3 de
Octubre - SÁBADO –
XXVIª - Semana del Tiempo Ordinario
Evangelio: Lc 10, 17-24
En aquel tiempo, los setenta y dos
volvieron muy contentos y dijeron a Jesús: “Señor, hasta los demonios se nos
someten en tu nombre”. Él les
contestó: “Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear
serpientes y escorpiones y todo el ejército
del
enemigo. Y no os hará daño alguno.
Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad
alegres porque vuestros nombres están escritos en el cielo”.
En
aquel momento, lleno de la alegría del
Espíritu
Santo, exclamó: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque
has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a
la gente sencilla. Si, Padre, porque
así te ha parecido bien. Todo me lo
ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién
es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar”. Y volviéndose a sus discípulos, les dijo
aparte: “¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y
reyes desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron y oír lo que oís y no lo
oyeron”.
1. En este evangelio se unen, uno tras otro, dos
textos que, al menos a primera vista, no parecen estar directamente
relacionados entre sí. El primero de
esos textos, recoge la respuesta que, según Lc, Jesús dio a los setenta y dos
al regresar de su misión.
El segundo (paralelo de Mt 11, 25-27), es la
expresión de la experiencia más profunda de Jesús en su relación con el Padre.
Pero, si todo esto se piensa más a fondo, se
advierte que, precisamente porque Jesús tenía tal y tanta intimidad con el Dios
Padre, por eso es dio a los discípulos la respuesta que necesitaban escuchar
después de su éxito misional.
2. Los
discípulos regresan exultantes de la misión, por el éxito que han tenido y por
la constatación de que los demonios se les sometían. La respuesta de Jesús no es congratularse
con ellos. Por lo visto, Jesús no se congratulaba con
nadie por el hecho de conseguir sometimientos, ni siquiera de demonios. Lo
que a Jesús le interesaba no eran los éxitos de sus discípulos, sino la liberación
de los que sufrían las enfermedades que entonces se atribuían al demonio. Y eso es lo que nos tiene que alegrar. Y eso es ver a Satanás caer como un
relámpago. Nuestros éxitos personales no deben ser el motor de lo que hacemos o dejamos de
hacer.
3. La
intimidad y hasta la fusión, de Jesús con el Padre es lo que capacita a Jesús para hablar del Padre como nadie más puede
darlo a conocer.
Hablar de Dios es siempre problemático. Dar a
conocer a Dios lo es mucho más.
Pero lo es, sobre todo, Porque de Dios hablamos por
lo que de Él sabemos, no por lo que de Él experimentamos.
Seguramente hablamos de Dios sin saber lo que
decimos. O presentamos a un Dios que Poco o nada tiene
que ver con el Padre.
Porque nuestra experiencia del Padre poco o nada
tiene que ver con la experiencia de Jesús: experiencia de intimidad y
experiencia de bondad con todos.
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