4 de
Octubre - Domingo –
XXVIIª –
Semana del Tiempo Ordinario
“San
Francisco de Asís”
Primera lectura: Génesis
2, 18-24
El
Señor Dios se dijo: “No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle
alguien como él que le ayude”. Entonces
el Señor Dios modeló de arcilla todas las bestias del campo y todos los pájaros
del cielo y se los presentó al hombre, para ver qué nombre les ponía. Y cada ser vivo llevaría el nombre que el
hombre le Pusiera. Así, el hombre puso
nombre a todos los animales domésticos, a los pájaros del cielo y a las bestias
del campo; pero no se encontraba ninguno como él que le ayudase.
Entonces
el Señor Dios dejó caer sobre el hombre un letargo, y el hombre se durmió.
Le
sacó una costilla y le cerró el sitio con carne. Y el Señor Dios trabajó la costilla que le
había sacado al hombre, haciendo una mujer, y se la presentó al hombre”.
Y
el hombre dijo: “¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!.
Su nombre será Mujer, porque ha salido del
hombre. Por eso abandonará el hombre a su padre ya su
madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”.
Salmo 127, 1-2. 3.
4-5. 6
R//
Que el Señor nos bendiga
todos
los días de nuestra vida.
• Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus
caminos.
Comerás del fruto
de tu trabajo,
serás dichoso, te
irá bien. R//
• Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu
casa;
tus hijos, como
renuevos de olivo,
alrededor de tu
mesa. R//
• Esta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te
bendiga desde Sión,
que veas la
prosperidad de Jerusalén
todos los días de
tu vida. R//
• Que veas a los hijos de tus hijos.
¡Paz a Israel! R//
Segunda lectura: Hebreos
2, 9-11
Hermanos:
Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora
coronado de gloria y honor por su pasión y muerte. Así, por la gracia de Dios, ha padecido la
muerte para bien de todos. Dios, para
quien y por quien
existe
todo, juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar
y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación.
El
santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos
hermanos.
Evangelio: Marcos
10, 2-16
En
aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús, para ponerlo
a prueba: “¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?”.
Él
les replicó: “¿Qué os ha mandado Moisés?”.
Contestaron:
“Moisés permitió divorciarse, dándole a la mujer un acta de repudio”.
Jesús
les dijo: “Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio de la creación Dios «los creó hombre
y mujer. Por eso abandonará
el
hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola
carne». De modo que ya no son dos,
sino una sola carne. Lo que Dios ha
unido que no lo separe el hombre”. En casa,
los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: “Si uno se divorcia de su mujer
y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa
con otro, comete adulterio”. Le
acercaban niños para que los tocara, pero los discípulos les
regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: “Dejad
que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es
el reino de Dios. Os aseguro que el que
no acepte el reino de Dios como un niño, no entrará en él”.
Y
los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.
1.
El problema del
divorcio.
El relato del evangelio consta de dos
escenas: en la primera, los fariseos preguntan a Jesús si se puede repudiar a
la mujer y reciben su respuesta (2-9); en la segunda, una vez en la casa, los
discípulos insisten sobre el tema y reciben nueva respuesta (10-12).
2. Los fariseos y Jesús
Desde
allí se encaminó al territorio de Judea al otro lado del Jordán. De nuevo concurrió a él la gente y, según su
costumbre, los enseñaba. Se acercaron unos fariseos y, para ponerlo a
prueba, le preguntaron:
‒ ¿Puede un hombre repudiar a su mujer?
Les contestó: ‒ ¿Qué os mandó Moisés?
Respondieron: ‒ Moisés permitió escribir el acta de
divorcio y repudiarla.
Jesús les dijo:
‒ Porque sois obstinados escribió Moisés
semejante precepto. Pero al principio
de la creación Dios los hizo hombre y mujer, y por eso abandona un hombre a su
padre y a su madre, se une a su mujer, y los dos se hacen una carne. De suerte
que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha juntado que el
hombre no lo separe.
La pregunta de los fariseos resulta
desconcertante, porque el divorcio estaba permitido en Israel y ningún grupo
religioso lo ponía en discusión. Que el matrimonio es una institución divina
lo sabe cualquier judío por el Génesis, donde Dios crea al hombre y a la mujer
para que se compenetren y complementen. Pero el judío sabe también que los
problemas matrimoniales comienzan con Adán y Eva. El matrimonio, incluso en una
época en la que la unión íntima y la convivencia amistosa no eran los valores
primordiales, se presta a graves conflictos.
Por
eso, desde antiguo se admite, como en otros pueblos orientales, la posibilidad
del divorcio. Más aún, la tradición rabínica piensa que el divorcio es un
privilegio exclusivo de Israel. El Targum Palestinense (Qid.
