31 de Octubre
- SÁBADO –
XXXª – Semana del Tiempo Ordinario
Evangelio: Lc
14,1.7-11
En aquel tiempo, entró Jesús un sábado en
casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban
espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso
este ejemplo:
“Cuando
te conviden a una boda no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan
convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al
otro, y te dirá: Cédele el puesto a este. Entonces, avergonzado, irás a ocupar
el último puesto. Al revés, cuando te
conviden,
vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó,
te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy bien ante todos tos
comensales. Porque todo el que se
enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
1. Para comprender debidamente lo que representa
este relato, es necesario recordar, una vez más, que el valor más apreciado, en
las culturas mediterráneas del s. 1, no era la riqueza, sino el honor. Además,
las distinciones y las categorías se manifestaban sobre todo con ocasión de las
comidas y banquetes. Se ha dicho con
razón que “precisamente debido a la compleja interrelación de las categorías
culturales, la comida es habitualmente una de las principales formas de marcar
las diferencias entre los distintos grupos sociales” (G. Feeley-Harnik).
En el Banquete,
de Platón, no es la misma la posición y la actividad de los esclavos que la de
los invitados (177a)(W. A. Becker - H. Gi5ll).
Jesús invierte
todos esos ordenamientos. Y en la Cena
de despedida se puso él mismo a lavar los pies a los comensales, es decir, hizo de
esclavo, siendo el Señor y el Maestro (Jn 13, 12-14).
2. Es importante también tener en cuenta que
este evangelio comienza, como el de ayer, recordando que todo esto sucede en
casa de uno de los principales fariseos y con asistencia de bastantes de ellos.
Es decir, lo que nota Jesús es que los
observantes integristas, que eran tan rigurosos para el cumplimiento de las
normas religiosas, se daban prisa para ponerse los primeros y, por tanto, para
dejar a los demás detrás de ellos. De nuevo nos encontramos con lo de siempre: la
religiosidad integrista endurece el corazón humano. Desde el momento que antepone la norma a la
dignidad o felicidad del otro, el corazón del hombre, en la misma medida en que
se sacralizo, en esa misma medida se deshumaniza.
3. Decididamente, la vida que llevó Jesús, los
valores que defendió, los criterios que
expuso, todo eso resulta insoportable, increíble, impracticable para todo el
que no tiene la firme convicción de que lo primero y lo esencial en la vida es
el ser humano, cada ser humano, el respeto, la dignidad, los derechos, la
felicidad y el disfrute de la vida de cada persona. Eso es lo primero y lo esencial porque solo
haciendo eso podemos encontrarnos a nosotros mismos, podemos encontrar el
sentido de la vida y, en definitiva podemos encontrar esa realidad última que
los creyentes llamamos Dios. Pero todo
esto solo se puede realizar si el creyente en Jesús toma, como proyecto de vida,
la “auto- estigmatización”, que hace
posible la bondad sin limitaciones.
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