viernes, 9 de octubre de 2015

Párate un momento: Lecturas del día 11 de Octubre - DOMINGO – XXVIIIª – Semana del Tiempo Ordinario




11 de Octubre  - DOMINGO –
XXVIIIª – Semana del Tiempo Ordinario

Primera lectura: Sabiduría 7, 7-11

   Supliqué, y se me concedió la prudencia;
invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría.    La preferí a cetros y tronos y, en su comparación, tuve en nada la riqueza.
No le equiparé la piedra más preciosa, porque todo el oro, a su lado, es un poco de arena, y, junto a ella, la plata vale lo que
el barro.     La quise más que la salud y la belleza, y me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene ocaso.
Con ella me vinieron todos los bienes juntos, en sus manos había riquezas incontables.

Salmo 89, 12-13. 14-15. 16-17

   R//  Sácianos de tu misericordia, Señor,
           y toda nuestra vida será alegría.
• Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos.   R// 

• Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será. alegría y júbilo.
Danos alegría, por los días en que nos afligiste,
por los años en que sufrimos desdichas.  R// 

• Que tus siervos vean tu acción,
y sus hijos tu gloria.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos.   R// 

Segunda lectura: Hebreos 4, 12-13

    La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos.
Juzga los deseos e intenciones del corazón.
No hay criatura que escape a su mirada.
Todo está patente y descubierto a los ojos
de aquél a quien hemos de rendir cuentas.

Evangelio: Mc 10, 17-30

   En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó:
 “Maestro bueno, ¿qué haré para?
la vida eterna?”.
 Jesús le contestó:
“¿Por qué me llamas bueno?
No hay nadie bueno más que Dios”.
 Ya sabes los mandamientos: no mataras,
no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”.
 Él replicó: “Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.
Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: “Una cosa te falta, anda, vende lo que tienes, da ese dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo—, y luego sígueme.
A esas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: “¡ Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!”.
Los discípulos se extrañaron de esas palabras.
  Jesús añadió: “Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!
Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios.
Ellos se espantaron y comentaban: “Entonces, ¿quién puede salvarse?”
Jesús se les quedó mirando y les dijo: “Es imposible para los hombres, no para Dios.
Dios lo puede todo”.

1 Este relato del hombre rico, que pretendió seguir a Jesús sin dejar de ser rico, debió de impresionar mucho a las primeras comunidades de creyentes en Jesús.     Prueba de ello es que los tres evangelios sinópticos nos dejaron el recuerdo detallado de este episodio (Mc 10, 17-30; Mt 19,16-30; Lc 18, 18-30).
Un episodio en el que queda patente que, a juicio de Jesús la pretensión de estar cerca de Jesús manteniendo, al mismo tiempo, las propiedades, los bienes, la abundancia de las muchas posesiones y los  muchos caprichos, eso es un proyecto contradictorio, imposible.    Porque  en semejante proyecto se pretenden armonizar dos cosas irreconciliables, que son contradictorias la una con la otra, la “cercanía a Jesús“ y la posesión de bienes”.
Querer tener esas dos cosas a la vez, eso es
sencillamente imposible.   
No nos engañemos.    No hay razón o argumento que pueda justificar la presencia, en una misma vida, de Jesús y de la riqueza.    El primer paso, que tiene que dar quien quiera estar con Jesús, es el paso
del que es rico y pasa a no ser rico.

2.   ¿Por qué es esto así?    
¿Por qué este planteamiento tan tajante?   
No hay que ser muy listo para ver con claridad que esto tiene que ser así.
De forma que aquí no cabe escapatoria. ¿Por qué?    La respuesta es tan clara como dura.     Por sentido común, por la razón más elemental,  “la propiedad individual de los bienes de este mundo no se puede anteponer a las necesidades fundamentales de las grandes mayorías de los seres humanos”.     Si este criterio no se mantiene firme, la “Ley de la Selva” termina por imponerse y destruye la convivencia humana.     El más fuerte se impone y manda y mata y devora al más débil.
  La convivencia se convierte en violencia, y la violencia termina destrozando a todos.
Es lo que estamos viendo y viviendo ahora
mismo en nuestro mundo.     
En el que el 2 % de los habitantes del planeta domina, manda, usa y abusa, no solo de los bienes de la tierra, sino incluso
del futuro de la tierra misma.   
Mientras que los demás aguantamos y callamos, anhelando parecernos a quienes nos están destrozando.

3.   ¿Tiene esto solución?    El problema está en que, en la sociedad, la “igualdad” y la “libertad” no se pueden unir ni son armonizables, a no ser que se introduzca un principio y una convicción que intervenga como un principio externo interiorizado por todos (o al menos por una importante
mayoría).     Ese principio puede ser el Evangelio que nos dejó Jesús.    Si en la sociedad se privilegia la libertad, el pez grande se come al pez chico.    Y si se quiere a toda costa que tengamos la igualdad, eso solo se puede lograr mediante una dictadura que controle todas las libertades.
Ser libres y ser iguales, a la vez y respetando las diferencias, eso no es posible si semejante utopía no se programa desde los criterios (por ejemplo) que planteó Jesús y que vivió el propio Jesús.
Solo una firme y compartida convicción de “fe laica’ puede ser la raíz y el camino que nos lleve a poder vivir en una sociedad “libre’ e “igualitaria”.    Eso es lo que quiso y propuso Jesús con su vida y su Evangelio. De ahí que convertir el Evangelio en Religión, eso es, no solo deformar el Evangelio, sino además distraer y tranquilizar a la gente, para que todo siga como está.    O sea, el mayor desastre.



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