14 de Octubre –MIÉRCOLES
–
28ª – Semana del Tiempo
Ordinario
Evangelio: Lc 11,42-46
En aquel tiempo, dijo el Señor: “¡Ay de
vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de
toda clase de legumbres, mientras pasáis por alto la justicia y el amor de
Dios!.
Esto habría que practicar sin descuidar
aquello. ¡Ay de vosotros, fariseos, que
os encantan los asientos de honor en las sinagogas y las reverencias por la
calle!
¡Ay de
vosotros, que sois como tumbas sin señal, que la gente pisa sin saberlo!”
Un jurista
intervino y le dijo: “Maestro, diciendo eso nos ofendes también a nosotros”.
Jesús replicó: “iAy de vosotros también,
juristas, que abrumáis a la gente con cargas insoportables, mientras vosotros
no las tocáis ni con un dedo!”.
1. Lo primero que Jesús les echa
en cara a los fariseos es el interés minucioso en el cumplimiento de cosas sin
importancia, al tiempo que ni se fijan en lo más fundamental: la justicia y el
amor a Dios.
Jesús retrata aquí la perversión (las más de las veces, inconsciente)
de los observantes bienintencionados (y también de los malintencionados, que
los hay).
En tiempo de Jesús se trataba del contraste entre el escrupuloso pago
del diezmo por las legumbres y el descuido escandaloso de la justicia y, en consecuencia,
de la buena relación con Dios.
Ahora se podría hablar del contraste entre la escrupulosa observancia
de normas canónicas o litúrgicas, al tiempo que, por ejemplo, hay personas o
instituciones religiosas
que hacen negocios turbios, por ejemplo invertir cantidades importantes
en capital financiero, un capital que cuanto más dinero da, sin duda, es que se
invierte en negocios turbios, quizá muy turbios.
2. Jesús les echa en cara también
la vanidad ingenua de los que pretenden
ser siempre el centro y que la gente los admire y reverencie.
Recordando estas palabras de Jesús, resulta inevitable pensar en no
pocos comportamientos de quienes, basándonos en títulos y cargos religiosos,
nos hemos complacido en puestos de honor, reverencias y besamanos, dignidades y
otras cosas que ponen en evidencia que no nos basta la humanidad.
Apetecemos algo de divinidad o, mejor, cierto (¿inconsciente?) endiosamiento.
Todo esto, por desgracia, suele ser frecuente en ambientes religiosos
y
en centros de intelectualidad.
¡Qué ridículo tan pueril!
3. De los juristas, Jesús
denuncia la contradicción ética de quienes han cargado las conciencias con
deberes y exigencias que ellos no cumplen.
Si somos sinceros, en este asunto, nos sorprendemos con las manos
manchadas de incoherencias que han sido agresiones demasiado dolorosas para
personas de buena voluntad.
El fondo del problema está en que la observancia de los rituales religiosos
tiene el peligroso efecto de tranquilizar las conciencias más sucias.
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