquier opción que haga, quedará mal: ante sus seguidoras, o ante el pueblo y las autoridades religiosas.

La reacción de Jesús es tan atrevida como inteligente. Porque él también va a poner a los fariseos entre la espada y la pared: entre Dios y Moisés. Empieza con una pregunta muy sencilla que se puede volver en contra suya: “¿Qué os mandó Moisés?” Y luego contraataca, distinguiendo entre lo que escribió Moisés en determinado momento y lo que Dios proyectó al comienzo de la historia humana.
En el Génesis, Dios no crea a la mujer para torturar al varón (como en el mito griego de Pandora), sino como un complemento íntimo, hasta el punto de formar una sola carne. En el plan inicial de Dios, no cabe que el hombre abandone a su mujer; a quienes debe abandonar es a su padre y a su madre, para formar una nueva familia.

    Las palabras de Génesis 1,27 sugieren claramente la indisolubilidad: el varón y la mujer se convierten en un solo ser. Pero Jesús refuerza esa idea añadiendo que esa unión la ha creado Dios; por consiguiente, «lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». Jesús rechaza de entrada cualquier motivo de divorcio.

   La aceptación posterior del repudio por parte de Moisés no constituye algo ideal sino que se debió a «vuestro carácter obstinado». Esta interpretación de Jesús supone una gran novedad, porque sitúa la ley de Moisés en su contexto histórico. La tendencia espontánea del judío era considerar toda la Torá (el Pentateuco) como un bloque inmutable y sin fisuras. 

    Algunos rabinos condenaban como herejes a los que decían: «Toda la Ley de Moisés es de Dios, menos tal frase». Jesús, en cambio, distingue entre el proyecto inicial de Dios y las interpretaciones posteriores, que no tienen el mismo valor e incluso pueden ir en contra de ese proyecto.

    (Si aplicamos este mismo criterio a la historia de la moral cristiana comprenderemos su importancia: hay cosas que hoy se permiten o se mandan, pero eso no significa que sean automáticamente buenas o mejores que la propuesta inicial del evangelio.)

3. Los discípulos y Jesús

             Entrados en casa, le preguntaron de nuevo los discípulos acerca de aquello. El les dice:
             Quien repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio contra la primera. Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio.

     Esta escena saca las conclusiones prácticas de la anterior, tanto para el varón como para la mujer que se divorcian.  Las palabras: Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete adulterio, cuentan con la posibilidad de que la mujer se divorcie, cosa que no contemplaba la ley judía, pero sí la romana.    Por eso, algunos autores ven aquí un indicio de que el evangelio de Marcos fue escrito para la comunidad de Roma.   Aunque en los cinco primeros siglos de la historia de Roma (VIII-III a.C.) no se conoció el divorcio, más tarde se introdujo.













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