viernes, 30 de octubre de 2015

Párate un momento: Evangelio del día 31 de Octubre - SÁBADO – XXXª – Semana del Tiempo Ordinario




31 de Octubre  - SÁBADO –
XXXª – Semana del Tiempo Ordinario

Evangelio: Lc 14,1.7-11

   En aquel tiempo, entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo:
“Cuando te conviden a una boda no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro, y te dirá: Cédele el puesto a este. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.     Al revés, cuando te
conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy bien ante todos tos comensales.     Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.

1.   Para comprender debidamente lo que representa este relato, es necesario recordar, una vez más, que el valor más apreciado, en las culturas mediterráneas del s. 1, no era la riqueza, sino el honor. Además, las distinciones y las categorías se manifestaban sobre todo con ocasión de las comidas y banquetes.    Se ha dicho con razón que “precisamente debido a la compleja interrelación de las categorías culturales, la comida es habitualmente una de las principales formas de marcar las diferencias entre los distintos grupos sociales” (G. Feeley-Harnik).
En el Banquete, de Platón, no es la misma la posición y la actividad de los esclavos que la de los invitados (177a)(W. A. Becker - H. Gi5ll).
Jesús invierte todos esos ordenamientos.  Y en la Cena de despedida se puso él mismo a lavar los pies a los comensales, es decir, hizo de esclavo, siendo el Señor y el Maestro (Jn 13, 12-14).

2.   Es importante también tener en cuenta que este evangelio comienza, como el de ayer, recordando que todo esto sucede en casa de uno de los principales fariseos y con asistencia de bastantes de ellos.    Es decir, lo que nota Jesús es que los observantes integristas, que eran tan rigurosos para el cumplimiento de las normas religiosas, se daban prisa para ponerse los primeros y, por tanto, para dejar a los demás detrás de ellos.     De nuevo nos encontramos con lo de siempre: la religiosidad integrista endurece el corazón humano.     Desde el momento que antepone la norma a la dignidad o felicidad del otro, el corazón del hombre, en la misma medida en que se sacralizo, en esa misma medida se deshumaniza.

3.   Decididamente, la vida que llevó Jesús, los valores que defendió,  los criterios que expuso, todo eso resulta insoportable, increíble, impracticable para todo el que no tiene la firme convicción de que lo primero y lo esencial en la vida es el ser humano, cada ser humano, el respeto, la dignidad, los derechos, la felicidad y el disfrute de la vida de cada persona.    Eso es lo primero y lo esencial porque solo haciendo eso podemos encontrarnos a nosotros mismos, podemos encontrar el sentido de la vida y, en definitiva podemos encontrar esa realidad última que los creyentes llamamos Dios.    Pero todo esto solo se puede realizar si el creyente en Jesús toma, como proyecto de vida, la “auto- estigmatización”,  que hace posible la bondad sin limitaciones.


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