8 de Octubre
- JUEVES –
XXVIIª –
Semana del Tiempo Ordinario
Evangelio: Lc 11,5-13
En aquel
tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Si alguno de vosotros tiene un amigo y
viene a medianoche para decirle: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis
amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”. Y, desde dentro, el otro le responde: “No
me molestes; la puerta está cerrada; mis niños y yo estamos acostados: no puedo
levantarme para dártelos”. Si el otro
insiste llamando, yo os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo
suyo, al menos por la importunidad se levantará y le dará cuanto necesite. Pues así a vosotros: Pedid y se os dará,
buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe, quien
busca, halla, y al que llama, se le abre.
¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan, le dará una
piedra? ¿O si le pide un pez, le dará
una serpiente? ¿O si le pide un huevo,
le dará un escorpión?
Si
vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos,
¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo
piden?”.
1. A continuación
de la oración del “Padre nuestro”, Lucas
coloca la enseñanza de Jesús sobre la oración de petición.
Al explicar este asunto, Jesús pone como ejemplo la
petición que hace un pobre. Tenía que ser un pobre de solemnidad aquel hombre
que no tenía ni un pan para ofrecer al amigo que llega a horas intempestivas. Con lo cual Jesús está diciendo que la
oración es eficaz cuando lo que se pide es necesario de verdad. Lógicamente,
Jesús no compromete la generosidad del Padre para algo que no sea enteramente
necesario en cualquier caso. ¿Qué puede ser eso?
2. Jesús
promete con seguridad que la oración es indefectible solamente cuando al Padre
le pedimos que nos dé el Espíritu Santo.
Solo tenemos garantizado el don
del Espíritu. Pero, como bien sabemos, eso es lo que a mucha
gente no le interesa, ni le preocupa, ni probablemente le viene
bien. Porque
es claro que hay personas, que si tuvieran algo del Espíritu de Dios, no
desearían lo que desean, no buscarían lo que buscan y, en definitiva, no serían
como son.
3. En resumen,
lo que Jesús nos enseña es que el Espíritu Santo es él que tiene que centrar y
orientar nuestros deseos, nuestras aspiraciones y nuestras esperanzas. Sobre todo, nuestros deseos. Porque el deseo
es la fuerza que determina nuestras vidas. Cada cual es lo que desea. Por eso el último
mandamiento del Decálogo no prohíbe una “acción” (matar, mentir, robar...), sino el “deseo” de todo cuanto nos deshumaniza
o de todo cuanto deshumaniza a los demás. Sobre todo, el deseo de los bienes del
prójimo (Ex 20, 17). Porque ahí y en eso está la raíz de la violencia (René
Girard).
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