1,58c, 16ss) pone en boca de Dios las siguientes palabras: «En Israel he dado
yo separación, pero no he dado separación en las naciones»; tan sólo en Israel
«ha unido Dios su nombre al divorcio».
La
ley del divorcio se encuentra en el Deuteronomio, capítulo 24,1ss donde se
estipula lo siguiente:
«Si uno se casa
con una mujer y luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, le
escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa...»
Un detalle que
llama la atención en esta ley es su tremendo machismo: sólo el varón puede
repudiar y expulsar de la casa. En la perspectiva de la época tiene su lógica,
ya que la mujer se parece bastante a un objeto que se compra (como un televisor
o un frigorífico), y que se puede devolver si no termina convenciendo. Sin
embargo, aunque la sensibilidad de hace veinte siglos fuera distinta de la
nuestra (tanto entre los hombres como entre las mujeres), es indudable que unas
personas podían ser más sensibles que otras al destino de la mujer. Este
detalle es muy interesante para comprender la postura de Jesús.
En cualquier caso, la ley es conocida y
admitida por todos los grupos religiosos judíos. Por consiguiente, la pregunta
de los fariseos resulta desconcertante. Cualquier judío piadoso habría
respondido: sí, el hombre puede repudiar a su mujer. Sin embargo, Jesús, además
de ser un judío piadoso, se muestra muy cercano a las mujeres, las acepta en su
grupo, permite que le acompañen. ¿Estará de acuerdo con que el hombre repudie a
su mujer? Así se comprende el comentario que añade Mc: le preguntaban «para
ponerlo a prueba». Los fariseos quieren poner a Jesús entre la espada y la
pared: entre la dignidad de la mujer y la fidelidad a la ley de Moisés. En
cualquier opción que haga, quedará mal: ante sus seguidoras, o ante el pueblo y
las autoridades religiosas.
La reacción de
Jesús es tan atrevida como inteligente. Porque él también va a poner a los
fariseos entre la espada y la pared: entre Dios y Moisés. Empieza con una
pregunta muy sencilla que se puede volver en contra suya: “¿Qué os mandó
Moisés?” Y luego contraataca, distinguiendo entre lo que escribió Moisés en
determinado momento y lo que Dios proyectó al comienzo de la historia humana.
En el Génesis,
Dios no crea a la mujer para torturar al varón (como en el mito griego de
Pandora), sino como un complemento íntimo, hasta el punto de formar una sola
carne. En el plan inicial de Dios, no cabe que el hombre abandone a su mujer; a
quienes debe abandonar es a su padre y a su madre, para formar una nueva
familia.
Las palabras de
Génesis 1,27 sugieren claramente la indisolubilidad: el varón y la mujer se
convierten en un solo ser. Pero Jesús refuerza esa idea añadiendo que esa unión
la ha creado Dios; por consiguiente, «lo que Dios ha unido, que no lo separe el
hombre». Jesús rechaza de entrada cualquier motivo de divorcio.
La aceptación
posterior del repudio por parte de Moisés no constituye algo ideal sino que se
debió a «vuestro carácter obstinado». Esta interpretación de Jesús supone una
gran novedad, porque sitúa la ley de Moisés en su contexto histórico. La
tendencia espontánea del judío era considerar toda la Torá (el Pentateuco) como
un bloque inmutable y sin fisuras.
Algunos rabinos condenaban como herejes a
los que decían: «Toda la Ley de Moisés es de Dios, menos tal frase». Jesús, en
cambio, distingue entre el proyecto inicial de Dios y las interpretaciones
posteriores, que no tienen el mismo valor e incluso pueden ir en contra de ese
proyecto.
(Si aplicamos
este mismo criterio a la historia de la moral cristiana comprenderemos su
importancia: hay cosas que hoy se permiten o se mandan, pero eso no significa
que sean automáticamente buenas o mejores que la propuesta inicial del
evangelio.)
3.
Los discípulos y Jesús
Entrados
en casa, le preguntaron de nuevo los discípulos acerca de aquello. El les dice:
‒ Quien repudia a su mujer y se casa con
otra comete adulterio contra la primera. Si ella se divorcia del marido y se
casa con otro, comete adulterio.
Esta
escena saca las conclusiones prácticas de la anterior, tanto para el varón como
para la mujer que se divorcian. Las
palabras: Si ella se divorcia del marido y se casa con otro, comete
adulterio, cuentan con la posibilidad de que la mujer se divorcie, cosa que
no contemplaba la ley judía, pero sí la romana. Por
eso, algunos autores ven aquí un indicio de que el evangelio de Marcos fue
escrito para la comunidad de Roma. Aunque en los cinco primeros siglos de la
historia de Roma (VIII-III a.C.) no se conoció el divorcio, más tarde se
introdujo.
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